Manuel Acuña, en la literatura mexicana, y Adolfo Berro y Andrés Héctor Lerena Acevedo, en la uruguaya, pasaron a la vida de la historia rodeados de esa extraña aureola que otorga más que la obra realizada la presentida como posible. Muertos cuando recién salían de la adolescencia, dejaron un manojo de poemas cuya inspiración hace pensar que debajo de ellos subyace un auténtico poeta al que la muerte segó joven, impidiendo la plenitud de su realización. Análoga situación, aunque no tan difundida, es la del también uruguayo Federico Ferrando (1877- 1902). Acuña se suicidó; Berro y Lerena Acevedo fueron abatidos por la enfermedad. Ferrando fue muerto involuntariamente por su mejor amigo: Horacio Quiroga. Salteño como Quiroga, Ferrando intimó con éste cuando, radicados los dos en Montevideo, el primero capitaneaba la alocada grey del
Consistorio del Gay Saber. Fueron ambos, sin duda, los que con mayor intensidad sintieron el anhelo innovador en lo literario que convirtió el Consistorio en un mar de extravagancias, de pirueteos mentales, de actitudes clownescas más que literarias, de ebullición juvenil que producía los más delirantes vapores síquicos. Muerto a los 25 años, la labor de Ferrando es muy escasa. Esta formada por tres cuentos
(Un día de amor, En un café al caer el sol, Por el amante se calcula ....... el grado de la
ilusión); dos estampas (Juan Bautista y Luis Gonzaga); un extenso poema titulado
Encuentro con el marinero; un soneto sin título; unas biografías apócrifas de algunos de los consistoriales tituladas
Páginas de un diccionario biográfico que vio la luz en París en 1950; las contribuciones -poemas y ejercicios en prosa- al
Archivo del Gay Saber.
El interés que para el estudio del proceso de la literatura uruguaya ofrece todo este material es indudable. Documenta con precisión algunos de los matices de la
situación de la literatura uruguaya a comienzos de siglo. Para poner de relieve cuáles son esos matices no es necesario un análisis pormenorizado. Basta con subrayar algunos aspectos de los diversos trabajos de Ferrando que aquí se reúnen. Conviene comenzar con algunas indicaciones de las prosas y versos extraídos del
Archivo del Gay Saber. Esas prosas y esos versos evidencian, con meridiana claridad, el desesperado afán de renovación literaria y de originalidad a toda costa que fue en esos años, el impulso sustancial que movía la pluma de la mayor parte de los jóvenes escritores, aunque no supieran con exactitud en qué debía consistir esa renovación y sustituyeron la auténtica originalidad -que es expresión de un modo profundo y hasta entonces inédito de sentir la vida y el arte- por el logro de lo meramente insólito, que es simplemente expresión de un querer ser diferente. Dentro del grupo del
Consistorio, el afán de renovación y originalidad condujo a lo extravagante. Se ha señalado en alguna oportunidad que en los ejercicios literarios de los consistoriales hay ya, adelantándose a los surrealistas, un cierto automatismo de escritura. No lo creo. En rigor, hay en esos ejercicios el deliberado propósito de arribar al absurdo y el procedimiento, bien ostensible, consiste en destruir todas las asociaciones lógicamente normales. Se opera -y permítase la paradoja- mediante una muy lúcida lógica contralógica. La fórmula es sustituir toda asociación por contigüidad por asociaciones -en realidad ficticias- entre objetos o ideas que nada tienen que ver entre sí, no regidas ni siquiera por una ley de contraposición, que es siempre un modo asociativo normal. Esto no es automatismo sino deliberación. Este procedimiento, que no es, desde luego, el único empleado, permite algunos logros medianamente divertidos aunque literariamente nada importantes. Ferrando, entre los consistoriales, se distinguió por su notorio ingenio para este tipo de ejercicios. Léanse, por ejemplo,
Leyenda indica y las dos secuencias de estrofas que comienzan, respectivamente, con estos versos:
"Corre un río blanco como la estearina" y "Un navegante italiano, al mascar una nuez
seca". Esas estrofas evidencian, por otra parte, que poseía aptitudes para la versificación, siempre fluida y ágil. De igual interés son el soneto sin título y el poema titulado Encuentro con el marinero. El soneto encuadra abiertamente en las coordenadas del modernismo, y hay en él resonancias lugonianas y de Julio Herrera y Reissig. A través de elementos descriptivos, se intenta dar expresión a una emoción que pretende ser compleja y refinada, pero, en verdad, sólo se trata de simple ingeniosidad insustancial. En cambio,
Encuentro con el marinero tiene reales valores. Este poema, rebosante de imaginación y versificado con gallardía, denota la presencia de un poeta ya en camino de hallar su propia voz. Característicamente modernista es la alusión a países que se consideraban exóticos y llenos del colorido de lo pintoresco (Arabia, Turquía) ; también lo son, y además reflejo de los hábitos literarios del
Consistorio, la intención de hallar una adjetivación sorprendente y una rima novedosa (".
