Pajueranos

 
Me encontré, no sin sorpresa por cierto, con don Ramón y doña Micaela en un salón de exposiciones de pintura avanzada, en la rue de Seine. Confieso que cuentan con mi simpatía, y que fue con verdadero regocijo que los halle así, de improviso, en el corazón parisino, después de haberlos dejado en su estancia del Quebracho Viejo, donde me parecieron fondeados definitivamente.
Al manifestarles yo mi sorpresa, me contó don Ramón, que es persona muy "leída", lo propio que "la patrona", como decía él al referirse a su mujer, que ya no se podía vivir allá con los relatos de los viajeros, los que no eran mas que: Si viera! Si viese! y que quedaban así muy desaventajados, por lo cual decidieron venir a ver, para tener una noticia propia, y poder contestar, según corresponda. Esto del "según corresponda" lo decía doña Micaela, para completar la frase de don Ramón.
- Y que tal; que impresión han recogido? -pregunte yo por curiosidad.
- Que diga Ramón.
- Por qué yo? Habla tu, Micaela; habla nomás -dijo don Ramón dándole animo y empleando un tono que tenia dentro algo de cariño y a la vez algo de autoridad.
Doña Micaela, como buena criolla, sentía un gran respeto por el marido, y, por entre la comezón de sus chistes y chacotas, comenzó a decir:
- A mi me parece que hay mucho de bambolla; pero, ni me atrevo a decirlo. Solo a Ramón y a Ud. se lo digo, porque si lo digo por ahí me achuran!...
- Decile lo otro; eso que vos sabes, -agrego don Ramón.
Doña Micaela, al oír tal exhortación, desbordándose dijo:
- Ramón no quiere creerlo, pero a mi me parece que hay mucha falsificación, y que casi todo huele a postizo. Las cosas, por aquí, no se ofrecen al natural, como ofrecemos nosotros: Adónde están los churrascos al natural, esos si, legítimos, pura uva?
- No exageres! -interrumpió don Ramón- La carne no es mala; pero la echan a perder con tanto adobe y a la fuerza de mixturas. Yo he notado que por aquí no gusta lo sencillo y legitimo, según nos gusta a nosotros.
- Si; no hay que hacerle; por aquí es puro vulevu con soda! -exclamo triunfal doña Micaela-, y hasta las mujeres parecen figurines, mas bien que mujeres. -Al decir esto hizo un gesto de arrogante opulencia...
- Y que tal, misia Micaela, que impresión le hacen las artes? -pregunté yo para cambiar de conversación.
Don Ramón se rascó la nuca, mientras doña Micaela iba aguantando la risa, y le saltaban los rollos retozones por debajo del vestido.
- Que diga Ramón! -dijo ella, entre dos bufidos de hilaridad.
- Deci vos; no andes mañereando, pues! -contestó don Ramón, deseoso de entrar en materia.
- De lo que hay aquí, -pregunto doña Micaela,- quiere que le hable?
- Si, -dije yo,- ya que estamos aquí, dígame su impresión.
- Mire, en confianza se lo voy a decir, y con toda franqueza, -se apresuró a contestar doña Micaela,- a mi me parece que todo esto es un nido de urracas y cotorras! -Esto lo dijo ya formalizada, y hasta con cierto despecho, como si le quisieran tomar el pelo.
- No, no es para tanto, -añadió don Ramón- Hay un poco de extravagancia, eso si, pero se comprende la intención: es para dar que hablar.
Esto lo dijo don Ramón como quien hace una concesión a regañadientes.
- Y entonces, -interrumpió misia Micaela- vamos a cuentas: los cuadros son para dar que hablar o son para ver?
- No, eso no: pueden ser para las dos cosas a la vez, -afirmo don Ramón.
- Eso no, che -asevero doña Micaela- si todavía se da que hablar con los cuadros, donde vamos a parar? Con el gramófono, el radio, el jazz y todavía con esto, el mundo todo se vuelve pura charla, cotorreo, ruido y nada mas. Vaya una vida, si le quitan la sustancia! Yo, que quiere que le diga, prefiero los hechos a las palabras, no te parece Ramón?
- Si, -dijo don Ramón, animado por la esposa:- mejor es el pan-pan, vino-vino, y, además, menos inmoralidad. -Esto lo agregó en tono sentencioso, en tanto que misia Micaela le tocaba disimuladamente con el codo, como para contenerlo.
Intervine entonces, conciliador, y les dije:
- Vean que los tiempos han cambiado; y no hay que encarar las cosas así, tan a lo trágico; en nuestros días que son de mayor liberalidad y mangancha. Además, para esta pintura hay que tomar distancia, y hay que mirar hasta comprender lo que nos dice el artista. Vean aquel desnudo, es delicioso...
Don Ramón se emplazó convenientemente, hizo canuto con las manos, y lo propio hizo doña Micaela.
- Y aquellas rayas azules y verdes cruzadas al pecho, que son? -preguntó doña Micaela.
- Los senos, -conteste.
No lo hubiera dicho! Como si hubiese proferido una indecencia, misia Micaela, sublevada, exclamó:
- Vaya una zafaduría!
Se miraron don Ramón y doña Micaela; hicieron una especie de evolución militar, en silencio; se tomaron del brazo, y haciéndome una leve inclinación de cabeza, se dirigieron a la puerta con gran dignidad, y siguieron graves, y pulcros.

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Figari

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio