Prólogo a "Los Modernistas" de Víctor Pérez Petit
Nicolás Fusco Sansone

Víctor Pérez Petit publicó "Los Modernistas" en 1903. La primera edición luce el sello editorial de la Biblioteca del Club Vida Nueva y fue impresa en la imprenta de Dornaleche y Reyes. En el mismo año se agotaron dos ediciones —demostración de un mayor interés por la lectura que en la actualidad— y había rehecho el ensayo para una tercera, sobre la evolución de la poesía en Francia, que se publica corregido y aumentado en el tomo VII, de sus obras completas, edición nacional, bajo el epígrafe de "Crítica". 

Compulsando las dos ediciones (1903-1943) observamos en la parte dedicada al Romanticismo algunos agregados. En la página 19 (ed. 1943) una media página más sobre la crítica negativa contra Víctor Hugo, absolviéndolo de sus críticos, más gramáticos y académicos que verdaderos "sentidores", agregando un fragmento de "La Légende des siécles". En general se trata de pequeñas correcciones de estilo, como se puede ver en estos dos textos:

EDICIÓN DE 1903

"La juventud tenía en los versos del autor de «Rolla» y «Las Noches» un fiel espejo que le reproducía sus amores y sus pesares; que les hacía vivir y enternecerse: esto era lo que se deseaba hacía ya largo tiempo...".

EDICIÓN DE 1943

"La juventud hallaba en los versos del autor de «Rolla» y de «Las Noches» un fidelísimo espejo que le reproducía sus amores y sus tristezas; que le hacía enternecerse y llorar sobre sí mismos: esto, en substancia, es lo que se anhelaba hace tiempo: oír una voz que hablara del propio dolor, de la desesperanza común".

Dedica media página más a Sully Prudhomme, citando algunos fragmentos de sus poemas. Este poeta, sin duda, merecía mayor atención y el juicio resulta así más perfecto. A Banville, como era lógico, debía dedicarle más espacio, y lo hace, transcribiendo algunos fragmentos de su funambulesco poema "Mascarade" que imitara Rubén Darío en "Prosas Profanas" y suprime el detestable adjetivo: vexilífero que aplicaba a Banville. La misma observación cabe ante sus opiniones sobre la poesía de Baudelaire, Gautier, Mallarmé y otros grandes líricos franceses. Hay un mayor ajustamiento en la edición de 1943; pero fundamentalmente creemos, al cotejar los dos textos, que el crítico no cambió de opiniones, pues mantiene lo fundamental de sus juicios sin mayores variaciones.

En la edición de 1943 el autor excluye el ensayo dedicado a Rubén Darío, precisamente el pontífice máximo del modernismo. Tal vez esta exclusión obedezca al deseo de subsanar un equívoco. El libro debió titularse "Los modernos" y no "Los Modernistas". Los autores analizados en el volumen, con excepción de Rubén Darío, son los principales inspiradores del modernismo y del postmodernismo: Verlaine, Mallarmé, Banville, De Castro, D'Annunzio, Tolstoy y Whitman. Sólo Rubén Darío es modernista. El autor quiere justificar su exclusión alegando que dada la extensión del volumen ha dejado aparte a Rubén Darío para integrar el volumen titulado: "Heliópolis". Pérez Petit en el prólogo de la edición oficial reconoce el error, pero no cree necesario subsanarlo por haberse encariñado con el título, o bien por entender que los libros cuando adquieren cierta fama no deben cambiar de título, manteniendo aquel por el cual fueron conocidos.

Pérez Petit no concibió "Los Modernistas" como una obra aislada, sino como una pieza de un vasto friso del que formarían parte también otros volúmenes que él no escribió y serían la continuación de éste: "Los realistas" y "Los idealistas" que nunca se publicaron.