..me fui con él, que estaba con un semblante apático, / a la casa vistosa de un mercader asiático / que tiene la sabiduría de un hombre
numismático") ; son, asimismo modernistas y consistoriales, la concepción total del poema, que procura dar un personaje de características sicológicas singulares y que vive una situación extraña. Pero, y en esto se diferencia de los ejercicios literarios de los consistoriales, el poema tiene una arquitectura sólida y regida por una lúcida lógica poética. Y, a pesar de la entonación modernista, modula dentro de la corriente un tono personal - una especie de alegre fruición en el juego de la fantasía - que alcanza para hacer intuir el poeta que pudo ser Ferrando sin el trágico accidente que segó su vida. Este goce en el jugueteo imaginativo, aunque ejercido con intención diferente, es evidente también en las páginas, tan representativas del ambiente literario de la época, tituladas
Páginas arrancadas de un diccionario biográfico que vio la luz en Paris en el año
1950. De orientación modernista, aunque más por su concepción que por su estilo, son también los tres cuentos que recoge esta publicación. En dos de ellos,
Un día de amor y Por el amante se calcula... el grado de la ilusión, el tema no es tanto el amor como la extraña situación sicológica con que una mujer enfrenta su íntima vivencia amorosa o erótica. En ambos cuentos, la técnica se aproxima a la del monólogo interior. El tercer cuento,
En un café al caer el sol, muestra asimismo personajes extraños, pero el autor hace incidir el mayor interés en lo
raro de la situación. Ninguno de los tres cuentos llega a ser un gran cuento, pero están escritos con fluidez y se leen sin esfuerzo. Personajes y situaciones quedan delineados, aunque un tanto primariamente. En Ferrando había, sin duda, dotes de narrador, y estas tres piezas no carecen de interés para el estudio del proceso evolutivo de la narrativa uruguaya. De las dos estampas,
Juan Bautista y Luis Gonzaga, la más interesante y original es la primera, que no carece de cierto
elan poético. En cuanto al articulo Enfermedades políticas, pertenece a una serie de siete trabajos de la misma índole cuyos manuscritos integran el acerbo del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional (donación Fernández Saldaña). Aunque esta publicación procura mostrar la figura literaria de Federico Ferrando, no está demás dar a conocer este artículo de distinta índole que evidencia que el alocado juvenil poeta del
Consistorio era capaz, cuando quería, de razonar sensatamente.
Un trágico accidente, reitero, terminó con la vida de este joven escritor de quien, a mi juicio, mucho pudo esperarse, aunque lo realizado sólo haya sido un
signo de época y no creación cabal. Su muerte, que concluyó con la vida del
Consistorio, fue, aunque indirectamente, una consecuencia de la actitud vital y literaria que los mismos consistoriales asumían. Los consistoriales no tenían pelos en la lengua. Su actitud fue polémica. Inevitablemente, se crearon enemigos. Uno de ellos fue Guzmán Papini y Zas, que inició, con la de Ferrando, una serie de
Siluetas en "La Tribuna Popular". Al anunciar las Siluetas, el diario adelantaba, en un suelto del 25 de febrero de 1902, que ellas serían escritas por
"una pluma bien empapada en sal ática". La silueta de Ferrando, aparecida el 26 de febrero del mismo año, se titulaba El hombre del caño, aludiendo a un robo cometido en una joyería, unos días antes, y a la cual penetró el ladrón por el caño colector, y en la silueta se afirmaba, y sirva de ejemplo de lo que se entendía por sal ática, que Ferrando se caracterizaba
"por su falta infecciosa de limpieza", agregando luego:
"Mi héroe por parentesco de suciedad desciende de Diógenes; y, por las pústulas que le avegigan el rostro, por lo que denominaré consanguinidad purulenta, pertenece a la familia de Job! A la raíz de su árbol genealógico la vigorizan con abonos recogidos en el estercolero del gran leproso (...) "¡Es un enfermo incurable de tontería clásica complicada con un desaseo crónico! Narciso del alma, Narciso inverso, no se enamora de sus rústicas exterioridades, pero se contempla interiormente, le rinde una intima devoción a la belleza de su
pedantería!" Los denuestos seguían en tono creciente, y Ferrando, también por la prensa, contestó en el mismo tono. El enfrentamiento físico de Ferrando y Papini se respiraba en el aire, y el primero, previsor, compró una pistola Lafaucheux. Y esto desató la tragedia. Ferrando, junto con su hermano Héctor y Horacio Quiroga, comenzó a examinar el arma en el domicilio del primero. Ferrando y su hermano estaban sentados en el borde de una cama, y ante ellos Quiroga. De pronto, Quiroga tomó el arma, la cargó y al cerrar los dos caños para asegurarla, se le escapó un tiro. Sonó una violenta detonación. Y cuando la madre de Ferrando penetró a la pieza, enfrentó el cuadro trágico: Ferrando ensangrentado -el tiro involuntariamente disparado por Quiroga le había penetrado por la boca y se le incrustó en el hueso occipital- y Quiroga, preso de una crisis de nervios, abrazado a su amigo. Ferrando, privado del habla, hizo unos gestos con la mano como disculpando a Quiroga. Las atenciones médicas fueron inútiles. Murió a los pocos minutos. Quiroga fue detenido, y su defensor, el Dr. Manuel Herrera y Reissig, logró a los pocos días su libertad bajo fianza. La muerte de Ferrando terminó con el
Consistorio. Fue también una de las tantas ráfagas de tragedia que conmovieron la vida de Quiroga. Tragedia que terminó con la vida de un joven escritor que pudo haber realizado obra perdurable. Un azar trágico se lo impidió.
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