José Garibaldi en Uruguay
La victoria de San Antonio |
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El jueves 8 de febrero se cumplirán 94 años de la batalla de San Antonio. En tal día de 1846 José Garibaldi, general de la república, obtuvo un señalado triunfo campal sobre una fuerza oribista que estaba bajo el mando del general Servando Gómez, veterano militar de la independencia a cuyas órdenes servía un bizarro grupo de jefes resistas argentinos, entre ellos el coronel Cesareo Domínguez, comandante del batallón Patricios de Buenos Aires, el coronel Nicolás Granada, el teniente coronel Lucas Píriz, etc. Con Garibaldi estaban el coronel Bernardino Báez; jefe de las fuerzas de caballería y la Legión Italiana compuesta de 4 compañías. Gómez pudo tener 1200 hombres de los cuales unos 250 infantes, al entrar en lucha. La inferioridad numérica del ejército nacional se compensaba por la excelente calidad de la infantería garibaldina, según se comprobó en una briosa resistencia prolongada casi doce horas. La batalla que tuvo comienzo a medio día duró hasta las doce de la noche, sin que Gómez pudiese quebrantar las líneas de Garibaldi, no obstante las reiteradas y valientes cargas traídas hasta la llamada Tapera de Don Venancio, restos de una salazón de cueros existente otrora en las cercanías del arroyo San Antonio Chico, próximo al Salto, donde se atrincheraron as compañías de la Legión, aprovechando del medido amparo de unas paredes viejas y unas maderas a pique. La contienda tuvo dos fases en la primera de las cuales la caballería de Baez y la de Servando Gómez se entreveraron a lanza. En la segunda la Legión, abandonado el campo por los jinetes compañeros, hubo de sostener el choque sin más auxilio que el de una veintena de bravos criollos de caballería que, desmontados se añadieron a la defensa, combatiendo a la par de los disciplinados Infantes garibaldinos. Las pérdidas de los vencedores probablemente alcanzaron a un contener de hombres fuera de combate. |
El coronel Santander enviado por Garibaldi a explorar el teatro de batalla, vino con la noticia de haber encontrado a cierta distancia dos depósitos de cadáveres en dos zanjas diferentes, contando en el primero sesenta y tantos y en el segundo 86, además de notarse una rastrillada por la cual probablemente se habían arrastrado a los que se sacaron fuera del campo, muertos o heridos. Garibaldi volvió al Salto por la costa del Uruguay llena de monte espeso y en su columna en perfecto orden, siempre combatiendo al enemigo que mostrábase al último "bastante acobardado" sin embargo. Sólo a los catorce días de reñida la batalla, se tuvo en Montevideo sitiado la noticia del triunfo. Fue el domingo de Carnaval de 1846, muy entrada la noche cuando, presumiblemente por vía fluvial, conocióse por el gobierno la buena nueva. Rebosante de orgullo, decía Garibaldi en el parte: "Yo no daría ml nombre de Legionario por todo el mundo lleno de oro". El lunes por la mañana un boletín extraordinario del "Comercio del Plata", difundió entre el público los detalles del combate, que, según palabras de Florancio Varela, director del diario, configuraba tal vez el más hermoso hecho de armas, ofrecido durante aquella guerra en el suelo de la república. "Resistirse y salvarse -decía el gran periodista caído después bajo el puñal de un sicario- habría sido ya muchísimo, pero agregar a eso la derrota del enemigo la derrota sin rebajar un ápice de lo que la palabra significa- es realmente un hecho de los que recoge con interés la historia militar". Antes que en Montevideo, aislada la capital del resto del país por los líneas oribistas del Cerrito, tuvieron los sitiadores conocimiento de lo acontecido ciento veinte leguas al norte. En inmediata y constante comunicación con el interior de la república era natural que los jadeantes chasques se hubieran anticipado y que en consecuencia el día 18 apareciese en el órgano oficial de Oribe el primer parte del general Servando Gómez, fechado el 8 en el campo de la Victoria de San Antonio del Uruguay. Ni este parte ni el que la siguió expedido en Dayman el 14 de febrero y ambos dirigidos al Excmo. Señor Presidente de la República, General en jefe del Ejército Unido Libertador de argentinos y orientales (nótese el orden preferente de las colocaciones) Brigadier General Don Manuel Oribe, ninguno de esos partes, repito, pasan de la categoría de documentos artificiosos, de