Libro de adolescencia, "Los Modernistas", revela, no obstante la inmadurez del autor, a un sagaz crítico de una erudición poco común en la época, con amplias lecturas de los más variados cultores del arte contemporáneo. Zum Felde señaló en su "Proceso Intelectual del Uruguay" las virtudes y la eficacia de Pérez Petit como crítico: "La crítica, la parte más olvidada de su labor, es sin embargo, la que ha tenido más significancia y efectividad en la historia de nuestras letras. La crítica de Pérez Petit representó en aquel período indicado, una indudable acción saneadora, combatió y abatió, sañudamente al romanticismo recalcitrante que aún seguía dando sus ñoños frutos en nuestro ambiente y pretendía mantener las normas de su idealismo senil y de su moralidad provinciana, para abrir paso a las tendencias renovadoras de la época y las corrientes modernizantes que llegan de Europa. Primero fue el más decidido y pujante adalid del realismo en la novela, luego un no menos decidido propagador del modernismo. Así de Zola a Ibsen, de Baudelaire a D'Annunzio, todo el complejo movimiento literario europeo del último tercio del siglo XIX halló en él un enérgico agente, frente a la inercia conservadora y al pacato espíritu de aldea. Escribió de continuo gran número de artículos en los diarios de la época y en las páginas de la Revista Nacional que dirigía. Fustigó duramente a muchos pseudos escritores cándidos y ramplones, que entonces gozaban de cierta gloria lugareña o empezaban a conquistarla; lo cual le granjeó numerosos y enconados resentimientos". Esta crítica a que se refiere Zum Felde, un tanto agresiva y esporádica, no es la crítica de "Los Modernistas" de otra envergadura, es una crítica menuda, profiláctica que al parecer Pérez Petit ejerció más como un oficio o deporte que como una vocación, pues el verdadero, el alto crítico se encuentra en este libro y no en los numerosos artículos "ars minor" dispersos en periódicos y revistas.

La parte negativa del crítico, la observó Roxlo en el tomo V de la "Historia Crítica de la Literatura Uruguaya", en el extenso estudio que le dedica a Pérez Petit, quizá demasiado extenso, cuando dice: "¿Cuál es en resumen nuestra opinión sobre "Los Modernistas"? Se trata de un libro de juventud. El estilo es hermoso. Como labor retórica Pérez Petit en ciertas ocasiones antes parece que atiende más a su estilo que a las cualidades características de los criticados. Presta a la obra de éstos no pocos relumbres de la luz que arde en el altar de su propio espíritu". Y concretando su juicio sobre el crítico que hay en Pérez Petit, agrega: "El lenguaje es rico, caluroso, flexible, animado, musical y grandilocuente con mucha frecuencia".. . Roxlo vislumbró la grandilocuencia del estilo del crítico, sus excesos verbales, que muchas veces, no siempre, disminuyen su enfoque de crítico, especialmente cuando el autor se deja llevar por el entusiasmo que despierta en él la obra que analiza.

Entre el juicio un tanto general de Zum Felde y el más analítico y preciso de Roxlo, equilibremos nuestra opinión respecto al valor estético y crítico de "Los Modernistas". Ambos valores existen como lo demuestra Roxlo. "Los Modernistas" es un libro bellamente escrito. Pérez Petit tiene más el estilo del ensayista que del crítico, y en este arte de hacer una bella crítica nos recuerda al Rodó analizando "Prosas Profanas" de Rubén Darío, tarea que realiza Pérez Petit con un sentido general en la primera edición de "Los Modernistas".

"Los Modernistas" comienza con una larga introducción sobre "La lírica en Francia". Pérez Petit pasa revista a todas las escuelas y a todos los poetas franceses desde el romanticismo al decadentismo, glosando la obra de sus principales cultores, glosando especialmente la obra de los jefes de escuelas como Hugo, Verlaine y Mallarmé, ocupándose después de estos dos últimos con mayor detalle.

Para conocer las opiniones, o mejor dicho,  las inclinaciones de Pérez Petit por las escuelas francesas (de poesía del siglo XIX, es interesante destacar previamente qué preferencias tuvo cuando él también cultivó la poesía influido por las mismas escuelas que critica, en un libro tan representativo en este sentido como "Joyeles Bárbaros", publicado en 1907. El título recuerda los "Poémes Barbares" de Lecomte de Lisie  quien  había  actualizado  el  tema  oriental  y joyeles, es palabra   preferida por los parnasianos. Fueron Lecomte de Lisie y Joseph Marie de Heredia, el cubano afrancesado, quienes influyeron en la poesía de Pérez Petit, como se puede apreciar en este soneto del libro citado, titulado "Bacanal indú" que reproduce la temática y la técnica de los sonetos de Heredia:

Con elásticos saltos de panteras

van a través de baobabs gigantes :

persiguiendo a las pálidas Bacantes

que huyen en un tropel de cabelleras,

Alcánzalas, por fin. Las rudas fieras;

ruedan sobre las carnes palpitantes,

que sienten en sus flancos humeantes

una resurrección de primaveras.

