Una visita en campaña

 
Nuestras chinas de campo, apenas divisan una visita a lo lejos, rebosan de contento, y van a mudarse las chancletas y a ponerse una moña en la cabeza, aturdidas por tan feliz acontecimiento largamente esperado, las mas de las veces en vano, en el tardo, monótono andar de los días semejantes entre si. Ufanas, con la idea de lucir sus trenzas, si bien todavía lejos de las visitas, a un tranco penoso, están impacientes por ir a la puerta a esperarlas, con las manos puestas como pantallas sobre los ojos, y de tal modo ávidas de ver y reconocer, que, desde una gran distancia, se han dado cuenta no solo de quienes son, sino de los detalles que atañen a las indumentarias y a las cabalgaduras. En los ranchos, por donde pasaron, hubo una serie de emociones análogas, las que se fueron desvaneciendo también a la distancia. 
Las tres chinas del rancho de Pallares, que son las favorecidas, han corrido hacia su único peine desdentado, a prepararse. En torbellino, mientras Calista se peina, Eusebia saca su enagua almidonada y Gervasia su moña rosada. Ofuscadas, van haciéndose las prevenciones y recomendaciones pertinentes, entre tanto que rematan su tocado sumario con una caja de polvos de olor, con los que recubren, según pueden, la piel áspera, sana, seca, de esas caras curtidas por el aire y el sol. Mientras Eusebia se refriega los polvos con la mano, contra la nariz, va diciendo:
- Y a mi que me importa parecer blanca, si tampoco lo soy!...
Corren apuradas a la puerta, y exclaman, sorprendidas:
- Pero que lejos vienen entuavia!
Ya están en fermento esas deliciosas almas silvestres, espoleadas por el canto de los pájaros, que suenan mas alegres y melódicos en esos instantes de gran expectativa gozosa. Expansivas, frente a la lentitud de la marcha de las visitas, se van haciendo reciprocas observaciones, riendo:
- Mira, che, como se ha puesto la cinta, Calista: si parece un corcovo!...
- Si no hay siquiera un miserable espejo! -contesta Calista, mientras se arregla la cinta- y vos que venís diciendo? fíjate como tiene hinchada la enagua, Eusebia! parece que esta por parir!.
Eusebia se acomoda la enagua con ambas manos, y ella y Calista, mirando a Gervasia, exclaman:
- Cómo te has puesto los polvos, Gervasia! Estas con lamparones de harina, como una boga pronta pa freír!.
Gervasia distribuye con la palma de la mano los polvos en su cara, y replica:
- No les dije que cuando pase el turco, Kani, hay que negociarle un espejito?
Las visitas ya empezaron a hacer señas con las sombrillas, las mismas señas y saludos que retribuyeron ansiosas las visitadas, con algunas frases dispersas e ininteligibles.
Misia Celedonia viene en un petizo lobuno y barrigón, de cabeza gacha, el que se diría que va a rodar en cada pisada; y la hija, Socorro, viene montada en un tobiano alto, charcon, de lineas exageradas como el camello.
A media cuadra del rancho, ya empezó la serie de interrogatorios y respuestas usuales, que, con parecerles un mundo de cosas a saber, y a decir, van a veces desinflándoles el buche y las dejan sin palabras, a esas almas primarias, según queda sin sonidos un acordeón agujereado.
Bajaron misia Celedonia y su hija Socorro auxiliadas por las tres; se ataron los caballos en la ramada, y entraron todas al rancho, misia Celedonia balanceandose como pato, a causa de su obesidad. Se sentaron las visitas y Calista, quedando las otras de pie.
- Y ustedes, -pregunto misia Celedonia-, no se sientan?
- Nosotras, -contestaron Gervasia y Eusebia-, somos gustosas de estar paradas.
No insistió doña Celedonia por cuanto en una de esas miradas circulares de campo, y listas, como son las de su rodeo, advirtió que no había mas que tres banquitos en el rancho.
- Anda, Gervasia, ceba unos mates, -dijo Calista.
Gervasia, contrariada por una tarea que le impedía oír la conversación, pregunto:
- Quieren dulce o amargo? Hay de todo, -agrego-; y si quieren de toronjil, también hay.
- Para mi, amargo, según decía tío Pancho: porque ansina se acostumbra uno a soportar las amarguras de esta vida perra, -asi contesto misia Celedonia.
