El Color del hielo Ilustraciones
y diseño gráfico: Waldemar
Fontes
Beatriz era una artista que estaba en la
Antártida estudiando los paisajes helados para pintar cuadros. Había llegado hasta allí a través de
un concurso en donde se invitaba a los artistas a presentar ideas sobre cómo
pintar un edificio nuevo que se había construido y ella había planteado
una original propuesta de pintarlo con soles y lunas, estrellas y pingüinos
en una combinación de colores y formas que había encantado a los
miembros del jurado.
La artista era joven y llena de
curiosidad. Su proyecto le parecía fácil de llevar a la práctica, pero
cuando estuvo enfrentada a la pared blanca que debía pintar no estuvo tan
segura. En su mente había creado una imagen basándose
en los colores que ella creía que eran los del hielo y la nieve. Nunca antes había estado en un lugar con
nieve y ella pensaba que la nieve era blanca y el hielo también. Pero cuando estuvo en la Antártida y se
encontró con el enorme témpano azul que descansaba en la bahía frente a
la base, su concepto del color del hielo, cambió por completo. El mismo témpano, que cuando llegó era
azul, al atardecer fue rosado y amarillo y violeta.
La combinación de colores que surgía por la incidencia de la luz
del sol creaba efectos increíbles y Beatriz se maravilló. Preguntó a unos y otros, en su concepto
¿cuál era el color del hielo? y comprobó que en realidad nadie lo podía
definir. Los más distraídos, que vivían solo
pensando en su trabajo, la miraban extrañados y le decían burlándose,
-el hielo es blanco, ¿de que otro color va a ser?
-Acá todo es blanco. Llegó a decirle
uno que seguramente nunca se había detenido a mirar un atardecer. Entre los científicos, encontró una
respuesta diferente. Un glaciólogo
le dijo que existían diferentes tipos de hielo, cuyo color variaba de
acuerdo a la edad, la composición y los sedimentos que contuviera.
Así le explicó por ejemplo que existía el hielo gris que era un
hielo muy viejo, que estaba tan comprimido por los años y las presiones a
que fue sometido y por eso adquiría ese color. Otro glaciólogo, le dijo que incluso
existía el hielo negro y Beatriz lo pudo comprobar cuando fue al glaciar
y observó trozos de hielo que contenían piedras y tierra que venían
siendo arrastradas quien sabe de donde y que quedaban si, de color negro. Todas estas respuestas las iba anotando
en un cuaderno y las analizaba. Ya se estaba aburriendo de esas
respuestas monocromáticas cuando un señor que hacía el monitoreo
ambiental de la base, le dijo: -El color del hielo se aprecia según con
los ojos con que se mire. Esa respuesta le interesó más. Entonces
el señor explicó: -También influye nuestro estado de ánimo y lo que
estamos pensando cuando miramos el hielo. La invitó entonces a ponerse las
antiparras que él usaba, que tenían un visor amarillo y observar el témpano
que aún estaba en la bahía. Beatriz comprobó que el matiz del azul
se veía diferente mirando a través de ese vidrio que a través de sus
lentes negros. -Tiene razón, dijo Beatriz. -El color de
las cosas es diferente según el color del cristal con qué se mire… . -Eso es un viejo dicho.
Me alegra que lo hayas descubierto por ti misma. Beatriz se rió. Estaba contenta porque
seguía descubriendo matices de color . El señor se puso de nuevo sus antiparras
amarillas y se despidió diciendo: -No
te detengas, sigue buscando y descubre el verdadero color del hielo. Toda esa tarde pasó Beatriz observando
los témpanos y revisando las notas de su cuaderno.
En su cabeza, una paleta de colores giraba sin detenerse.
En cada color que imaginaba, podía ver un trozo de hielo y sin
embargo ninguno tenía el color que ella buscaba para sus cuadros. Al día siguiente venía un avión que
traía carga y se llevaba a muchos de los que habían estado trabajando en
la base esa semana. A partir del momento en que el avión se
fuera, comenzaba el verdadero trabajo de Beatriz.
Había pasado una semana investigando y analizando y ahora debía
ponerse a pintar el edificio con el diseño elegido por el jurado. Cuando por fin la base quedó tranquila,
con poca gente y mucho por hacer, Beatriz se instaló frente a la pared
blanca. Un ayudante que le habían asignado, tenía
la tarea de preparar un andamio y ayudarla en lo que fuera necesario.
Pero Beatriz no sabía por donde empezar. Tenía el diseño sí, pero no se decidía
por el color del hielo y eso le perturbaba. El jefe de la base, se comenzó a poner
impaciente, puesto que como máximo se podría trabajar durante el mes de
enero, porque luego los días se acortaban y el mal tiempo comenzaba de
nuevo a hacer de las suyas. Había que comenzar la obra cuanto antes.