Y mientras en frenéticos excesos ;

se encorvan las caderas luminosas

y en las bocas de amor crepitan besos                               

como rojas e intensas llamaradas,

bajo las uñas de placer crispadas,

surgen los senos un verjel de rosas.

Salvo dos detalles sin mayor importancia, pero extraños para un hombre de la cultura de Pérez Petit:

bacantes, es una expresión que se aplica a lo griego y no a lo hindú, y que Baobab es un árbol africano y no asiático, este soneto, como otros del mismo libro muestran el influjo candente de la escuela de la impasibilidad, del arte marmóreo que concebía un poema como un plinto o un friso de ornamentales volutas y de escenas en relieve, que como Pérez Petit lo había dicho a propósito de los versos de Henri de Regnier semejaban ánforas artísticamente labradas; vasos de plata con prodigios de cincel donde la luz se quebraba como sobre una rodela bruñida.

Con anterioridad a la publicación de "Joyeles Bár­baros" había sufrido Pérez Petit el influjo renovador del realismo y de su técnica desnuda, que como una ráfaga de viento sureño limpió de miasmas la ñoña y ya decadente literatura post-romántica y hará profundo impacto en "GIL", novela corta que escribió en 1893 que encabeza el volumen de relatos así titulado, obra que Más y Pí considera de un naturalismo —la extrema izquierda del realismo— que llevado a este punto hace olvidar el arte y lo bello para reducir la obra a la impasibilidad de un espejo cruel en su detallismo implacable. Pero ahora era el parnasianismo con todas sus seducciones y sus encantos la escuela de sus preferencias. Cuando descubre el arte exquisito de D'Annunzio reacciona contra los excesivos cultores de la forma, contra aquellos que como Lecomte de Lisie cincelaban un poema como un Benvenuto Cellini creaba un fino vaso ornamental. El estilo de Pérez Petit se hizo más sensual, más flexible, más rico; pero este estilo poético se expresa mejor como expresión poética en la prosa que en el verso.

Sus preferencias por la luminosidad parnasiana le hacen ver oscuridad en el Decadentismo y la médula de su crítica a dicha escuela finca en ese detalle. "Los decadentes —dice— acogiéndose a esa retórica que consiste en no tener ninguna retórica, que finca su mérito principal en la nebulosidad, que no quiere expresar ideas sino músicas impares, músicas imprecisas y vagas «solubles en el aire» como el humo de un cigarrillo, las almas de excepción, ajenas por completo a este mundo en que vivimos, apartados de nuestro modo de pensar y de sentir, especie de bólidos caídos del cielo, de otros mundos, del limbo tal vez.. . nos han hablado de un idioma que acaso no comprenden ellos mismos y pretenden que nos­otros, los profanos, los interpretemos".

La oscuridad parece ser la objeción fundamental de Pérez Petit al decadentismo. Esta oscuridad, no siempre buscada ex-profeso era la forma de expresión propia de una escuela que, como dijera Mallarmé y lo había dicho magníficamente, enseñaba que: "Nombrar un objeto es suprimir las tres cuartas partes del placer que se experimenta adivinando un poema poco a poco; sugerirlo, he ahí el ideal. El uso perfecto de este misterio es lo que constituye el símbolo; evocar por partes un objeto para mostrar un estado de alma, o a la inversa, escoger un objeto y después de él un estado de alma por medio de una serie de soluciones".

