La hermosa maestra...

poema de Líber Falco
Del libro "Breviario galante"

Yo guardo nostalgias de mis bellos días

Que fueron ternuras y fueron cariño...
¡Cánticos que arrullan mis melancolías
Y me dan deseos de volverme niño!

Pasan las visiones en furtiva ronda

De aquellos, mis tiempos, que no tan ancianos

Fuesen, de soñarlos con fe menos honda...
Y extiendo hacia ellas mis rogantes manos!

En tan pocos años ¡cuántas, cuántas cosas!

Todos mis amores me parecen viejos

Como si me hablaran con voces medrosas

De antiguas leyendas venidas de lejos...

Los juegos pueriles con los compañeros...
¡0h el bello espejismo de la blanca escuela,

Si hasta con sus manchas sobre los tinteros

Deja en mis recuerdos la tinta, una estela!

Y una dulce imagen llena de blancura

Entre todas surge y a la luz se muestra,

Sonriéndome siempre con suave mesura

Una dulce imagen: mi joven maestra...

Como era de hermosa decir no podría...
Mas, se me antojaba su belleza tanta

Que en mi amor ingenuo, sólo la veía

Ciñendo una aureola divina de Santa!

¡Cuánto me quería¡ recuerdo que a veces

Si en llorar porfiaba, me comía a besos;
Antes sus reproches eran dulces preces,
Riñendo mis locos arranques traviesos...

¡Cómo la quería! la luz de sus ojos

Guiaba mis pasos como buena estrella...
¡Sólo una mirada, y estaba de hinojos

Religiosamente mi alma frente a ella!

Descuidar solía también mis lecciones...
Para que me diese leves penitencias,
Sufría gustoso sus reconvenciones
Por gustar los mimos de sus indulgencias...

Secaba mis llantos después del castigo...
¡Oh! cuántas dulzuras soñaba en su abrazo!..

Cuando estaba triste siempre era el abrigo

De todas mis penas su dulce regazo...

Todas las mañanas le llevaba flores,
Al par que a la Virgen... pues de ellas en pago,
Me hacía cariños diciéndome amores
Que eran mi alegría, mi fiesta y mi halago!...

Antes que a la Virgen, le rezaba misas...
Le ofrendaba salmos en mis embelesos,
Porque si la Virgen me daba sonrisas...
Ella, aún más buena, me daba sus besos!

Soñaba divinos sueños a su arrullo

Cuando me besaba... y en santo fervor

Hubiese deseado ser hijito suyo

Para estarme siempre dormido en su amor...

Cuando me besaba ¡qué excelsos hechizos!
Se impregnaba mi alma de una inmensa paz

Sintiendo sus manos pasar por mis rizos...
—¿Verdad, hijo mío? ¿no has de hacerlo más?

Su voz inefable, como un santo riego

Llovía dulzuras en mi corazón...
¡Quería enojarla para echarme luego

Llorando en sus brazos, pidiendo perdón!

Siempre en los recreos era mi contento

Irme cerca de ella, tan llena de cosas

Amables, leyendo juntos algún cuento

De historias antiguas y maravillosas...

Contábame a veces alguna balada...
Que escuchaba absorto mirándola bien

Como si a ella misma la creyese el hada

Que hacía prodigios y encantos también.

Siguiendo sus gestos mis labios movía,
Con los ojos llenos de estupor y gloria
Y ella de mi asombro de niño reía...
Y un beso era el punto final de la historia!

— ¡Contadla de nuevo! —sobre sus rodillas

Le imploraba... entonces; y haciéndome mimos

Cubrían sus hebras de luz mis mejillas

¡Así, cuántas horas de ensueño vivimos¡

Peinaban mis negras guedejas sus manos

Llenas de caricias, voluptuosamente...
Y entonces tenía sueños sobrehumanos

Como si una estrella besara mi frente!

Ella custodiaba mis noches de vela,
Yo era entre sus brazos un pájaro herido,

Por ella mis alas sentían la escuela

No como una jaula sino como un nido!

Y es así que ahora sueño aquella escuela

Donde viven todos mis añores presos...
¡La infancia bendita de amor, que tutela

La bella maestra que me daba besos!

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