34 centésimos

 

Llegaba a su término otro ciclo lectivo. Habían transcurrido ya dos meses desde el inicio de la primavera y yo cursaba los últimos tramos del tercer año liceal, allá por noviembre del 63.

Aquel viernes 22, vísperas de otro fin de semana, de los que tanto anhelábamos, recibimos de varios de los profesores del curso el detalle de las calificaciones individuales correspondientes al postrer trimestre. Eran las definitivas.

Al concluir la jornada, y antes de retirarse de su clase de Historia, el profesor Martino leyó, en forma pausada, las notas promediales a las que los alumnos nos habíamos hecho acreedores en su asignatura en el período y que serían incluidas en el respectivo boletín en pocos días más.

Para aprobar el curso de cada materia, sin necesidad de tener que pasar por un examen final, en el que se ponía a prueba la capacidad de responder sobre cualquiera de los temas desarrollados en los nueve meses anteriores, era indispensable obtener al menos 21 puntos al cabo de los tres trimestres en que se dividía el ciclo lectivo.

Yo no era de los más destacados y a pesar de ello, sin embargo, me esforzaba un poco en el estudio, solamente con la mira puesta en no dar un paso en falso que derivara en tener que "irme a examen" en caso de no alcanzar el puntaje requerido, ya que se me subía el pánico con sólo pensar que en unos pocos días debería "repasar" los temas de todo el año, estudiar aquellos capítulos que nunca me gustaron y que un traspié en tales circunstancias me podría acarrear el dolor de perderme parte del disfrute de las vacaciones que estaban llamando a la puerta.

Yo había sido evaluado hasta ese momento con calificaciones que me exoneraban del resto de las materias. En Historia había obtenido un 8 y un 6 en los dos primeros trimestres, de modo que con un 7 en el último tramo estaría "salvado".

Al dar a conocer las notas el Sr. Martino me notificó que mi promedio alcanzaba 6,66 puntos. No recuerdo si palidecí, si me agarré la cabeza, si le di un puñetazo al viejo pupitre, que no se lo merecía, o si le apliqué un puntapié al portafolios que siempre dejaba en el piso, a mi derecha. De todas formas de haber sucedido algo así no hubiese estado lejos de lo que haría alguien a quien los quince años le inyectan los primeros acordes de rebeldía manifestante por sólo 34 centésimos.

Cuando se retiró del aula el Sr. Martino salí presuroso tras de él y, alcanzándolo al final del pasillo, al pie de las escaleras que llevaban al primer piso del edificio del liceo, le hice detener su paso, inquiriéndole por mi calificación en Historia, manifestándole mi disconformidad, solicitándole explicaciones.

Con un tono que se mecía entre la indiferencia y la pedantería que lo caracterizaba, el profesor Martino abrió su agenda y me respondió: - Señor, Usted tiene el promedio que le ha correspondido, resultado de sus notas parciales de este último trimestre: dos 7 y un 6.

Ante ello le pedí que reviera mi situación y me exonerara del examen final con sólo aumentar en un punto cualquiera de tales notas parciales. El Sr. Martino entonces puso en escena su índice derecho y, apuntándolo hacia donde irían sus palabras, agregó: - Qué esperanza, jovencito!. Estas notas son i-na-mo-vi-bles. Y no las cambio!. Son las que Usted se ha merecido!. Así serán estampadas en su boletín. Y no las modifico!. Sólo lo haría, tal vez, si me lo pidiera el Presidente de los Estados Unidos..... Y aún así, no sé si las modificaría...

Me parecía que el profesor Martino me desafiaba en cada frase que pronunciaba. Me alejé mientras pensaba: - Y si de verdad se lo pidiera el Presidente de los Estados Unidos?...

Al llegar a casa tomé el teléfono y llamé a la Embajada norteamericana: - Buenas tardes, soy Fulano de Tal, tengo 15 años, me podría decir, señor, cómo debería hacer para hablar con el señor Presidente de su país?.

-Mire, joven, no creo que eso sea posible, el Presidente no se encuentra en este momento en su despacho en Washington, está en Dallas, tal vez de recorrida, a esta hora, en compañía del señor Gobernador de Texas.

Ing. Teodoro R. Frejtman

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