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Viaje de un habitante del mundo de la estrella Sirio al planeta Saturno
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''Micromegas" ha de
ser probablemente un desarrollo del "Viaje del Barón de Gangan",
en el que Voltaire parte de sus propias meditaciones científicas, típicas
del período de Cirey, y aborda el tema de la relatividad en sentido
moral: si el hombre no es sino un punto imperceptible en el universo, ¿cómo
justificar su orgullo?; su pretenciosa metafísica sólo conduce a la
intolerancia y al ridículo. La idea de la obra
—aunque la primera edición es de 1752— ha de haber nacido en 1739. En
efecto: la acción se desarrolla en 1737, y, además, en carta fechada en
1752 al redactor de la Biblioteca Imperial, Voltaire califica al cuento de
"antiguo entretenimiento". Por otra parte, en 1739, como queda
dicho, Voltaire había enviado a Federico II el texto del "Viaje del
Barón de Gangan'', "lleno de verdades sobre la Tierra", y
Federico le había contestado, hablando de Gangan, cómo de un viajero
celeste que reducía a su justo valor "las cosas que los hombres
acostumbran a llamar grandes". No es aventurado, pues, suponer que
"Micromegas" sea la continuación del texto perdido del
"Viaje del Barón". En uno de esos planetas que giran alrededor de la estrella llamada Sirio, había un hombre joven y despierto, al que tuve el honor de conocer en ocasión del último viaje que hizo a nuestro pequeño hormiguero; se llamaba Micromegas[1], nombre que conviene admirablemente a todos los grandes. Medía ocho leguas de altura: entiendo, por ocho leguas, veinticuatro mil pasos geométricos de cinco pies cada uno.[2] Los matemáticos, siempre
útiles al público, tomarán sin más trámite la pluma, y encontrarán
que, puesto que el señor Micromegas, habitante de la tierra de Sirio,
mide de la cabeza a los pies veinticuatro mil pasos, los que hacen ciento
veinte mil pies, y que nosotros, ciudadanos de la tierra, medimos cinco
pies, y nuestro globo nueve mil leguas de circunferencia, encontrarán,
digo, que el mundo que lo ha producido debe tener necesariamente veintiún
millones seiscientas mil veces más circunferencia que nuestra pequeña
tierra. Nada más común y corriente en la naturaleza. Los Estados de
algunos soberanos de Alemania o de Italia, que se recorren íntegros en
media hora, comparados con el imperio de Turquía, de Moscovia o de la
China, no son más que una débil imagen de las prodigiosas diferencias
establecidas por la naturaleza en los diferentes seres. Siendo la talla de Su
Excelencia de la altura señalada, todos nuestros escultores y pintores
convendrán sin vacilar que su cintura debe tener cincuenta mil pies de
contorno; lo que hace una hermosa proporción. En cuanto a su espíritu,
puede figurar entre los más cultos de los nuestros: sabe muchas cosas y
ha inventado algunas: cuando no contaba todavía doscientos cincuenta años,
y estudiaba, según la costumbre, en el colegio de los jesuitas de su
planeta, dedujo, por la sola fuerza de su inteligencia, más de cincuenta
proposiciones de Euclides. Es decir, dieciocho más que Blas Pascal, el
cual, luego de haber llegado a treinta y dos a estar a lo que dice su
hermana[3], logró ser un geómetra mediocre y un malísimo metafísico.
Hacia los cuatrocientos cincuenta años, al salir de la infancia, logró
disecar gran cantidad de esos minúsculos insectos de menos de cien pies
de diámetro que escapan a los microscopios ordinarios; y escribió sobre
el tema un libro muy curioso que le significó algunas complicaciones. El
muftí[4] de su tierra, gran experto en bagatelas y grueso ignorante,
oliendo la herejía, encontró en su libro afirmaciones sospechosas,
malsonantes, temerarias, heréticas, y lo persiguió sin descanso: se
trataba de saber si la forma básica de las pulgas de Sirio era de la
misma naturaleza que la de los caracoles. Micromegas se defendió con
ingenio: logró que las mujeres lo apoyaran. El proceso duró doscientos
veinte años. Finalmente, el muftí pudo hacer condenar el libro por
jurisconsultos que no lo habían leído, y el autor recibió la orden de
no aparecer por la corte durante ochocientos años.[5] No lo apenó sino a
medias el haber sido desterrado de un lugar sofocado por las intrigas y
las pequeñeces. Escribió una canción fuertemente sarcástica, contra el
muftí, que no preocupó gran cosa a su destinatario; y se dio a viajar de
planeta en planeta, a fin de terminar de formar "el espíritu y el
corazón"[6]
Notas: [1] Es decir, algo así como “Pequeño Gigante", con lo que ya desde el nombre del
personaje se anuncia el tema de la relatividad. [2] El paso geométrico
mide cinco pies, es decir, un metro setenta y dos centímetros; el pie o
pie real, doce pulgadas, o sea, trescientos veinticuatro milímetros la
legua, en fin, variaba según las provincias; Voltaire le atribuye cuatro
mil ochocientos sesenta metros. [3] Según informa
Gilbert Perier en su "Vida de Pascal". [4] Debe entenderse
Doctor en Teología, Jefe de la Censura Eclesiástica. [5] Voltaire había sido
perseguido por el teatino Boyer por haber sostenido en
"Cartas Filosóficas"
que las facultades de nuestra alma se desarrollan al mismo
tiempo que nuestros órganos, exactamente como ocurre en los
animales. El pasaje, pues, es
claramente autobiográfico. [6] La expresión
pertenece a Rollin. [7] Se trata del inglés
Wllliam Derham, autor de "Psicoteología y Astroteología", obra
en la que trataba de probar la existencia de Dios por la simple
contemplación de la Naturaleza. Voltaire le reprocha no tener en cuenta
la experiencia. [8] Una toesa mide
novecientos cuarenta y nueve metros. Los "enanos" de Saturno
medirían, pues, unos novecientos kilómetros de altura. [9] Alude a la famosa
querella entre los partidarios de la música francesa y los partidarios de
la música italiana, [10] Referencia a Fontenelle, secretario de la Academia de Ciencias, que había sistematizado, en estilo cuidadoso, las ideas científicas y filosóficas adquiridas hasta el siglo XVII.
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Micromegas
Voltaire
Comentado
y anotado por Raúl Blengio Brito
Ediciones de la Casa del estudiante
Autorizado
por la Flia. de Raúl Blengio Brito
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
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