puro amoño. Pretende el General Gómez hacerse pasar por vencedor y con tales fines hace una narración de hechos conforme a su paladar, y para respaldo de sus falsos asertos se incluyan en el periódico oribistas varias cartas particulares de jefes asistentes a la batalla, las cuales en grueso estilo de cuño rosista condicen con las inexactitudes arbitrarias de don Servando. Muestra de aquel estilo y de la verdad que contienen serian estos párrafos finales de una de tales cartas: "El salvaje pirata Garibaldi se ha librado apenas de quedar tendido como los más de sus soldados, habiendo logrado por la noche refugiarse en el Salto con muy pocos gringos". Triunfo indudable del ejército nacional, el carácter vencedor que se atribuye Servando Gómez toca el imite de lo ridículo. Antonio Díaz, historiador de filiación opuesta a Garibaldi, después de proceder al examen de los elementos de juicio que tuvo por delante. Juzga del combate de San Antonio en los términos que transcribo: "La imprevisión del General Gómez proporcionó a Garibaldi la ocasión de lucirse en un hecho que puede considerarse efectivamente como uno de los más gloriosos de la carrera militar de este hombre en las Repúblicas del Plata". |
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La batalla de San Antonio interpretada por el notable dibujante italiano Eduardo Matania. |
Con fecha 24 de febrero de 1846 las autoridades superiores de la República dictaron el decreto que sigue: "Deseando el Gobierno demostrar la gratitud de la Patria a los valientes que han combatido con tanto heroísmo en los campos de San Antonio, el 8 del presente; oído el Consejo de Estado acuerda y decreta: 1º El señor General Garibaldi y todos los que lo acompañaron en esa gloriosa jornada, han merecido bien de la Patria. 2º En la bandera de la Legión Italiana se inscribirán con letras de oro, sobre la parte superior del Vesubio estas palabras: Hazaña del 8 de febrero de 1846 realizada por la Legión Italiana a las órdenes de Garibaldi. 3º Los nombres de los que combatieron ese día, después de la separación de la caballería serán inscriptos en un cuadro que se colocará en la Casa de Gobierno frente a las armas nacionales encabezando la lista los que allí murieron. 4º Las familias de éstos que tengan opción a pensión, la disfrutarán doble. 5º Se acuerda a los que se hallaron en el combate después que la caballería fue separada, un escudo que usarán en el brazo izquierdo, con esta inscripción: "Invencible. Combatieron el 8 de febrero de 1846". 6º Mientras otro cuerpo del ejército no se ilustre con un hecho de armas semejante, la Legión Italiana tendrá en la formación la derecha de nuestra Infantería. 7º Este Decreto se pasará en copia autorizada a la Legión Italiana, y se registrará en la Orden General, siempre, en el aniversario del combate. 8º El Ministro de la Guerra queda encargado de la ejecución y parte reglamentaria de este Decreto, que se someterá a la Asamblea de Notables, se publicará y se insertará en el Registro Nacional. (firmados) Suárez. Santiago Vázquez. Francisco J. Muñoz, José de Bejar. |
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La resolución honrosísima del Gobierno de la Defensa a la vez que enaltece con toda justicia el triunfo de San Antonio del Salto, resuelve, si bien se examina, un punto que se trae a debate algunas veces todavía. Entiendo referirme a la conducta militar y al papel que pudo caberle en el reñido encuentro a un jefe de tantos y tan bien ganados prestigios como era el coronel Bernardino Baez, paraguayo de nación pero de largo atrás al servicio de la República. Mandaba el coronel Báez, corno dije antes, una importante fuerza de caballería cuya actuación en San Antonio y excepcionalmente, por lo mismo que estaba bajo mando tan meritorio, no coadyuvó a lo resistencia ni participó en la acción como debió efectuarlo por circunstancias que deben creerse muy poderosas, pero nunca puestas bien en claro tampoco. Nótese, en efecto, que los artículos 3º y 5º se refieren tan sólo a los que pelearon después de separarse o de ser separada la caballería, estando por lo tanto estas fuerzas excepcionadas de los honores. Pero es digno de notarse también y el punto me interesó vivamente como me interesa todo lo atinente a justicia, que entre los gloriosos premiados de San Antonio cabe incluir el pequeño grupo de combatientes criollos, compuesto por los que desmontados