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Al fondo |
Sin
lavarse los dientes terminó el café de la mañana. Se deshizo un poco de
la pastosa resaca que el vino había anclado en su seco paladar una noche
atrás. Fin de semana. Sacar las pilas del reloj aislándose de toda
preocupación. Su lugar. Un ambiente, cocina y baño al final del pasillo
de treinta metros. Apartamento siete. Frente la puerta la única ventana
del estar habitación. A veinticinco centímetros de dicha ventana una
pared verde musgo del edificio no sé de que empresa pública. Al mudarse
tras entrar la cama, la bicicleta de media carrera y las cajas con demás
pertenencias albergó paciencia sentándose equidistando ventana puerta.
Encrespó las contracciones del estomago. Se levantó y desplegó la
puerta. Volvió a sentarse. Sintió ser arbitro por dar el okay a una
pelea – ¡En este rincón tapiada la esperanza no tiene otra salida! ¡Y
en este otro… el temporáneo pasillo deja una luz en el final invitando
curiosidad! Marcó
el lugar con una cruz. Lo llamó “El punto ausente”. Ahí suele jugar largos y tediosos
solitarios en una onírica atmósfera des-adaptada. Luego los días
pasaron, el infernal hastío se convirtió en ansia y esa ingrata ventana
en dibujos. El edificio dio parte de su gran carencia en ese arte, así
que terminó siendo un gran colage agobiado de palabras desprejuiciadas,
pinturas, fotos e incipientes requeches activos concesionarios de la
inconformidad. Las paredes se transformaron en el ímpetu expresivo de una
psiquis encarcelada. Para quien las viera parecían anudadas
incertidumbres descalzas de respuestas quien sabe de que pregunta. La
imaginación, o necesidad por cualquier paseo introdujo un puente dadaísta-surrealista
con que se conectó la casa. Cientos de palabras ambiguas y dibujos
abstractos sin técnica. Fotos, colores y aún más colores. El Che, Luis
Amstrong, Cortazar, tetas, culos, penes, vaginas, juegos. Niños africanos
con sus protuberantes panzas. Estelares cielos, montañas, praderas,
volcanes en erupción. Ríos, mares y desiertos. Los Beatles, Bob Dylan,
Zitarrosa. Una representación del salvaje humano,
“Las dos caras de la luna” junto
“La perseverancia de la memoria” y
“El Guernica”custodian una cara sin rostro que observa, y
contempla sus adentros. Para
este ser los días comenzaron a desarrollar dotes apuntes persiguiendo
esferas vapuleadas sin gloría ni fin. En si, tenía que traspasar el
corredor al mundo. Esa marea que él decía ata a los hijos de los sueños
en murallas sin después, y desperdicia anhelos alineados de fiebres
suicidas. Siente como se humedecen las cartas del correo estatal que
reparte. Siente descompensar el hecho de plasmar la tinta por cuentas y
pagos atrasados. Siente mareada la personalidad en un trompo asiduo al
malestar social. Comienza a monologar en voz baja –
“Niños hambrientos no ven el sol/como escondidos de tu amor/sangran
heridas por la ciudad” decía la bando “Tercer
Ojo” allá por Neuquén pasando un invierno más de esta global
maldición. Aquí y allá. Hoy y ayer. Ver o no ser. Palabras, solo
palabras de tontos para tantos. De tontos para nada. De acordarse hervir
los ojos en paredes concentradas. Apartamento siete al pozo desertor de la
propuesta. Este u oeste. Primer mundo, tercer mundo y un segundo vacante.
Después de todo del segundo quién se acuerda? ¿Y la clase media? Solo
sirve para disgusto. Pues en la edad media solo había ricos y pobres.
Plebeyos y vasallos. Nobles. O… sacaos el sombrero ante tan rica dama.
