Vigencia de un Símbolo Nonosecular: Rodrigo Díaz, el de Vivar Crónica de Flavio A. García Suplemento dominical del Diario El Día Año XXXVIII Nº 1859 (Montevideo, 19 de enero de 1969)
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador... que buen vasallo si oviese gran señor... "Nemo propheta acceptus est in patria sua" |
SIGNIFICATIVA confusión de los días infantiles. Identificamos con audacia al Cid Campeador con Dan Quijote. A Doña Jimena con Dulcinea. E improvisamos carreras en las aue Babieca y Rocinante participaban en fantasiosas competencias... Anacrónico salto de siglos y menjurje de personajes, complicado por el desbarajuste de las casas y dinastías hispanas y musulmanas. Tan sólo nos preocupó que el caudillo burgalés no hubiera tenido a su lado un Sancho Panza, a quien, por su irresistible personalidad, sabíamos ubicar. Simbología infantil Esos nombres entremezclados conformaron la simbología que nuestros maestros procuraban: el honor, el amor, el ideal, el valor y la lealtad. Recordamos que cuando se nos pidió una alegoría conmemorativa de una efeméride nacional, casi sin esfuerzo, espontáneamente, plasmamos un pésimo dibujo que representaba una curiosa figura que los amalgamaba, por sobre el trasfondo del relieve de Artigas, síntesis indiscutida de todos aquellos valores. Claro que se trataba de un Cid _ Quijote héroe de “caballerías... sin la “triste figura”, pletórico de hazañas materiales y espirituales. ¡Ah! y con dos espadas. Por que siempre creímos que el Cid llevaba dos espadas, la Colada y la Tizón, una al cinto y otra al arzón de su cabalgadura, al igual que todos los caballeros del siglo XI. Cometíamos la irreverencia de enmendar la plana a Don Miguel de Cervantes, porque adjudicábamos la misma habilidad a su héroe manchego. Historicidad El Liceo nos dio la medida y eliminó fantasías. Tanto las sobrevinientes de las centurias, como las sublimadas por la ingenuidad de la niñez. Aquel profesor que sabía gastar felices ironías (a lo Jardiel Poncela), casi rompió el hechizo, cuando preguntó: “¿Es que hubo alguna vez un Cid Campeador? Hay quien niega su existencia y lo considera a la par de los héroes fabulosos de la epopeya griega o germánica o de las sagas escandinavas". El impacto fue conmocional, y nos resistimos a entender la posición de los iconoclastas. En reacción nos aferramos a todo detalle que nos hiciera recuperar al ídolo. Pero pronto tuvimos la ventura de conocer las comprobaciones de la investigación que demostraban la historicidad del personaje, y le devolvían su calidad de hombre de carne y hueso. Bien difícil es por cierto desentrañar la verdad de la leyenda, a través de tantos siglos fusionados por la admiración, el odio o la imaginación y de tantos testimonios literarios. Se suceden enfoques hispanistas de panegíricos y leyenda dorada, o arabizantes de diatriba y leyenda negra, sólo coincidentes en su bravura e invencibilidad. Se le atribuyen todas las virtudes y todas las maldades. El ‘‘Cide" pasa a ser desde leal vasallo de su rey a súbdito rebelde o desde caballero andante y defensor de los oprimidos a simple mercenario cruel y sangriento. Sentido prologal Se preguntará la razón de este preámbulo. Vale como referencia comparativa y como pauta de advertencia. Nuestros niños de hoy y el público en general, con poderosos medios de información que llegan a su casa en forma directa, no confunden a aquellos personajes y los diferencian perfectamente. Pero están expuestos a un conocimiento deformado. Así por ejemplo, los más variados intereses explotan la figura del Campeador. Desde los estrictamente comerciales, vendedores de hazañas e idilios forjados en su torno sobre bases más o menos ciertas o convencionales, hasta aquellos que buscan el aprovechamiento circunstancial de un valor de singular atracción popular para compararlo con supuestos hombres providenciales... No es éste el lugar para intentar su estudio histórico, más allá del olvido frustrado en que se intentó relegarlo, del torcimiento de los textos, y de una interpretación del hombre ,el espíritu, las costumbres y la época. Pero es posible pergeñar un esbozo de divulgación. España benjamina