Homenaje de la Academia Nacional de Letras al Dr.  D. Carlos Vaz Ferreira

Disertación del Académico Profesor D. Clemente Estable

Hace ochenta años nacía, en Montevideo, un grande hombre.

Por ventura para él y para nosotros, esos ochenta años iluminados están aquí presentes. La Academia los celebra con júbilo, como todo el país.

¡Qué alegría poder elogiar a un hombre ciñéndose a la verdad, a un hombre de esta nuestra América cuyos dos vicios mentales mayores son el hiperbolismo y el negativismo!

Existen tres Vaz Ferreira, pero no incomunicados: el Vaz Ferreira conocido de todos, el Vaz Ferreira conocido de pocos y el Vaz Ferreira por nadie conocido...

Su grandeza está en lo que no puede resumirse; en la totalidad de su vida y de su obra. Ciertamente, los valores no son uniformes y la presencia de Vaz Ferreira no es siempre igual, no puede serlo.

Personalidad recia y fascinante, todo lo que dice tiene sentido, interés y acento original.

Autor de tres o cuatro obras maestras, sub specie aeternitatis (Los problemas de la libertad, Lógica viva, Fermentario...) psicólogo, lógico, pedagogo, sociólogo, sagaz y profundo observador del alma humana, gran pensador, gran sentidor, gran crítico y siempre de esclarecida e insobornable obligación moral.

Por sus ardientes inquietudes ecuménicas da la impresión de que ansiara siete vidas simultáneas para entregar totalmente cada una de ellas al ejercicio de cada uno de sus dones... y de todos juntos.

Carlos Vaz Ferreira se dirige a la cátedra con sus grávidos silencios y nocturna lámpara de gran estudioso; viene al encuentro de su público, heterogéneo y atento, que, sin obligación ni sanción, se congrega en torno de él como de un maestro egregio (egregio significa sin grey), quien, como Nietzsche no quiere que hayan discípulos... Vaz Ferreira viene meditando y camina como si no pisara el suelo, ensimismamiento y resplandores de misterio, de bondad y de simpatía; trae notas y libros; viene con sus lecturas y hondas meditaciones a seguir meditando y leyendo para enseñar a meditar y sentir con los valores más altos de la creación filosófica, científica y artística.

Ha transformado el paraninfo de la Universidad en un laboratorio de ejercicios espirituales, no para olvidar la vida concreta por lo sobrenatural, sino para alumbrarse mejor en esta vida de realidades y esperanzan, abierta hacia arriba y hacia adelante.

Fundamentalísimo ministerio del hombre es hacer surgir de lo real, a fuerza de investigarlo, los mejores ideales que lo corrijan y complementen. Cierto que existe una inducción recíproca y que en nuestra vida, el debe ser puede conducir a la creación del es... puesto que la criatura humana nace, se hace, lo hacen y resulta por acontecimientos ajenos a toda intención y voluntad formativa. En sentido absoluto, sólo sería libre en cuanto fuere causa primera o en aquello que comenzare radicalmente en cada individuo. Pero es un intrincado complejo de causas eficientes, de causas finales y de efectos, ignorándose si en la creación en algo es causa primera. De todos modos, el hombre se siente atraído, impulsado y libre.

Ahí tenemos a Vaz Ferreira en la cátedra, sentado, ceñudo después de un sonreír dulce y semi-misterioso, con la mano en visera, mirando a la distancia, pero para adentro... Cautiva al auditorio con la presencia, la palabra y los silencios; cautiva por lo que dice y por lo que no dice. Habla y hace pensar; se calla y hace pensar. Junto a él, el que no piensa está perdido.

A las conferencias de Vaz Ferreira se va, como va él, pensando; se está, durante ella, como está él, pensando, y se vuelve de ella, como vuelve él, pensando.. Nadie, en el país, ha pensado más y hecho pensar más que él.

El esfuerzo de pensar consiste en hacer trabajar lo inconsciente con incitaciones conscientes. Todos son psicogramas, unos inesperados, en forma de mensajes, otros dirigidos, motivados, suscitados, en forma de respuestas... El oráculo no es solo de Delfos; el duendecilio o demonio no es sólo de Sócrates: en todos nosotros, nada parece más venido de otro mundo que lo que amanece en nuestra conciencia; todos vivimos, y siempre, como en inspiración divina o poética, con la diferencia de que lo inconsciente no es igualmente activo ni idéntica la calidad de los psicogramas, sean espontáneos, sean provocados.

Dos tensiones se advierten en la vida del espíritu: una, de lo inconsciente a lo consciente; otra, de lo consciente a lo inconsciente. La primera prevalece en la actividad espontánea; la segunda, en el esfuerzo; pero en el mismo esfuerzo, la elaboración más importante es inconsciente. Ni toda la actividad de lo inconsciente es espontánea ni toda la actividad de lo consciente es voluntaria e intencional. Además, el crecimiento de una y otra forma de actividad puede ser paralelo; en todo caso, nunca el crecimiento de la actividad consciente sería a costa de la actividad inconsciente.

Debió sorprender al hombre, no bien la meditación lo tomó a sí mismo por objeto, su propia fantasía tanto o más que su ajuste a la realidad que lo rodea; su obstinada huida y la inundación de su propia conciencia (del crecimiento de su ser consciente) por lo que en ella mana sin provenir de su naturaleza y sin ningún signo de inmediata exterioridad.   

Los mundos interiores se suceden y nada parece más venido de la nada que lo venido a la conciencia o a ser consciente. De dos maneras se colma esa nada: a) con la existencia de lo sobrenatural, de donde se desprenderían aquellos mundos; b) con lo inconsciente. En rigor, el último soporte de la teoría de lo inconsciente, que no excluye la idea de un Dios, es el no tener que optar por la nada. Las expresiones surge de lo inconsciente y se pierde en lo inconsciente —como los hiatus del sueño— tendrían sustituciones inadmisibles como esta: los mundos de la inspiración y los demás que aparecen al igual que los que desaparecen para reaparecer, se originarían de la nada y volverían a la nada; habría milagrosa creación, destrucción y recreación a cada instante.