El colorismo de Rimbaud en su célebre soneto de las vocales que nos muestra una trasposición gráfico-cromática al sugerir el color de cada vocal, le parece a Pérez Petit de una originalidad rebuscada como para atemorizar a los buenos burgueses que no entienden beber sino cuando tienen sed y eso todavía, si se trata de agua de la fuente pública. No creemos que Rimbaud haya escrito este soneto "pour épater le bourgeois". En todo caso es el resultado de una alucinación interior y lo más que podría sugerirse con una concepción a lo Max Nordau, tan a la moda en la época en que Pérez Petit escribía "Los Modernistas", es que dicho soneto podría ser el resultado de un estado morboso de alucinación cromática. No hay en Pérez Petit, escritor de fina sensibilidad, incomprensión absoluta para la poesía de Rimbaud. Consecuente con su lema: "Primero cambiaré de todo, menos de comprender", interpreta lo más profundo de la poesía de Rimbaud: "Rimbaud, dice, sabe también de honduras filosóficas y de pensamientos graves. Cuando se desentiende de la pintura triste y amarga de la realidad circundante, asciende a la poesía simbólica, de un vuelo caudal, fronteras de los astros. Así le vemos en "Les Assis", su composición más honda, su pensamiento más bello, ofrecernos el espectáculo de esos fantasmas negros, de ojos circundados por anillos verdosos, con los dedos crispados sobre los esqueléticos fémures, condenados a su silla, amarrados a su silla, impotentes, silenciosos, trágicos. Y así lo vemos en "Bateau ivre", otro momento de altísima inspiración, cuyo simbolismo es fácil de alcanzar, describiéndonos su propia existencia, la amargura del rodar eternamente sobre el mar al capricho de los vientos y de las olas

Es cierto que los decadentes llegaron en su afán de originalidad a cometer excesos de extravagancia mucho más avanzados que las acrobacias funambulescas de Banville, o que los sonetos cromáticos de Rimbaud, como aquellos poemas descalabrados de Montesquiou Fezensac que hacen exclamar indignado a Pérez Petit: "He aquí a lo que ha venido a parar aquella poesía centelleante de los viejos románticos, aquella aurora que resplandeció sobre el patíbulo de Chénier, cuando el divino Apolo, con su presentimiento golpeó su frente exclamando: "Siento que aquí hay algo". He aquí a lo que se ve reducida la lírica francesa después de haber escalado los Himalayas del  pensamiento! He aquí los últimos resplandores de aquel sol que escaló el cénit guiado por el inmortal creador de la "Légende des Siécles".                 

Continuación de la brillante síntesis de la poesía francesa son los ensayos que dedica a dos grandes poetas  del  simbolismo: Paul Verlaine y Stephane Mallarmé.  De Verlaine ha tenido Pérez Petit la sagacidad crítica de señalar las distintas   etapas por que atraviesa su poesía, desde sus comienzos parnasianos hasta su exaltación simbolista y su última etapa, mística. El temperamento del poeta, humano, demasiado humano, no se avenía con la impasible frialdad parnasiana.  Cuando Verlaine escribe sus "Poémes saturniennes" su alma vibra a través de lo cadencioso. Es frío, yerto, escultórico, dice Pérez Petit y el verso parece una estatua animada, una gran estatua de plata, cuyas articulaciones crujen con sonidos argentinos. Verlaine evoluciona hacia el simbolismo y atraído por Mallarmé publica 'Tetes Galantes", un libro de refinada evocación del siglo  XVIII, que tanto imitara Rubén Darío en "Prosas Profanas". En uno de sus poemas, como al desgano, Verlaine expone su nueva estética:

"De la musique, avant toute chose

et par cela, prefere l'impair,

Plus vague et plus soluble dans l'air

Sons ríen en luí que pese ou que pose".

Bajo la influencia del genial Rimbaud, Verlaine se vinculó al decadentismo, llegando a ser uno de sus más grandes pontífices. Pérez Petit explica muy bien esta transformación del poeta en virtud de su amistad con Rimbaud: "Seducido por los principios y refinamientos de su amigo, el autor del «Sonet des voyelles», trató de oficiar ante el altar sagrado con plena conciencia de sus deberes. El único fin de la poesía era la emoción y ésta debía obtenerse, no por los medios comunes y vulgares utilizados por todos los poetas, sino valiéndose de palabras vagas, de armonías imitativas, de frases simples, aéreas, casi incorpóreas, que, reunidas y dispuestas sabiamente, dieran o procuraran la sugestión de los sentimientos, imaginaciones e ideas señaladas por el poeta, y entendiéndolo así Paul Verlaine, cuyo espíritu era, precisamente sencillo y vago, dedicóse con ahínco a usar las asonancias, en vez de las rimas sonoras y opulentas que usara en sus primeros versos y de los ritmos pares y simétricos que prestaban aquel timbre marmóreo a sus estrofas parnasianas y manejó con soltura y primor ese lenguaje amorfo, de medias tintas, de modulaciones equívocas y sugestivas, que debía traducir los secretos vuelos de su imaginación desordenada, las fiebres que infiltraba en su cerebro el amor de la «hada verde» y las extrañas y complicadas emociones de su alma febril, llena de vacilaciones y temores afrodisíacos con rubores de castidad y femeninamente nerviosa y mística en sus mejores horas de serena abstracción y de dicha sosegada".

