Marinero célebre, que lo serás un día
¿Por qué sobre el muelle envuelves tu ropa?
¿Es que vas para Europa
O tomarás el vapor que lleva a Alejandría?
Aún no sabes el punto, eso se adivina
En tus ojos celestes, que están casi obscuros.
Hay en ellos un llanto
¿Por qué ocultas tu llanto, marinero de alma divina?
Tu traje es bien limpio y en el paño se ve
Un color que parece el color del café
¿Acaso fue tejido en la Arabia feliz?
¡Oh sabio marinero, que en la nación del anís
Estuviste una noche,
Y diez meses escasos en el país del té!
Tu reloj es redondo como un objeto hermoso
Que estuviera en la cámara del capitán inglés;
¿Por qué pues marinero no saltas de alborozo
Con un reloj que tiene el tamaño de una nuez?
¿Es que no estás contento con esa faja roja
Que tu cintura ciñe y que fue comprada
En un país absurdo, del cual no te acuerdas nada?
¿O es que ya está floja
Y la llevás solamente por andar de parada?
Marinero incomprensible, tú que fuiste contento,
Y que al barlovento
Y que al sotavento
Cantabas una canción en menos de un momento;
Tú que en Madagascar tenías en una choza
A una mujer que era, á más de buena, hermosa,
Y con ella reías, cuando la luna negra
Dejaba obscuro el bosque, la plena mar y el puerto;
Y en verdad parecía que Dios había muerto;
Dí, inmóvil marinero,
¿Es que ya tu barco no corre ligero?
Tú, que en medio de pestes, cuando el buque partía
Y los leprosos daban muchos gritos en la costa,
Tenías tantos accesos de alegría,
Que el capitán estaba inquieto por el honor del barco;
Tú, que comes de noche, siendo frugal y parco,
En la cubierta obscura del bergantín que se va,
¿Acaso estás llorando porque no tocaste en Judá?
¿Por qué lloras marinero tan perfecto
Y produces en mí tan lastimoso efecto?
Y el marinero, que tenía las manos
Blancas, como el cabello que tienen los hombres canos,
Calmó su llanto, que estaba casi escaso
Yme contó de esta manera el caso.
(Mientras tanto era el lazo
De su corbata azul, visible ante mis ojos,
Y atrayente por su ancho y por su largo
En que los ruines y bárbaros chinescos
Dibujaron, a más de raros antojos,
Tres barcos que partían , con cargamentos frescos).
Y dijo el marinero, y movía su pie,
Y me decía vos en el lugar de usté.
"Yo he visto los ciclones y he visto las tormentas
Que empiezan de mañana y siguen ál otro día
Y he visto un sol extraño, con una marcha lenta
Remontarse en el aire, muy cerca de Turquía.
He visto un barco viejo navegar velozmente
Admirando al capitán y a toda la demás gente.
He visto un obispo inglés tomar pasaje á bordo
Y estuve en un país donde el rey era sordo.
Yo tuve una semana que velar sin dormir
Á un maltés prisionero que pretendía huir.
Y en las noches obscuras, y en las noches de luna
Estaba sobre el puente con mi capa aceituna
Contento con un hombre que tiene un padre bueno
Y tiene una madre buena y tiene un hermano bueno.
Pero un día fue en mí el cariño de amor
Que ha dejado en mi alma el cariño del dolor,
Y la mujer que engañó al pobre marinero
Partió un día del mes del cual dicen Enero
En un barco que estaba sucio y con mala gente
Y me dejó, señor, triste, infeliz y pálido
Como están las personas de los países cálidos."
Y el marinero hermoso tornaba á llorar,
Como un niño á quien su madre deseara castigar
-"¿Por qué, le dijo, no tornáis al vapor
Donde evidentemente estaréis mucho mejor?"
Y él lloraba de nuevo tan desoladamente
Que parecía un niño a quien le arrancan un diente.
-"¡Ay señor, es que yo para agradar á la mujer
Que me engañó después, y esto parece ayer,
Le traía del buque los hermosos objetos
Con que el buen capitán miraba las estrellas,
Y la mujer se fue, y entre sus amuletos,
Los objetos llevóse, como siempre hacen ellas,
¿Y cómo queréis pues, que yo los reclamara,
Si soy delicado y tengo linda cara?"
Entonces yo, empeñado en solucionar
Aquella pena del marinero singular,
Me fui con él, que estaba con un semblante apático,
A la casa vistosa de un mercader asiático
Que tiene la sabiduría de un hombre numismático.
Compré un gran catalejo
De los que hacen ver bien ál más desdichado viejo,
Y el marinero cogiólo, y miró en el cristal
Diciendo que no había visto anteojo tan cabal:
Y mirando en el aire, que no tenía nada,
Saltaba como un chico, y apuntó hacia la rada,
Y añadía, riendo y mostrando los dientes:
-"¡Oh, que anteojo evidente; oh, que anteojo evidente."
Y el bigote de seda se tiraba el buen hombre
Y de tan conmovido no podía hablar más.
Yo le pregunté cual sería su nombre
Y me dijo su nombre, que no recuerdo más.
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