- Pa mi, también, -contesta tímidamente Socorro, y tomando a Gervasia por la cintura, agrega: -Yo te voy a acompañar.
- Y Ramón, tu hermano, que no lo veo, -pregunta misia Celedonia,- Esta güeno?
- Debe de estar, -responde Calesta,- pero no tenemos noticias de él desde que salió con la carreta, en marzo. Va a hacer siete meses ya.
- Y quedaron solitas entonces?
- Así es.
- Vamos a desensillar, misia Celedonia, -dice Eusebia-, pues han de venir Uds. a acompañarnos por unos días aunque sea!...
- No, mija, -contesta misia Celedonia,- en este viaje solo venimos a cumplir. Ya vendremos otra vez; no hay cuidado. Fue Socorro la que me dijo: Cuánto tiempo que no vemos a las de Pallares, es una vergüenza! Y así fue que nos animamos y vinimos; es lejos, y aqui nos tienen. Cuánto tiempo hace que nos vimos la ultima vez, se acuerdan?
- El 9 de noviembre van a hacer dos años.
- Que temeridad! A ver cuando van ustedes por allá; pero vayan a pasar unos días.
- Denos el ejemplo, misia Celedonia!
- Esta vez no es posible, -responde la aludida,- tengo que atender una nidada de pollos, y si no los atiendo yo me los dejan perder. Otra vez vendremos a pasar una semanita.
Iba languideciendo así la conversación, con espacios silenciosos cada vez mas frecuentes; se habia hablado ya del ganado, de la peste, y de la caballada, cuando llega Gervasia, con Socorro, y exclama:
- Que les cuente misia Celedonia lo que vio en la ciuda!
Misia Celedonia retozo por dentro, y dijo:
- Es una barbarida!
Se miraron unas a otras en ambos grupos, y como se habían recomendado el no decir pavadas, con el concepto de dignidad abultada que hay en el campo, quedaron un momento perplejas, unas y otras, hasta que misia Celedonia sin poder aguantar mas, señalando con una mano su rodilla mientras que con la otra bajaba su pollera, para que no le viesen los tobillos estallo:
- Hasta aquí!
Un Jesús general fue caldeando la curiosidad; y añadio Socorro:
- Y con el pelo corto; y fuman!
Al oírse esto, fue como si una corriente eléctrica pusiese en acción todos los cuerpos y los semblantes.
- Cómo lo oyen!, -exclamo sentenciosamente misia Celedonia, echando hacia atrás su cabeza con un movimiento elegante, y agitando el abanico, como si con el quisiera aventar toda duda al respecto.
- Y fuman? -preguntaron a un tiempo las de Pallares.
- Fuman! -dijeron las visitantes, agregando misia Celedonia:- Y que manera de fumar!
- Pero todo eso también podemos hacerlo nosotras, -dijo Eusebia.
- No, -dijo gravemente misia Celedonia, como si estuviese temerosa de que las Pallares se anticipasen.- Para eso hay que tener buenos tobillos y la nuca limpia, sin pelusa.
Hubo un movimiento general de investigación reciproca, durante el cual misia Celedonia se puso muy inquieta. Para salir de apuros, con la viveza criolla, dijo:
- Además se requieren pinturas de todo color. Ni el mismo demonio acierta con tanta diablura! Y hay que ver como bailan el...el...
- Charleston, -dijo Socorro.
- Si lo viesen, -agrego misia Celedonia- es como para colgarles a los bailarines un tarro de leche. Sale la manteca ya hecha al momento!
- Se sacuden? -pregunto Calista, sorprendida.
- Y como!
- Y vos Socorro, -pregunta bajo Gervasia,- como te habrás divertido!
- No, -contesta bajo Socorro,- no me dejaron dir.
- Y te quedaste sola?
- No, mija; yo me quede con Rosauro. Que no sepa mama!
- Ha de ser linda la ciuda! -dijeron varias voces nostálgicas.
- Ahí, -dijo Socorro,- naide se aburre.
- Callate mocosa; que sabes vos! -replico severa misia Celedonia.

Una hora mas tarde, quedaban de nuevo solas Calista, Eusebia y Gervasia, mirándose unas a otras los tobillos y la nuca, en silencio.
La luz del día iba extinguiéndose, así como los ruidos del campo, y el croar de las ranas parecía un martilleo de cristales. Algunos instantes mas tarde, la luz de un candil iluminaba las tres cabezas repletas de ensueño, de curiosidad y de ambición, las de Calista, Eusebia y Gervasia,, en medio de las tinieblas sebáceos de aquel destartalado rancho erguido en la extensión solitaria, como un terrón mas.

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