Esta fue la última etapa de su ascensión. Cerca de Dios, o queriendo  acercarse a  él, Verlaine debate entre el pecado y el perdón, entre la carne y el alma, y sus plegarias de gran elevación ritual tienen su eclosión en "Sagesse". No siempre Pérez Petit se deja llevar por la amplitud de su estilo, a menudo enfoca su lente crítico con sagacidad y entra de lleno en la esencia de los temas como lo confirma el juicio arriba expresado. En cambio, Pérez Petit se deja llevar por su imaginación cuando nos describe a Verlaine vestido a la usanza de un caballero de la época de los Borgias. Roxlo, con admonición demasiado dura para Verlaine, dice "que ese irascible, ese sátiro, ese alcohólico, ese sodomita, ese vagabundo, no puede convertirse jamás por mucho que se afane la imaginación, en un caballero elegante y magnífico de la edad de los Borgias". Claro que el caballero podría ser también un alcohólico, un sodomita. Lo ridículo de la comparación no está en el plano moral, sino en lo físico. Por más refinado que fuere el espíritu de Verlaine no podría parecer, por su físico vulgar y tosco, un elegante y distinguido caballero de una corte italiana del siglo XVI.

El ensayo dedicado a Stephane Mallarmé, el más breve de todos, no es el más feliz. Apenas si Pérez Petit alcanza a señalar el hermetismo del maestro del simbolismo. Lo compara con la sibila de Cumas y apenas si puede interpretar sus oráculos. Confiesa su impotencia para comprender la poesía de aquel solitario profesor de inglés que poseía un concepto tan elevado del arte que le molestaba que sus versos fueran aplaudidos por más de veinte personas. Cierto es que citar fragmentariamente a Mallarmé es "como cortarle un seno a una mujer hermosa".

Pérez Petit elude la crítica del hermético poeta de "L'aprésmidi d'un faune", exclamando: "¿A quién oír Dios mío? He ido a París a visitar el oráculo y he vuelto lleno de dudas y zozobras".

El teatro contemporáneo es enjuiciado en "Los Modernistas" a través de la exégesis de tres grandes dramaturgos: Henri Ibsen, Gerhart Hauptmann y Augusto Strindberg que representan en la escena contemporánea, respectivamente, el teatro de ideas ("Hedda Gabler"), el tema social ("Los tejedores") y el psicológico ("La señorita Julia"). De los tres estudios, el más penetrante es el que dedica a Augusto Strindberg. "Todos los desengaños y desventuras que han ennegrecido las horas de la existencia del artista están fielmente retratados en "Pére" y "Le pledoyer d'un fou", y por eso, precisamente, esos libros, como cualquiera de los de Goncourt, algunos de los de Bourget (que, dicho sea de paso, tan admirablemente reproducen el alma femenina) nos dejan hondamente impresionados. Y atendiendo únicamente a la obra encuentro un arte viril, hermoso y trascendental. Frente al romanticismo, frente al arte de los decadentes, frente a las ideas de los escritores empapados no ya tan sólo en el misticismo o que hablan como Brunetiere, de la bancarrota de la ciencia, sino que se creen vivir en el Alfa del Centauro porque siguen las tendencias evangélicas de un Tolstoy o las ideas igualitarias de un Bjorson, el drama de ideas de Ibsen y las ideas sociológicas de Strindberg se me representan como un esfuerzo poderoso y puro, capaz de vivificar la moribunda literatura contemporánea". Strindberg parece ser el autor favorito de Pérez Petit y su exégesis más entusiasta y comprensiva demuestra ser muy superior respecto al estudio que dedica a Hauptmann, que se le escapa por las aberturas de la malla de sus redes, pues no consigue atraparlo. Toda su crítica, la visión personal del autor aparece a través de una escena de "Los tejedores", en un diálogo con Leroy Beaulieu, el economista francés. Las ideas del gran dramaturgo, y su técnica dramática, merodea por las afueras, permanece ausente. Juzga al autor a través de un personaje.

