"Y pensar que cuando muchacho era lo mas codiciado del barrio . . ." -recordó don Solsti con melancolía. Bailando era poco menos que un Cachafáz. Hay que ver las cosas que era capaz de hacer en una baldosa. Un día, hasta lo llevaron preso. Las muchachas lo llamaban "zapato nuevo", porque apretaba como loco.
"Esas eran mujeres . . . " -comentó sin darse cuenta el viejo en voz alta, y una señora bastante bellota que pasaba se ruborizó hasta el pelo. Pero don Solsti no reparó en ella y siguió pensando en su juventud. Sus ojos se llenaron de picardía al recordar a aquella hermosa muchachita que sedujo cuando era estudiante. Fue una tarde de calor espantoso. Él tenía 18 años y estaba preparando el examen de ingreso. "¿Te vas a casar conmigo?" -le había dicho ella después. "Si -le contestó él - esperate que termine esta bolilla y enseguida vamos!".
Ya siendo más hombre se enamoró perdidamente de una pantalonera. Fidodendra se llamaba y tenía una boca descomunal. Un día fue a un dentista para que le hiciera un puente y el tipo se la pasó a un ingeniero. Se le declaró en el Prado y ella lo aceptó. Él, entonces, dibujó emocionado con un cortaplumas un tremendo corazón en un árbol y llenó las aurículas y los ventrículos con sus nombres. Luego le dijo nerviosamente: "Fidodendra, ya escribí el árbol; ahora nos toca plantar el hijo!". Ella se ofendió y lo dejó plantado a él. Fue el amor de su vida.
Tiempo después, conoció a la que hoy es su esposa. Ella no tendía redes para conseguir un marido; tendía jaulas y él entro como un desgraciado.
!¡Ahora, andá a cantarle a Rapallo Ronco!" -razonó don Solsti y miró el reloj. Hacía ya media hora que esperaba. Cada vez que pasaba una mina despampanante, el viejo le clavaba los ganchos como para desnudarla. Usaba su vieja mirada tipo buscapié y siga para arriba.
El hombre empezó a sentirse inquieto y con ganas de mandarse una conquista. "¡Total -pensó-, tan cascoteado no estoy!". Sin mucho trabajo llegó a la conclusión de que era un galán maduro. Algo así como un Jurgens. Con la pelada se conformó pensando en Yul, por lo que venía a resultar una especie de Curd Brynner.
Caminó hasta la parada. En la esquina, esperaban entre otras, una dama bastante bonita y con algunos quilitos de mas. Don Solsti se le acercó y para entrar en conversación, le dijo derrochando simpatía: "¿Hace mucho que espera, señorita?" "Soy señora -contestó muy secamente la otra- y hace dos meses que espero". El viejo se quedó tan cortado que el mozo del boliche que pasaba casi lo sube a la bandeja.
Colorado como un grafión maduro, empezó a caminar en sentido contrario. Estaba tan atribulado que se detuvo en una vidriera que no tenía otra cosa en exhibición que ropa interior femenina. *A su lado, sintió una risita medio contenida y bastante cachadora. Don Solsti levantó los ojos. Una impresionante pelirroja con un saco del mismo color lo miraba con malicia. El señor Mampruchet no se daba cuenta donde terminaba el pelo y donde empezaba el saco. Lo que sí se daba cuenta era que la tipa le daba una pelota inusitada.
El viejo no se anduvo con rodeos y le rogó que le permitiera acompañarla. Ella le dijo entre risitas que iría a pensar él si ella aceptaba y el viejo la tranquilizó asegurándole que él no estaba en condiciones de pensar nada.
Empezaron a marchar hacia Andes. La muchacha era simpática pero le encantaba Antonio Prieto. En una cuadra, don Solsti se enteró además, que a ella le gustaba muchísimo cocinar. "En confianza le tengo que decir que a mí también" -dijo don Solsti que estaba hecho un caramelo. "Mi especialidad son los niños envueltos" -afirmó ella radiante. "¡La mía también!" susurró él, y agregó: "¡Que lindo sería prepararlos a medias . . . Yo se los hago y Ud. los envuelve". La pelirroja rió como una pajarona y el viejo agarró coraje y la tomó del brazo.
La próxima media cuadra la hicieron en silencio. "¿Ud. es soltera? -quiso saber don Mampruchet. "Toda"- le respondió ella. "¿Trabaja?" - insistió él.
"Bastante" le contestaron. El tipo miró para todos lados y luego masculló: "¿Que le parece si nos vamos a un lugar en donde podamos charlar mas tranquilos?". Ella se puso seria. Lo miró de arriba a abajo y preguntó: "¿Y vós tenés plata, veterano?". El otro quedó mudo y se paró de golpe. "Platita y mucha - sintió que chillaba la pelirroja. Estos saquitos color sanagoria no se compran así como así".
Don Solsti dio media vuelta y empezó a correr hacia la tienda. Su mujer lo esperaba impaciente en la puerta. "¡Donde te habías metido, viejo sátrapa!" -protestó indignada. El señor Mampruchet no contestó y preguntó a su vez: "¿Compraste el pedazo de cretona, pedazo de cretina?". Ella le dio los paquetes y se fueron a esperar el ómnibus.
Al llegar a la esquina, al viejo se le heló la sangre al distinguir un saco "color sanagoria". La pelirroja lo vió venir y con gran descaro le gritó:
"¡Mirá la porquería que te conseguiste! ¡Si serás machete, veterano!"
"¡Viejo verde, viejo verde!" - vociferó la esposa echando chispas, y don Solsticio, para disimular, la cachó de un brazo y chilló: "Si, vieja; verde, luz verde, vamos!". Y se perdió de vista entre los transeúntes. |