Plaza Ucrania

 

Por aquel entonces yo pensaba que era un verdadero privilegio que, quienes diseñaron y le dieron forma a la ciudad, hubiesen decidido construir una plaza a poco más de media cuadra de la casa de mis abuelos. Aunque, en realidad, era al revés. Las viviendas se habían ido levantando en derredor de la placita, dándole una fisonomía ciudadana al paisaje del barrio.
Y recuerdo cuánto la disfrutaba !. Ya sea por correr al sol detrás de una pelota, ya fuese para jugar en el tobogán o en el "subibaja", o para cortar las anémonas rojas, que el jardinero tanto cuidaba, y que yo le llevaba de regalo en reiteradas oportunidades a la Señorita Clotilde, mi maestra de primero superior.
Antes de llegar a la plaza debía pasar a ver a mis abuelos. Yo siempre tenía motivos que, medianamente "elaborados", me permitían escaparme de casa, (aunque, a menudo, mamá no los aceptaba como valederos para justificarme tales salidas), con la placita como destino final.
A los abuelos les encantaba que yo los visitara casi a diario, tan siquiera por un rato.
La abuela solía esperarme con "latkes" (1) recién preparados o "knishes" (2) calentitos, todo un manjar !.
Un viernes de tarde, mientras el abuelo se aprestaba a reabrir su mercería, luego de una obligada siesta, bajo el calor de mediados de noviembre, la abuela trataba de retenerme, dándome charla.
Fue así que le renové mis promesas: - Abuela, el domingo no tengo clase, así que vendré para estar contigo desde temprano y no iré a la placita.
-Ya hace tres domingos que dices lo mismo, me prometes quedarte y luego, cuando viene a buscarte Gregorio, tu vecino, te unes a sus travesuras y te vas con él. 
Incluso, más de una vez, me has dejado, como el domingo pasado, con los "blintzes" (3) servidos. Así que este fin de semana no te perdonaré si no te quedas con nosotros.
El abuelo, que en ese instante pasaba ciñéndose su viejo cinto, escuchó nuestro diálogo, e, interponiéndose, acotó: - Golde, me parece que no será así como tu lo quieres, el domingo a David, a la plaza lo voy a llevar yo.
-Tu vas a llevarlo?.
-Si. David, aprontate, el "zeide" (4) te dará una sorpresa pasado mañana.
A partir de ese momento quedé con una espina que me recorrió todo el cuerpo, desde esa noche hasta el domingo por la mañana. Ese día, como nunca, llegué a casa de los abuelos antes de las ocho. La abuela daba de comer a las gallinas que engordaba en un pequeño corral que tenía al final del terreno, mientras que el abuelo escribía una extensa lista de mercaderías, que ya le escaseaban en su comercio, y que "debo reponer, sin falta, si viene Don Luis Carriego, el viajante".
-David !, que haces aquí tan temprano?. Te caíste de la cama?. Ven, pasa. La abuela está en el fondo.
-Abuelo, vine para ir a la plaza contigo, como me prometiste. Vamos?.
-No. Todavía no. Iremos recién de tardecita.Vas a pasar el día con nosotros?. Dejaste dicho a tu mamá que venías?.
-Si, pero cuál es la sorpresa que dijiste?.
-Ya te enterarás. Quedate tranquilo. Ahora anda y pídele a la "bobe" (5) que te convide con alguna cosita.
Así pasé gran parte del día en casa de los abuelos. Ayudé al "zeide" a trasplantar un almácigo de lechugas, de esas que tanto le gustaban, y a colocar los "ahuyentagorriones" giratorios protegiendo a los rabanitos recién nacidos, antes de que fuese tarde...
También estuve junto a la abuela, no sólo degustando sus exquisiteces, sino que no falté a la cita cuando me pidió que le diera una mano para poner en orden los cajones de la vieja máquina Singer donde el tiempo termina por hacer que hilos, botones, alfileres, elásticos y agujas se transformen en un enredado caleidoscopio renovado mes a mes.
Todo esto transcurría sin que yo tuviera más noticias de la promesa por la cual había madrugado, hasta que en determinado momento, mientras jugaba con un camioncito de madera, que el abuelo me había construido y pintado con esmero antes de comenzar las clases, alcancé a observar que el "zeide" pasaba desde la cocina hacia el baño con un recipiente con agua caliente, la cara con espuma jabonosa y su añosa navaja en su mano izquierda.
Poco más tarde, serían como las seis y poco, el abuelo dijo, mientras se peinaba sus cabellos canosos y escasos: - Golde, nos vamos con David hasta la placita - ". " - David, me acompañas?. Dale un beso a la "bobe". Apurate !.

