450 años de tradición humanista. Una visión desde las letras alemanas[1]

ensayo de Renata von Hanffstengel

Universidad Nacional Autónoma de México

450 años de tradición humanista: una notable celebración en nuestra Facultad. Ya se sabe que la universidad que hoy es la UNAM fue cerrada durante cuarenta y cinco años, de noviembre de 1865 hasta mayo de 1910. Maximiliano de Habsburgo la cerró, lo cual no significa que los esfuerzos por las humanidades hayan cesado durante este lapso. Independientemente de que durante el breve reino de Maximiliano hubo esfuerzos en la cultura y las artes, seguro que las humanidades continuaron también en otros recintos de la vida nacional. Sólo que habría de preguntarse de qué vivían los escritores y pensadores, ya que, por una larga tradición, impartir clases y dedicarse a las humanidades era más bien un adorno y un lujo.

Hay países menos afortunados, que no pueden contemplar con satisfacción 450 años de tradición humanista. Dos de éstos son de mi especial incumbencia en mi labor académica, los países de habla germana, los principales productores de libros y revistas en lengua alemana: Alemania y Austria. Estos países experimentaron un hiato mucho más breve que cuarenta y cinco años de clausura de importantes instituciones humanistas, pero esta interrupción que duró los doce años del “milenio” fascista, fue incisiva y devastadora en extremo.

Dos países dejaron de tener escritores y filósofos, artistas plásticos y compositores, críticos de arte e historiadores. Se suprimieron las manifestaciones libres en estas disciplinas y, las que había, se encontraban sujetas a los fines propagandísticos del estado fascista. Incluso una de estas dos naciones, Austria, políticamente dejó de existir. La oposición al fascismo hitleriano fue borrada con brutal eficacia; los más afortunados entre los opositores lograron salir del país y encontraron un asilo donde no sólo sobrevivieron sino hicieron sobrevivir el humanismo de su país natal. Los menos afortunados perecieron. Se dispersó la cultura alemana, ya que en su tierra de origen reinaba la barbarie. La historia de la verdadera Alemania, y a partir de 1938 también la austríaca, se verificó en los más diversos países como Suiza, Inglaterra, Francia, Suecia, en una mínima medida en la Unión Soviética, incluso en tan lejanas tierras como China, y, casi masivamente, en países de América Latina, entre ellos, México.

Si el dicho banal de que cada país tiene el gobierno que merece es aplicable, entonces Alemania habría merecido uno mejor. Desde el siglo XIX había —y cito a Kurt Eisner—:

[...] inteligentes y valientes hombres entre los revolucionarios alemanes, ellos sucumbieron ante la miseria alemana, y ellos, capaces de haber sido líderes en la liberación, se deshicieron sin posibilidades de actuar; incluso sus nombres apenas se conocen, y sobre su lucha casi no se encuentran noticias y, si acaso, sólo escuetas y malévolas[2].

El lema de los déspotas que gobernaban cada quien su pequeño reino era: “Gegen Demokraten helfen nur Soldaten” (contra los demócratas sólo ayudan soldados), y la conversión de una tan venerable universidad como la de Tubinga en un verdadero escenario de “Big Brother”, fueron algunos de los signos típicos de la primera mitad del siglo XIX que ahogaron toda vida política e intelectual progresista.

