Prólogo a
"Los Modernistas" de Víctor Pérez Petit |
Víctor Pérez Petit publicó "Los
Modernistas" en 1903. La primera edición luce el sello editorial de
la Biblioteca del Club Vida Nueva y fue impresa en la imprenta de
Dornaleche y Reyes. En el mismo año se agotaron dos ediciones
—demostración de un mayor interés por la lectura que en la
actualidad— y había rehecho el ensayo para una tercera, sobre la
evolución de la poesía en Francia, que se publica corregido y aumentado
en el tomo VII, de sus obras completas, edición nacional, bajo el epígrafe
de "Crítica". Compulsando las dos ediciones (1903-1943)
observamos en la parte dedicada al Romanticismo algunos agregados. En la página
19 (ed. 1943) una media página más sobre la crítica negativa contra Víctor
Hugo, absolviéndolo de sus críticos, más gramáticos y académicos que
verdaderos "sentidores", agregando un fragmento de "La Légende
des siécles". En general se
trata de pequeñas correcciones de estilo, como se puede ver en estos dos
textos: EDICIÓN DE 1903 "La juventud tenía en los versos del autor de «Rolla»
y «Las Noches» un fiel espejo que le reproducía sus amores y sus
pesares; que les hacía vivir y enternecerse: esto era lo que se deseaba
hacía ya largo tiempo...". EDICIÓN DE 1943 "La juventud hallaba en los versos del autor de «Rolla»
y de «Las Noches» un fidelísimo espejo que le reproducía sus amores y
sus tristezas; que le hacía enternecerse y llorar sobre sí mismos: esto,
en substancia, es lo que se anhelaba hace tiempo: oír una voz que hablara
del propio dolor, de la desesperanza común". Dedica media página más a Sully
Prudhomme, citando algunos fragmentos de sus poemas. Este poeta, sin duda,
merecía mayor atención y el juicio resulta así más perfecto. A
Banville, como era lógico, debía dedicarle más espacio, y lo hace,
transcribiendo algunos fragmentos de su funambulesco poema "Mascarade"
que imitara Rubén Darío en "Prosas Profanas" y suprime el
detestable adjetivo: vexilífero que aplicaba a Banville. La misma
observación cabe ante sus opiniones sobre la poesía de Baudelaire,
Gautier, Mallarmé y otros grandes líricos franceses. Hay un mayor
ajustamiento en la edición de 1943; pero fundamentalmente creemos, al
cotejar los dos textos, que el crítico no cambió de opiniones, pues
mantiene lo fundamental de sus juicios sin mayores variaciones. En la edición de 1943 el autor excluye el ensayo
dedicado a Rubén Darío, precisamente el pontífice máximo del
modernismo. Tal vez esta exclusión obedezca al deseo de subsanar un equívoco.
El libro debió titularse "Los modernos" y no "Los
Modernistas". Los autores analizados en el volumen, con excepción de
Rubén Darío, son los principales inspiradores del modernismo y del
postmodernismo: Verlaine, Mallarmé, Banville, De Castro, D'Annunzio,
Tolstoy y Whitman. Sólo Rubén Darío es modernista. El autor quiere
justificar su exclusión alegando que dada la extensión del volumen ha
dejado aparte a Rubén Darío para integrar el volumen titulado: "Heliópolis".
