Una atractiva novela destaca a Alberto Gallo entre los jovenes escritores uruguayos |
Pelagatos
ilustres y desconocidos |
Escritor
y periodista, Alberto Gallo (1959) obtuvo con Los
pelagatos el Premio Municipal de Narrativa de Montevideo 1996 y
destacado lugar entre finalistas del Premio Planeta de Buenos Aire mismo año.
Tras la publicación de "Las palomas no matan" (1985) y
"Juegos de Altillo" (1993), su tercera novela cuenta con
referentes autobiográficos y retratos de mundos muy variados: el de
Miguel de Cervantes Saavedra, el del hijo de un mago montevideano
aficionado al cine, el de la marginalidad de la prostitución y sus
inclemencias.
Un
soldado llamado Miguel Mucho
antes de que Miguel de Cervantes Saavedra escribiera "El Quijote”,
fue soldado de Felipe II, perdió un brazo en la batalla de Lepanto contra
los turcos y pasó varios años en Argelia, en cal¡dad de prisionero del
rey Hassan, junto a otros españoles. Alberto
Gallo investigó esa historia en Europa, atraído por la enigmática
figura de quien certificó la primera edición de "El Quijote" y
le puso precio de venta: Juan Gallo de Andrada. Además de ser un lejano
antepasado, el personaje despertó en el autor más de una pregunta, según
señaló a Búsqueda. “Yo
tenía una relación tensa con “El Quijote”. Con ese libro perdí un
examen de literatura y jamás lo pude leer de un tirón. Aunque pueda
parecer una herejía, creo que la novela de Cervantes ya no funciona como
hace 400 años. El humor ha cambiado, las connotaciones del tema militar,
una cantidad de cosas ya no vibran como en el momento de su edición. Pero
siempre me interesó mucho la época de Cervantes y me intrigó investigar
a este antepasado que le certificó el libro, quedando aplastado entre la
figura de su padre, un conocido hombre de la Corte, y el mito de El
Quijote”. Encontré unos
pocos datos, ya que nadie ha registrado su historia, y eso me permitió
imaginarle un pasado y reunirlo con Cervantes en Lepanto y Argel.” La
novela incluye seis cartas de Juan Gallo al rey, en las que cuenta las
aven turas
de Cervantes en la guerra. Son apócrifas, pero, su contenido, asegura
Alberto Gallo, es verídico: “A partir de¡ año '40 se habla de la homosexualidad de Cervantes,
negada sistemáticamente por sus cultores. Pero en 1992 el Profesor francés
Jean Canavaggio obtuvo el premio Gouncourt de biografía con ´Cervantes,
en busca del perfil perdido'
y allí el tema se hace explícito.
Asegura que Cervantes se
salvó en Argel y salvó a
todos sus compañeros por su relación homosexual con
el rey Hassan. En mi investigación encontré que los turcos tenían este
tipo de relaciones con sus cautivos, que llevaban a sus palacios a los jóvenes
de cierto atractivo y los llamaban 'gargones'. Por algún motivo Cervantes
ejerció un atractivo profundo en Hassan, lo que durante varios años le
permitió pasear por las calles de Argel y moverse con libertad mientras
sus compañeros permanecían encerrados. Ellos creían que se había
convertido al Corán, pero no fue así. Vivió muchas aventuras y buscó
el camino de regreso a España. "Cuando
me encontré con todo esto dije: pero acá tengo una novela histórica
espectacular. Como no me gustan mucho las novelas históricas y creo que
se está abusando de ellas, finalmente me propuse conciliar esa
investigación con una trama actual' El
hijo del mago Alberto,
el protagonista de Los pelagatos, es un adolescente montevideano que
recibió de manos de su abuela una caja de roble con el legado familiar:
las cartas de Juan Gallo al rey y el segundo ejemplar de la primera edición
de “El Quijote”. Es el hijo del mago Munchausen, también relojero,
dedicado a entretener a los niños con toda clase de trucos ensayados en