o vueltos al campo de la acción compartieron con los legionarios hasta lo último las viscisitudes de la porfiada brega. Garibaldi, en su mensaje a la Comisión Italiana de Montevideo, sobria comunicación de corte antiguo, fecha 10 de febrero, lo dice bien claro: "Las cuatro compañías de nuestra legión y una veintena de hombres de caballería refugiados bato nuestra protección no sólo se defendieron contra mil doscientos hombres de Servando Gómez... etc." El coronel Báez no hace caudal de estos subalternos suyos y en cuanto al vencido Gómez únicamente parece que le interesaran los "gringos" o los "carcamanes". Todavía no me ha sido posible hallar los fundamentos indispensables para individualizar a nuestros paisanos con opción a los honores decretados a los vencedores de San Antonio. Muertos desnudos, según llamo siempre a estos héroes anónimos, yo solicito de los historiadores compañeros la colaboración en la búsqueda necesaria y reparadora. Hasta ahora solo conozco una mención del legionario Pedro Viglione que, en sus Memorias, alude sin precisar nombre ni jerarquía militar a un oficial de apellido Vera y nos dice que del pequeño grupo de combatientes criollos resultaron un muerto y dos heridos. No pienso dejar de mano la procura difícil y tal vez los libros de la parroquia del Carmen del Salto, puedan aportarme alguna luz cuando los vuelva a revisar con expreso propósito de hallarla, la primera ocasión que de una vuelta por mi ciudad. |
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Pensé muchas veces en el Salto, cuando yo era joven y tenía sueños de artista en un gran cuadro de tema histórico que representa se la batalla de San Antonio, librada y ganada en las inmediaciones del nativo solar. A la simpatía heroica que el vencido de Aspromonte despertó desde muy temprano en mi espirito -simpatía que con la edad se ha depurado, acreciendo siempre- entraba a servicio de la composición ideal del lienzo la familiaridad del campo de lucha que había temblado bajo las patas lunadas de las caballerías criollas beligerantes, campo allí no más, saliendo un poco del pueblo, por caminos trillados y habituales. Claro percibo que a estas horas hay una le lejanía de años y de distancia que interpuesta ante los ojos me muestran los campos de San Antonio, "teatro de la hazaña del 8 de Febrero de l846", con planos de amplitud inverosímil y con matices de dulzura excepcional, conforme acontece con las visiones de niño. Pero es verdad, también, que aquel paisaje es un paisaje admirable en sí mismo. Abarcando, según abarca, tierras de dos naciones, las perspectivas con tan amplias que un río como el Uruguay, ancho de doce cuadras puede atravesarlas sin que altere la fisonomía su cinta plateada. Píérdense los horizontes por el noroeste en una extrema dispersión de palmares entrerrianos, mientras el gris azulino de los empedradas colinas salteñas, los limitan por el sur y por el levante. Aportaban a las soluciones y recursos de que debe cuidar tanto un buen pintor, los motivos cromáticos de los legionarios agrupados alrededor de la bandera donde en campo negro vomitaba sus llamas el Vesubio; el uniforme de los Patricios del coronel Domínguez, el conjunto abigarrado y multicolor de las caballerías de Báez y las pinceladas punzoes de los bonetudos resistas de Granada. Y luego, por encima de todo, como una aureola de gloria, verídica, históricamente y admirablemente pictórica, el complemento visionario de una de aquellas puestas de sol que en mis suspiradas tierras calientes rebasan los límites de la suposición y fantasean desde una flor de lis oro en un inmenso y parejo limbo color plomo, hasta una cordillera de montañas ardiendo... Así forjaba la mente del muchacho ilusionado la composición, donde luego movía las masas de combatientes, rectificaba la actitud o el sitio de las figuras principales, variaba el angular de visión o cambiaba las luces, pero siempre, siempre con una esplendente y teatral decoración de ocaso. Restos de los sueños de un pintor que no pudo ser, ahora han venido a la mente del escritor, que no pensó ser nunca, para juntarse en la recordación histórica que las enhebra en el mismo hilo sutil de la gloria. |
por José María Fernández Saldaña
Suplemento Dominical El Día s/f cedido por un coleccionista, de su archivo
personal en el año 2003
y escaneado por mi, editor de Letras Uruguay.
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