Pérez Petit en el prólogo de la edición oficial reconoce el error, pero
no cree necesario subsanarlo por haberse encariñado con el título, o
bien por entender que los libros cuando adquieren cierta fama no deben
cambiar de título, manteniendo aquel por el cual fueron conocidos. Pérez Petit no concibió "Los Modernistas"
como una obra aislada, sino como una pieza de un vasto friso del que
formarían parte también otros volúmenes que él no escribió y serían
la continuación de éste: "Los realistas" y "Los
idealistas" que nunca se publicaron. Libro de adolescencia, "Los Modernistas",
revela, no obstante la inmadurez del autor, a un sagaz crítico de una
erudición poco común en la época, con amplias lecturas de los más
variados cultores del arte contemporáneo. Zum Felde señaló en su
"Proceso Intelectual del Uruguay" las virtudes y la eficacia de
Pérez Petit como crítico: "La crítica, la parte más olvidada de
su labor, es sin embargo, la que ha tenido más significancia y
efectividad en la historia de nuestras letras. La crítica de Pérez Petit
representó en aquel período indicado,
una indudable acción saneadora, combatió y abatió, sañudamente al
romanticismo recalcitrante que aún seguía dando sus ñoños frutos en
nuestro ambiente y pretendía mantener las normas de su idealismo senil y
de su moralidad provinciana, para abrir paso a las tendencias renovadoras
de la época y las corrientes modernizantes que llegan de Europa. Primero
fue el más decidido y pujante adalid del realismo en la novela, luego un
no menos decidido propagador del modernismo. Así de Zola a Ibsen, de
Baudelaire a D'Annunzio, todo el complejo movimiento literario europeo del
último tercio del siglo XIX halló en él un enérgico agente, frente a
la inercia conservadora y al pacato espíritu de aldea. Escribió de
continuo gran número de artículos en los diarios de la época y en las páginas
de la Revista Nacional que dirigía. Fustigó duramente a muchos pseudos
escritores cándidos y ramplones, que entonces gozaban de cierta gloria
lugareña o empezaban a conquistarla; lo cual le granjeó numerosos y
enconados resentimientos". Esta crítica a que se refiere Zum Felde,
un tanto agresiva y esporádica, no es la crítica de "Los
Modernistas" de otra envergadura, es una crítica menuda, profiláctica
que al parecer Pérez Petit ejerció más como un oficio o deporte que
como una vocación, pues el verdadero, el alto crítico se encuentra en
este libro y no en los numerosos artículos "ars minor"
dispersos en periódicos y revistas. La parte negativa del crítico, la observó Roxlo en el
tomo V de la "Historia Crítica de la Literatura Uruguaya", en
el extenso estudio que le dedica a Pérez Petit, quizá demasiado extenso,
cuando dice: "¿Cuál es en resumen nuestra opinión sobre "Los
Modernistas"? Se trata de un libro de juventud. El estilo es hermoso.
Como labor retórica Pérez Petit en ciertas ocasiones antes parece que
atiende más a su estilo que a las cualidades características de los
criticados. Presta a la obra de éstos no pocos relumbres de la luz que
arde en el altar de su propio espíritu". Y concretando su juicio
sobre el crítico que hay en Pérez Petit, agrega: "El lenguaje es
rico, caluroso, flexible, animado, musical y grandilocuente con mucha
frecuencia".. . Roxlo vislumbró la grandilocuencia del estilo del crítico,
sus excesos verbales, que muchas veces, no siempre, disminuyen su enfoque
de crítico, especialmente cuando el autor se deja llevar por el
entusiasmo que despierta en él la obra que analiza. Entre el juicio un tanto general de Zum Felde y el más
analítico y preciso de Roxlo, equilibremos nuestra opinión respecto al
valor estético y crítico de "Los Modernistas". Ambos valores
existen como lo demuestra Roxlo. "Los Modernistas" es un libro
bellamente escrito. Pérez Petit tiene más el estilo del ensayista que
del crítico, y en este arte de hacer una bella crítica nos recuerda al
Rodó analizando "Prosas Profanas" de Rubén Darío, tarea que
realiza Pérez Petit con un sentido general en la primera edición de
"Los Modernistas". "Los Modernistas" comienza con una larga
introducción sobre "La lírica en Francia". Pérez Petit pasa
revista a todas las escuelas y a todos los poetas franceses desde el
romanticismo al decadentismo, glosando la obra de sus principales