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La presencia de Vaz Ferreira está en todas sus páginas y aunque es una mentalidad clara e insistente en explicaciones y en evitar malentendidos, en cuanto habla y escribe (escribe como habla) hay siempre más de lo que dice... En sus obras no existen frases muertas. Incorrecciones sí, muchas, que no se pueden tocar sino a costa de la vida misma de su estilo y de la corriente espiritual que hacen que las palabras no sean palabras: sean pensamiento y sentimiento. No obstante, di más exigente critico literario hallará páginas de Vaz Ferreira —y muchas— admirablemente bien escritas, siempre muy expresivas, como la de una profunda verdad que encontrara por si misma, en la belleza, su más fiel y concisa expresión.

He aquí un ejemplo:

«En medio del océano para el cual no tenemos ni barca ni velas», la humanidad se ha establecido en la ciencia. La ciencia es un témpano flotante.

«Es sólido, dicen los hombres prácticos, dando con el pié: y, en efecto, es sólido, y se afirma y se ensancha más cada día. Pero por todos sus lados se encuentra el agua; y si se ahonda bien en cualquier parte, se encuentra el agua; y si se analiza cualquier trozo del témpano mismo, resulta hecho de la misma agua del océano para el cual no hay barca ni velas.

«La ciencia es Metafísica solidificada.

«Es sólido, dicen los hombres prácticos dando con el pie. Y tienen razón: y, también, nada es más útil y meritorio que su obra. Ellos han vuelto el témpano habitable y grato. Miden, arreglan, edifican, siembran, cosechan...

«Pero esa morada perdería su dignidad si los que la habitan no se detuvieran a veces a contemplar el horizonte inabordable, soñando en una tierra definitiva; y hasta si continuamente algunos de ellos, un grupo selecto como todo lo que se destina a sacrificios, no se arrojaran a nado, aunque se sepa de antemano que hasta ahora ninguno alcanzó la verdad firme, y que todos se ahogaron indefectiblemente en , el océano para el cual no se tiene barca ni velas».

Es, en verdad, un bellísimo micropoema filosófico, una prosa poética de extraordinaria densidad (idea y emoción): en pocas y sencillas imágenes se condensan luminosamente la doctrina de que la Ciencia es metafísica, pero metafísica de la materia (Bergson) y la tesis de que en los límites del saber, la duda y el riesgo metafísico son la dignidad del pensamiento (Cuyau).

Pocas veces el hombre es más hombre que cuando se aventura a probar todos sus poderes en la exploración de la realidad. Sean cuales sean los resultados, la última prueba no se producirá nunca... Este nunca tiene levadura de heroicidad en la asrensión del género humano.

Investigar es ponerse en la dirección de lo eterno y echarse a andar solo en el momento en que la sabiduría nos deja en la ignorancia. ¡Cuánto debe la Humanidad al solitario que intrépidamente se adelanta!... Vuelva o no, el reencuentro siempre ocurre. Señalando la imperturbable línea del horizonte, Lionel Johson decía al filósofo hispanosajón Santayana: «Por encima de esa línea, todo está bien; por debajo, todo está mal». Tal separación entre lo que está bien y lo que está mal no es digno del hombre y menos de un Dios.

Al que tiene poca Razón que sacrificar le es más fácil creer... Cierto que también puede ocurrir que no por poca Razón, sino por mucho espíritu en cuya plenitud toda Razón sería insuficiente, se sienta la urgencia de creer. En todo caso, la creencia legítima no es contra sino más allá de la Razón (o en otro dominio que el de la Razón).

Agudamente señala Vaz Ferreira espíritus falsos «no porque razonen, sino porque no hacen más que razonar».

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En vano se buscará en el juego de las palabras lo que no se encuentra en el espíritu. No hay regla, ni técnica ni precepto para transformar un fantasma en un ser viviente. Al que persista en el artificio, la Vida lo centrifuga del Arte, de la Ciencia y de la Filosofía y hasta de sí mismo, y ahora sí que se produce la transformación, pero de un ser viviente en fantasma.

El hombre está hecho para hablar más que para pensar. He ahí el pecado original de su alma, mayor que el de su cuerpo. Si en vez de aprender primero a hablar y después a pensar —cuando este milagro se produce— aprendiera primero a pensar y luego a hablar, ocurriría la revolución más honda, perdurable y trascendente de la Humanidad. Se asistiría a la definitiva primacía de las fuerzas inermes, las únicas que asegurarán la paz sobre la tierra, se entiende que paz, porque la del espíritu no existe para el que piensa.

Por aprenderse primero a hablar —V para mayor desventura, a hablar se aprende por imitación, con represión de la libertad creadora del niño— los juegos verbales tienden a sustituir, por hábito y pereza, el trabajo del pensamiento. Entonces, la palabra no es lo que debe ser: un instrumento y un reactivo del espíritu, que pongan en comunicación los secretos silencios sin palabras de las almas. Al revés, suele convertirse en un instrumento casi meramente orgánico, de polémica y oratoria, con traición del espíritu.

Es asombroso que se aprenda a hablar tan pronto y con tanta facilidad y a callar, nunca. El pensador tiene que invertir el curso de la vida: pensar primero, hablar después.

Se cuenta que una dama se acercó a Bergson, terminada su conferencia, manifestándole que la había hecho pensar mucho. El filósofo, tímidamente, reaccionó con dos palabras: pardon, madame... Son muchas más de las que se creen las personas a quienes parecería que habría que pedirles perdón por habérseles hecho pensar, máxime ei se les hace ver que sus certezas no son otra cosa que seudo-seguridades.

Lo que no falta nunca en Vaz Ferreira, es la profundidad, la justeza y la elocuencia. Como pensador, cuida celosamente no forzar la verdad a favor de la elegancia. En nuestra América, esto es excepción, pues muchos ensayos filosóficos desmayan en ejercicios literarios. Vaz Ferreira domina el estilo con que escribe en el sentido de no desviarse de la realidad por la magia de las frases bellas. Es el contrapolo de Ortega y Gasset, escritor verdaderamente extraordinario, pero que siente menos la obligación del hombre de Ciencia y del filósofo: ceñirse a la verdad como un absoluto (o a lo que se estima sea la verdad). Ocurre así cuando el sentimiento estético prima donde debiera primar el sentido de la realidad. Este sentido, la intuición de las posibilidades y la conciencia de los limites son los dones mas preciados del espíritu científico y de espíritu filosófico.