Beatriz comprendía eso. Se
jugaba además su prestigio como artista. Su obra terminada, podría ser
apreciada por mucha gente. Si
no aprovechaba esa oportunidad, tal vez
nunca tuviera otra. La dotación de la base la estimulaba e
incluso de las bases vecinas le hacían sugerencias. Visitó las bases de China, de Rusia y de
Chile, comparando colores y paisajes, pero el color que buscaba, seguía
sin aparecer. Hablando con un glaciólogo ruso, Beatriz
se enteró de que era posible adentrarse en las entrañas de los glaciares
por cuevas y grietas. Es más,
el glaciólogo le ofreció descender al glaciar por una grieta que estaba
estudiando muy cerca de allí. Por supuesto que nuestra artista aceptó
la oferta; no podía perder esa oportunidad. Avisó al jefe de la base, sobre su plan
de visitar el interior del glaciar y luego de recibir un montón de
recomendaciones sobre los cuidados y las medidas de seguridad que debería
respetar, el jefe le dio el permiso. Descender por una grieta no es nada fácil.
Se requiere equipo de escalada, cuerdas, zapatos con pinchos,
un buen estado físico y alguien especializado en esos descensos
que dirija la actividad. El glaciólogo ruso se encargó de
preparar todo y ayudó a Beatriz a equiparse.
Cuando estuvo lista, la guió a pararse en el borde de la grieta y
la lanzó al vacío. Por un segundo, Beatriz quedó suspendida
hasta que sus pies tocaron la pared congelada. Otro glaciólogo, haciendo
de guía la esperaba adentro y le explicó como moverse. Allí miró hacia arriba, lo vio al amigo
ruso que le hizo una seña con el pulgar, tomó impulso de nuevo y
descendió al interior del pozo que se hacía cada vez más ancho, hasta
ver el agua que corría debajo de ella, buscando una salida al mar. Allí quedó suspendida, como una libélula
adentro de un botellón y comenzó a observar. Hasta el momento su preocupación había
sido sujetarse de la cuerda y controlar esa sensación de vacío en el estómago
mientras descendía al pozo. Pero ahora que estaba suspendida y segura,
pudo apreciar la maravillosa vista de aquella caverna helada. El hielo tenía colores de azul intenso
que se hacían más oscuros y fuertes a medida que se adentraban en las
profundidades. También había celestes que tendían al blanco cuando se
acercaban a la boca del pozo. El color parecía emitir vibraciones. Era
como una reverberación que inundaba sus ojos, haciendo insoportable el
querer definir un color preciso. Como un velo de vibración se formaba
delante de sus gafas y si las quería apartar con las manos, estas no se
iban; seguían allí. En busca del verdadero color del hielo,
Beatriz miró hacia arriba y vio que se formaba un arco iris.
Lo vio por un instante, tal vez formado por el vapor de su
respiración que se elevaba y el cruce de un rayito de sol que entró por
el hoyo. Cuando miró de nuevo hacia arriba ya no
lo pudo ver, pero tampoco lo creyó necesario.
Pensó que había descubierto lo que buscaba y se dijo que no
necesitaba ver más. Le gritó al guía para que la ayudara a
subir y comenzó el ascenso. El glaciólogo le preguntó curioso si
por fin había encontrado la respuesta a su pregunta, y Beatriz le dijo
que si, pero que aún no sabía como decirlo con palabras. El glaciólogo comprendió lo que la
joven sentía y le contó que él mismo, cada vez que bajaba a las
profundidades del glaciar, descubría nuevas respuestas para las mismas
preguntas, dejando a nuestra artista con más dudas que antes de bajar. Beatriz volvió a la base.
El jefe y otros integrantes de la dotación la esperaban confiados
de que por fin habría obtenido el color que buscaba y podría empezar su
pintura, pero bastó ver su cara de desconcierto para darse cuenta que la
respuesta no había aparecido aún. Esa tarde, un grupo de coreanos visitó
la base y entre conversaciones en inglés, español y señas antárticas,
surgió el tema de la pintura de Beatriz. Uno de los coreanos, que además de biólogo
era músico, comentó algo acerca de la música de las esferas, comparando
la secuencia de las notas musicales con diferentes vibraciones que coincidían
con una escala de colores que bien podría interpretarse como el arco iris
que se forma al pasar un rayo de luz blanca sobre un cristal. El comentario circuló en la conversación
solo como un aporte, que no todos comprendieron y siguieron hablando de
temas variados, preguntándose cosas de la vida de cada uno, comparando
como las diferencias culturales en realidad no eran tales y las mismas
cosas se sentían igual aunque las personas vinieran de diferentes partes
del mundo. Pasaron los días y era 7 de enero.
El jefe la llamó a Beatriz a su oficina y le explicó que lo habían
llamado desde Montevideo, preguntando como iba la obra. Al enterarse de que aún no había
comenzado a pintar le dieron un ultimátum.
