Amplia |
El hombre caminaba por la calle amplia de muchas cuadras de largo. Camina sin prisa: eran muchas las cuadras a recorrer. Enmarcando la calle y el sol del mediodía, en un cielo azul, el hombre veía árboles que se repetían cada veinticinco metros, los troncos negros, las ramas parduscas y allá arriba en las puntas finas, las últimas hojas pardas y amarillentas. Los escaparates de las tiendas tenían de todo y en una vidriera, vio el cielo azul y un pájaro blanco con las alas desplegadas de par en par, que lo cruzó. El hombre lo veía todo. Caminaba por la vereda y miraba la calle amplia, empedrada, despareja. Miró al otro lado de la calle y vio a un viejo en el cordón de la vereda, comiendo de un paquete de diarios, algo que sacaba de allí. Elevó los ojos hacia el cielo lo cortó una fina y alta chimenea roja de la cual emanaba humo. Miró hacia adelante. Quedaban veinte cuadras a recorrer. Vio un Hospital al otro lado de la calle y cuando cruzaba la misma para verlo de cerca, a un niño riendo (o llorando) en la vereda que acababa de dejar. Se quedó a medio camino. Miró al Hospital y el niño, al niño y el Hospital. Quedó en mitad de la calle y siguió caminando. Evitaba las piedras altas, dudaba, zigzagueaba. La calle era amplia. Miró bien, hacia adelante. "Es amplia, pero corta", dijo, "No puede ser". Fijó los ojos en un punto. No quedaban veinte cuadras. Quedaban veinte metros. Miró hacia atrás, buscó el niño con la mirada, hurgó, buscó el viejo que comía del paquete de diarios, el pájaro blanco de alas abiertas que cruzó el cielo del escaparate. Elevó los ojos. Los bajó hacia los pies. Los elevó. Por la izquierda, fugazmente, vio una casa de apartamentos y desde el quinto piso una mano de niña lo saludó. Quedaban dos metros. La calle era amplia (la abarcó en un semicírculo) pero terminaba. |
Gley Eyherbide
El otro equilibrista y veintisiete más
Arca
Montevideo, 1967
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