No fue sino hasta el año de 1968, a partir del movimiento estudiantil, cuando en la República Federal Alemana —en la República Democrática por otros motivos se había iniciado el proceso antes— se empezó a cuestionar la tradicional interpretación de la literatura e historia alemanas. A partir de 1968 se volvió a estudiar y editar a los escritores y pensadores que habían luchado en pro de un nuevo orden social y político en la víspera del y durante el siglo XIX: Gottfried August Bürger, los hermanos Grimm, Ludwig Uhland, Heinrich Heine, Georg Büchner, Ferdinand Freiligrath, Georg Herwegh, el mismo Friedrich Holderlin, para mencionar a algunos de ellos. A partir de un renovado enfoque en la Germanística y en la Historia en las universidades de la República Federal Alemana, se redescubrieron a los luchadores por los derechos del hombre del siglo XIX. Concomitante con el inicio de la Revolución Francesa habían escrito, hablado y actuado contra la arbitrariedad feudal e impugnado la situación social de su entorno, cada quien a su manera: desde el poético clamor de Gottfried Bürger en su poema “Lenore” contra lo insensato de las guerras por causas ajenas, hasta la voz de Friedrich Hólderlin en su Hiperión —un ermitaño en Grecia y en pasajes de sus elegías donde formula duras frases contra la situación en que vivían los alemanes en los diversos principados y ducados. Georg Büchner inició una revista con datos estadísticos— algo enteramente novedoso para aquel entonces —sobre la desigual distribución de los bienes en su natal provincia de Hesse, señalando quién los produce y quién los disfruta, y nos lega el drama de Woyzeck, lleno de protestas contra los abusos que se cometen impunemente contra los de abajo. Gottfried August Bürger sucumbe a los cuarenta y siete años a las privaciones sufridas en su vida; Hólderlin pierde la razón y se retira de un mundo inhabitable, y Büchner muere en el exilio a los veinticuatro años de edad. Georg Herwegh por lo menos alcanzó la considerable edad de cincuenta y ocho años, aunque los últimos diez los pasó amargado y decepcionado en el exilio en París después de que su batallón perdió una batalla en 1848 para la cual su esposa Emma fabricaba los proyectiles. Es larga la lista de las existencias trágicas en la literatura alemana. Fueron víctimas de la resaca de la Revolución francesa y protagonistas de las luchas que libraron a lo largo del siglo XIX: 1819, 1830 y finalmente la enorme convulsión de 1848, ahogada en sangre en la mayoría de los países centroeuropeos. También esta Revolución había desaparecido de los libros de texto de historia en escuelas y universidades. La anhelada unificación de Alemania en 1871 sólo hizo más efectiva y centralizada la represión contra los opositores a la autocracia prusiana.

Éstos son en poquísimas palabras los antecedentes del régimen autoritario fascista alemán. Pensadores y escritores visionarios habían anticipado que la continua extirpación de los espíritus libres y la implantación de la violencia y la ley del fuerte iban a conducir a un desastre. El caso más conocido es el de Heinrich Heine, quien predijo desde su exilio en Francia lo peor para su querida patria en su largo poema Deutschland, ein Wintermarchen, “Alemania, un cuento de invierno”, país en el cual no creía que volviera a brillar el sol de la primavera. Las voces premonitorias se hicieron legión durante las tres primeras décadas del siglo XX. Novelas pacifistas abundaron después de la Primera Guerra Mundial, y desgraciadamente no tuvieron el efecto de impedir la Segunda ni la llegada del fascismo. Brillantes espíritus en las humanidades y las artes no lograron frenar el ascenso de Hitler. Paulatinamente Alemania, y a partir de 1938 también Austria, se volvió un país con hombres callados, doblegados, y la indoctrinación tomó su curso. Los encarcelamientos y asesinatos masivos primero, las muertes y la destrucción en el transcurso de la guerra después, finalmente dejaron un país en ruinas y una población menguada, confusa, desplazada, sólo ocupada en buscar cómo sobrevivir físicamente. “Ruinas por doquier y nada qué comer” dice Günter Grass. En el extranjero, en el exilio, había sobrevivido un hilillo del humanismo, un fragmento de la extraordinaria producción cultural y artística de la República de Weimar que floreció breve pero brillantemente entre 1919 y 1933, y cuyas obras habían acabado en un gran auto de fe: la quema de libros el 10 de mayo de 1933.