Si dentro de 3 días no hay algo coherente en marcha, pintaremos
todo el edificio de rojo y traeremos a la pintora de regreso a casa. -Habrá un vuelo en estos días y un
periodista viene con la intención de hacerte un reportaje sobre tu obra.
Explicó el jefe. -Pero si en tres días no tienes algo listo,
cancelarán la entrevista y en lugar de venir el periodista, te irás tú.
Dijo terminante, haciéndose eco de la resolución de Montevideo. Beatriz salió descorazonada.
Su esperanza de ser un día una artista reconocida se esfumaban y
no veía como encontrar inspiración para su obra. Beatriz se paró frente a la blanca y
enorme pared. Su asistente
tenía prontos los andamios y los materiales para empezar el trabajo ya.
El meteorólogo se acercó hasta el lugar
y anunció: -Tenemos por delante los tres mejores días del verano.
La presión está subiendo y se esperan unas condiciones meteorológicas
únicas, ideales para pintar un cuadro al aire libre, dijo con picardía. La doctora, también se acercó y puso música
en su celular, para ayudar a Beatriz a encontrar inspiración, mientras le
mostraba en la pantallita un video clip, donde los colores estallaban al
ritmo de la música.
Desde los distintos edificios de la base,
la dotación la miraba y le gritaban cosas dándole ánimo. En la bahía, navegaba un crucero rumbo a
la base. Por la radio, el
jefe anunció que tendrían turistas de visita por la tarde.
Habría mucho movimiento y esa efervescencia por fin motivó la
inspiración de Beatriz. Era común que después de varios días
de mal tiempo, al salir el sol de nuevo, un ritmo febril y una onda de
buen humor inundaran la vida de las bases antárticas, así que habría
que aprovechar ese momento.
Beatriz se subió al andamio y comenzó a
trabajar. Para cuando desembarcaron los turistas del crucero que fondeó
en la bahía, ya se podía apreciar un bosquejo de la obra que Beatriz
realizaba. Los turistas la fotografiaron de todos
los ángulos y le preguntaron mil cosas a Beatriz.
Alguno hasta le dio una tarjeta ofreciéndole para pintar una casa
en Europa con un motivo similar y otro prometió que volvería a visitar
la base Artigas, cuando la obra estuviera culminada. Beatriz se sintió halagada, pero a la
vez comprobó que el desafío era ahora mayor. Los días era muy largos y la noche no
existía en esta época del año. Eso
sumado al buen tiempo, fue una oportunidad única para avanzar velozmente
en el diseño de la obra. Era medianoche cuando la tuvieron que
hacer bajar del andamio, para que comiera algo y descansara un poco.
Beatriz no quería pero la doctora y el
jefe la convencieron luego de explicarle que con lo que podían ver, más
los comentarios tan favorables de los turistas, ya había motivos
suficientes para rever la decisión de cancelar su obra. Beatriz ya no estaba preocupada por eso
ahora. La inspiración se había apoderado de ella y simplemente ya no podía
detenerse. Después de comer, durmió un rato y a
las cinco de la mañana estaba de nuevo sobre el andamio.
Cuando el resto de la dotación comenzó sus tareas, la obra había
tomado forma realmente.
Ya se podía apreciar el sol y la luna
que entrelazados bordeaban la puerta de entrada del edificio y sobre los
costados se distinguían los paisajes antárticos con pingüinos, focas,
aves y témpanos. Cuando vino el avión con los
suministros, entre los relevos y los visitantes llegó el periodista. Le hizo un reportaje muy emotivo y se fue
impactado por la forma en que nuestra artista había representado el color
del hielo. Cuando leyeron el reportaje en Internet,
todos en la base se maravillaron de lo imaginativo que era el periodista,
pues si bien la obra mostraba claramente soles y lunas, estrellas y nubes
y muchas cosas más, donde el periodista vio hielo, Beatriz había pintado
una línea azul, con un arco iris ondulado del que salían notas musicales
que se fundían con estrellitas y bolitas de color. La obra se hizo famosa y Beatriz fue a
pintar la casa del turista europeo y expuso cuadros y fotos por todas
partes del mundo. Beatriz se especializó en pintar temas
antárticos, con aves volando sobre los témpanos y mares con hielo
flotando. El público admiraba sus obras y donde
algunos veían hielos de color blanco, otros los veían matizados de
violeta, rojo, amarillo o azul. Unos vieron caras, donde otros veían
nubes y alguien encontró colores donde otros sentían música. Beatriz fue una artista reconocida y enseñó
a otros artistas a pintar como ella.
Hasta hoy, cuando le preguntan, ¿de qué color es el hielo?
Beatriz dice que es de muchos colores y comienza a dar una larga explicación,
hablando de gases, de vibraciones y de la luz...; pero ella sigue
buscando; porque aún no lo encontró y en realidad no sabe como
responder. ---oOo--- |