cultores, glosando especialmente la obra de los jefes de escuelas como
Hugo, Verlaine y Mallarmé, ocupándose después de estos dos últimos con
mayor detalle. Para conocer las opiniones, o mejor dicho, las inclinaciones de Pérez Petit por las escuelas francesas (de poesía del siglo XIX, es interesante destacar previamente qué preferencias tuvo cuando él también cultivó la poesía influido por las mismas escuelas que critica, en un libro tan representativo en este sentido como "Joyeles Bárbaros", publicado en 1907. El título recuerda los "Poémes Barbares" de Lecomte de Lisie quien había actualizado el tema oriental y joyeles, es palabra preferida por los parnasianos. Fueron Lecomte de Lisie y Joseph Marie de Heredia, el cubano afrancesado, quienes influyeron en la poesía de Pérez Petit, como se puede apreciar en este soneto del libro citado, titulado "Bacanal indú" que reproduce la temática y la técnica de los sonetos de Heredia: |
Con
elásticos saltos de panteras van
a través de baobabs gigantes : persiguiendo
a las pálidas Bacantes que
huyen en un tropel de cabelleras, Alcánzalas,
por fin. Las rudas fieras;
ruedan
sobre las carnes palpitantes, que
sienten en sus flancos humeantes una
resurrección de primaveras. Y
mientras en frenéticos excesos ; se
encorvan las caderas luminosas y
en las bocas de amor crepitan besos
como
rojas e intensas llamaradas, bajo
las uñas de placer crispadas, surgen los senos un verjel de rosas. |
Salvo dos detalles sin mayor importancia,
pero extraños para un hombre de la cultura de Pérez Petit: bacantes, es una expresión que se aplica a lo griego y
no a lo hindú, y que Baobab es un árbol africano y no asiático, este
soneto, como otros del mismo libro muestran el influjo candente de la
escuela de la impasibilidad, del arte marmóreo que concebía un poema
como un plinto o un friso de ornamentales volutas y de escenas en relieve,
que como Pérez Petit lo había dicho a propósito de los versos de Henri
de Regnier semejaban ánforas artísticamente labradas; vasos de plata con
prodigios de cincel donde la luz se quebraba como sobre una rodela bruñida. Con anterioridad a la publicación de "Joyeles Bárbaros"
había sufrido Pérez Petit el influjo renovador del realismo y de su técnica
desnuda, que como una ráfaga de viento sureño limpió de miasmas la ñoña
y ya decadente literatura post-romántica y hará profundo impacto en
"GIL", novela corta que escribió en 1893 que encabeza el
volumen de relatos así titulado, obra que Más y Pí considera de un
naturalismo —la extrema izquierda del realismo— que llevado a este
punto hace olvidar el arte y lo bello para reducir la obra a la
impasibilidad de un espejo cruel en su detallismo implacable. Pero ahora
era el parnasianismo con todas sus seducciones y sus encantos la escuela
de sus preferencias. Cuando descubre el arte exquisito de D'Annunzio
reacciona contra los excesivos cultores de la forma, contra aquellos que
como Lecomte de Lisie cincelaban un poema como un Benvenuto Cellini creaba
un fino vaso ornamental. El estilo de Pérez Petit se hizo más sensual, más
flexible, más rico; pero este estilo poético se expresa mejor como
expresión poética en la prosa que en el verso. Sus preferencias por la luminosidad parnasiana le hacen
ver oscuridad en el Decadentismo y la médula de su crítica a dicha
escuela finca en ese detalle. "Los decadentes —dice— acogiéndose
a esa retórica que consiste en no tener ninguna retórica, que finca su mérito
principal en la nebulosidad, que no quiere expresar ideas sino músicas
impares, músicas imprecisas y vagas «solubles en el aire» como el humo
de un cigarrillo, las almas de excepción, ajenas por completo a este
mundo en que vivimos, apartados de nuestro modo de pensar y de sentir,
especie de bólidos caídos del cielo, de otros mundos, del limbo tal
vez.. . nos han hablado de un idioma que acaso no comprenden ellos mismos
y pretenden que nosotros, los profanos, los interpretemos". La oscuridad parece ser la objeción fundamental de Pérez
Petit al decadentismo. Esta oscuridad, no siempre buscada ex-profeso era
la forma de expresión propia de una escuela que, como dijera Mallarmé y
lo había dicho magníficamente, enseñaba que: "Nombrar un objeto es
suprimir las tres cuartas partes del placer que se experimenta adivinando