Dudosa grandeza de pensamiento la que no puede expresarse con sencillez y naturalidad.

Victoria del espíritu sobre la palabra con la palabra, he ahí la esencia del estilo filosófico.

Dominar el lenguaje es capitalísimo para filosofar y enseñar Filosofía (Filosofía sólo se enseña filosofando); pero el lenguaje en Filosofía no se domina con sólo escribir como un artista; menos, mucho menos con un tecnicismo de diccionario: todo eso es todo eso y nada más si no hay plenitud de sentido en el pensamiento, que es lo que nunca falta en Vaz Ferreira.

Se nos dirá —y es cierto— que carece de conocimiento directo de las obras maestras de la Filosofía quien considere incompatible el ser filósofo y artista de la expresión verbal. En efecto, una de las virtudes primarias que se impone a la admiración de todos es la magia, por belleza, del estilo de Platón, de Schelling, de Bergson... Pero lo poético en lo filosófico, si siempre es riqueza espiritual, también es causa de vaguedad y confusión. La bruma entre parecer y ser —la chanson grise de Verlaine— es inagotable fuente de poesía, contraria al espíritu filosófico. Este, que tiene como fin la investigación de la realidad en su misma esencia, no puede encantarse con lo «plus vague et plus soluble dans l’air sans rien en lui qui pese ou qui pose»... Música pura es música pura y si hay en ella inmanencia filosófica en cuanto expresión directa del espíritu, es indudable que de esa inmanencia no surgen todas las maneras legítimas de filosofar. La belleza como la claridad, la precisión, la exactitud en Filosofía tienen que ser la mejor forma de conducir a la directa aprehensión de la realidad, de lo contrario será Filosofía falseada por la belleza, la claridad, la precisión, la exactitud. De otro modo, no se falsea la Filosofía sólo cuando belleza, claridad, precisión y exactitud son inherentes a la misma realidad y a su conocimiento más hondo.

El mejor estilo filosófico es aquel que más se aproxime a la expresión do la realidad por la realidad misma, o sea, el que nos ponga en presencia de la realidad, desenmascarándola de nuestros propios signos y símbolos. Una apropiada imagen suele ser mucho más expresiva que una palabra técnica cuando evoca la realidad o sea, su presencia sin palabras.

Vaz Ferreira, como Descartes, quisiera no omitir nada; como Bergson, se esfuerza por una experiencia integral; como Bacon, Stuart Mili, Bergson y James desconfía de las palabras y de los conceptos abstractos, que pueden ser «cartucho sin bala» (imagen de James).

Como nadie, es un integrador y ajustador... No junta lo pensado; reelabora todo y todo lo que dice está animado de su vigorosa personalidad.

Creeríase que el eclecticismo debiera tener la brasa de todos los conflictos; pero esa pretendida integración de lo pensado sin reelaborarse, se parece más a un mar muerto que a un mar en llamas.

En la investigación parecería movimiento retrógrado el ir de la luz a la oscuridad. No obstante, esa es una de las mayores aventuras felices del hombre. Se autolimitaría peligrosamente si no explorara en esa dirección, como se autolimitan los positivistas herméticos, dogmáticos. Además de ser imperioso investigar no sólo el día, sino también la noche de nuestra alma y del mundo, están los crepúsculos y las penumbras, especie de confidencia entre la luz y la sombra, y también luces inesperadas en los oscuros caminos de la vida, solitarias en el macizo de las tinieblas, que permiten ver otras cosas y en su defecto, de otra manera y en otro estado mental que a la luz del día, aun la propia vida que se lleva consigo en el heroísmo de avanzar más allá de lo visible.

Las exploraciones nocturnas complementan las diurnas, y sean cuales sean Iob fracasos, siempre se progresa en el conocimiento y dominio de si mismo, las dos cuestiones más trascendentes del hombre.

Con tal intrepidez, crece la esperanza de que en las tinieblas puede no ser todo tinieblas, y es esperanza sin engañosos ejercicios de creencias.

Luz del día, crepúsculos, penumbras, luces solitarias, macizo de tinieblas... y en los nocturnos de tempestad, el relámpago... todo eso permite ver, entrever, atisbar y engrandecer nuestro mundo real y nuestro mundo de posibilidades...

Poco pensador es quien da la impresión de que nada le queda por decir, que carece de claro-oscuro, que en él se ha desvanecido toda penumbra, que todo se le presenta con la luz del medio día. que todo aparece como acabado para su propia mente, aun cuando hable de la duda, la ignorancia y lo incognoscible.

Hay una profunda exigencia de verdad en la vida del espíritu como de realidad objetiva en la vida de la acción. Sin embargo, nuestra vida mental es más de creencias y de certezas que de verdades, dudas y problemas. En una incontenible tendencia a absolutizar, sobreviven aquellos como signo subjetivo de la verdad, sin serlo. La mayoría se impacienta con la duda y el silencio y busca respuesta categórica. Parecería que se prefiriera, en estado semi-conaciente, una ilusión de seguridad al riesgo de convencerse de las ilusiones. Se confunden, entonces, las creencias y las certezas con la conciencia de la verdad y de alguna manera son sus equivalentes psicológicos y sus opuestos lógicos.

No hay que precipitar creencias ni esceptismos. Sólo urge tomar partido por lo que vale y respetando las discrepancias, en el altiplano de loa valoren, atenerse a una libre adhesión de un yo autárquico. Poca creencia, poca duda y poca verdad son para si mismo las que se reciben acabadas. Cada uno tiene que elaborar las suyas de acuerdo con sus vivencias y sus exigencias mentales, salvo las que hay que adelantar como biofilaxia, y aun esas han de ser removidas por la progresiva creciente de la experiencia y de la cultura.

El oráculo de Goethe se traduce así:

«Ya puede el hombre cifrar su más alto destino en el cielo o en la tierra, en el presente o en el futuro, que no por eso dejará de estar sujeto a una vacilación interior y a una constante perturbación externa».