Es preciso situarse en aquella España, matriz dolorosa de la creación inmortal .invadida de carne líos africanos, de almoráviles, almohades y abadies, tromba de hijos del desierto precipitada sobre la península ibérica. Rodrigo Díaz, el de Burgos y Vivar, fue súbdito de Sancho II el Fuerte, a quien acompañó en todas sus guerras. Cuando la lanza del traidor Bellido Dolfos quitó la vida a su rey, el Cid fue el primero en correr a castigar al asesino. "Nin vos recibré por Señor" Llegó el momento solemne de la proclamación de Alfonso VI como rey de Castilla, y Rodrigo Díaz fue el único que se atrevió a tomarle el célebre juramento de Santa Gadea. “Hay sospecha de que por vuestro consejo fue muerto el rey Sancho, vuestro hermano, por ende os digo que, si non ficiéredes salva de ello, así como es derecho, yo nunca besaré la mano nin vos recibiré por señor”. El nuevo monarca nunca olvidó lo que desde su punto de vista debió ser increíble ofensa y pronto encontró la oportunidad de desterrarlo de Castilla. Fuera de ella fue donde culminó su personalidad hazañosa, actuando por su cuenta en forma aventurera. Sus triunfos y su lealtad a la corona — olvidando los agravios recibidos — habrían de auspiciar su reivindicación después de la batalla de Sagrajas, en que el rey lo habría de recibir con todos los honores. Las llaves de Valencia El Este de la madre patria fue el escenario de su gloria. Allí venció al Conde Berenguer de Barcelona, que no deseaba la influencia castellana en sus dominios. Allí organizó la resistencia contra los almorávides contra los que luchó permanentemente. Una sublevación en Valencia, auspiciada por estos, acabó con Alcadir, vasallo de Alfonso VI El Campeador se apoderó de la ciudad en épico desafío a Yusuf. Envío sus llaves al monarca castellano que lo confirmó en el gobierno de la misma. En 1099 falleció a los cincuenta y seis años. Su esposa Jimena Díaz resistió posterior ataque de los almorávides. Alfonso VI acudió en su ayuda. Pero finalmente finalmente Valencia fue abandonada en 1102 y cayó en poder de aquellos fanáticos africanos. Lo fantástico Tal fue una brevísima línea histórica de nuestro personaje. No estaría de mis desechar algunos episodios fantásticos en que se le atribuye intervención a través de la literatura y el folklore Así por ejemplo, el desafío que en su juventud tuvo con el conde Lozano, ofensor de su anciano padre, la peregrinación a Samago, durante la cual se le apareció San Lázaro en figura de leproso; la expedición contra el Papa, el emperador de Alemania y el rey de Francia; el engaño de que se valió para sacar dinero en Burgos cuando fue desterrado; la batalla que después de muerto gano a los almorávides; la conversión religiosa de quien había entrado en la iglesia de San Pedro de Cerdeña cuando su cadáver estaba expuesto al publico y se atrevió a mesarle la barba. Que no cuentan, tampoco, ni pudieron contar nunca las pretensas siete llaves con las cuales se fingió enclaustrar perennemente en su tumba, tanta verdad, amor y heroísmo. Reencarnación En la sufrida ciudad de Burgos, a la vera de testimonios de innegable valor y calidad histórica y artística, la concepción plástica de Juan Cristóbal ha plasmado en el bronce su significación. Hace nueve siglos que Rodrigo Díaz entró en la historia, que reconoce en él el símbolo del valor, de la fortaleza, de la justicia, del saber luchar, sufrir y esperar, de una nación heroica. El mundo entero lo tomó como ejemplo y prototipo de la nacionalidad hispana y sus libertades. Lo imaginó montado en su inmortal Babieca, en fiera posición de guerrero insobornable, retador y batallador, apalaciego, a quien amó el pueblo v combatieron los cortesanos... Así también lo imaginamos nosotros. Seguramente el mejor elogio y homenaje que podamos hacerle, es el mismo pensado en los días de la infancia. Con aquella misma pureza, verlo reencarnado en Artigas para nuestro pueblo, en su especial simbiosis de Quijote de la Mancha y Cid Campeador por sus ideales. |
Crónica de Flavio A. García
Suplemento dominical del Diario El Día
Año XXXVIII Nº 1859 (Montevideo, 19 de enero de 1969)
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