un poema poco a poco; sugerirlo, he ahí el ideal. El uso perfecto de este
misterio es lo que constituye el símbolo; evocar por partes un objeto
para mostrar un estado de alma, o a la inversa, escoger un objeto y después
de él un estado de alma por medio de una serie de soluciones". El colorismo de Rimbaud en su célebre soneto de las
vocales que nos muestra una trasposición gráfico-cromática al sugerir
el color de cada vocal, le parece a Pérez Petit de una originalidad
rebuscada como para atemorizar a los buenos burgueses que no entienden
beber sino cuando tienen sed y eso todavía, si se trata de agua de la
fuente pública. No
creemos que Rimbaud haya escrito este soneto "pour
épater le bourgeois". En todo caso es el resultado de una alucinación
interior y lo más que podría sugerirse con una concepción a lo Max
Nordau, tan a la moda en la época en que Pérez Petit escribía "Los
Modernistas", es que dicho soneto podría ser el resultado de un
estado morboso de alucinación cromática. No hay en Pérez Petit,
escritor de fina sensibilidad, incomprensión absoluta para la poesía de
Rimbaud. Consecuente con su lema: "Primero cambiaré de todo, menos
de comprender", interpreta lo más profundo de la poesía de Rimbaud:
"Rimbaud, dice, sabe también de honduras filosóficas y de
pensamientos graves. Cuando se desentiende de la pintura triste y amarga
de la realidad circundante, asciende a la poesía simbólica, de un vuelo
caudal, fronteras de los astros. Así le vemos en "Les Assis",
su composición más honda, su pensamiento más bello, ofrecernos el
espectáculo de esos fantasmas negros, de ojos circundados por anillos
verdosos, con los dedos crispados sobre los esqueléticos fémures, condenados
a su silla, amarrados a su silla, impotentes, silenciosos, trágicos. Y así
lo vemos en "Bateau ivre", otro momento de altísima inspiración,
cuyo simbolismo es fácil de alcanzar, describiéndonos su propia
existencia, la amargura del rodar eternamente sobre el mar al capricho de
los vientos y de las olas Es cierto que los decadentes llegaron en su afán de originalidad a cometer excesos de extravagancia mucho más avanzados que las acrobacias funambulescas de Banville, o que los sonetos cromáticos de Rimbaud, como aquellos poemas descalabrados de Montesquiou Fezensac que hacen exclamar indignado a Pérez Petit: "He aquí a lo que ha venido a parar aquella poesía centelleante de los viejos románticos, aquella aurora que resplandeció sobre el patíbulo de Chénier, cuando el divino Apolo, con su presentimiento golpeó su frente exclamando: "Siento que aquí hay algo". He aquí a lo que se ve reducida la lírica francesa después de haber escalado los Himalayas del pensamiento! He aquí los últimos resplandores de aquel sol que escaló el cénit guiado por el inmortal creador de la "Légende des Siécles". Continuación de la brillante síntesis de la poesía francesa son los ensayos que dedica a dos grandes poetas del simbolismo: Paul Verlaine y Stephane Mallarmé. De Verlaine ha tenido Pérez Petit la sagacidad crítica de señalar las distintas etapas por que atraviesa su poesía, desde sus comienzos parnasianos hasta su exaltación simbolista y su última etapa, mística. El temperamento del poeta, humano, demasiado humano, no se avenía con la impasible frialdad parnasiana. Cuando Verlaine escribe sus "Poémes saturniennes" su alma vibra a través de lo cadencioso. Es frío, yerto, escultórico, dice Pérez Petit y el verso parece una estatua animada, una gran estatua de plata, cuyas articulaciones crujen con sonidos argentinos. Verlaine evoluciona hacia el simbolismo y atraído por Mallarmé publica 'Tetes Galantes", un libro de refinada evocación del siglo XVIII, que tanto imitara Rubén Darío en "Prosas Profanas". En uno de sus poemas, como al desgano, Verlaine expone su nueva estética: |
"De
la musique, avant toute chose et
par cela, prefere l'impair, Plus
vague et plus soluble dans l'air Sons ríen en luí que pese ou que pose". |
Bajo la influencia del genial Rimbaud,
Verlaine se vinculó al decadentismo, llegando a ser uno de sus más
grandes pontífices. Pérez Petit explica muy bien esta transformación
del poeta en virtud de su amistad con Rimbaud: "Seducido por los
principios y refinamientos de su amigo, el autor del «Sonet des voyelles»,
