El primer viaje Cuento de Ricardo Leonel Figueredo Suplemento dominical del Diario El Día Año XXVII Nº 1322 (Montevideo, 21 de mayo de 1958)
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Música de guitarra sonaba en la noche. El cuzqueño ladraba a la vera de las calles. Un silencio de grillos trepaba desde la cañada. El grito de un pájaro asustado, resonó en los sauces. Garcín iba cruzando el puentecito de madera, apoyándose en el alambre húmedo de rocío. Ninguna mujer lo esperaba a esa hora; carta alguna, estaba en la boca del mazo, llamándolo en el centro de las caras absortas. La luna andaba alta y él caminó hasta pisar la sombra de los primeros ranchos. Una puerta se abrió en silencio y al cerrarse alguien subió la mecha de la lámpara. Un humo espeso cubría las paredes con tules. Garcín quedo junto a la mesa que rodeaban los otros hombres, con sus cigarros que parecían luciérnagas. Estaba todo pronto. Saldrían de a dos por la otra calle bordeada de tunales. Más allá del cementerio quedaron de encontrarse. Cuando él salió, la música de la guitarra había cesado. Apagaron la luz y montaron en los caballos que estaban junto al cañaveral. ***** Para Garcín es todo nuevo, para los otros es añejo. Delante la fila de caballos con cargueros, acostumbrados al trote de las noches. Sujetos uno detrás de otro, como cuentas. Marchando. El lleva sólo dos y a ratos vuelve la cabeza hacia ellos. De pronto nota que las luces lejanas han desaparecido y que los cerros les van alcanzando los montes... Sin darse cuenta toca el revólver que le prestaron esa tarde y siente su presencia extraña bajo el poncho. Los teruteros gritan sobre la felpa del silencio. Una portera se abre y ahora abandonan el camino. Algunos animales disparan asustados y se detienen luego a observarlos. Nadie habla. Ni suenan casi los cascos de los caballos sobre el pasto. Un aire frío está anidando en loa bajos. El agua del arroyo corre entre pedregales. El humo del fogón viaja por los árboles. Toman mate mientras el asado se dora. Garcín escucha: — Venía el Zurdo desde Bagé en el camión. Recién había pasado el Otazo cuando se quedó sin nafta. Fue a la comisaría que está cerca y les pidió que le cedieran diez litros porque una piedra le había roto el tanque. Arregló la damajuana con un cañito de goma al carburador y siguió. El tanque lo traía lleno de caña. Garcín sonríe. — Otra vez cerca de la Fortaleza, nos pasaron el dato de que la milicada andaba cerca. Escondimos todo en la arena y reculamos por cinco días. Ahí es bravo porque es como un embudo. — Si se agarra buen tiempo, se cruzas los esterales. Garcín mira el verde de los árboles, el agua apresurada y aprende. ***** La marcha se hace lenta. Garcín trae cansancio y sueño. El viento choca contra su cara y hiere los ojos. Zumba en lar ramazones de los árboles y hamaca la crin de los caballos. Enormes nubes viajan, nubes en la madrugada de luna entrante.
Un compañero se detiene a esperarlo. Garcín sonríe y bebe en la botella de caña que le alcanzan. Andan por las callea del Chuy. Los caballos y los cargueros quedaron en un rancho cercano al arroyo. Garcín mira aquella calle enorme con los marcos divisorios en el centro y la cruza. Hay letreros que no entiende y que el sol de la tarde pone reflejos. Extraña las palabras y el acento que parece pegarse. ***** Viene contento. Sobre los lomos de loa caballos; botellas y botellas presas en sus estuches de lona, latas de tabaco, dulce y chucherías. Horas han pasado desde que salieron. En algún rancho lejano, suena el canto de un gallo como lenta campana. Olvidado el cansancio, es todo recuerdos: la mujer que lo estaba esperando cuando fuera a buscar los cargueros. Allí, al borde de la tarde y en los últimos ranchos del arroyo... Ella llevándolo hacia adentro. Ella... Presiente una “picada” en un olor repentino que trae el viento. Los animales parecen nerviosos y mueven sus orejas. Las ranas sacuden el silencio y ahora es un grito más allá del frente de sus compañeros. Resuenan los disparos de revólveres. Se arremolinan los caballos. Garcín apreta seis veces el gatillo y vuelve a cargar apresurado. El monte extiende la mano de sus árboles y Garcín entra por canales de sombras. |
Cuento de Ricardo Leonel Figueredo
Suplemento dominical del Diario El Día
Año XXVII Nº 1322 (Montevideo, 21 de mayo de 1958)
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