Las
obras de los uruguayos Gallo y Butazzoni llegaron a la Argentina |
Dos formas para romper con la herencia literaria |
Para
los escritores uruguayos hubo un antes y un después.
El arribo de los grupos editoriales Planeta y Alfaguara modificó
el ritmo confianzudo y pueblerino que tenía el mercado literario del país.
Con esta expansión en la Argentina empezaron a conocerse otros nombres,
además de los de Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano.
De su relación con estos "padres literarios" y de su propia
experiencia narrativa hablan en esta nota Fernando Butazzoni y Alberto
Gallo, dos autores uruguayos que participaron de la Feria del Libro de
Buenos Aires. Alberto
Gallo, autor de Las palomas no matan
y
Juegos de altillo, acaba de ver publicada su novela Los pelagatos, finalista del Premio Planeta Argentina. Nació en
Montevideo en 1959 y desde hace años divide su tiempo entre la plástica,
el periodismo y la literatura. Es uno de los escritores más jóvenes de
la narrativa uruguaya. Femando
Butazzoni -escritor y ex corresponsal de guerra- le lleva seis años y
varias obras de ventaja: El tigre y
la nieve, La danza de los perdidos,
La noche en que Gardel lloró en
mi alcoba y Príncipe de la muerte,
entre otros títulos. Forman
parte de generaciones literarias distintas. La de Gallo (y también la de
Rafael Curtoisie y Gabriel Peveroni, entre otros) creció con la televisión
y bajo la dictadura que tomó Uruguay entre el 73 y el 85. La de Tomás de
Mattos, Mario Delgado Aparain y el propio Butazzoni, en cambio, partió
-en muchos casos- al exilio y publicó sus obras en el extranjero. Eran
autores prácticamente desconocidos en el Uruguay cuando la democracia
reconquistó el país. -¿Encuentran características
comunes entre los escritores
uruguayos? Fernando Butazzoni: Yo creo que pueden marcarse varios grupos. Uno de ellos es el de los
escritores que, como Gallo, empezaron a publicar después de la dictadura.
Es gente basante despegada de los modelos narrativos tradicionales, y cuya
literatura está, en muchos casos, muy influida por un afán de
posmodernidad. Es una literatura tipo zapping donde, tal vez, lo más
importante es captar la atención y, en el momento en que ella empieza a
decaer, iplic!, a apretar el control remoto y pasar a otro capítulo.
A partir de una cierta militancia periodística, hubo un momento en
que todo era ecléctíco: las narraciones podían ser discontinuas y
desestructuradas y no importaba ni contar una historia, ni la trama, ni el
lector... Alberto Gallo: A mí, lo que más me interesa es contar una historia, pero no me
parece que eso esté reñido con una literatura tipo clip, que considero válida.
Ni creo tampoco que eso signifique ser posmoderno. No me molesta que
alguien me considere así, pero, la verdad, me parece que en el Uruguay
los posmodernos murieron -o, mejor, ni siquiera
nacieron- porque no tuvieron obra. Como dijo Femando, fue más bien un
fenómeno periodístico. Estoy convencido de que uno puede armar una trama
y, a la vez, jugar con las imágenes. De alguna manera, creo que mi
generación escribe desde atrás del lente de una cámara. Yo tengo la
misma edad que la televisión. Fernando Butazzoni: No era mi intención centrar la charla en esto. Creo, de todas
formas, que fue un fenómeno interesante. Parte de ese grupo se convirtió
en una especie de batallón de combate contra los restos de la generación
del 45, sobre todo contra Benedetti, que era una especie de objetivo
permanente. "Démosle a Benedetti", era la consigna. Gallo:
Yo creo que podés estar en contra de tu abuelo sin tener que matarlo. Por
su parte, lo primero que hice fue comerme todo lo producido por la
generación del 45 para saber dónde darle. Y descubrí que me producían
un gran aburrimiento. Pese a eso, algunas me parecían más ejemplo, de
Onetti; leía una página o alguna frase y pensaba "qué hijo de
puta, cómo logró esto". Pero leer todo el libro me requería cierto
esfuerzo. Además, no me motivaban a escribir. Creo que el punto es que no
podía descubrir imágenes en esa literatura. En ese sentido me sentí más
atraído por Felisberto Hemández, porque él supo traducir la imagen,
creo que porque su trabajo era tocar el piano en los biógrafos. -Entre Benedett iy los "posmodernos" está su generación,
Buttazzoni. Butazzoni:
Nosotros estamos en el medio de todo, tenemos vocación de jamón.