Llegó el 8 de mayo de 1945. El Día de la Liberación y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes y austríacos exiliados en México celebraron jubilosos el acontecimiento al pie de la Columna de la Independencia en la ciudad de México. ¿Ahora sí iba a instalarse la democracia en Alemania y florecerían las humanidades? ¿Iban a regresar los políticos, escritores, artistas y profesionistas del extranjero para forjar una nueva patria más humana, más humanista? ¡De ninguna manera! Lo que quedaba de las universidades fue monopolizado por los que ocuparon los lugares de los expulsados de sus cátedras; la vida política se iba a reconstruir sin las molestas voces de izquierdistas y demás integrantes de la República de Weimar. Ésta fue sepultada ahora en forma definitiva. La mayoría de sus protagonistas estaban muertos y, repito, a los sobrevivientes no se les facilitó el regreso. Muchos de los exiliados alemanes y austríacos de por sí no deseaban poner pie en el país de los asesinos de sus amigos y familiares: “es cosa de carácter” decía Mitzi [María] Kafka, exiliada en México, pariente política del gran humanista, Franz Kafka, en una entrevista[3].

Lo que quedaba del “Tercer Reich” fue dividido en cuatro zonas de ocupación por los estadounidenses, franceses, ingleses y soviéticos, para administrarlo y proceder con el proceso de “desnazificación” y el intento de capturar y castigar a los responsables de las atrocidades cometidas. Para los demás, la vida normal debería reanudarse. Para tal fin, en 1949, de las tres zonas occidentales de ocupación se formó la República Federal Alemana, y la República Democrática Alemana de la zona de ocupación soviética. Cada gobierno se propuso imponer a su modo la democracia y buscar una tradición humanista sobre la cual construir la nueva. La tarea fue difícil, casi imposible. Una tradición no se establece por decreto. Y menos si las manchas en la historia reciente impiden utilizar el pasado como una base. Además, ¿de dónde iban a provenir los hombres y mujeres impulsores de este proceso? No los había. Ante la llegada de los esbirros de la Gestapo se habían suicidado pensadores como Walter Benjamín en Francia, en la frontera con España, en su camino en busca de asilo; y el gran y multifacético historiador y artista Egon Friedell en Viena, en medio de su vasto trabajo cultural, se lanzó al vacío desde la altura de su departamento cuando oía los pasos de las botas de la SS en el cubo de la escalera de su edificio[4]. Otro segmento importante de los individuos pensantes había pertenecido a los partidos de oposición, social-demócrata, comunista, socialista, con sus escisiones y fracciones, que precisamente habían debilitado la efectividad de la oposición contra el partido nacionalsocialista. Habían sido liquidados en poco tiempo. Y como ya se mencionó, los que tuvieron la suerte de encontrar asilo, estaban dispersos, y casi ninguno de ellos fue llamado para regresar a intervenir en la reconstrucción de su país. El trabajo de Hitler y sus secuaces había sido radical y efectivo: no sólo no quedaban hombres para reanudar la vida espiritual, sino faltaba también la siguiente generación: sus hijos no-natos. El poeta expresionista austríaco Georg Trakl ya lo había anticipado a raíz de sus vivencias al principio de la Primera Guerra Mundial. En su poema “Grodek”, compuesto con motivo de una sangrienta batalla, dice: “La ardorosa llama del espíritu se alimenta hoy del dolor más tremendo: los nietos no nacidos”.

Además, se planteó la siguiente problemática: ¿en qué tradición se iba a basar para la reanudación de una vida espiritual? ¿Actuar y escribir como si nada hubiera ocurrido? Theodor Adorno opinaba que “escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Y Günter Grass también se enfrentaba conscientemente a esta problemática de “Escribir después de Auschwitz” al hacer un balance de sus treinta y cinco años como escritor en 1990. Definitivamente no cabía la famosa frase de Fray Luis de León después de cinco años de encarcelamiento por razones de conciencia: “como decíamos ayer”. El ayer de Alemania era terrible y vergonzoso. ¿Qué se podía decir a la joven generación? Yo pertenecía en aquel momento a esa joven generación. En 1945 debería iniciar los estudios de preparatoria. Al principio, la carencia de profesores desnazifica-dos, la ausencia de libros de texto aptos para la nueva época y la falta de papel en qué tomar apuntes o hacer alguna tarea, además de la escasez de carbón para calentar los locales improvisados ya que los edificos habían sido bombardeados, imposibilitaron cualquier instrucción regular. Pero siempre llega la primavera, también en 1946 a Alemania, y se reanudaron las clases diarias gracias al sol y gracias a la corriente de Humboldt que lleva temperaturas templadas del Golfo de México a las ásperas tierras de la antigua Germania.

