Ellas me vieron e hicieron algún comentario. Habrán pensado: "Qué está mirando este viejo verde". Después, mientras jugaban, de a ratos me miraban y se reían. Yo, automáticamente metí la panza para adentro. Para qué, es como querer tapar el sol con la mano, pensé.
De pronto se levantó una de ellas y caminó hacia mi. Pa!, qué bien que está!" pensé. En realidad, pensé más fríamente, no está tan buena. Y me acordé de la Ley de Reboledo: 'Mi mujer será un caballo, pero paro mí es un bagayo. Gran verdad. Más de una vez estás vichando a una mina, "qué rebuena que está" y todo eso, y luego, la comparás fríamente con tu esposa... y te das cuenta que tu mujer está mejor. Y que otros te la miran y piensan "qué rebuena que está" y todo eso. Pero para vos es un bagayo, ¿viste?
Bueno, esta estaba buena, incluso más buena que mi mujer. Bueno, qué vivo, era veinte años menor. Y además tenía unos pechos impresionantes. Viste que ahora las minas vienen más tetudas. Mi mujer está muy bien, pero es chata, Y esta tenia para regalar. "Desgraciada, pensé. Tenés todo eso y no convidás', y casi me pongo a reír como un boludo, justo cuando la mina se para al lado mío y me habla.
-Perdón, ¿tiene fuego? -la de la primera frase matadora fue ella, no yo, que yo hubiera tenido más inventiva, que conste. Cómo no, dije y allí tiré la mía:
-¿Están jugando al truco? -pensándolo bien, fue tan boluda como la de ella, pero dio resultado.
-Sí, ¿quiere jugar? Como nosotras somos tres...
Y allí me puse a jugar, yo en pareja con la "pechocha" y por suerte me saqué varios cuatro de la muestra y varios ases, lo que me permitió hacerle las señas más sensuales. Porque con mi naso, si hubiera tenido que hacer el cinco hubiera matado a más de uno en la playa.
Al rato de estar jugando, las otras dos minas se hicieron humo, y yo quedé solo con aquel "caballo". Bueno, no demos tantas vueltas: esa misma tarde estábamos solos en su casita (sus viejos no estaban) y pasó lo que tenia que pasar. No quiero entrar en detalles. La única anécdota divertida fue cuando empecé a acariciar aquellos pechos, y a darle besitos, bueno más que besitos lengüetazos, para qué voy a mentir. Entonces pensé: "Al que come y no convida le crece un sapo en la barriga" y casi me atraganto de la risa.
Mi aventura con la pechocha", Patricia se llamaba, continuó durante varios meses. Y mi mujer, como no podía fallar, algo intuyó. Adivinó hasta sin darse cuenta.
-Viejo, qué higiénico que estás -me dijo una noche mientras yo me cepillaba los dientes- ¿No tendrás una mina, no?
Yo me quedé paralizado con el hilo dental enredado en el dedo, y le seguí la broma, Pero pensé: "Las mujeres son unas hijas de puta. Siempre le embocan. Hasta cuando hablan en joda".
Pero como siempre pasa y tiene que pasar, mi mujer un día se enteró. Supongo que alguna amiga nos vio y le fue a lorear, no sé, pero un día llego a casa y está hecha un ají picante y me grita y me dice que me vaya que ya están hechas mis valijas.
Por supuesto, como siempre pasa, intenté mentirle, hacerla entrar en razón, para qué voy a dar detalles; pero ella me dijo que me fuera a la mierda. Y lo que más me dolió es que me dijo "viejo verde" porque estaba con una mina un poco mayor que la nena. Y la verdad que la muy hija de puta tenía razón, aunque Patricia le llevaba siete años y pico a mi hija.
Y allí pasé a alquilar el apartamento, no este que tengo ahora, otro que quedaba en el Barrio Sur. Y allí se quedaba a dormir casi todos los días la "pechocha", hasta que un día pretendió avanzar más y quedarse para siempre. Ahile paré el carro y todo terminó en un puterío, como tenía que terminar. No quiero entrar en pormenores, pero la mina quedó hecha pedazos, me gritó hijo de puta y ainda mais, y se fue. No sin antes gritarme que no tenía sentimientos, que era incapaz de amar y todo tipo de cosas por el estilo, y, como suele pasar, tenía razón. Ya lo dije y lo diré hasta el hartazgo: las muy hijas de puta siempre te caracterizan en dos palabras.., y casi siempre en dos puteadas.
La cuestión es que la historia con Patricia terminó ahí, y para qué te voy a mentir, después vinieron otras mujeres, ninguna con unos pechos como aquellos, hay que reconocerlo, pero la "pechocha' quedó en el olvido.