trató de oficiar ante el altar sagrado con plena conciencia de sus
deberes. El único fin de la poesía era la emoción y ésta debía
obtenerse, no por los medios comunes y vulgares utilizados por todos los
poetas, sino valiéndose de palabras vagas, de armonías imitativas, de
frases simples, aéreas, casi incorpóreas, que, reunidas y dispuestas
sabiamente, dieran o procuraran la sugestión de los sentimientos,
imaginaciones e ideas señaladas por el poeta, y entendiéndolo así Paul
Verlaine, cuyo espíritu era, precisamente sencillo y vago, dedicóse con
ahínco a usar las asonancias, en vez de las rimas sonoras y opulentas que
usara en sus primeros versos y de los ritmos pares y simétricos que
prestaban aquel timbre marmóreo a sus estrofas parnasianas y manejó con
soltura y primor ese lenguaje amorfo, de medias tintas, de modulaciones
equívocas y sugestivas, que debía traducir los secretos vuelos de su
imaginación desordenada, las fiebres que infiltraba en su cerebro el amor
de la «hada verde» y las extrañas y complicadas emociones de su alma
febril, llena de vacilaciones y temores afrodisíacos con rubores de
castidad y femeninamente nerviosa y mística en sus mejores horas de
serena abstracción y de dicha sosegada". Esta fue la última etapa de su ascensión. Cerca de
Dios, o queriendo acercarse a
él, Verlaine debate entre el pecado y el perdón, entre la carne y
el alma, y sus plegarias de gran elevación ritual tienen su eclosión en
"Sagesse". No siempre Pérez Petit se deja llevar por la
amplitud de su estilo, a menudo enfoca su lente crítico con sagacidad y
entra de lleno en la esencia de los temas como lo confirma el juicio
arriba expresado. En cambio, Pérez Petit se deja llevar por su imaginación
cuando nos describe a Verlaine vestido a la usanza de un caballero de la
época de los Borgias. Roxlo, con admonición demasiado dura para Verlaine,
dice "que ese irascible, ese sátiro, ese alcohólico, ese sodomita,
ese vagabundo, no puede convertirse jamás por mucho que se afane la
imaginación, en un caballero elegante y magnífico de la edad de los
Borgias". Claro que el caballero podría ser también un alcohólico,
un sodomita. Lo ridículo de la comparación no está en el plano moral,
sino en lo físico. Por más refinado que fuere el espíritu de Verlaine
no podría parecer, por su físico vulgar y tosco, un elegante y
distinguido caballero de una corte italiana del siglo XVI. El ensayo dedicado a Stephane Mallarmé, el más breve
de todos, no es el más feliz. Apenas si Pérez Petit alcanza a señalar
el hermetismo del maestro del simbolismo. Lo compara con la sibila de
Cumas y apenas si puede interpretar sus oráculos. Confiesa su impotencia
para comprender la poesía de aquel solitario profesor de inglés que poseía
un concepto tan elevado del arte que le molestaba que sus versos fueran
aplaudidos por más de veinte personas. Cierto es que citar
fragmentariamente a Mallarmé es "como cortarle un seno a una mujer
hermosa". Pérez Petit elude la crítica del hermético poeta de
"L'aprésmidi d'un faune", exclamando: "¿A quién oír
Dios mío? He ido a París a visitar el oráculo y he vuelto lleno de
dudas y zozobras". El teatro contemporáneo es enjuiciado en "Los
Modernistas" a través de la exégesis de tres grandes dramaturgos:
Henri Ibsen, Gerhart Hauptmann y Augusto Strindberg que representan en la
escena contemporánea, respectivamente, el teatro de ideas ("Hedda
Gabler"), el tema social ("Los tejedores") y el psicológico
("La señorita Julia"). De los tres estudios, el más penetrante
es el que dedica a Augusto Strindberg. "Todos los desengaños y
desventuras que han ennegrecido las horas de la existencia del artista están
fielmente retratados en "Pére" y "Le pledoyer d'un fou",
y por eso, precisamente, esos libros, como cualquiera de los de Goncourt,
algunos de los de Bourget (que, dicho sea de paso, tan admirablemente
reproducen el alma femenina) nos dejan hondamente impresionados. Y
atendiendo únicamente a la obra encuentro un arte viril, hermoso y
trascendental. Frente al romanticismo, frente al arte de los decadentes,
frente a las ideas de los escritores empapados no ya tan sólo en el
misticismo o que hablan como Brunetiere, de la bancarrota de la ciencia,
sino que se creen vivir en el Alfa del Centauro porque siguen las
tendencias evangélicas de un Tolstoy o las ideas igualitarias de un