Pucha que se me ocurre pensar pavadas y no encuentro el siete de oro para
sacar este ocho de mierda que no sé si esta bajo la sota. Sacó
la atención del solitario y encontró custodiando la puerta una frase de
Raymund Carver, “En lo esencial,
también yo soy uno de esos personajes aturdidos y confusos”. Mordió
el polvo furtivo. Desparramó las cartas arqueándolas frente al seductor
zaguán especularte desafiante. Se abrió la puerta del apartamento
cuatro. Un pelado de bigotes mostachos, vaquero negro, sandalias y una
gastada remera negra. Tras pasar llave lo miró. Levantó su pulgar
derecho y con una sonrisa gritó – ¡Arriba flaco! Cuando
el flaco comenzó a caminar distinguió una leyenda en su espalda. Lo llamó. –
¡Pelao! Giró
su cabeza sobre su hombro derecho – ¿Qué flaco? - ¿Que dice la leyenda? -
¡¿El qué?! -
En tu espalda. ¿Qué dice? -
“Hay caballos que mueren potros sin galopar” Caminó
unos pasos y cerca del zaguán nuevamente volvió su cabeza
– ¡Flaco! -
¿Qué? -
¿Te gustan los Redondos? -
Sí, un poco. -
¡Arriba flaco! – cerró el zaguán. Volvió
el Cartero a la marea por un abrazo oscuro de esta tormenta gregaria. –
¡La reputa madre que me parió! – se levantó. Fue a la caja de los
casetes y cargó su walkman con las bombas de Oktubre. Los Redondos
sonaban en sus oídos y miraba al zaguán desafiante. Buscó
el pedazo de pastel de fiambre que quedó por ahí y la última escritura
que Aurora trajo de su amigo Dante. |
Yuppi
Dawn
Hundido
en le cama de
hospital cierra la
puerta en el silencio. Caen
lluvias de deseo tragando
cartas de los vientos. Un
cuerpo, cuatro balas y
el pasado tiende; despierta
la esquina. Otra
mañana gotea sangre
de su ego. Brazos
mareados, húmedos resfríos
salados tejiendo corazón
derramado. |
Un
verano atrás cuando fue a visitar a Dante al hospital Maciel el muy cabrón
estaba de fiesta. Todos sus conocidos preocupados y el parecía un niño
en la colonia de vacaciones. Al principio estaba bastante cagado. Resulta
que un día el descarriado bohemio al despertar tenía un ojo caído y la
visión difusa. El pensó que era cansancio. Aunque por lo bajo se
preguntaba cuanto habría de esas pocas horas de sueño y los consumos
inhumados en las paranoias de su soledad. Al tercer día del primer episodio; el
ojo se cerraba más. El hombre reacio a doctores se sometió. De la
emergencia móvil al oftalmólogo. Del oftalmólogo pase a neurólogo y
neurocirujano. Del hospital local a Montevideo. Tomografía computada
urgente. Sin riesgos de tumores a estudios en el Maciel. “Quince
días de verano con todo pago. Una pieza para mi solo y la compañía de
Raquel para mimarme”, se jactaba el desgraciado (Resultó ser que el
tercer par de ojo izquierdo había tenido una especie de calambre) “Todo
lo que dicen de la salud pública y allí comía mejor que como venía. El
trato de médicos, galenos y enfermeras que para nada se acordaban de los
tres meses que le debían a la hora de atenderte. La solidaridad de los
enfermos en un nosocomio sin distinción. Pero en verdad la primera
impresión me cagó bastante. Esperaba afuera de la puerta de emergencia
que me dieran entrada invadido en la inestabilidad por donde corre la
incertidumbre, cuando sale un camillero con un pibe en sillas de ruedas. –
¡Ponete derecho idiota! Un sopapo a lo payaso pegó en el muchacho
cual colgaba su cabeza sin reacción, y dejaba ver una cicatriz en forma
de siete en la derecha de su cráneo. Y, o paradoja que yo podía ir a
neurocirujano. Me dije “Ya estas acá y estas jugado. Mas que esto no te
va a pasar”. Luego de pasar por un boxer bañado en sangre como salido
de una escena de Freedy Cruguer aterrorizando mi niñez, pasee los
primeros analices. Me dieron hospedaje en la sala Pedro Visca y allí tenía
todo un plantel. Un ingeniero químico que vio como se cayó todo a la
mierda e intentó el suicidio con pastillas tan endebles como su decisión.
Gente del interior durmiendo en los pasillos cuidando gotas de esperanza
en el cáncer que su hermana padece, cantando por las noches tangos
intentando despejar la realidad. Una pequeña ojos color cielo eternamente
vivos soporta su infección de HIV en la neurosis adicta provocada por un
pico olvidado. El grupo de alcohólicos anónimos yéndome a buscar. El
hombre de la pieza contigua hace tres meses que está en estudios y es una
especie de guía turística del lugar. Ubica a cada persona perdida en
aquel cosmopolita laberinto. Su compañero de pieza con un agujero en el
pulmón fisurado siempre por un cigarro cuando no se interna en minutos de
yoga. La atmósfera ante todo esto es cordial, hambre de un pueblo por
levantar su espíritu en aturdidos partidos. Y Dante aquí en una pieza
con dos camas acompañado de su enfermera personal. Dejando el baño para
todo cual quiera bañarse y en las tardes que se escapa es merced de
quienes no han podido dormir la noche. Así es amigo, que además de esto
me acompañan un libro sobre Bakunin, “Hollywood” de Bukowski, Brecha,
“La muerte del Canario del Rey” de Dylan Thomas y John Dawenford. De
hojas en blanco y escritos”. Esta
carta era la comunicación, la compañía lejana al encierro del amigo
Dante. Raquel, su incondicional Raquel lo seguía pero lo sabía distante
y fabuloso. Áspero y suave. Adusto, resuelto en una loca soledad. Por
suerte salió de aquel hospital y se fue. Ahora hace un año que no sabe
nada de su amigo, que no lo ve. Siempre escribe sin remito a Aurora los
libros que nunca edita. El cartero mira el pasillo y habla – Así como la noche llega, la muda voz de la conciencia reside penitente al martirio del hastío que rememora afluencias vigorosas, sutiles y serviles. – El cartero cierra la puerta. Mira la única ventana del estar habitación. A veinticinco centímetros de dicha ventana una pared verde musgo del edificio no sé de que empresa pública. Baraja las cartas y juega un solitario. |
Maximiliano
García
De "Cuentos; Bohemios, Damas, Solos,
Urbanos"
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