el ámbito doméstico y familiar. “Los cimientos de esta novela son todos autobiográficos, distorsionados luego por el transcurso de n la propia narración -dice Alberto Gallo-. Mi papá fue mago, pero no se suicidó, como el de la novela. Mi madre hacía vestidos de novia, pero no era hippie. Mi padre es un hombre muy curioso. Entonces usaba nombre de detective, "Jack" se vestía de hindú, con turbantes y una piedra ónix en la frente, y las letras inscritas en todos sus objetos eran chinas. Pero papá, además de ser mago, era relojero y eso significó muchas cosas." “En la escuela me daba mucha vergüenza, era un ... bochorno. La maestra preguntaba por la ocupación de los padres y uno contestaba abogado, otro panadero. Pero cuando me tocaba a mí decía que mi papá era mago y relojero, sentía detrás las risas y burlas de mis compañeros. Me llevó años descubrir cómo me marcó la magia y la relojería. En mi casa no había biblioteca porque mis padres no son lectores, y sin embargo fue para mí un ámbito muy propicio. Mi, madre, con su confección de vestidos de novia, le agregó la poesía necesaria a la magia que hacía mi padre y yo veía desde otro lado que el público. El engaño de la magia es el mismo de la literatura. El otro sabe que le estoy haciendo un truco pero yo no dejo que lo vea. Es una complicidad con el otro. En realidad todos se están haciendo un truco. El mago engaña, pero el otro también se deja engañar, de lo contrario no se produce la magia.” "Ayudaba a mi papá, con mí hermano, en los cumpleaños y en
algunas fiestas de fin de año del Canal 12. En el fondo sabíamos que estábamos
engañando. El hecho era, como en la literatura, saber hacerlo. Pero
durante muchos años no me cerraba la doble profesión de mi padre. Para mí
la magia era una cosa abstracta, fantástica, y la relojería la precisión
del tiempo. En mi casa, a las doce, todos los relojes tocaban sus
campanillas, salían los cucú, sonaban
los relojes del negocio, que, estaba
al frente de mi casa, los de los
cuartos y los del cine”. ”Vivíamos al lado del cine Lezica,
en Colón, y una rejilla de
respiración daba a
nuestro patio, por lo que mi
hermano y yo nos pasábamos horas oyendo los diálogos de las películas,
jugando a memorizarlos. Como mí
padre arreglaba los relojes del cine, nosotros pasábamos gratis a todas
las funciones e incluso nos dejaban ver las películas prohibidas para
menores. Fue una época maravillosa que me marcó para siempre y me dejó
grabados un montón de diálogos
que todavía recreo en
un programa d eradio, donde tengo una columna que se llama `Los butaqueros´.
Allí jugamos a recordar escenas, gestos, detalles de infinidad de películas”. La crueldad y el erotismo El
cine Lezica funcionó en Colón hasta la pubertad de Alberto Gallo, cuando
cerró sus puertas y fue convertido en un criadero de pollos. La novela
narra una tragedia doméstica que enfrentó al protagonista y a su autor
con la misma impiedad. "La remodelación del cine para su nuevo destino coincidió con una veda de carne. Los obreros se comieron a mi gata Manchita -explica el novelista-. Aquello fue terrible para mí. Una cosa despiadada para un niño... Hace poco tiempo leí una noticia: en Rosario, Argentina, la gente cazaba y comía gatos para sobrevivir. Esto me trajo el recuerdo de lo que me había pasado y decidió el título de la novela, en la que al fin de cuentas todos comen gatos, y son pelagatos, en cierto sentido: Miguel de Cervantes en su vida de soldado, los obreros del cine, la prostituta Isabella”. Y
es que varios años después de la infancia en Colón, el protagonista d
ela novela se cruza accidentalmente con una prostituta y su hermano
proxeneta, quienes lo contactan para llevarlo a un hotel donde filman películas
pornográficas con cámaras ocultas. El personaje los ve desde la ventana
de un edificio, en el momento en que aprietan a un conocido meteorólogo
que aparece por televisión y lo extorsionan con el video. A partir de
entonces el personaje viaja con Isabella hasta la frontera con Brasil
llevando en la guantera del auto la caja de roble con su legado, abrigando
la esperanza de poder vender su tesoro familiar. La experiencia introduce
en la novela el pasado marginal de lsabella y un fuerte erotismo. ”El erotismo que aparece en mis libros creo que tiene relación con la
experiencia de la dictadura -asegura Alberto Gallo-. Durante la dictadura los jóvenes la pasamos muy mal, no teníamos nada
que hacer. Era insoportable: no poder
juntarse, que te palparan el culo todo el tiempo para ver si tenías un
arma. Llegué a odiar esta ciudad,
llena de militares y policías.