Y te diré que un día que fui a visitar a mis hijos, porque algunas veces iba, a pesar de la cara de vinagre que me ponía mi mujer, te imaginarás, me la veo lo más radiante, vestida y pintadita para salir, bañadita y perfumadita. Digamos, y me abre la puerta sin un insulto. "A la pucha', pensé, y esto?". Y la verdad es que la miré de otra manera, ¿no? La miré con cariño, digamos. La vieja y querida Ley de Reboledo, ¿no? Mc di cuenta que me había perdido un caballo, y que siempre la había tratado como a un bagayo. Bueno, más vale no ponerse melodramáticos. La cuestión es que cuando la veo así, y ya me estoy por mandar una frase matadora, tocan timbre y aparece un tipo todo peinadito, bañadito y perfumadito él, y mi mujer se despide de todos, y mis hijos le dicen chau, que pasen bien, y allá se van, mi mujer con el otro. Si, si, ya sé, mí ex-mujer. pero para mi todavía era mi mujer, máxime cuando no habíamos terminado el trámite del divorcio.
Y aquella era la tercera manifestación de la Ley de Reboledo, che. Aquel tipo veía a mi mujer como un caballo, justamente porque era mi mujer y no la suya. Si, déjense de joder, ya sé que ya no era mi esposa, pero para mi seguía siendo mía, y la verdad es que me puse celoso. Es que Reboledo era un crack. No en vano todo el mundo lo quena. Y fue así que un día lo impulsaron a hacer política, y sacó una lista a diputado en Carmelo. Y un día, bueno, más bien una noche, yo era chico pero me acuerdo, estaban todos los amigos reunidos pensando en un eslogan electoral, y luego de mil propuestas desechadas y ya todos en un avanzado estado etílico, de pronto se levanta el viejo Bardallo totalmente borracho y grita: "Lo tengo, lo tengo", buscó con los ojos la inspiración y dijo: "No vote al pedo... vote o Reboledo". Aquello quedó para la historia. Por supuesto, después de eso Reboledo no pudo tirarse a diputado. No había campaña que lo pudiera salvar de aquella frase.
Bueno, pero me voy por las ramas. No en vano el hombre desciende del mono. La historia siguió. Mi mujer siguió saliendo con el engominado, y yo seguí solo. Bueno, alguna canita al aire me tiraba, pero nada serio, che.
Un día voy a Cinemateca, y en medio de la oscuridad veo a la "pechocha" amasijando con un muchacho de su edad, que estaba feliz con todo aquello para él solo. La verdades que la "pechocha" estaba mucho más experta que cuando salía conmigo. Las cosas que hicieron en aquel cine, para qué te voy a contar. Cuando yo me la levanté era más bien inexperiente. Pero si que era servicial. Se dejaba hacer cualquier cosa y hacia lo que le decías. Bueno, por lo que vi en el cine, en ese aspecto seguía igual. Tuve que salir a tomar aire y a caminar un poco, porque me dejó nervioso, te juro. Además no quería encontrármela a la salida, para que no me presentara al tipo con el que estaba amasijando. Lo que más me dolió fue que ya se había repuesto de la separación, mientras que yo seguía como un gil, "solaina".
La estocada fatal me la dio un día mi hija.
-Mamá se casa.
-¿Con el engominado?
-Se llama Ricardo, papá. ¿No estarás celoso, no?
Y como buen pelotudo, le dije que no, cuando lo único cierto es que estaba destrozado. Pero si le hubiera dicho la verdad, ella me hubiera relajado todo, me hubiera culpado por la separación y hubiera hecho una escena de lo más desagradable.
-Y vos, ¿no tenés pareja, viejo? -dijo mi hijo, el más chico, que a esa altura tenía quince años, mirá como pasa el tiempo.
Salí de casa hecho un guiñapo. Bueno, en realidad no sé muy bien qué es un guiñapo, pero debe ser algo muy parecido a como yo estaba en ese momento.
A partir de allí, para no sentirme tan viejo, empecé a hacer deportes como loco. Hacia basquetbol y natación en Aebu, jugaba al padel dos o tres veces por semana. En ese entonces yo ya vivía en el apartamento de Pocitos, así que hacía foting por la rambla, salía a correr todas las mañanas. Estaba mejor que nunca: casi no tenía panza, con eso te digo todo.
Mi vida amorosa; bueno, para qué te voy a versear, mi vida sexual, porque no había logrado volver a enamorarme, mi vida sexual andaba bastante bien. En el banco y sus aledaños me había levantado cuanta mina había podido. La verdad es que las canas me habían caído bien, estaba mucho más pintún que en mi mejor época.