Estamos entre la generación del 45 y la de los que vinieron después
de la dictadura; entre el boom latinoamericano de los 60 y el pos-boom;
entre la explosión de las editoriales uruguayas de mediados de los 70 y
la del actual florecimiento de las editoriales españolas. -¿Y qué búsqueda definiría
como propia de su generación? Butazzoni:
La de una literatura más emparentada con lo latinoamericano en general,
con las historias de la historia, con nuestros orígenes culturales,
sociales, nacionales ... El boom del
los 60 opacó una gran literatura latinoamericana, que se conoció menos
pero que influyó mucho: Alejo Carpentier, Guimaraes Rosa, Carlos Fuentes,
Fernando del Paso, nos mostraban a América Latina a través de una
literatura en la que no llovían peces ni los indios decían frases enigmáticas
pero maravillosas. -¿Qué relación establecieron con sus padres literarios? Butazzoni:
Nos paramos de espaldas a esa tradición de la literatura uruguaya de
personajes urbanos, todos oficinistas, pequeñoburgueses, grises; un poco
en la tónica de Benedetti y Onetti. Creo que empezamos a escribir con
polenta. Alguien de la generación del 45 dijo que el Uruguay era un país
tan chiquito que no daba para escribir novelas y que por eso publicaban
cuentos. Nosotros pensábamos que también podían escribirse novelas:
nuestros seres, nuestros fantasmas, nuestros miedos, nuestras tragedias
son un material narrativo tan importante como cualquier otro. -¿Esa fue la única ruptura? Butazzoni:
No. Las generaciones del 45 y del 60 tienen concepciones ideológicas y
filosóficas mucho más claras y tajantes que las nuestras, y las pusieron
en toda su literatura. A nosotros, la vida se nos presentó distinta. En
una de mis novelas cuento la historia de una uruguaya que estuvo en un
campo de concentración en la Argentina. Mientras escribía me encontré
con que esa mina no era una heroína; de hecho, se había salvado porque
se encamó con el capitán que la torturaba. Sin embargo, seguía siendo
mi heroína a medida de que pasaban las páginas. Creo que el resultado
estético de este trabajo es mucho más complejo del que hubiera logrado
si contaba la historia de una mina de fierro, que se bancó todo y que
debe ser tomada como modelo. -¿Por qué Onetti, Benedetti y Galeano
se transformaron en las figuras más conocida de la literatura uruguaya? Gallo:
Creo que porque –con excepción de Onetti, que fue una especie de
escritor para escritores- Galeano y Benedetti son absolutamente masivos y
sencillos. Me parece que a un público grande lo atrapa la sencillez, y
eso no es algo fácil de alcanzar. Butazzoni:
Yo creo que cada uno es un caso distinto: Benedetti apostó a lo que en un
momento nadie apostaba, la poesía, y ése ha sido su gran vehículo de
comunicación con las masas. Los adolescentes, por ejemplo, le piden autógrafos
como si fuera una estrella de rock. En el caso de Galeano creo que el
elemento clave es otro: él se convirtió en una especie de gran cronista
latinoamericano, especializado en recoger historias y contarlas bien. A mi
entender es mucho más un cronista que un narrador, está mucho más cerca
del periodismo que de la narrativa de ficción. A diferencia de ambos,
Onetti nunca fue un escritor popular ni tuvo grandes éxitos de ventas;
hizo su obra, se cagó en los editores, en los críticos y en todo y
cuando tenía 60 años empezó a ser revalorizado. Lo que tienen en común,
sin embargo, es que los tres apostaron por algo -Onetti por su mundo y a
su tono narrativo, Benedetti por la poesía y Galeano por ser el gran
cronista-, doblaron y doblaron la apuesta hasta que el número que
eligieron salió. El
mercado "Antes
todo era a pedal", define Fernando Buttazoni para explicar cómo
funcionaba el mercado del libro uruguayo, antes de la irrupción de los
sellos Alfaguara y Planeta. El tablero de la literatura, hasta entonces
compuesto por editoriales chicas cuyas tiradas no superaban los quinientos
o mil ejemplares, sacudió todas sus fichas hace dos años. “Nos decían
que nos iban a publicar y a lo mejor pasaban dos años, pero nosotros los
esperábamos porque éramos amigos y porque la cosa funcionaba así.
Nosotros solo queríamos escribir y que nos publicaran”, comenta Alberto
Gallo. Con
los capitales españoles llegaron los criterios de marketing aplicados a
los libros, los ejemplares con tapas vistosas y hasta los adelantos por
los derechos de autor. "En mi caso -agrega Gallo- todo esto generó
cierta culpa. Finalmente nos fuimos porque eso nos daba la posibilidad de
que nos leyera más gente." Pero quedaron amigos. Y los sellos más chicos cambiaron la ficción por el ensayo. Con el sacudón, las fichas salieron disparadas para distintos lados y eso volvió, en parte, imprevisible los movimientos del tablero. "Todo esto es importante en cuanto al intercambio y la difusión de las obras -arriesga Butazzoni-. Pero también me parece que puede dañar al escritor si éste ambiciona esa especie de estatus que da ser internacional, masivo, traducido y exitoso. Creo que hay que tener cuidado con los espejitos de colores." |
Judith Gociol
La maga (Argentina)
14 de mayo de 1997
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