Ese oscuro objeto de los letristas de Carnaval |
La mujer y el homosexual como recurso para el humor. Lejos de levantar las banderas del feminismo más radical, o de retomar los postulados anquilosados de alguna institución defensora a ultranza del puritanismo, sólo pretendemos echar una mirada crítica al asunto de la misoginia y de la homofobia. Las mujeres y los homosexuales han sido estigmatizados a lo largo del tiempo. El hombre travestido genera polémicas en Carnaval. Mucho menos se encuentran en juego, la moral y las "santas y buenas" costumbres; no pasa por ahí, por lo menos para nosotros. Tampoco espere el lector que vayamos a colocar a todos los letristas de Carnaval en el banquillo de los acusados, mucho menos a iniciar una caza de brujas en aras del honor mancillado de mujeres y homosexuales. El objeto de este aporte es mucho menos ambicioso y hasta si se quiere más sencillo y terrenal; fundamentalmente pretendemos arrojar el tema en el tapete, para su consideración, y de pronto provocar con ello, que otros colegas y hasta los propios carnavaleros, emitan su opinión acerca de una realidad que desde hace muchísimos años, con diferentes matices, es moneda corriente en los libretos y en las actuaciones de los conjuntos, con tenues señales en los últimos años también hay que decirlo, de querer escribirse "otra" historia. Mujeres en la visión de los hombres Desde que tenemos uso de razón, es decir desde que vamos al tablado, que casi es la misma cosa, nos hemos acostumbrado al lugar común que les tienen reservado a las mujeres, los "machistas" y recios creadores de la "libretística carnavalesca", no sólo a ellas sino también a los homosexuales o maricas, como antes a la mayoría gustaba llamarles, hoy algo desplazados esos términos por el más sonoro y "aggiornado" gay. Y nos consta que la ubicación estereotipada que se han ganado unas y otros en la consideración de los letristas no es algo que aparezca con nuestro uso de razón o con nuestras idas al tablado; digamos que viene desde el fondo de la historia misma de la fiesta de Carnaval, y que en ese borroso origen se emparienta con una de las "gracias" más en boga en los carnavales de todas las épocas: el travestismo. Sabido es que el hombre vestido de mujer es uno de los recursos más viejos que presentan los espectáculos carnavaleros y en ese plano no le va en zaga, el personaje del maricón, el moderno "trolo". Ahora bien; a lo largo de tantos carnavales qué cosa era capaz de hacer un tipo vestido de mujer, o más precisamente, qué libreto le habría tocado en suerte para representar su papel... A las pruebas me remito: estupideces, incoherencias, bobadas de toda clase, y un largo e interminable etcétera que por desgracia era suficiente para provocar la risa, durante generaciones, de esa misma mujer casi asexuada y sometida a la degradante condición de ama de casa y que no encontraba al llegar febrero, mejor placer que disfrutar con su propia caricatura humana, representada por un hombre que bien podía ser el marido que tenía que soportar los doce meses del año, y que gozaba burlándose de esa mujer que le había dado hijos y que le había procreado. Nótese que hablamos en tiempo pasado, porque lo cierto es que muchos de estos patrones se han ido modificando, aunque las prácticas y los esquemas no se han desterrado. Homosexuales sin mejor suerte Esto se viene reiterando invariablemente "desde que el mundo es mundo", dijera mi abuela Dolores, pero el Carnaval nuestro, tal como lo concebimos hoy, tiene su indudable punto de partida en la década del diez del siglo pasado, es decir que a lo largo de casi todo el siglo veinte, la mujer ha sido objeto de una recurrente parodia irrespetuosa, insolente, e injusta, tan degradante como reiterativa. Todos cantamos con emoción la retirada famosa de los Asaltantes, del '32; ¿pero qué cantaban en sus cuplés y popurrís? Se manifestaban en contra del ingreso libre de extranjeros, con letras rayanas en la xenofobia y protestaban contra el voto femenino. ¿Esto los desprestigia ante la historia? En absoluto, los textos de esa murga como los de casi todas, eran producto de una situación dada, de una coyuntura específica y en última