¡Ché ciudad, pintame un Carnaval...! |
Te la mando así, ché ciudad, sin anestesia, pero con unas ganas locas de tocarte la serenata ésa que me resuena por adentro, bien de allá del fondo, vos sabés cómo es esto del sentimiento, y cada vez que tuvimos que separarnos ya ves que volvemos a cruzarnos en cualquier esquina, porque además te traigo acá en el cerno, que le dicen y te me vas para el alma sin remedio. Te paso el cuento como viene del zurdo, sin intermediarios, así de sencillo. Hace unos meses, en Buenos Aires, sentado en una mesa del viejo Tortoni, imaginaba al inolvidable Julián Centeya chamullándome unos versos al oído, y me emocioné porque me acordé de vos, ché ciudad que me atrapaste para siempre. Como te recordé en cada “boteco” carioca mirando pasar infinidad de rostros desconocidos y sueños lejanos de poeta trashumante. Y me vine en alas de un sueño, siempre vendré, para tus esquinas bolicheras, a recorrer tus románticos empedrados, tus noches a cielo abierto, me vine sí, a buscar tus carnavales de siempre.
A la entrada del crepúsculo Acá me tenés ciudad, redescubriendo tus encantos y dejándome embriagar con tu vino de la vida, pero también con los de verdad, los que comparto con mi cofradía canfinflera, los amigos del estaño que mueren fieles a su parroquia, los compadres que me acompañan muchas veces en el vuelo, los de la bohemia incorregible… yo también soy de los que navegan en tus vinos, ché Monteciudad… ¿Sabés ché, que la vas de urbe importante y seguís siendo aquella mezcla irredenta de aldea y gran capital? Te cuento la de un amigo veterano que ya se piantó a una estrella de las más lejanas, un enamorado del carnaval que trabajaba como vendedor ambulante y lo sorprendió un febrero recalando en la capital arachana. Fue en el año cuarenta y ocho, en el hotel Oriental de Melo, perteneciente a la familia Goro, y mi amigo Aurelio escribió en el reverso de la boleta del día, “ay carnaval de Montevideo, tan cerca estás y tan lejos”. ¿Sabés? Él me la dio y yo guardo esa boleta amarillenta con cincuenta y ocho pirulos arriba, porque me parece que es un homenaje humilde y fervoroso al carnaval, una muestra de amor y de la incontrastable melancolía de tantos locos lindos de tus calles y tus barrios. Y me vine sin saber, siempre me vine, así como si me arrastraras, y te escuché como nunca, porque sé que siempre me has hablado, pero esta vez me fui del Tortoni, volé de la Avenida de Mayo, de las calles de San Telmo, abandoné la compañía de Centeya, como me fui del café de Garrincha, de los aromas y la magia de Botafogo y abandoné también a Vinicius… y recalé en tus recuerdos. Me quedé entonces, a fisgonear en el corredor abierto de aquel edificio de inquilinato en la calle Arenal Grande, que todavía luce sobre la amplia entrada la leyenda: Vida Moderna Social, y golpeé puertas de madera en las pensiones de la calle Durazno, buscando un flaco morochito y esmirriado para que arreglara una murga. Recreo en la mente ché ciudad, mi estampa infantil de tus tiempos de carnaval, medio tanques, tablones y casilleros, efluvios de churros y chorizos al pan, metros y metros de arpillera, barras de hielo seco enfriando los chopitos y las cocas, altavoces, susurro de bolilleros, “se tira la próxima serie”, sillas plegadas apiladas en las veredas contra las columnas a la espera de la hora del corso, las Commer con los altoparlantes recorriendo tus barrios divulgando las programaciones, ruido de motores en las colas de camiones aguardando turno en el Jardín de la Mutual, desfile de envases de Norteña sobre el mostrador del Yacumenza, vehículos con letreros de agrupaciones transitando tus calles, rumor de lonja y batería a la entrada del crepúsculo…
De misterios y secretos Ya ves ciudad, aquí me tenés nuevamente en el estaño del viejo Astral, saliéndole al medio y medio, o en las mesas de madera del inolvidable Fantasio, con una gigantesca milanesa con fritas, ahí voy ciudad, en la hora de tus carnavales de todas las épocas, para rascar el hueco de la memoria y tirar las hojas en blanco por la ventana del tiempo, dejarlas ir nomás que alguien le va meter lápiz o pluma, que vos sabés ché ciudad, que no te cambio por nada, que soy de los que se enchastraban los dedos con tinta y quebraban grafos hasta aburrirse. ¿Qué vas a hacer Montevideo de misterios y secretos? Tu Momo urbano, lúdico y apasionado, vuelve a recorrer tus calles, húmedo de tanto frecuentar tus viejas cantinas y “conventos”, los adoquines gastados y las plazas de barrio, la tibieza de las noches febrerinas y las lluvias de verano, la sopa barata y los sudores de los ajetreos, como un actor ojeroso de pasar tantas noches a la deriva, con el raso y la lentejuela colgando, que nos deja el sabor del tabaco armado, la mirada de los afiches, el tablado tradicional, el olor a feria, la mueca del fantoche y el amarillo de las luces eléctricas…Te puedo hablar hasta el cansancio, pero no sé si es necesario que te cante todos los versos… sabés que yo volví para no escribir atrás de la boleta como hizo Aurelio, mi compadre viejo, llorando tristezas de carnavales lejanos o ausentes, aunque ¡pucha! ¿no será lo mismo? Sólo te pido que no me des vuelta la cara, en este romance de febrero que nos junta en el aliento y en la piel, y te pido, ya que me estoy perdiendo en tu mapa cuadriculado y familiar, ché ciudad, te pido que me pintes un carnaval… y yo te prometo que voy a gritarlo con todas las ganas, pa’ que lo sepan hasta los sordos, que tenemos algo fantástico y compartido. |
Xosé de Enríquez
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