Los abundantes textos literarios aparentemente neutrales y apolíticos pronto hicieron posible la impartición de las letras patrias. El mayor problema lo presentó la enseñanza de la historia. Nosotros, los educandos, no nos dábamos cuenta de la dimensión del problema; nuestros padres no solían explicar nada, tampoco los profesores, pero sí nos consternó que durante cuatro años se alternara la enseñanza de la historia griega con la de Roma; a lo mucho llegamos finalmente hasta Carlomagno. Ni pensar en tocar el hierro candente del siglo XIX, donde se ubican las revoluciones, los literatos rebeldes de la “Joven Alemania”, pero también los gérmenes del fascismo, del racismo, del imperialismo y del militarismo. Y menos aún se podía tocar el siglo XX. Los que trabajamos en la educación y en las humanidades, podemos juzgar el efecto que esto tendría sobre toda una generación de alumnos de la posguerra que pronto serían los adultos protagonistas y beneficiarios del “milagro económico alemán”.

La producción literaria, por más exangüe que fuese, tímidamente volvió a mostrar signos de vida. Resurgieron algunas de las antaño poderosas editoriales, aquí y allá los primeros inicios de una nueva literatura, que convergieron en el llamado “Grupo 47”. Se cuestionaba todo, incluso la lengua misma. Resultó que los fascistas habían abusado de ella, dejándola inutilizable. Elias Canetti, teniendo a su disposición varios idiomas en los que podía escribir, meditó largamente antes de decidir que la lengua no tiene la culpa de las atrocidades cometidas por quienes la usaban, y la “absuelve” como lo hace constar a través del título de un tomo de su autobiografía: La lengua absuelta.

A fines de 1945, tres autores alemanes se abocaron a analizar el abuso practicado en el cuerpo de la lengua alemana durante el fascismo, y redactaron el “Diccionario del humano inhumano” (Aus dem Wdrterbuch des Unmenschen, 1962). A éste siguió otro análisis sobre el abuso de la lengua, llamado LTI (Lingua Tertii Imperii, 1978), subtitulado “Apuntes de un filólogo” de Victor Klemperer. Para los autores, hasta hoy en día, siguen siendo tabú expresiones tan simples como decir en alemán “el pueblo alemán”, lo cual puede decirse sin problema de cualquier otro pueblo, pero no del alemán, porque Hitler y todos los que eran su eco lo repitieron en contextos que arruinaron para siempre la combinación de estas dos palabras y además el uso de una gran serie de términos.

También se afectó, y no podía ser diferente, el uso del himno nacional. Al unirse un gran número de entidades para formar la nación alemana en 1871, los soldados que regresaron victoriosos de las batallas que antecedieron a esta primera unificación de Alemania, entonaron las canciones patrióticas de sus respectivas regiones de origen. Se instauró luego un himno nacional similar al inglés en honor del Emperador alemán, y no fue hasta 1922, durante la República de Weimar, cuando el himno nacional que ahora se conoce se implantó, cuyo texto en realidad ya había sido escrito en 1841 por el poeta Hoffmann von Fallersleben. También él fue uno de los universitarios libertarios del siglo XIX quien perdió su empleo por sus convicciones políticas, pasando años de penuria por ello. Debido a que la primera estrofa del poema convertido en himno nacional contiene versos alusivos a la expansión territorial, se siguió cantando también durante el Tercer Reich bajo Hitler. A partir de 1945 no recuerdo ningún himno; Alemania hizo bien en callarse. A partir de 1949 debería cantar a dos voces debido a sus dos entidades políticas, la República Democrática Alemana y la Federal. Fue hasta agosto de 1991 cuando se decretó mantener únicamente la tercera estrofa del antiguo himno nacional como texto del himno de la Alemania reunificada. Reza así:

¡Unidad y derecho y libertad

para la patria alemana!