A mí me gustaba la música. En casa teníamos un viejo "tocadiscos" donde los discos "setenta-y-ocho" nos acercaban las melodías que compartíamos en familia, y también mamá tocaba en el piano algún tango, cuya letra yo trataba de cantar, leyéndola despaciosamente, desafinadamente o fuera de ritmo, desde los textos impresos al pie del pentagrama, en aquellas ediciones de Ricordi.
Al llegar a la placita nos encontramos con la gente del barrio, reunida, de pie, haciendo una ronda en torno a una improvisada tarima, sobre la que había un atril, con una serie de hojas sueltas, que esperaban como nosotros.
El abuelo trató de obtener para mí una ubicación "preferencial", tomándome de los hombros y acomodándome tan adelante como pudo, y él detrás mío.
-Ahora vas a ver, espero que te guste -, me dijo, manteniendo algún rasgo de misterio e incógnitas para mí.
A través de un "hueco" entre la gente de pronto vi que se acercaban como veinte "soldados", con sus uniformes impecables, sus birretes con la escarapela nacional, su calzado recién lustrado, y portaban, cada uno, en una mano un atril y en la otra diferentes instrumentos: trompetas, flautas, bombos, clarinetes, platillos, redoblantes, trombones y hasta una enorme tuba, que yo nunca había visto antes.
Se abrieron paso entre los vecinos y se ubicaron frente a la tarima, a la que subió, un instante después, batuta en mano, quien resultaría ser el Director.
-Esta es la banda del Seis de Caballería, escucha -, me dijo el abuelo, mientras parecía tomar él mismo una postura más erguida, a semejanza de los militares a los que observaba, tan expectante como yo.
Yo era todo silencio. Creo que no me perdía detalle alguno. No me alcanzaban los sentidos para recorrer desde el brillo de los instrumentos hasta el intento de captar los diálogos en voz baja, pasando por los rostros y los aparatajes tan fascinantemente extraños para mí.
Después de unas breves palabras al público, el Director ordenó las partituras de su atril, mientras realizaba unos ademanes hacia sus dirigidos, que no entendí. De inmediato los músicos fijaron su vista en él, sus pechos se insuflaron, su posición se tornó rígida y el aire se vio invadido espectacularmente por "San Lorenzo", la marcha que tantas veces habíamos ensayado en la escuela, previo a los actos patrios.
Era emocionante. Parecía que estábamos dentro de la propia banda, que formábamos parte de ella, o que nos habíamos dejado llevar hacia un lugar que no era nuestra ciudad, nuestra plaza.
A la marcha le siguieron "El escondite de Hernando", un corrido o pasodoble y después una vidalita uruguaya. Más tarde reconocí "Merceditas" que también mamá tocaba en el piano, y luego me di cuenta que el abuelo dejaba escapar una lágrima mientras tarareaba una canción que la banda ejecutaba. 
-Es "Ochi Chornia" (6) -, me susurró emocionado al oído, y rubricó el final de la interpretación con su mayor aplauso de la tarde.
Nosotros, como el resto de la gente, gozábamos de la música, en un acontecimiento que pensábamos tal vez irrepetible en mucho tiempo.
Luego de diez o doce "piezas" la banda hizo un descanso merecido. El abuelo aprovechó para decirme: - Te gustó?. El otro día escuché que esta banda, a partir de hoy, y todos los domingos de tarde, va a tocar en diferentes plazas de la ciudad. Y quise que no te la perdieras. A la abuela ni se lo comenté, porque ella no puede estar demasiado tiempo de pie, por sus piernas, ya lo sabes. Y hasta temas rusos, han ejecutado!.
En el entretiempo los integrantes, junto al Director, mantuvieron algunos diálogos, parecían intercambiar opiniones acerca de los temas que les restaban, afinaban los instrumentos y ajustaban todos los detalles, "recomponiendo filas".
Contrariando el aforismo popular, la segunda parte fue tan buena, o mejor, que la primera. En ella comenzaron deleitándonos con la Gran Marcha Triunfal de "Aída", a la que yo ya conocía porque los alumnos de quinto grado tenían en "canto" esa melodía, con una letra patriótica adaptada, y desde mi aula, que estaba frente al salón de música, la escuchaba con frecuencia.
Más tarde prosiguieron con "El Choclo", "Barras y Estrellas", un vals peruano, varias canciones populares españolas, y, para finalizar, la marcha "Alte Kameraden", que resultó brillante.
A esa hora la noche ya estaba incursionando rápidamente por la plaza. El Director de la banda invitó a los presentes a seguir estas retretas domingueras y agradeció los aplausos, dando por culminado el acto.
El abuelo me tomó de la mano, su paso de regreso era acompañado por la satisfacción de haber invitado a su nieto a vivir una experiencia diferente de la de todos los domingos.
-Y, David, que te ha parecido?. Ahora sabes de qué se trataba la promesa que el "zeide" te había hecho?.
-Si, "zeide", me gustó mucho. Pero ahora me debes prometer algo. Cuando estemos en la placita, otro día en que vuelva a tocar la banda, si venimos nuevamente, y yo le pidiera a mamá la partitura de "Oifn Pripetchik" (7), si la banda la toca no vas a llorar, no?.

1) Latkes (yidish): buñuelos - (2) Knishes (yidish): empanaditas - (3)- Blintzes (yidish): crêpes- (4)- Zeide (yidish): abuelo - (5) - Bobe (yidish): abuela - (6) - Ochi Chornia (ruso): Ojos Negros (canción popular rusa) - (7) - Oifn Pripetchik (yidish): En el brasero (canción judía tradicional)

Ing. Teodoro R. Frejtman
Premio Certamen Literario "Los Abuelos Inmigrantes"
Ministerio de Educación Y Cultura
Instituto Nacional de la Familia y la Mujer
Grupos Literarios de Salto y Young
Montevideo (Rou) - Noviembre De 1995

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