Inherente a la naturaleza del espíritu humano es la tendencia a saber. Se ha sostenido con fundamento que si se aprendiera siempre como en la primera infancia, todos los hombres serian sabios. ¿Por qué se inhibe ese innato impulso? Una de las causas radica en que al desinterés sucede la utilidad y a la naturalidad, el artificio en la vida social y en la enseñanza.

La simple visión del mundo es más bella, augusta y grande que toda la inmensa utilidad que se obtiene por la natural y común virtud de ver. Así con el trabajo del espíritu, sea dirigido a la acción, sea dirigido a la pura especulación. Todos estamos en un rincón de lo infinito con la divina contemplación del séptimo día... y Vaz Ferreira lucha porque el aprender por aprender se mantenga vivo y complemente el saber utilitario: el primero es como el espíritu, el segundo como el cuerpo de la docencia.

Por añadidura, lo que no es solamente útil, es más útil; lo que no es solamente práctico, es más práctico.

Señala Vaz Ferreira «la inmensa diferencia que existe entre estudiar para saber y estudiar para mostrar que se sabe». Aconseja al estudiante, como primer deber, que concilie las dos maneras de estudiar, la segunda impuesta por el régimen de exámenes, y la primera por la moral de la cultura...

El que, con aspiraciones, no ensaya sus poderes para realizarlas, es muy tímido y muy modesto o muy altanero y orgulloso, no atreviéndose, en el último supuesto, por temor al fracaso (nada inhibe más que la idea del fracaso); el que se retira en la primera prueba desfavorable, ignorará para siempre las potencias de su propia alma y vivirá relegado con el recuerdo inhibidor de una experiencia .... frustra; el que ensaya sus poderes y abandona la lucha en medio de las dificultades, se forma un concepto falso de si mismo y de la realidad en que vive; el que se prueba y avanza, pero no atraviesa líneas de peligro, es prudente, pero también cobarde; el que se mantiene con sufrimientos, aun sin seguridad de buen éxito, es valiente, pero no heroico; el que avanza sea cual sea el dolor, es heroico e iluminado.

De las conferencias de Vaz Ferreira, las que más me dieron la medida de su esfuerzo fueron las destinadas a Bergson, a Nietzsche y a las teorías de la relatividad de Einstein... El primero que en el Uruguay habló de las teorías de este genio, fue Don Enrique Legrand, espíritu superior e íntimo amigo de Vaz Ferreira, que merece ser evocado ahora, pues estaría todo él con nosotros en este homenaje.

Recuerdo que su conferencia, pronunciada en uno de los pequeños salones del Ateneo, comenzó así; «Para entender las teorías de Einstein necesario es conocer cálculo diferencial absoluto, del cual yo no sé absolutamente nada»... y hecha esa declaración de tan encantadora sinceridad y modestia, siguió intrépidamente su conferencia, con algunos desarrollos matemáticos.

Introducir obras es fácil. Se afanan por ello las mismas editoriales. Descubrir los valores de las obras, es otra cosa, porque toda obra de Filosofía no es filosófica, ni todo es científico en las obras de Ciencia... Difícil es darlas a conocer en profundidad con reacciones personales creadoras. Eso ha hecho Vaz Ferreira. Propulsó con su intenso y sostenido esfuerzo, todos los aspectos de la cultura de nuestro país. De un reconocimiento justo como el precedente, injusto sería concluir que nadie más que él la ha propulsado.

Si no fuera hombre y pudiera elegir otra forma de existencia, elegiría ser remolcador!... He ahí la exclamación del más célebre de los Huxley, mientras contemplaba el febril movimiento de barcos de la bahía de New York.

Querer ser remolcador... gráfica expresión de la voluntad de ser alguien en el destino de los otros.

En la vida, hay que remolcar y ser remolcado... y no es suficiente, porque las fuerzas operan de afuera y su acción cesa al recogerse los cables.

Remover las potencias internas, enseñando a pensar y a sentir, y con ello, a ser bueno y fuerte, es más, muchísimo más que prestar auxilio con remolcadores...    .

Ser bueno es mucho y lo primero, pero no basta; ser fuerte es importante, pero peligroso: hay que ser bueno y fuerte para defender el bien y realizarlo en todos los momentos. No es tolerable estar en la cátedra de los altos principios y tomarse «vacaciones morales» en la concreta vida de los hechos.

Como lo expresara James, sin la vida real, sin la experiencia concreta, sin las vacilaciones y los dolores se presenta un mundo severo, sin conflictos, ni contradicciones, y «los principios de la razón diseñan sus siluetas; las necesidades lógicas constituyen su argamasa y todo él resplandece de fuerza y dignidad, como el templo de mármol reluciente sobre una colina».

La Humanidad necesita con urgencia creciente hombres que sean el más firme imperativo y el más seguro y leal ejemplo de las propias predicaciones. La acción inductora es, entonces, enorme. Pero toda concepción del mundo y del destino del hombre que disminuya los valores de la Vida, debe resistirse y superarse. La peor manera de honrar a Dios por los creyentes, es deshonrar al hombre.

La primera gran superioridad del hombre se descubre en su más ventajosa naturaleza para ser libre y en su potencias creadoras: libertad y creación a veces tienden a confundirse.

Por más que nos documentemos, nuestro conocimiento del alma humana es aún anecdótico.