¡A esto debemos aspirar todos

fraternalmente con el corazón y la mano!

Unidad y derecho y libertad

son la prenda de la felicidad;

¡Florece en el brillo de esa felicidad,

florece, patria alemana!

Einigkeit und Recht und Freiheit

für das deutsche Vaterland!

Danach lasst uns alie streben

brüderlich mit Herz und Hand!

Einigkeit und Recht und Freiheit

sind des Glückes Unterpfand;

blüh im Glanze dieses Glückes,

blühe, deutsches Vaterland!

En los juegos olímpicos anteriores a 1991 se entonaba la Novena Sinfonía de Beethoven para salir del paso de un modo elegante y acertado.

El caso de Austria no fue menos complicado, a pesar de que fue restituida su nacionalidad, y nunca fue dividida en dos, sólo encogió notablemente. Un ciudadano austriaco, nacido, digamos en 1917, ya debería de haber escuchado cinco diferentes himnos nacionales en su país[5].

Celebrar 450 años de tradición humanista en esta Casa de Estudios, es algo para admirar, tal vez incluso para envidiar y, por supuesto, para continuar.

Obras citadas

GRASS, Günter. 1999. “Escribir después de Auschwitz. Reflexiones sobre Alemania: un escritor hace el balance de 35 años”. Lectura literaria. Trad. Miguel SÁENZ.

       Francfort del Meno / Barcelona / México: Paidós.

KLEMPERER, Víctor. 1978. Reclam. Leipzig: s. e.

STERNBERGER, Dolf. 1962. Gerhard Storz. Munich: W. E. Süskind, DTV.

Notas:

[1] Ponencia leída el miércoles 11 de junio de 2003, dentro del Programa “450 años de la Facultad de Filosofía y Letras” en la Universidad Nacional Autónoma [desde 1929] de México.

 

[2] Kurt Eisner, citado por Volker Ulrich “Seufzen nach besserer Zeit. Sehnsüchte und Taten der deutschen Jakobiner”, en Die Zeit. 8 de junio 1989. Trad. de la autora.

 

[3] Cinta magnetofónica en el archivo del Instituto de Investigaciones Interculturales Germano-Mexicanas, A. C. Entrevista realizada por Christa Hubschlegel y Manfred Steinhaus para el programa radiofónico austríaco “Journal. Panorama”, aproximadamente en 1987 en México.

 

[4] Una de sus más notables obras es: Kulturgeschichte derNeuzeit. Munich, 1928. 3 tt.

 

[5] Hasta el 12 de noviembre 1918: “Gott erhalte, Gott beschütze unseren Kaiser und unser Land”; durante la Primera República siguió “Hoch von der Alm unterm Gletscherdom stürzen die Wasser zum Donaustrom, Ósterreich, du herrliches Land, wir lieben dich, wir schützen dich”.

Entre 1934 y 1938 se cantaba en la Austria bajo el régimen del partido socialcristiano, que fue el partido fascista austríaco: “Sei gesegnet ohne Ende, Heimaterde wunderbar”.

A partir de marzo de 1938 se entonaba el himno alemán de Hoffmann von Fallersleben: “Deutschland, Deutschland, über alies”, y durante la Segunda República se estrenó un nuevo himno.

¿Qué es la UNAM ?

ensayo de Renata von Hanffstengel

Universidad Nacional Autónoma de México

 

Publicado, originalmente, en Anuario de Letras Modernas. Volumen 12, México 2004.
Colegio de Letras Modernas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, 2005
Link del Anuario de Letras Modernas
http://ru.ffyl.unam.mx/handle/10391/1256

Link del texto: http://ru.ffyl.unam.mx/handle/10391/1479

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Renata von Hanffstengel

Ir a página inicio

Ir a índice de autores