Montevideo y sus playas (1917)
Roberto J. G. Ellis

Para las generaciones jóvenes que hoy en pocos minutos van desde el centro de nuestra ciudad por la rambla hasta Carrasco, no pueden imaginar la formidable transformación que nuestra costa sufrió durante los últimos cuarenta y cinco años. La sucesión de playas que hoy son el deleite de gran parte de los montevideanos y turistas que nos visitan, estaban antes desconectadas y algunas de ellas eran de difícil acceso. A Carrasco se llegaba solamente por la Unión, tomando después el Camino Carrasco y al llegar a La Cruz, ir por el antiguo Camino Ferreira, hoy Avenida Bolivia hasta llegar a los Portones y penetrar por las avenidas Juan Maria Pérez y Arocena, hasta llegar a la rambla que tenia apenas unas pocas cuadras.

 

La grandiosidad de su playa, de fina arena blanca, era un espectáculo inolvidable. En cuanto a las residencias de aquella época, muchas de las cuales se conservan, eran contadas. Pero no es precisamente el Balneario Carrasco, cuyo renombre ha pasado nuestras fronteras a lo que quiero referirme hoy, sino más bien a como se acerco a Montevideo al construirse la rambla que todos disfrutamos y admiramos hoy en día. Nada mejor para comprender este contraste que evocar una de aquellas famosas caminatas que hacíamos por la costa, por los años 1916 y 1917.

 

En esa época el Ministro ingles acreditado ante nuestro gobierno era Mr. Alfredo Mitchell Innes, hombre soltero en esa época, de mediana edad, inteligente, dotado de un gran sentido del humor, caminador infatigable.

Varias veces formamos parte en estas excursiones que comenzaban con un almuerzo en su residencia de la Plaza Zabala. De allí en tranvía eléctrico íbamos hasta la Unión, donde alquilaba un break para ir por la Calle Pan de Azúcar, Camino Carrasco, y la hoy Avenida Bolivia, hasta dos cuadras mas hacia la playa de los Portones, donde hoy nace la Avenida General Paz. En el Camino Carrasco, después de pasar lo poco que quedaba de la antigua Quinta de Basañez, casi todos eran campos, hornos de ladrillos y quintas de verduras. Pero había una pequeña casa de dos piezas (una de ellas destinada a comercio) que tenia pintada con grandes letras el título de la misma: “Tienda La Millonaria”. Esto era motivo para que Mr. Mitchell Innes festejara con alguna broma el nombre de esta modesta tienda. A la altura de las hoy Avenida Bolivia y General Paz, despedía el coche, y ahí comenzaba nuestra caminata.

 

Cruzando campos y arenales, llegábamos a lo que hoy es Playa Verde, y allí nos dábamos un magnifico baño, sin que hubiera mas testigos que algunas gaviotas, Después de disfrutar del baño, y colgando nuestras ropas en los bastones que llevábamos al hombro, cruzábamos Punta Gorda, donde lo único que había era una casilla para la guardia y para depositar herramientas de los que trabajaban en las canteras. Pasábamos por la desierta Playa de los Ingleses, después el viejo Molino a orillas del arroyo, que ya era un representante silencioso de un lejano pasado, y la playa de Malvín con sus grandes medanos, no tenia otra construcción que la casa del Dr. Lussich, hoy convertida en un hotel, y unos cuantos ranchos y casillas dispersos por la playa, que pertenecían a pescadores y amantes de la soledad. Hay que pensar que en esa época, para ir a Malvin, el tranvía dejaba en el antiguo Camino de la Aldea, hoy Avenida Italia, a la altura de Veracierto, y desde allí hasta la costa prácticamente todo eran unos magníficos medanos blancos.

 

Al llegar a la Playa del Buceo, había algunas casillas mas y algunas casas de veraneo (o ranchos como se les llamaba a estas en ese entonces) muy modestas, ya aquí por la calle Comercio tenían el tranvía muy próximo. Al costado del Cementerio del Buceo, y donde hoy esta Bulevar Propios, había verdaderas montañas de los desperdicios de la ciudad, pues en esa época no existían los hornos incineradores. Estas gigantescas montañas de basura constituyen hoy el fundamento de la hermosa “bajadita” a la rambla ahí donde nace Bulevar Propios. Este paisaje no era agradable, pues según fuera la dirección del viento venia el mal olor de los residuos, donde merodeaban una banda de “beachcombers” en busca de algún objeto de valor que pudieran negociar.

 

Llegando al Puerto del Buceo, ya se encontraba una vida distinta, había una calle de arena por donde hoy pasa la rambla que estaba bordeada de ranchos y casillas de pescadores. Infinidad de botes eran calafateados por sus patrones y en esa misma calle sobre grandes badejones de eucaliptus tendían las redes para secar y las zurcían para nuevas pescas. Aquí se veía ya gran animación y era frecuente antes de llegar oir los coros de estos hombres de mar, que realizaban sus tareas acompañadas de canciones. En esta calle abundaban los árboles, especialmente los tamarises y tenían un encanto que solamente los que conocimos todo aquello podemos recordar. Hace poco conversando con el pintor Rúffalo, sobre esta calle, el que es un gran admirador de nuestra naturaleza y la ha interpretado con tanta maestría en sus telas, me decía: “Esa calle fue un semillero de cuadros para mi”.

 

Al llegar al final de esa calle en la curva que hace la rambla, próximo al Yatch Club, nos aproximábamos al barrio de las lavanderas, y poco después entrábamos en la pintoresca y hermosa Playa de los Pocitos, que en aquellos entonces tenia una gran cantidad de chalets con sus bien cuidados jardines que han ido desapareciendo en pocos años para bordear hoy la rambla una serie de casas de apartamientos, que le han robado a esta el tibio sol invernal.

 

También ha desaparecido el viejo Hotel sobre la playa, con su bella terraza tan concurrida en aquella época, y las casillas de baño de los hombres con su trampolín. Aquí terminaba nuestra excursión. De Pocitos pasando por Punta de los Canarios (hoy Trouville) hasta Punta de Las Pipas (hoy Punta Carretas) existía el tramo de la rambla, pero no estaba la parte que hoy la une con la Playa Ramírez, ni existía el magnifico campo de Golf, que por su proximidad a la ciudad y la belleza de su vista al mar, causa admiración de los turistas que nos visitan.

Roberto J. G. Ellis
Evocaciones Montevideana
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