Entre las más nobles pasiones humanas, está la de querer moralizar el mundo...Esa pasión fue el tormento y la tormenta de Don Quijote y en Vaz Ferreira tenemos un altísimo ejemplo. Oigámosle:

«Lo intelectual ha sido en mi vida, y por mi temperamento, para mí secundario. Fueron lo principal. ante todo, los afectos concretos: la familia, los seres queridos. Y no sé cómo, habiendo sentido tanto por ellos, y luchando tanto para ellos, hasta ejerciendo una profesión para mí no vocacional, me han podido quedar energías para algo más. Y después, todavía, en el ejercicio de la enseñanza, y en los cargos públicos que en ella desempeñé, todas mis aspiraciones intelectuales fueron dominadas, y, para lo especulativo, casi esterilizadas, por el fervor de educar, de hacer bien y de impedir mal (complicado ello todavía, y, en cuanto a la eficacia, bien dificultado, por la inflexibilidad en el mantenimiento de fuerza moral rigurosa en la vida individual y cívica). Así como no puedo concebir que alguien haya sufrido más que yo, por ejemplo, por la enfermedad de un ser querido, tampoco puedo creer que alguien haya amargado tanto el fracaso de un proyecto fecundo o de una intención benéfica. Y cuando algunos buenos amigos y ex-discípulos, con el propósito generoso de hacerme posible la producción, obtuvieron para mí la creación de una cátedra de conferencias, se me exacerbó todavía aquel propósito de educar y hacer bien: me impuse, y-resistí el el esfuerzo de dar una conferencia, o más de una, cada semana, sobre temas siempre nuevos, soportando sólo por mucho tiempo el peso total de la enseñanza superior (no profesional) de mi país: tratando toda clase de temas apresuradamente, imperfectamente, como tenemos que actuar en estos medios: pero, si los que lo hacen sin darse cuenta de ello pueden ser grotescos, los que lo comprenden y reconocen pueden ser héroes).

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«En cuanto a los verdaderos libros que concebí, no podré publicar ninguno: ni siquiera concluir alguno como, por ejemplo, el relativo a los problemas de la libertad y el determinismo, en que, hace treinta años, hice distinciones aun hoy nuevas y aclaré confusiones que todavía persisten en el pensamiento filosófico. Ni esto es vanidad, ni, si viviera otra vez, haría otra cosa que volver a dar lo principal de mi vida pública a la educación científica, moral y cívica de la juventud». — (Prefacio de Fermentario, 1938).

Trascendida la melancolía y la vacilación, o la angustia y la melancolía de la vacilación, se siente el goce de vivir en el mundo de los valores sobre todo éticos, puesto que si el hombre, por no entenderlo, está fuera del mundo en que vive, siempre, sea cual sea el sitio en que se encuentre, estará en el centro de sus realidades morales.

Hay un plano y un tiempo en que la vida es fin en si, plano y tiempo que nada tiene que ver con la posición personal, la historia y las edades, en que la vida no se condiciona a nada; luego, la diversidad de formas y estilos de vida lleva a someter la vida toda a una valoración en vista de los planos superiores de la misma y a invertirla en algo que dure más que cada uno de nosotros.

Muchos son los descubrimientos de Vaz Ferreira, algunos realmente importantes, con más o menos antecedentes, como siempre (penetrabilidad, planos mentales, numerosos sofismas, etc.) Uno de los más originales, radicalmente suyo, es el de la falacia de falsa oposición. Asombra que no se haya visto antes, por su frecuencia y trascendencia. Tomar precisamente lo complementario por contradictorio parecería carecer de sentido común. ¡Esta sí que es una singular ceguera!...

¿Cómo explicarla? Acaso por la respuesta que dio Rafael Barret a su hijito, mientras observaban un hormiguero. En esencia, el episodio es éste: el pequeño pregunta «¿las hormigas nos ven?» — y Rafael Barret le contesta, «no, somos demasiado grandes para que nos vean»...

En la vida humana hay cosas que no se ven porque son grandes, hasta que un alma grande las enseñe a ver...

Además, extraña paradoja, la familiaridad oculta los problemas si no se tiene el fulminante bajo el gatillo. Si se nos paraliza un brazo, el problema detona por sí solo y nos preguntamos ¿por qué se paralizó?— sin repararse en que el problema de los problemas es positivo, no el negativo: ¿por qué se mueve el brazo? ¿por qué podemos moverlo?

Falsa oposición... Hay que evitar confundirla con formas miméticas de expresar preferencias, valoraciones, primacías. Quien está con el espíritu de descubrir errores, inconscientemente tiende a forzar la interpretación del pensamiento ajeno hacia el error. Puede, entonces, producirse la confusión de un en vez o un sino axiológico por un en vez o un sino falacioso puesto en lugar de un además o de una simple «y».

Se usa el en vez o el sino en tres sentidos: significa exclusión sin obligada selección (en vez o sino falacioso); significa elegir por imposibilidad de incluir (en vez o sino axiológico, valorativo), y significa prevalencia, ni exclusión ni elección (en vez o sino equivalente a sobre todo).

Los errores de tal manera se devoran al hombre que hasta el dolor tiene sus sofismas... Nada parecería tan directa y certeramente relacionado con nuestra realidad que el dolor. No hay mediadores, no hay lenguaje que traicione su sentido y sin embargo, un dolor que no es anuncio de un mal que comprometa nuestra existencia, ni siquiera nuestra salud. Be presenta intolerable y desasosiega y mueve con diligencia a investigar su causa y a suprimirlo; mientras que otro dolor, signo de afección que ei no se atiende a tiempo, es mortal, aparece tolerable y tardíamente, haBta convertirse en un terrible dolor sin esperanza...

Hay fórmulas generales para combatir el mal, que no siendo falsas en sí mismas, pueden traer gravísimas consecuencias en el tránsito de lo abstracto a lo concreto, por creerse demasiado en las fórmulas y no observarse bien los hechos. «A grandes males grandeB remedios»..., aforismo de Hipócrates y acuño del refranero que suele aplicarse a los males sociales peligrosamente. Es verdad, a grandes males, grandes remedios. .. pero es necesario no sólo diagnosticar bien cuales son los grandes males, sino también saber cuales son los grandes remedios para los males bien diagnosticados. Y muchos hombres de acción y no de pensamiento, que son los que más pronto Be dejan engañar por las palabras y afirmaciones rotundas, acometen con peligrosa seguridad la cura de los males sociales con «grandes remedios».

En el proceso del conocimiento, necesario es distinguir lo real de lo aparente, lo objetivo de lo subjetivo, la causa del efecto, lo general de lo particular o singular... Luego, hay dos momentos críticos: a) el de la correspondencia entre la realidad y su representación (intuiciones, imágenes, percepciones, conceptos, interpretaciones...); b) el de nuestras vivencias psíquicas y las formas de su expresión... La complejidad y dificultad de todo eso y el estar el hombre naturalmente poco dispuesto al esfuerzo que se requiere para sobrepasarlas, aun con aptitudes, explican que por lo común preponderen, en su mente, el error y la creencia sobre la verdad y la duda como conciencia de la ignorancia o de un saber insuficiente.

