Isla de Flores, crónica de una visita
por Carlos Echinope Arce
echinope@gmail.com

Una mañana, con clima inestable, nos encontró en el puerto de Montevideo entusiastas por abordar el barco que nos llevaría a Isla de Flores. La Armada Nacional había invitado a algunas personas en el viaje de relevo quincenal de la dotación asignada al faro de aquella isla.

La embarcación estaba amarrada en el sector militar del puerto, y ahí ya surgió la primera sorpresa. Los barcos, de todo tipo y tamaño, están amarrados en tres filas .. Si, obviamente a cada uno de la primera fila se le aborda por la escalerilla o pasarela tradicional. De ahí a la segunda y tercera fila .. como se pueda. Para experimentados marinos debe ser lo más sencillo del mundo pasar de una embarcación a otra, de diferentes tamaños y alturas, con el mar, lógicamente, en movimiento. Para los invitados, ellas y ellos en diferentes condiciones físicas y edades, no era tan sencillo. Menos mal que nos supervisaron aquellos marinos, habituados  y  .. con gran sentido del humor. Ante cada acrobacia había un grupito de ellos mirando, sonrientes, con la expectativa de ver si alguien caía al agua. Pero no, como pudimos llegamos a "nuestro" barco sin darles el gusto. Saltamos, trepamos y nos tiramos, damas y caballeros, con gran solvencia y mucho amor propio .. jajaja.

Partimos del puerto rumbo a la isla, dejando atrás a la Muy fiel y Reconquistadora San Felipe y Santiago de Montevideo, con una panorámica de la misma, no habitual, y oteando el horizonte para descubrir "tierra". La mañana se puso muy agradable y el sol comenzó a hacerse notar. Los "exploradores" nos encontrábamos en la cubierta de aquella mediana embarcación, charlando en grupos.

Vista panorámica de la Isla de Flores

Luego de una travesía de más de hora y media, llegamos. Aquellos gentiles y experimentados marinos nos tenían otra pequeña sorpresa. Amarraron el cabo de la embarcación a una distancia que había que dar un salto para "aterrizar" en el muelle de la isla .. con un mar con bastante movimiento ... y lo mismo: expectantes nos miraban, a este heterogéneo grupo de exploradores, para ver si alguno de nosotros probaba las aguas del Río de la Plata. Pero nuevamente dimos prueba de nuestro estado atlético, y gran orgullo, y llegamos, literalmente, a buen puerto.

 El faro de Isla de Flores, construcciones anexas y viejas ruinas

Mientras los marinos cumplían su rutina tuvimos bastante tiempo para recorrer la isla y subir a lo alto del faro. En mi caso había ido con mi buen amigo Diego, ambos con camisa de manga corta, lo cual tiene su importancia.

El faro está en muy buen estado pese a sus años. Construcción de origen portugués, entró en servicio en 1828. La curiosidad, ahí, es el método como construyeron la escalera. Se pone un pie solo en cada escalón .. siempre uno queda o subiendo o bajando, no nivelado. Al subir baja la altura del techo y se llega a la farola doblado para no pegar con la cabeza en el techo. La vista, en la farola, genial, agua por todos lados y, obviamente, la isla, llena de gaviotas de todo tamaño, y .. conejos. En algún momento alguien los introdujo en la isla y ellos cumplieron su tarea de reproducirse.

Luego de ascender a lo más alto del faro comenzamos a recorrer la isla con el amigo Diego. Están las ruinas de los edificios donde los viajeros hacían la cuarentena y, como dije, gaviotas, miles, y conejos. Al no haber árboles las gaviotas anidan en tierra. Se ven nidos con huevos y distintos tamaños de gaviotas, desde las recién nacidas a las adultas, pasando por toda la escala. Lo mencionado de las camisas de manga corta es para ilustrar sobre la cantidad de gaviotas. Al terminar la recorrida tenía una mancha en el borde de una manga de mi camisa, producto de la deposición de alguna de aquellas aves en vuelo. A Diego lo preferían, pocas le erraban ..

Llegó la hora y zarpamos rumbo a Montevideo, previa nueva muestra de destreza al abordar el barco con un salto atlético y calculando, con gran experiencia, el movimiento que lo hacía subir y bajar continuamente. Así pasamos del muelle a la embarcación. Pero estos civiles demostraron, una vez más, su habilidad para no caer al agua. A poco de partir el clima cambió, cosa habitual en el Río de la Plata, y nos sacudimos de lo lindo, con las agitadas aguas salpicando bastante a la aguerrida dotación extra de invitados por la Armada Nacional. Cuando avistamos la querida ciudad de Montevideo el júbilo era grande y no nos importó volver a pasar por las subidas, bajadas y saltos con tal de poner nuestros pies en tierra firme. La secuela fue, en mi caso, no percibido a tiempo, una gran quemadura, producto del reflejo del sol en el agua, a la ida, en la cara, especialmente. Cuando digo "gran quemadura" no exagero para nada. Pero como se dice: sarna con gusto no pica, pero mortifica. Y mortificó varios días. Por las dudas aclaro que lo escrito es una crónica de un paseo, infrecuente e inolvidable, no un ensayo histórico.

 

Video agregado a la crónica:

Isla de Flores y sus habitantes más numerosos

ISLA DE FLORES capítulo estreno de Voces Anónimas IV con Guillermo Lockhart

Las islas son lugares diferentes, singulares. Miles de relatos giran en torno a ellas: historias de tesoros enterrados y piratas impiadosos, de comunidades jamás vistas, de naufragios y embarcaciones olvidadas. Y más aún si estamos ante una isla que estuvo habitada en un pasado y que ahora se encuentra abandonada. Tal es el caso de Fort Jefferson en Estados Unidos, Hashima en Japón, o Poveglia en Italia. Sin embargo, pocas guardan una historia tan rica como la que se esconde en la Isla de Flores, una isla uruguaya ubicada sobre el Río de la Plata, a unos veinte kilómetros de la costa de Montevideo.

 

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