instancia de un rango cultural reinante. Los homosexuales no se han quedado atrás; ¿es que no saben hacer otra cosa más que guarangadas? Porque ese es el sino de toda representación que se precie de tal: guaranguear, decir idioteces y mostrar afectación, en un esquema que bien se podría decir que ha ido evolucionando con los años, desdibujando muchas veces la frontera que lo separa del personaje "femenino", pero sin obviar las características terribles de una burda actuación que conlleva implícitamente una condena moral a quienes han optado libremente por ejercer su derecho a vivir y disfrutar de la sexualidad a su manera. En esencia, sólo pretendíamos echar una mirada crítica al asunto de la misoginia y de la homofobia a lo largo de la historia de nuestro Carnaval y a través de los libretos de los conjuntos, con el único fin de lanzar el tema a la mesa del debate. Somos conscientes de que no es un tema fácil ni sencillo de abordar, pero no tememos introducirnos en camisas de once varas. Lo cierto es que de un tiempo a esta parte, nos consta que hay letristas los menos, y algunos conjuntos muy pocos, que a lo largo de su trayectoria han tenido otra actitud frente a la mujer y a los homosexuales, pero la concepción genérica predominante ya sabemos muy bien cuál ha sido y cuál es, aún hoy. La aparición o mejor dicho, la irrupción, de la propia mujer en el Carnaval, al punto que no existe categoría en la que no haya componentes femeninos, también ha resultado un contrapeso considerable en esa particular balanza. Buscando la risa fácil No es de extrañarse que frente a este panorama, alguien opine que también habría que quebrar una lanza por los borrachos, los gauchos, los policías o los guardas de ómnibus en su momento castigados "a mansalva", pero eso sería intentar establecer comparaciones imposibles; no se pueden sumar zapatos con corazones, ni botellas con sentimientos. Y si bien, muchos prejuicios generalizados en nuestra población, o estimaciones hechas a priori con respecto a determinados temas tienen su origen en muchos casos, en una cultura carnavalera que en décadas pasadas llegaba masiva y directamente a la gran mayoría de las personas, creemos que nada es comparable a la desatinada e indecorosa caracterización que han sufrido y por lo pronto todavía siguen sufriendo, las mujeres y los homosexuales en los libretos de Carnaval. Y ello ha resultado tan pernicioso y ha causado tanto daño, al punto de haberse convertido en recurrentes lugares comunes a la hora de procurar una risa fácil o un efecto rápido. Pero debemos decir que ya la complicidad de la platea femenina, que durante bastante tiempo fue la tabla de salvación para estos "personajes", no es garantía de continuidad de estas prácticas y quizás por allí, además de la toma de conciencia de los inefables autores responsables que indudablemente en muchos casos no hacen más que reproducir inconscientemente los moldes o esquemas habituales de la elaboración de un texto para cada categoría específica, y una mayor participación tanto de mujeres como homosexuales no ceñidos a los "clásicos" papeles, decimos que por ahí, de pronto pueda estar el remedio a una problemática que bien puede catalogarse como el oscuro objeto de los letristas. Porque un cambio de mentalidad conlleva necesariamente a asumir la realidad con más crudeza y si bien cada letrista seguirá escribiendo a su manera, de acuerdo a su formación y guiado por los mismos intereses, existe la posibilidad de transitar otro camino, que conduzca a los actores de Carnaval, como intérpretes últimos de las propuestas montadas, abriendo los espacios para que en nuestros escenarios carnavalescos se puedan representar situaciones y personas atendiendo sus problemáticas, respetando sus modos de vida y contribuyendo a un mejor entendimiento entre los distintos grupos humanos, aun con humor, con sátira y con gracia, pero sin la burla cruel, sin el menoscabo intransigente, enterrando para siempre las ridiculizaciones que sólo demuestran el grado de incultura e intolerancia de quien pretende hacer ostentación de su dudosa y discutible superioridad. * |
Xosé de Enríquez
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