Tanto error parasita al espíritu del hombre que Nietxsche, en estilo de oráculo, afirma que si alguna verdad triunfa, triunfa por error... y que nuestras verdades no serían, en último análisis, otra cosa que errores irrefutables.

Por suerte, en el fondo del alma humana domina la obligación por la verdad, como por el bien y la belleza, y si el error y la mentira prosperan es porque aparecen con el prestigio de la verdad, pues no prosperarían con la conciencia de que son error y mentira. Temprano o tarde, pero siempre, aquélla triunfa sobre éstos. En ese sentido, el porvenir-del hombre es seguro. Se siente la alegría de un optimismo profundo, no del superficial optimismo del consuelo por el engaño, contra el cual reacciona Zaratustra, pero equivocándose también por la pavorosa oscuridad de su excesivo pesimismo con que fulmina al hombre de nuestro tiempo para gloria del superhombre que anuncia entre tenebrosas impiedades y geniales relámpagos de salvación.

Los errores menos perceptibles y casi inevitables son los que consisten en una cuestión de matices. «La humanidad se ha acostumbrado tanto, observa Vaz Ferreira, a forzar los grados, que ni siquiera se le ocurre ya los juicios en el grado justo». «Cuando experimentamos un juicio en grado justo, casi nos encontramos, nos dice, sin términos para expresarlo, porque todas las expresiones han tomado psicológicamente la significación de lo extremo».

Falsear los grados seria sofismar como con el sofisma polizetezeos.

Renán sostenía que todo es cuestión de matices (nuances). Reaccionando contra el error, también se suele cometer error. Por ser innúmeros los matices, no hay que perder de vista el espectro en su totalidad: la validez de la distinción de grados, cuestión cuantitativa, está condicionada a una correcta y previa distinción cualitativa.

La mayor dificultad en saber, en cada caso, cuál es el grado o matiz justo, estriba en el coeficiente personal de la percepción y apreciación, en la coloración afectiva del pensamiento, variable y no sólo con cada sujeto, sino también en cada individuo según circunstancias muy diversas.

El que no está en el asunto, no advertirá por simple visión externa, la importancia de los pequeños y sutiles movimientos del ánimo para pensar con justeza. Sucede algo semejante a lo que le ocurriría a una persona que desconociendo el manejo del microecopio contemplara los insignificantes movimientos micrométricos que con tanta atención realiza el observador inclinado sobre el ocular: jamás comprendería que sin la puesta en foco mediante el tornillo micrométrico, no se ve nada, o se ve turbio o velado y en una confusa masa se desvanece la realidad..,

Saber, grados de saber... ignorancia, grados de ignorancia... creencias, grados de creencia... dudas, grados de duda... ¡cuántos ejercicios de movimientos micrométricos en cada caso para que todo se vea como hay que verse, si hay algo, esc algo, si no hay nada, nada, si es claro, claro, si es oscuro, oscuro... y penumbra donde hay penumbras!

Más profundo que el «yo sólo sé que no sé nada», de dos mil años de novedad, que todos repiten como apresurándose a tomarlo en el discurso para quitarlo del curso del pensamiento, es el yo no creo que lo que no sé, también socrático... Y más hondo que éste y que el yo no sé si sé que sé o si no sé que sé, es lo que nos viene desde antes de Sócrates y que debiera estar en el sentido común con la imperecedera novedad y sencillez de lo insuperable: lo que se sabe, saber que se sabe; lo que no se sabe, saber que no se sabe... ¡Ah!... pura sensatez simplicísima en el decir y no gusta, como si careciera de espíritu; dificilísima en el cumplir y tampoco gusta, como si careciera de gracia.

El natural deseo de ver claro, la fatiga por el esfuerzo de acomodación cuando hay poca luz y la impaciencia y angustia por saber anticipadamente lo que tiene interés vital suelen introducir en el alma la creencia en una claridad o en una oscuridad ficticia, más, mucho más lo primero que lo segundo... La palabra del deseo es como un clamor que va más allá de lo justo e ignoramos cuando ese más allá en una simple succión por el vacío... o una esperanza plena de realidad.

Toda prueba tiene límites sobrepasado los cuales deja de ser probatoria... El más trascendente conflicto gnoscológico ocurre entre la razón y la intuición, por encima, se entiende, de visibles e invisibles armonías, en los momentos en que la duda se interpone entre la primacía de la una y de la otra. ¿Con qué órgano decidir? — ¿con la totalidad del espíritu?... La intuición bergsoniana pretende ser totalidad en cuanto unidad de inteligencia e instinto, pero si hay conflicto es, precisamente, porque hay dualidad o multiplicidad, no unidad. ¿Cómo librarnos de la mortificación del error y estar seguros de que la unidad que nos parece por integración no lo es por eliminación?

Lo intuitivo es directo y nada indirecto alcanzaría mayor evidencia; tiene suprema validez, trátase de existencia, trátase de esencia, pero en la óptica de la perfección directa son frecuentes tremendas ilusiones!   

La ignorancia más ignorancia es la que se cree sabiduría, pero la sabiduría más sabiduría no es la que se cree ignorancia, sino la que regula la ignorancia por el saber y el saber por la ignorancia.

Para unos, el hombre está solo. Si él no se salva no hay quien lo salve. Para otros, hay un Salvador.... Como aquí, en la Tierra, no se ve que quienes creen se salven más que quienes no creen, se tiran los dados en un trasmundo y se decide así definitivamente de nuestra suerte en la eternidad.

Toda fe tiene una duda interna abogada, en trance de resurrección ...

La creencia en la inmortalidad consuela, pero no salva, porque en el creer no está la garantía de ser. Desventuradamente, por otras aguas se desemboca en la nada. Queriéndose consolar de la muerte, suele decirse del que sufrió mucho: «ya no sufre más»... ¿Quién no sufre más, la nada? — Es bien desesperante tener que entregar toda la vida para librarse de los males de la vida.

El que nuestro último destino consista en no ser más nosotros mismos sería la mayor angustia que aparejaría el milagro de los milagros de la vida: el ser consciente.