Ibsen, como ensayo crítico, no es inferior en sagacidad y agudeza crítica a los demás ensayos dedicados a la dramática contemporánea. Las ideas de Ibsen, sus concepciones sociales, su poderoso individualismo, el análisis espectral del alma humana recobra un vigor que pocas veces se encuentra en la literatura uruguaya. Diría que es su mejor ensayo. Los mismos valores se aprecian en otros ensayos críticos dedicados a Nietzsche, a Maeterlinck, a Walt Whitman y a León Tolstoy. La literatura rusa está representada por Tolstoy y Yakchakof. El gran novelista de "La guerra y la paz" y de "Ana Karenina" es considerado en su doble faz, como novelista vigoroso, disector de almas y como propagandista religioso y moralista. Pérez Petit parece dedicar más interés al segundo aspecto que al primero. Tolstoy es grande como creador, como novelista, y más débil, como predicador. Pérez Petit dedica mucho espacio en analizar el "tolstoismo" —doctrina que no negamos tuvo gran influencia a partir de 1904— y menos interés al novelista. Desde luego que señala la inconsecuencia entre la teoría y la práctica y lamenta que el predicador influido por la prédica religiosa haya ahogado al creador, después de sus tres grandes novelas: "La guerra y la paz", "Resurrección" y "Ana Karenina", y de aquella filigrana psicológica que es "La Sonata a Kreutzer". El ensayo dedicado a Basilio Yakchakof tiene más valor humano, político y social que artístico y es un autor que pertenece más a la crónica que a la literatura.

En Walt Whitman supo ver Pérez Petit al profeta de una nueva época, al vidente que crea un nuevo estilo, al poeta de la naturaleza, al original creador del sentir de un pueblo, dentro del verso libre, o de un nuevo versículo que tanta influencia debía tener en el modernismo y el post-modernismo. "Plantado el mismo en la tierra —dice— tal que un árbol; hundidos sus dos pies en el limo, firme, robusto, sano, recoge todas las corrientes de las innumeras vidas que pueblan el planeta, se nutre con su savia, absorbe sus jugos y haciéndolos ascender por su tronco, los transforma por milagrosa alquimia de su corazón en substancia suya, y cuando todas aquellas energías de los múltiples seres —aves y peces, reptiles y mamíferos, vegetales y minerales, substancias químicas y elementos misteriosos e imponderables— alcanzan su testa, coronada de largos cabellos, lo mismo que un árbol florece en miríadas de luminosas corolas, cuyos perfumes da a los vientos que pasan, para que los vientos, mensajeros de su dádiva, lleven a todos los pueblos del orbe, y a todos los seres, a la luz y a la sombra, al bien y al mal, a lo creado y a lo que se cela más allá de la Naturaleza, su amor, su alegría, su esperanza, su fe en el Hombre, constructor del porvenir". Ve en Whitman al poeta optimista de la humanidad y en él, "el hombre, todo el hombre".

Alrededor de Masterlinck, el poeta del misterio y del destino, discurre sobre las teorías filosóficas que serían aplicables a su obra, el libre arbitrio, el fatalismo, el destino humano que el hombre ha concebido frente al misterio que lo rodea. Frente al dramaturgo belga su intuición se hace más profunda, el tema, lo advertimos, se presta para la divagación.

No valorizamos en el mismo plano los ensayos críticos dedicados a Gabriel D'Annunzio, a Osear Wilde y a Eugenio de Castro. Estos tres escritores, que tanta influencia ejercieron en el modernismo, especialmente los dos últimos, introdujeron en esta escuela el gusto por los temas orientales en dos personajes femeninos "Belkis" (Eugenio de Castro) y "Salomé" (Oscar Wilde). Como D'Annunzio, su sensualismo refinado y sus frases opalescentes. En estos ensayos, Pérez Petit no realiza, un análisis profundo como lo hace con Ibsen y Tolstoy, pues se extiende en una divagación insustancial sobre el personaje de cada obra: "Belkis", en Eugenio de Castro y "Salomé" en Oscar Wilde, en los que hace alarde, a pesar de la riqueza verbal de lo más insustancial y huero del modernismo. Es una crítica impresionista, colorista, poemática, que carece de sobriedad y concisión.

