El oficio de escribir Oscar Brando |
Último final: Montevideo, Agosto de 1983. Juan, 33 años, recluido en el Penal de Libertad, logra que fuguen del presidio unos apuntes que documentan "sus explosiones más grandes y sus miedos más insoportables". Penúltimo final: 1980. Juan, en prisión, sucumbe a las tentaciones del suicidio y se corta las venas con una hoja de afeitar. Antepenúltimo final; Juan, ex presidiario; persigue a quien fuera su torturador y consuma en él la venganza: se suicida de un disparo dejándolo como culpable del crimen. Lo demás también es literatura. Las palomas no matan (*), breve novela inaugural de Alberto Gallo, simula ser(es) el eventual triunfo de un hombre empujado hacia el abismo; no en vano la novela concluye citando a Pavese: "La literatura es la defensa contra las ofensas de la vida". Vida vicaria, la creación artística nos provoca la ilusión de la orfebrería divina: tal como si pudiéramos escribir a nuestro antojo nuestra propia vida. Primer aspecto, entonces, el de una referencialidad muy comprobable: el de las mazorcas uruguayas pudieron escaparse las palabras que seguían sembrando los sentimientos de los libres, sobre todo la esperanza. El anhelo de justicia se alquimiza en nuestro protagonista transformándose en inevitable venganza. Puede ser el final del escrito: el primer final. Si la primera palabra del libro abre el cauce hacia esa otra vida qué se crea en la novela, la verdadera historia es anterior: es el apresamiento, el cuento de una amistad, la niñez en Colón, el nombre de un oscuro presidente asesinado el 25 de agosto de un año de revolución, el sitio de Montevideo; la figura de un solitario y profesional Rondeau y, muy lejano pero audible, el llanto de un "niño bautizado hacía ya cientos de años y que ahora gritaba sus impotencias a través de su esquina destrozada. Artigas". Los acontecimientos de la historia que desde las ocultas capas subterráneas van emergiendo hacia una conciencia que es de la comunidad viva, sobreviviente, adquieren dignidad simbólica en el mito que el personaje va creando: el Sitio, que es también su sitio al torturador perseguido; el Entrevero, centro neurálgico y nostálgico de las gestas emancipadoras- de las gauchas y de las montevideanas 150 años después-: centro del mundo, el lugar de las palomas (muy certeramente analizadas por Ricardo Pallares en el epílogo de este libro), "fogón del hierro entreverado". Admitamos que no toda esta intrincada red de afluentes alcanza en la novela la relevancia que una obra de más aliento hubiese logrado. Muy medida, tal vez demasiado, queda en suspenso mucha vida (en el mejor de los casos porque la vida quedó afuera) que golpea a las puertas del libro. Pero la historia (la novela) no termina allí, en el capítulo Doce. Gallo agrega un segundo final que titula "Afuera". Este penúltimo capítulo revela un misterio y explica el nuevo, posible fin: el del suicidio. Desde el capítulo Uno encontramos al protagonista desdoblado en un diálogo con un personaje llamado Cesare. Los lectores más informados descubrirán en una rápida alusión a Turín en 1935, y por las citas fechadas en 1937 que se trata de la aparición fantasmagórica de Cesare Pavese. Las citas pertenecen al diario que Pavese título El oficio de vivir y que se publicó después de su suicidio. Otra vez la historia que comienza hacia atrás en el eje de la bisagra de 1950: año del suicidio de Pavese, año del nacimiento de Juan. Y no es sólo que la vida (el compromiso) de Pavese y su suicidio prefiguren los posibles de nuestro protagonista. Es sobre todo esa lección estampada al final con la cita ya copiada: "La literatura, etcétera". Entonces los personajes muertos, desaparecidos pueden volver a vivir, afuera, y comprobar la misma muerte: no la de ficción sino la de las venas sangrando. ¿Por qué después de esto una Aclaración final, el último final? ¿Estará allí esa apuesta a favor de que la vida no ofenda más, que Pallares descubre en el epílogo de su epílogo? La vida triunfa -aún después de este acto sublime- sobre la muerte. Excelente augurio. Para iniciarse Gallo no eligió el camino más fácil. Hay algo victorioso en el resultado. Incluso un buen sentido de lo gramático (teatral); Hay también ambiciones líricas. Sin abuso, la práctica de la literatura seguramente decantará los ripios -cierta inseguridad en la etérea inocencia mesiánica con que se quiere a sí mismo el personaje central y que resultaría más pertinente en un mundo desustanciado y no en el mundo qué el escritor quiere aludir— y acentuará las virtudes. También aquí una esperanza. Oscar Brando (*) Las palomas no matan. Alberto Gallo c/epílogo de Ricardo Pallares. Arca; Montevideo,1987. |
Oscar Brando
Brecha, Montevideo
26 de febrero de 1988
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