Con los ojos redondos

 
Me parece que los gurises tienen los ojos redondos; aunque en realidad no sé bien si es siempre así, o solo cuando se asombran.
Claro que teniendo en cuenta que del asombro nace la duda y de esta el conocimiento, tal vez sea bueno que los tengan redondos.
Sea como fuere, el caso es que él vivía con los ojos así.
No se sabe cuándo empezó el asunto, pero un día pidió un auto a cuerda; rojo lo quería, y de esos que dan la marcha atrás.
-Lo vas a tener cuando las ranas críen cola -dijo la madre, y ojos redondos arrugó los hombros para no oírla gritar.
-Es cosa de averiguar -se dijo-; si estos bichos echan cola, autito seguro. Como consecuencia inmediata, ojos redondos inició la fase de investigación.
Comenzó por acechar los charcos, cara alerta, pupilas dilatadas, sin respirar.
Pero mientras él no encontraba sosiego, las ranas proseguían tranquilamente su eterno croar.
¿Sería cuestión de cambiarse de sitio?, ¿tal vez no tanta agua?, ¿tan solo humedad?
-Seguro, tal vez el asunto esté por acá.
En el galponcito oscuro el rincón Oeste era inútil a esos efectos, mas el Sur era perfectamente mohoso, y con un rajón además.
-Ahora sí que no falla, yen cuanto empiece a crecerle a la primera, la voy a agarrar.
Es la prueba segura, el precio establecido, la oportunidad.
En ese lugar él siempre jugaba con las ranas, o, mejor dicho, su imaginación jugaba, porque los bicharracos se ponían en fila todo a lo largo de la arista.
No se sabe por qué razón misteriosa no andaban por otro lugar; estaban todas quietitas como las viejas en la cola del pan, y él se hacía apuestas secretas: si se mueve la tres, gano; si la madruga la cinco, soné.
Si no llegaba la hora de comer, tanto mejor; seguía con el jueguengue hasta inventarse triunfador.
-!!Tenemos en el podio al gran Maestro Augustus, ganador absoluto de la polla de ranas!!
"¿Qué puede decirnos para la emisora local?
-Ha sido un gran esfuerzo, pero sin duda han triunfado el trabajo y la inteligencia, señores; la tres ha vencido como con San Cono en el lomo. No aplaudan, no aplaudan que ya va a recomenzar.
-¡Augustoo la clasee! ¡ Este gurí vive en la luna! 
Chau buena vida; a bajar.
La ida a la escuela se transformó en un suplicio. Horas y horas impedido de hacer la ya ritual vigilancia.
Ojos redondos había pensado escaparse al recreo, pero iba a empeorar las cosas si lo llegaban a pescar.
Comenzó a sufrir fiebre, dolor de cabeza, a tener las manos heladas, y encima a soportar el asedio de la maestra preguntona.
Pero se juró a sí mismo que no lo sabría. No lo sabría jamás.
-Aunque me muera con el secreto nadie lo verá primero -se dijo y resistió el paño frío, la cápsula asquerosa, el ungüento en el pecho, las gotas nasales que te abren un agujero en la cabeza cuando la echás para atrás, la bolsa caliente, el buzo apretado, la bufandita casera, y cuanto flagelo se les antojaba porque decían que era por su bien y ¡guay! con dudar.
Entonces la esperanza cambió de colores. Tal vez fuera mejor no vichar tanto y capaz que de golpe, al volver al lugar, el asunto estaría prontito.
Soñaba despierto con ranas de colas pequeñas, de colas enormes, de colas de gasa, de colas de sal; ranas azules y verdes y rojas igual que el autito que estaba al llegar.
Vino la primavera de su cuarto año escolar junto con la certeza de que aquellos malditos bichos no harían otra cosa que croar.
Ojos redondos decidió que le había faltado estudio.
Ningún investigador que se precie pasa por alto los libros; es más, traga bibliotecas enteras. Como el hijo de don Braulio que se fue a Montevideo y allá se quedó loco de tanto estudiar.
Así que el asunto se puso muy serio: cuatro manuales, una Zoología completa con ilustraciones, un Diccionario dc Ciencias y una linterna con lupa.
-Esto tiene que resultar -se dijo.
-En quince días devuelvo los libros y la linterna, total ya tendré el autito; vamo'arriba -y se restregaba las manos de puro contento.
Pero el saber no siempre da alegría, y ahí estaba clarito con dibujo y todo que la cola había sido antes que la rana.
Es más, recordó que él ya lo sabía de mirar los charcos mil veces ¿cómo lo pudo olvidar?
El renacuajo es primero, la rana va atrás; nunca le crece la cola a la adulta, esa es rana pa'siempre, ¡qué va!
Ojos caídos, mirada al piso, devolución de materiales: gracias, ya está.
-Mirá que soy bien tarado, ¿cómo iba a pasar?
Sólo ahí llevó la mirada a su verdadero metro treinta y tres sin más posibilidades de contemplación que el agua, el jabón, los palillos y la madre colgando la ropa de aquí para allá.
Y cayó en que era invierno, pero invierno de verdad, con frío sin estufa, patitas sin botas, manitos rojas pero no de guantes, de puro frío nomás, como las manos de ¡a madre cuando de mañana quebraban la escarcha de la pileta para ponerse a trabajar.
Entonces lloró sin ruido. Los ojos oblicuos de tanto llorar, la boca una raya para no gritar, las rodillas como mesa de la frente y las manos apretando las piernas para no disparar hacia quién sabe dónde, ya que no tenía adonde ir ahogado como estaba con su tristeza de locura.
Luego, mirando al suelo, fue que vio su para-atrás. Los años pasados, ¡os pinos vacíos de cada Navidad.
Y así supo que siempre había sabido que él no tendría un auto rojito.
Nunca.
Jamás.

Con los ojos redondos - Cuentos
María Ferrer
Edit. Prisma - 1996

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