América y Europa
por Emilio Frugoni

La guerra mundial ha acentuado en el espíritu de las generaciones americanas una ambición de autonomía cultural que obedece al horror infundido por la trágica evidencia de los errores de Europa, nuestra madre y tutora intelectual. El caos sangriento nos puso frente a la comprobación horrenda de los extravíos de una civilización bajo cuyos signos y ascendientes ha ido surgiendo la de estas sociedades americanas hijas suyas y, más que discípulas, remedos balbucientes. Fue como si el maestro revelara de golpe su inferioridad moral y mental ante el alumno. El prestigio de su superioridad civil, de serena cordura y sólida sabiduría que se reforzaba para el concepto de las generaciones de nuestro continente con el aire despectivo y burlón que Europa dedicaba al comentario de nuestras pendencias políticas y de nuestra accidentada vida institucional, se derrumbaba con estrépito. Y se hundía luego muchas brazadas bajo tierra ante el ejemplo poco edificante de las situaciones de fuerza y oprobio enseñoreadas de viejas naciones europeas y ante la exaltación difundida de una mentalidad pública dominada por los peores prejuicios y las más torpes supersticiones. Se vio clara entonces la necesidad de no incurrir en los vicios de pensamiento y de pasión que enceguecen a los pueblos del viejo mundo. Comprendimos que debíamos defendernos del influjo de ciertos contagios mentales y de ciertas imitaciones funestas, Hoy vemos bien que no todo lo que Europa da de sí puede sernos aprovechable. Esto es, por otra parte, lo que nos enseñan grandes espíritus europeos que se han asomado a abarcar en toda su angustiosa enormidad la aberración contemporánea de Europa. "Se ha temido a Europa -escribe Coudenhove-Kalergi- hoy se la compadece".

Paul Valery en "La Crisis del Espíritu"; Demangeon en "La Decadencia de Europa", y el mismo Spengler en su tan mentada "Decadencia de Occidente", nos muestran males de Europa de que Europa conseguirá curarse -tengo fe en ello- pero de cuya contaminación debe cuidarse el continente americano o cuyo advenimiento debe evitar eludiendo adquirirlos en el curso natural de su crecimiento histórico. La selección de los frutos de Europa se impone a nuestro criterio, y torpeza grande seria no apartar lo bueno de lo malo, para rechazar lo que ha de sernos nocivo y recoger lo que ha de sernos vital y a veces salvador. Digo salvador porque todavía de allá ha de venirnos -"quand meme"!- la lección necesaria. El discernimiento que ha de guiar nuestros pasos no puede confundirse con un engreimiento capaz de hacernos creer superiores a Europa porque podemos señalarle gravísimos defectos. Nosotros también los tenemos sin haber llegado a la cumbre donde ella asienta su planta de siglos. Y ante males que entre nosotros amenazan tomar cuerpo y transformarse en crónicos -como aquellas rivalidades nacionalistas de que he hablado- son todavía soluciones sugeridas por el genio de Europa las que nos hacen falta para combatir y eliminar esos males: la visión de una política de democracia social, una sociedad de naciones, un internacionalismo de pueblos, tendencias que allá pugnan por incorporarse a los hechos en una pugna obstinada contra fuerzas tremendas y oscuras cuyo imperio se siente vacilar y crujir por todas partes. Y el deber de América consiste, precisamente, en asociarse a aquellas tendencias; en recoger el soplo de renovación que las anima para no reproducir el mundo viejo con sus viejas enfermedades. América debe ser el filtro de Europa. Debe europeizarse sin europeizarse demasiado. "Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de Europa -vuelvo a citar a Henriquez Ureña-, si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a la explotación del hombre por el hombre (y por desgracia esa es hasta ahora nuestra única realidad), si no nos decidimos a que ésta sea la tierra de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas, no tendremos justificación" (La Patria de la Justicia). Tenemos la ventaja de no sentirnos atados por la tradición. Esto nos permitiría movemos con desenvoltura hacia todos los horizontes. El pasado, que en Europa es una fuerza histórica, una fatalidad decisiva, en América se confunde con el presente. Es muy breve la perspectiva que nos queda a la espalda en relación con el infinito de posibilidades que se tiende ante nuestros ojos. Siglos de civilización, de gloria, de grandeza, de tempestades y de luchas forman el pasado de Europa y se yerguen en su memoria y en su espíritu como númenes poderosos. Nuestro destino no arraiga tanto en el pasado. Nos debemos mucho más al porvenir. El futuro tiene más ascendiente sobre nuestra vida que la vida pretérita. Por eso en Europa "l'esprit de suite", el sentido de continuidad, la norma de conservación, rigen todo el desenvolvimiento de la existencia individual y colectiva. En América tiene más fuerza el sentimiento del porvenir, el anhelo de abrir horizontes, el afán de lo nuevo. Es tan poco todavía lo que le debemos al pasado, que toda nuestra fe descansa en lo porvenir. Nada vale nuestro recuerdo en comparación con nuestra esperanza.

He ahí una característica diferencia de posición espiritual que no debe ser estéril para el arte. Este no puede mostrarse mudo para la expresión de ese distingo, sino que ha de condecir con esa postura tan americana de la mentalidad y del sentimiento, a no ser que por una inconcebible aberración se esfuerce en mantener su servilismo ante el modelo europeo hasta el punto de reflejar una naturaleza psíquica y mental radicalmente contraria a la nuestra (....)

Además, -y esto es cosa que pasa directamente a la creación artística-, tiene razón el peruano Gálvez cuando dice que "en Europa el instante es de estilización, mientras que en América es de ebullición fecunda, de actividad informe y creadora, de sacudimiento volcánico. En América no se ha cerrado aún el período épico". Finalmente, la confraternidad de las razas que aquí cumple una misión histórica esencial para los destinos nacionales, es sentimiento que el americano alienta sin esfuerzo, porque vivimos cada vez más en un ambiente de cosmopolitismo donde todas las diferencias étnicas conviven sin repelerse y tendiendo a armonizarse en la fusión creadora de una raza futura. El sentimiento de solidaridad superracial y de internacionalismo surge, pues, como una emanación espontánea y genuina del medio social y étnico del continente. Un sentimiento de estrecho nacionalismo y de rivalidades raciales es, entre nosotros, cuando no instintiva reacción del criollo oprimido contra los explotadores extranjeros, resabio contranatural heredado de quienes llegan de otras regiones con ese morbo virulento, y a menudo fruto venenoso de educaciones tendenciosas impartidas con torpes objetivos de política interna. Pero nunca ha de ser impulso espontáneo y congénito del corazón de estos pueblos abiertos a la compenetración de todos los pueblos de la tierra.

El fervor de hospitalidad e internacionalismo es un clima sentimental propio de países cuyo destino es, por así decirlo, hospitalario; y cuya suerte se apoya por entero en la solidaridad humana.

La disposición "humanista" es otro rasgo inherente a la mentalidad americana. De ésta ya se ha dicho que se define por su amor al porvenir, su impulso de confraternidad universal y su posición internacionalista.

Y así definida e individualizada ha de entrar como un viento animador en la selva del arte continental.

Emilio Frugoni

Antología del ensayo uruguayo contemporáneo Tomo I
Carlos Real de Azúa
Publicaciones de la Universidad de la República

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