Bjorson, el drama de ideas de Ibsen y las ideas sociológicas de
Strindberg se me representan como un esfuerzo poderoso y puro, capaz de
vivificar la moribunda literatura contemporánea". Strindberg parece
ser el autor favorito de Pérez Petit y su exégesis más entusiasta y
comprensiva demuestra ser muy superior respecto al estudio que dedica a
Hauptmann, que se le escapa por las aberturas de la malla de sus redes,
pues no consigue atraparlo. Toda su crítica, la visión personal del
autor aparece a través de una escena de "Los tejedores", en un
diálogo con Leroy Beaulieu, el economista francés. Las ideas del gran
dramaturgo, y su técnica dramática, merodea por las afueras, permanece
ausente. Juzga al autor a través de un personaje. Ibsen, como ensayo crítico, no es inferior en sagacidad
y agudeza crítica a los demás ensayos dedicados a la dramática
contemporánea. Las ideas de Ibsen, sus concepciones sociales, su poderoso
individualismo, el análisis espectral del alma humana recobra un vigor
que pocas veces se encuentra en la literatura uruguaya. Diría que es su
mejor ensayo. Los mismos valores se aprecian en otros ensayos críticos
dedicados a Nietzsche, a Maeterlinck, a Walt Whitman y a León Tolstoy. La
literatura rusa está representada por Tolstoy y Yakchakof. El gran
novelista de "La guerra y la paz" y de "Ana Karenina"
es considerado en su doble faz, como novelista vigoroso, disector de almas
y como propagandista religioso y moralista. Pérez Petit parece dedicar más
interés al segundo aspecto que al primero. Tolstoy es grande como
creador, como novelista, y más débil, como predicador. Pérez Petit
dedica mucho espacio en analizar el "tolstoismo" —doctrina que
no negamos tuvo gran influencia a partir de 1904— y menos interés al
novelista. Desde luego que señala la inconsecuencia entre la teoría y la
práctica y lamenta que el predicador influido por la prédica religiosa
haya ahogado al creador, después de sus tres grandes novelas: "La
guerra y la paz", "Resurrección" y "Ana Karenina",
y de aquella filigrana psicológica que es "La Sonata a Kreutzer".
El ensayo dedicado a Basilio Yakchakof tiene más valor humano, político
y social que artístico y es un autor que pertenece más a la crónica que
a la literatura. En Walt Whitman supo ver Pérez Petit al profeta de una
nueva época, al vidente que crea un nuevo estilo, al poeta de la
naturaleza, al original creador del sentir de un pueblo, dentro del verso
libre, o de un nuevo versículo que tanta influencia debía tener en el
modernismo y el post-modernismo. "Plantado el mismo en la tierra
—dice— tal que un árbol; hundidos sus dos pies en el limo, firme,
robusto, sano, recoge todas las corrientes de las innumeras vidas que
pueblan el planeta, se nutre con su savia, absorbe sus jugos y haciéndolos
ascender por su tronco, los transforma por milagrosa alquimia de su corazón
en substancia suya, y cuando todas aquellas energías de los múltiples
seres —aves y peces, reptiles y mamíferos, vegetales y minerales,
substancias químicas y elementos misteriosos e imponderables— alcanzan
su testa, coronada de largos cabellos, lo mismo que un árbol florece en
miríadas de luminosas corolas, cuyos perfumes da a los vientos que pasan,
para que los vientos, mensajeros de su dádiva, lleven a todos los pueblos
del orbe, y a todos los seres, a la luz y a la sombra, al bien y al mal, a
lo creado y a lo que se cela más allá de la Naturaleza, su amor, su
alegría, su esperanza, su fe en el Hombre, constructor del
porvenir". Ve en Whitman al poeta optimista de la humanidad y en él,
"el hombre, todo el hombre". Alrededor de Masterlinck, el poeta del misterio y del
destino, discurre sobre las teorías filosóficas que serían aplicables a
su obra, el libre arbitrio, el fatalismo, el destino humano que el hombre
ha concebido frente al misterio que lo rodea. Frente al dramaturgo belga
su intuición se hace más profunda, el tema, lo advertimos, se presta
para la divagación. No valorizamos en el mismo plano los ensayos críticos
dedicados a Gabriel D'Annunzio, a Osear Wilde y a Eugenio de Castro. Estos
tres escritores, que tanta influencia ejercieron en el modernismo,
especialmente los dos últimos, introdujeron en esta escuela el gusto por
los temas orientales en dos personajes femeninos "Belkis"