Téngase o no fe, todo lo irreparable es siempre angustia y las dos resignaciones, por fatales, son dolorosas.

Escepticismo sugiere, escribe Vaz Ferreira, algo de sistemático, de seco, de estrecho también, casi de profesional; y de dogmático, sin que sea paradoja: es el dogmatismo de la ignorancia, el más incomprensible de todos. ¿Por qué hablar de escepticismo, cuando se trata de la única actitud mental en que el hombre puede conservarse sincero ante los otros y ante si mismo sin, por eso, mutilarse el alma?... — Saber qué es lo que sabemos, y en qué plano de abstracción lo sabemos; creer cuando se debe creer, en el grado en que se debe creer; dudar cuando se debe dudar, y graduar nuestro asentimiento con la justeza que esté a nuestro alcance; en cuanto a nuestra ignorancia, no procurar ni velarla ni olvidarla jamás; y en ese estado de espíritu, obrar en el sentido que creemos bueno, por seguridades o por probabilidades o por posibilidades, según corresponda, sin violentar la inteligencia, para no deteriorar por nuestra culpa esta ya tan imperfecto y frágil instrumento y sin forzar la creencia (Conocimiento y acción, Págs. 12 y 131).

El verdadero escéptico «es el que de intento y por razones generales duda de todo, excepto de los fenómenos, y se contenta con la duda». He ahí la definición que da Brochard en su notable obra Los escépticos griegos, anotando que la duda real, no la teórica, sería más o menos contemporánea del pensamiento humano, pues «para un espíritu que reflexiona, el descubrimiento del primer error basta para inspirar una cierta desconfianza de sí».

Fácil sería la distinción de lo verdadero y de lo falso si se mantuvieran separados, por una especie de repulsión, pero si en las aguas ge separaron la luz de las tinieblas, no ocurrió así en las almas, en donde lo verdadero y lo falso se mezclan de tal manera que el error corre como diluido en la misma verdad, con los prestigios de ésta.

Vaz Ferreira conduce más que a doctrinas inertes a estados de espíritu de elevación intelectual y responsabilidad moral!. Cultura y ética quiere que crezcan por igual en los jóvenes a quienes les dice: «yo pediría que un discípulo mío se distinguiera por la continua atención moral hacia sí mismo: que se le viera siempre alerta, analizando todos sus actos, aun aquellos que parecen indiferentes a primera vista, aun aquellos que se ejecutan rutinariamente, por hábito, por imitación, procurando así que su moralidad propia no se descuide, que los sentimientos no se emboten, que la inercia y la anestesia de la costumbre no predominen y no mecanicen nuestra conducta moral. El profesor que consiguiera eso, no crearía moral, sin duda; pero vendría a crearla prácticamente, de hecho, haciendo que la moralidad real, existente, diera todo lo que puede dar».

La duda de Vaz Ferreira no es una duda pasiva, sino activa, no es una duda general y abstracta, sino concreta, vivida en cada caso con intensidad variable, es una duda como la de Sócrates y Claudio Bernard, por ejemplo.

Mucho dice de un filósofo, de un pensador, de un político, de un hombre cualquiera, en qué cree, de qué duda; pero dice mucho más cuándo, cómo y por qué cree, cuándo, cómo y por qué duda...

Las milenarias palabras de Cicerón, de quien es la máxima dubitando ad veritatem pervenimus, parecerían escritas en la actualidad, al hablar de la vuelta a Sócrates del pensamiento griego por las enseñanzas de Arcesilas:

«Y así enseñó que nada hay más abominable que la temeridad, nada más escandaloso en un filósofo que profesar lo que es falso o no conocido, que nada debemos afirmar dogmáticamente, sino suspender, en todos los casos, nuestro juicio; y en lugar de afectar la certeza, aquietarnos con la opinión fundada en la verosimilitud, que es todo aquello a que un entendimiento racional puede asentir».

Admitía más que certezas, posibilidades (unas rosas más probables que las otras) «...así como algunos establecen ser unas cosas ciertas y otras inciertas, así yo, apartándome de su opinión, digo: que unas son probables y otras no lo son».

La duda cartesiana —de cuyo espíritu es sorprendente anticipo la máxima de Cicerón dubitando ad veritatem pervenimus— tiene para un filósofo contemporáneo, como Husserl, una enorme trascendencia; y para otro, también contemporáneo, como Jaspers, no sería ni radical ni filosófica. El primero estima que todo el que en serio quiera filosofar, debe seguir el ejemplo de Descartes, «retraerse sobre si mismo una vez en la vida, y tratar de derrocar en su interior todas las ciencias válidas para él hasta entonces y de construirlas de nuevo», fraguarse un saber del que «pueda hacerse responsable desde el principio». El segundo, Jaspers, por el contrario considera que la duda de Descartes no es radical, no habría experimentado el vértigo que tendría que producir una duda tan extrema: en la duda cartesiana existe el germen de certezas absolutas con un movimiento hacia la mathesis universalis. Se advierte, en efecto, un compromiso interno de creencia en la forma inicial del escepticismo y con creaciones ulteriores dogmáticas. El fuerte viento de liberación no se siente más.

Claudio Bernard aceptó que la regla única y fundamental de la investigación se reduce a la duda pero que sólo por el estudio profundo de la realidad se llega a adquirir el espíritu agnóstico y que importa bien determinar en que punto debe incidir la duda, a fin de distinguirla del escepticismo» y evitar con cuidado toda especie de sistema, añadiendo: «el tiempo de las doctrinas y de los sistemas personales ha pasado». Su último consejo es éste: «romper las trabas de los sistemas filosóficos y científicos como se romperían las cadenas de una esclavitud intelectual».

La duda de Vaz Ferreira, como la de Sócrates, como la de Claudio Bernard, no es dogmática; es la duda natural de un investigador concienzudo.