Si, ya sé que era un viejo de mierda, pero estaba mucho mejor que los demás tipos de mi edad, sobre todo los del banco, que eran todos borrachos y fofos, y te diré que hasta estaba mejor que muchos cuarentones.
Me acuerdo de Pedro Camacho, un personaje de Vargas Llosa, que decía que la cincuentena era la flor de la edad. Bueno, así me sentía yo. La verdad que la depresión se me había pasado. Estaba de buen ánimo.
Incluso un día, en la fiesta del casamiento de mi nena, te diré que mi mujer, bueno sí, mi ex-mujer, ahora era la mujer de Ricardo, que era bastante buen tipo, hay que reconocerlo; bueno, resulta que mi ex se me acerca y me dice:
-Che, Gonzalo, estás cada día más joven. Tenés que pasarme la fórmula.
La verdad es que estuve por tirarme un lance, devolverle el piropo y todo lo demás, pero me dio miedo al papelón y simplemente me reí como si fuera una broma. La verdad, eso de meterle los cuernos al engominado con mí propia mujer, ya era demasiado complicado, inclusive para mi, que nunca le hice asco a nada. Bueno a casi nada, che, porque hasta ahora hay cosas que no he probado. Si, si, no se hagan los vivos, que de todos los que estamos acá, el único que tiene patente de macho soy yo.
Pero la verdad, es que ahí me puse a soñar la vida de casado. Si, ya sé que es una pelotudez, pero tiene sus cosas buenas, también, y entonces le dije a Ana Maria que le envidiaba la suerte de tener un compañero. Para qué!
-Vos no tenés pareja porque sos incapaz de querer a nadie -me dijo, nuevamente convertida en un frasco de vinagre. Y siguió hablando un rato pero yo ya no la escuchaba. Cuando pusieron un poco de música animada, me puse a armar una farándula con mis hijos varones y un poco de jaleo. La verdad es que ya no estaba para aguantar los reproches de mi ex esposa.
Pasó el tiempo, y un día bajé a la misma playa en la que había conocido a la "pechocha", Patricia. No, no me encontré con ella, por desgracia no. Lo que me pasó fue peor. La última confirmación sobre la capacidad femenina para matarte con un comentario casual.
Como siempre, me encontré con un boludo del banco, que me volvió a romper las pelotas, pero como yo a esa altura era Gerente y él no me tenía mucha confianza, pude zafar de sus boludísimos comentarios.
Salí a caminar, como corresponde a un hombre atlético como yo. Y al llegar a las rocas, me senté a vichar a unas minitas que estaban muy bien. Para qué les voy a mentir: para mi todas están bien, a esta altura. Con unas copas arriba me como cualquier cosa, ¿eh?
Como decía el viejo Marx, la historia se repite, pero la segunda vez como farsa. Para qué me gasto en hablar de Marx si ustedes nunca leyeron ni a Condorito, si seré gil.
La cuestión es que las minas empiezan a las risitas, y yo empecé a peinarme las pocas chapas que me quedaban. Entonces una de las minitas se me acercó y -cómo cambian los tiempos- no me pidió fuego sino un cigarro. En realidad ella tenía fuego y prendió su cigarrillo y también el mío -que me puse a fumar como buen galán.
-Gracias por el fuego -le dije, pero ella no entendió mi referencia literaria.., bueno, qué estoy diciendo, si ustedes tampoco entienden de qué estoy hablando, y allí tiré mi primera frase matadora.
-¿Venis siempre a esta playa? -sí, ya sé que no era muy original, pero daba para entrar en materia, ¿no?
-No, en realidad yo soy del interior, pero estoy estudiando en la Universidad, y casi nunca vengo a las playas en Montevideo, prefiero las de la Costa de Oro... la mina hablaba hasta por los codos, como todas las minas, bah, y hacia una novela de cada comentario casual. La historia es que me dijo que habían bajado a la playa para descansar un rato del estudio, que estaban preparando uno de los últimos exámenes y todo eso. Cuando yo ya me iba a tirar un lance, ella me preguntó:
-¿Usted no es el padre de Karina?
La cara me debe haber cambiado, aunque ella no se dio cuenta de nada. Sí, soy el padre de Karína, le dije, de dónde la conoces.
De la Facultad. Lástima que Karina dejó de estudiar. Claro, se casó, quedó embarazada. Pero es una lástima que no termine la carrera, ¿no?
-Si, la verdad, es que con la bebita no puede estudiar, a lo mejor después se
rengancha.
"Ojalá" dijo la mina. Y entonces me lanzó la última frase matadora:
-¿Y cómo se siente ser abuelo? |