No podíamos hablar, escribíamos en secreto. Varias veces estuve con las
valijas prontas para irme. Lo único
que podíamos hacer era ir al cine, a los
bailes y encamarnos. Cuando
los padres de alguno se iban de viaje, por ejemplo,
la casa se llenaba de diez
parejas y durante
días no asomábamos la nariz
afuera. El encierro también era
propio, pero era el encierro
para el erotismo. No teníamos
otra cosa más excitante que el
sexo." En
varios pasajes del libro aparecen situaciones de extrañamiento, propias del género fantástico. Pero operan como pinceladas fugaces, dentro de un contexto fuertemente realista. “Me
dejo llevar
por el juego de la escritura. Para mí
escribir es algo muy lúdico, como volver a jugar con los soldaditos de
plomo y
los autitos
de la niñez. Pero también creo
que en Montevideo ocurren cosas fantásticas, que no suceden en
otras ciudades. Varias situaciones
de la novela que parecen fantásticas,
allí
están exageradas pero sucedieron
en realidad. Por ejemplo, supe
de una niña que se metió una semilla de
limón en la nariz y cuando los padres advirtieron que respiraba mal y la llevaron al médico, le extrajeron la semilla con
un brote que comenzaba a despegarse en sus fosas nasales. Y también es
cierto que muchas cosas que a nosotros nos parecen habituales, a los
extranjeros les parecen irreales, como los caballos que circulan
entre los autos, cagando por la
principal avenida de nuestra
capital. Así que ojo con lo fantástico en Montevideo, porque suelen
ocurrir cosas bastante extrañas”. La cornisa Alberto
Gallo presentó Los pelagatos en
la última Feria del Libro de Buenos Aires, donde se dio a conocer al público
argentino con esta novela de potente eficacia narrativa. Sus tópicos
centrales, anteriormente tratados, convergen en una simultaneidad de
planos donde abunda el humor, momentos de ternura e impiedad, homenajes al
cine y sobre todo, un vigor novelístico que Gallo despliega y cierra con
destreza y precisión de relojería. Entre
los momentos más emotivos destaca la evocación del mago Munchausen, el
mundo de su vida familiar y sus experimentos caseros. Una intensidad poética
rara vez alcanzada por la prosa encuentra su momento cumbre cuando antes
de suicidarse desde la azotea de un edificio, Munchausen enciende un
cigarrillo y deja la cajilla sobre la cornisa, donde han quedado grabadas
"las huellas del mago”. La imagen, de llana materialidad, alcanza
para nombrar lo que el padre del protagonista tuvo de misterioso, denso y
al mismo tiempo fugaz. También la singular condición de esta novela,
tensada por la descomposición del tiempo y su ensamble final. "Los pelagatos", de Alberto Gallo. Planeta, 1997, 287 páginas. Distribuye Planeta. |
Carlos María Domínguez
BUSQUEDA
12 de junio de 1997
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de Gallo, Alberto |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |