Citación personal |
Su
casa, un apartamento en un sexto piso, era amplia aunque no muy moderna.
En particular tenía una sala con cuatro cómodos sillones tapizados en
cuero negro, y una magnífica biblioteca con centenares de volúmenes.
Presidía aquel cálido ambiente una excelente fotografía de Albert
Einstein, de cuarenta por cincuenta centímetros, más o menos, que se
destacaba sobre la pared que daba a la calle, y que llamaba la atención
de todos los visitantes, según también me pasó a mí. A uno, como reportero, a esta altura, le
ha tocado entrevistar a diferentes personalidades, pero ésta era la
primera vez que estaba frente a uno de los más afamados directores de
orquesta nacionales. La conversación era muy amena. Cada una de mis preguntas llevaba la intención de develar su labor diaria, sus éxitos, todo de él. A los sesenta y nueve años, y habiendo viajado tanto, tendría, seguramente, mucho para contar y responder. Y así lo hacía. Fluidamente. Extrovertidamente. Me había impuesto indagar acerca de
aquellos aspectos de su obra y de su vida, que no trascendían, y sobre
los cuales no solía ocuparse la prensa en sus comentarios pre y pos
conciertos. Y lo estaba logrando, bajo la mirada de
aquel Einstein que parecía compartir, desde la pared, las palabras y los
silencios de la tarde, y sobre quien mi anfitrión confesaba lamentarse no
haber sabido que el físico y él vivieron simultáneamente en Princeton,
Nueva Jersey, en 1954. Para intentar conocerlo personalmente. Fuimos interrumpidos brevemente por su
esposa, quien, previo saludo, nos acercó un par de tazas de café,
acotando que no les había puesto azúcar. En ese momento mi entrevistado
se levantó de su asiento y me dijo: -Qué le parece si acompañamos
nuestra charla y el café con algo de música ?.
Asentí, y dirigiéndose hacia el equipo de audio, que estaba
ubicado en un rincón de la habitación, puso en nuestros oídos una melodía
georgiana a través de las "Escenas Caucasianas" de Mijail
Ippolitov - Ivanov, en la versión de la Nueva Sinfónica de Londres, bajo
la dirección de René Leibowitz. (Todo esto lo supe con sólo haberle
dicho que me parecía bellísimo lo que estábamos escuchando). Y seguimos conversando. Abordamos
emocionantes vivencias en relación con sus últimos conciertos en Europa,
realizados ya hace nueve meses atrás, que culminaron con una presentación
en Ulm, a orillas del Danubio. Sus interesantes anécdotas incluyeron
aspectos relevantes y prestigiosos dentro de su vasta trayectoria.
Precisamente en Ulm fue objeto de atenciones y de reconocimientos que no
olvidará. Tuvo la satisfacción de haberle sido
cedida la maravillosa catedral gótica local para su concierto final y de
recibir de manos del alcalde, como recuerdo, el cuadro de Einstein,
oriundo de esa localidad, que ahora exhibe orgullosamente en la sala de su
casa, siendo "desde siempre" tan admirador del científico. Más tarde el ambiente se llenó de una
brillante "Hora Staccato" de Dinicu, en una interpretación en
la que catorce violinistas nos deleitaban desde el disco con esta melodía
de origen rumano, según comentaba con gran pasión por el tema. Llama el teléfono. Mi interlocutor se
disculpa. Acalla un tanto el volumen de la música y contesta: - Diga !. Sí,
con él. Bien, pero no podrá ser hasta dentro de dos horas, como mínimo,
ahora tengo un compromiso. De acuerdo, aquí estaré . Adiós. - La música retoma su volumen. Mi
entrevistado retoma su sofá. Y ambos retomamos nuestro diálogo. Me quedaban todavía algunas preguntas por
formularle, recabar su opinión autorizada sobre los solistas que
trabajaron últimamente a su lado, intentar develar el desafío que
significaba para él la propuesta, que había recibido la pasada semana, y
que de alguna manera fue lo que me impulsó a mí a estar allí, de
encarar la dirección temporal de la Sinfónica de Madrid para el próximo
verano, y otras interrogantes. Una a una me fue respondiendo todas las
inquietudes que se me ocurrieron y que mi grabador recogió
silenciosamente desde el principio. Por mis manos hizo pasar una serie de
fotografías que fueron acompasando el ritmo de la conversación y le
dieron un toque de historia, de la historia más reciente de quien he
tenido frente a mí casi tres horas y media ininterrumpidas. Desfilaron
también por las calles de la conversación temas que estuvieron
directamente vinculados a la vida misma, la familia, los hijos. Fue así
que en determinado momento entró a la sala, en busca de un par de
anteojos que estaban sobre un mueble, uno de sus hijos varones, de unos
treinta años, y de como dos metros de estatura. Fuimos presentados. Su padre me dijo
entonces : - Este es el más chico, ya no tan chico.-
Y señalando con el índice hacia la pared agregó : -Se llama Alberto, igual que ese de la
foto, aunque su especialidad es diferente, éste es basquetbolista, por
ahora.- Saltaron automáticamente, una vez más, los botones del grabador,
y tuve que dar vuelta la casete para proseguir con el reportaje. Serían
los últimos tramos de cinta que utilizaría en esa tarde. Disimuladamente miré mi reloj y observé
que ya habían transcurrido casi dos horas desde aquel llamado telefónico.
De modo que mi tiempo, que por otra parte era el tiempo acordado, se
estaba terminando. Le formulé un par de preguntas más, las que contestó
con la frescura y espontaneidad que lo caracterizaban, y, acto seguido
me levanté de mi asiento, desconecté el grabador y comencé mi
despedida. Le manifesté el agradecimiento de estos
casos, indicándole que todo esto sería motivo de una nota que aparecería
en un par de semanas en la revista para la cual trabajo. Reconocí su
hospitalidad, y, recogiendo mi abrigo, le hice notar que no deseaba
tomarle más tiempo porque inferí de la comunicación telefónica que
mantuvo que, tras de mí, debería atender a otra persona, ante lo cual señaló
: - Así es, un hombre quiere verme para que yo le adapte unas partituras,
para poder ejecutarlas en su violín.- Y agregó : - Y ya debe estar por
llegar.- Un apretón de manos selló nuestra
despedida. Bajé por uno de los dos ascensores del edificio y hallé un
taxi en la puerta de calle. Al subir al coche de alquiler el conductor me
preguntó : -Perdón, señor, no ha visto Usted entrar
al edificio a un hombre mayor con un estuche, como de violín ?.- -No. Le respondí, habrá tomado el otro
ascensor.- -Ah!, qué lástima, acotó, acabo de
dejar aquí a una persona que olvidó esta tarjeta en el coche.- Y al mostrármela el taximetrista alcancé a leer: "Academia de Ciencias de Estocolmo". "Entrega de Premios". "Categoría: Física, Año 1921". "Citación personal". |
Ing. Teodoro R. Frejtman
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