Muy joven, de precoz madurez, a los veinticuatro años, Vaz Ferreira está alerta contra todo dogmatismo. De ese joven profesor son estas sensatísimas palabras:

«¿Puede considerarse razonable tratar de producir la convicción dogmática, en el espíritu de los estudiantes, sobre puntos que no han sido aclarados definitivamente por las controversias de los psicólogos? Por mi parte, responde, he visto siempre, ¿por qué no decirlo? cierta falta de honradez intelectual en los que así proceden. Hay, en cambio, lealtad y franqueza en el autor o profesor que dice a sus discípulos: os doy una Psicología tal cual es: algunos hechos, algunas leyes empíricas, algunas teorías más o menos verosímiles, y, en cuanto al resto, una clasificación de interrogaciones; no os doy más, porque no sabemos más; para prometeros otra cosa, yo necesitaría ser un genio o un ignorante». (Curso Expositivo de Psicología Elemental, 1897. Prólogo, Pág. IX-XK

Lo que más importa de la duda es tener conciencia de qué se duda, porqué se duda y como se duda... en fin, la vida misma de la duda, no el mero principio filosófico, que fatalmente evoluciona (o involuciona) a un dogmatismo de la duda. Pero para ello, hay que pensar honda y concretamente y parece que el hombre aun no ha madurado bastante para pensar concretamente: el pensamiento más concreto del hombre, por lo común, es todavía más que pensar soñar.

La duda en Vaz Ferreira se funda en la probidad, en la conciencia de límites, en la sinceridad y en la libertad  es resultado, no anticipo-de la investigación. Pensamiento claro cuando la claridad es el resplandor mismo de la realidad, pues no hay en el ninguna claridad ficticia: «Creer saber sólo que se sabe; dudar de lo dudoso; saber que no se sabe, o que se sabe mal en su caso, etc. (sinceros hasta con nuestros ideales y hasta con nuestras esperanzas) no sólo es lo más verdadero —en verdad subjetiva: en sinceridad interior— y no sólo es lo más limpio y puro, sino que es pragmáticamente lo mejor (a pesar de cierta aparente lógica)».

Vaz Ferreira irresoluto. Vaz Ferreira teórico y abstracto... Irresoluto, con todas sus soluciones pedagógicas y sociales, con sus cuidadosos análisis del pro y contra para tomar partido en la beligerancia de la vida, con su perenne vigilancia de las libertades cívicas y de la mente, con su enérgica y sostenida actitud contra las dictaduras...

¡Qué singular ceguera!

Vaz Ferreira teórico y abstracto, con su Lógica Viva, con su Moral para Intelectuales... Teórico y abstracto quien enseña a pensar bien, a sentir bien, a obrar bien, a no disociar la teoría de la práctica, el pensamiento de la acción, los principios de los hechos, los ideales de la realidad, la moral de la cultura, que señala errores de todos los días y enseña a descubrirlos, a evitarlos y corregirlos...

«Enseñar a vacilar»

«Según algunos, enseñar a pensar bien, y por consiguiente a actuar lo mejor posible, examinando las ventajas e inconvenientes de las diversas soluciones es «enseñar a vacilar».

«Un práctico enseña a navegar. Hay arrecifes a la derecha; por consiguiente hay que tomar a la izquierda. Hay bancos a la izquierda; en ese caso hay que tomar a la derecha. Hay bajante: hay que detenerse. En ciertas épocas hay corrientes aquí o allá: hay que tenerlas en cuenta.

«Entonces se diría: «Inhibe usted todas las soluciones. No permite ir a la derecha; no permite ir a la izquierda. Hasta hace parar. Hace pensar en demasiadas cosas: enseña a vacilar». No; sino a entrar a puerto».

Lo más importante en Vaz Ferreira no son sus descubrimientos, sino el tender a crear los hábitos espirituales que mejoren la vida, fin docente que Bergson asigna al filósofo, y el proceso mental de sus investigaciones, el desarrollo magistral de los temas, la profundidad de sus análisis, la cautela con que se mueve en la oscuridad, el uso de su lámpara, sus luces rojas de peligro, sus flechas de dirección, sus psicodramas, sus estados psicológicos, sus planos mentales, cómo se mantiene inserto en la realidad, cómo busca y encuentra soluciones para mejorar la enseñanza, la organización social, cómo estudia cualquier problema, cómo trabaja su cerebro, cómo duda, cómo remueve las creencias, cómo vive el misterio...

¡Y su ejemplo de octogenario en la santa línea de fuego contra error!...

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Fácil es formular que son cuatro las maneras de equivocarse, porque son tres las maneras de alterar la realidad y una de confundirla :

1º) omitiendo algo;

2º) agregando algo;

3º) cambiando algo; .

4º) tomando por realidad una ficción (especie de alucinación de hombres normales).

¡Pero la gran cuestión es no equivocarse!

Señores:

Las palabras que más se escuchan cuando se habla en público son las primeras y los últimas, que casi nunca dicen nada de suficiente valor como para compensar los grávidos silencios de la expectativa. Pero cada uno cree que con él no pasa eso, y no sólo con las palabras iniciales y finales...

Existen cuatro tipos de discursos, 1º) los que no se pueden oír ni leer; los que están fuera de todo perdón; 2º los que se pueden oír, pero no leer; de suerte que cuando uno vuelve a ellos, se siente defraudado; 3º) los que no se pueden oír, pero si leer; en el silencio de la letra escrita, reaparece la calidad perdida de las ideas; 4º) los que se pueden oír y leer... A estos se les busca y guarda, resisten la frecuentación y perduran.

Ignoro a cual tipo pertenece este discurso. Me hago la ilusión de que no pertenece al primero, pero no soy tan vanidoso como para creer que pertenece al último...

En su emotivo discurso del Parque Hotel, Vaz Ferreira pidió con conmovedora ternura, que lo quisiéramos mucho. El sabe que lo queremos y que lo queremos mucho, pero a veces hay que decírselo. Para eso nos hemos reunido con él aquí y para decirle, también, que preferimos, y con nosotros todos los jóvenes de madura reflexión, la juventud de la vejez de un cerebro lúcido a la vejez de la juventud que cree que la luz envejece.

Fervet opus, felix senectus

 

Disertación del Académico Profesor D. Clemente Estable

 

Publicado, originalmente, en: Revista Nacional : literatura, arte, ciencia / Ministerio de Instrucción Pública Tomo LVII Año XVI Nº 171 - Montevideo, marzo de 1953
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/60426 

 

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                       Carlos Vaz Ferreira en Letras Uruguay

 

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