En el mismo defecto, y más exacerbado, si se quiere, incurre en su ensayo sobre D'Annunzio. Más que un ensayo crítico es un panegírico de su poeta preferido. A través de una impresión tan personal, el lector podrá forjarse la idea de la devoción del autor por D'Annunzio, pero nunca un juicio sobre los valores líricos y estéticos del famoso maestro italiano.

Veamos cómo expresa su admiración por su ídolo y cómo a través de esta exultación exagerada se oscurece su sentido crítico: "Leyendo el «Poema Paradisíaco» de D'Annunzio, mi alma quedó arrodillada: mi corazón volcó todas sus rosas de sangre y hubo entre las sombras de mi cerebro la fulguración de un sol en mediodía de pascua florida. ¡Oh, los dulces versos de claror de ópalo, los hermosos vasos blancos como un jirón de rayo lunar, los melancólicos versos llenos de inenarrables nostalgias, de soñolientas y errabundas rapsodias! ¡Cuan fugitivos y tenues, y apesadumbrados! ¡Cómo lloran las cadencias y balbucean los ritmos y desmayan las consonantes! Y súbitamente, ¡cómo estallan las frases en alaridos de claridades marciales; cómo centellea el período en rosas de rubíes, en graderías de mármol, en clámides de esmeralda! La luz, el canto y el perfume penetran con nosotros al poema y el poema resplandece como una miríada de soles; arde como un dorado incensario en la gran fiesta de una iglesia medieval".

Alaba en D'Annunzio su poema "A las manos". Para probar la superioridad de éste sobre las creaciones de otros poetas que escribieron sobre el mismo tema, como si se tratara de una justa poética, transcribe fragmentos nada menos que de Verlaine, Teophile Gautier, Georges Rodenbach, Henri de Régnier, Jean Moréas. Sin duda, el método no es muy recomendable. Como siempre Pérez Petit manifiesta su preferencia por el autor favorito, y citando fragmentariamente a tan grandes poetas el lector no puede apreciar la belleza total del poema, y aun se puede pensar, ya con cierta suspicacia, que el crítico eligió las estrofas menos bellas de los otros poetas para favorecer el triunfo de su tesis.

"Los Modernistas", como obra de exégesis crítica, cumple admirablemente para su época, la función para que fuera creada. Pérez Petit fue un divulgador de las nuevas escuelas poéticas de fines del siglo XIX y principios del XX. Un divulgador inteligente que supo elegir lo mejor, pero además fue un exegeta sagaz, brillante, que supo cultivar la crítica con altura y serenidad, pasando por encima de la tendencia un tanto personal y agresiva que caracteriza a su crítica anterior a 1903, cuando fustigaba con severo látigo a los mercaderes del templo del arte que profanaban con sus baratijas el sagrado recinto. Pérez Petit fue un estilista que supo modelar la frase con maestría de artífice y de esteta, realizando en "Los modernistas" un tipo de ensayo crítico a la manera de Rodó en su ensayo sobre "Prosas Profanas" de Rubén Darío. Comparando el ensayo de Pérez Petit dedicado al poeta de "Azul" y el de Rodó, se observa la misma tendencia de una época y de una escuela. La obra del maestro del modernismo, el genial nicaragüense, es estudiada por dos escritores uruguayos de su misma escuela y al estimar la obra de Darío, ambos escritores, camaradas de "La Revista Nacional" —de similares lecturas— lo expresan con un estilo y una técnica impresionista. El estudio de Rodó es más analítico, analiza poema por poema. Pérez Petit abarca, con mayor sentido de síntesis la poesía de Rubén Darío.

Nicolás Fusco Sansone
Los Modernistas, de Víctor Pérez Petit
Biblioteca Artigas - Colección de Clásicos Uruguayos Nº 89

Ministerio de Instrucción Pública Previsión Social
Montevideo - 1965

 

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