(Eugenio de Castro) y "Salomé" (Oscar Wilde). Como D'Annunzio,
su sensualismo refinado y sus frases opalescentes. En estos ensayos, Pérez
Petit no realiza, un análisis profundo como lo hace con Ibsen y Tolstoy, pues se
extiende en una divagación insustancial sobre el personaje de cada obra:
"Belkis", en Eugenio de Castro y "Salomé" en Oscar
Wilde, en los que hace alarde, a pesar de la riqueza verbal de lo más
insustancial y huero del modernismo. Es una crítica impresionista,
colorista, poemática, que carece de sobriedad y concisión. En el mismo defecto, y más exacerbado, si se quiere,
incurre en su ensayo sobre D'Annunzio. Más que un ensayo crítico es un
panegírico de su poeta preferido. A través de una impresión tan
personal, el lector podrá forjarse la idea de la devoción del autor por
D'Annunzio, pero nunca un juicio sobre los valores líricos y estéticos
del famoso maestro italiano. Veamos cómo expresa su admiración por su ídolo y cómo
a través de esta exultación exagerada se oscurece su sentido crítico:
"Leyendo el «Poema Paradisíaco» de D'Annunzio, mi alma quedó
arrodillada: mi corazón volcó todas sus rosas de sangre y hubo entre las
sombras de mi cerebro la fulguración de un sol en mediodía de pascua
florida. ¡Oh, los dulces versos de claror de ópalo, los hermosos vasos
blancos como un jirón de rayo lunar, los melancólicos versos llenos de
inenarrables nostalgias, de soñolientas y errabundas rapsodias! ¡Cuan
fugitivos y tenues, y apesadumbrados! ¡Cómo lloran las cadencias y
balbucean los ritmos y desmayan las consonantes! Y súbitamente, ¡cómo
estallan las frases en alaridos de claridades marciales; cómo centellea
el período en rosas de rubíes, en graderías de mármol, en clámides de
esmeralda! La luz, el canto y el perfume penetran con nosotros al poema y
el poema resplandece como una miríada de soles; arde como un dorado
incensario en la gran fiesta de una iglesia medieval". Alaba en D'Annunzio su poema "A las manos".
Para probar la superioridad de éste sobre las creaciones de otros poetas
que escribieron sobre el mismo tema, como si se tratara de una justa poética,
transcribe fragmentos nada menos que de Verlaine, Teophile Gautier,
Georges Rodenbach, Henri de Régnier, Jean Moréas. Sin duda, el método
no es muy recomendable. Como siempre Pérez Petit manifiesta su
preferencia por el autor favorito, y citando fragmentariamente a tan
grandes poetas el lector no puede apreciar la belleza total del poema, y
aun se puede pensar, ya con cierta suspicacia, que el crítico eligió las
estrofas menos bellas de los otros poetas para favorecer el triunfo de su
tesis. "Los Modernistas", como obra de exégesis crítica, cumple admirablemente para su época, la función para que fuera creada. Pérez Petit fue un divulgador de las nuevas escuelas poéticas de fines del siglo XIX y principios del XX. Un divulgador inteligente que supo elegir lo mejor, pero además fue un exegeta sagaz, brillante, que supo cultivar la crítica con altura y serenidad, pasando por encima de la tendencia un tanto personal y agresiva que caracteriza a su crítica anterior a 1903, cuando fustigaba con severo látigo a los mercaderes del templo del arte que profanaban con sus baratijas el sagrado recinto. Pérez Petit fue un estilista que supo modelar la frase con maestría de artífice y de esteta, realizando en "Los modernistas" un tipo de ensayo crítico a la manera de Rodó en su ensayo sobre "Prosas Profanas" de Rubén Darío. Comparando el ensayo de Pérez Petit dedicado al poeta de "Azul" y el de Rodó, se observa la misma tendencia de una época y de una escuela. La obra del maestro del modernismo, el genial nicaragüense, es estudiada por dos escritores uruguayos de su misma escuela y al estimar la obra de Darío, ambos escritores, camaradas de "La Revista Nacional" —de similares lecturas— lo expresan con un estilo y una técnica impresionista. El estudio de Rodó es más analítico, analiza poema por poema. Pérez Petit abarca, con mayor sentido de síntesis la poesía de Rubén Darío. |
Nicolás Fusco Sansone
Los Modernistas, de Víctor Pérez Petit
Biblioteca Artigas -
Colección de Clásicos Uruguayos Nº 89
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Montevideo - 1965
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