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Experiencia y razonamientos de los dos viajeros
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Micromegas
extendió la mano suavemente hacia donde había aparecido el objeto, y
adelantando dos dedos y retirándolos por temor de equivocarse, abriéndolos
y cerrándolos, asió con destreza el barco que llevaba a estos señores,
y lo puso también sobre su uña, sin apretarlo demasiado por temor de
quebrarlo. "He aquí un animal bien diferente del primero", dijo
el enano de Saturno; el siriano puso al pretendido animal en el hueco de
su mano. Los pasajeros y la tripulación, que creyeron encontrarse
envueltos por un huracán y sobre una especie de peñón, se pusieron
todos en movimiento; los marineros tomaron los toneles de vino y los
echaron en la mano de Micromegas, arrojándose ellos mismos después. Los
geómetras tomaron sus cuadrantes, sus sectores y las muchachas laponas, y
descendieron sobre los dedos del siriano. Hicieron tanto, que éste al fin
sintió algo que le cosquilleaba los dedos: era una vara de hierro que se
le había hundido un pie en el índice; juzgó, por el pinchazo, que algo
había salido del pequeño animal que tenía en su mano; pero al principio
no sospechó nada más. El microscopio, que apenas distinguía una ballena
y un barco, no captaba seres tan imperceptibles como los hombres. No
pretendo herir la vanidad de nadie, pero estoy en la obligación de pedir
a los importantes que hagan conmigo una pequeña observación: los
hombres, de alrededor de cinco pies de altura, no levantamos sobre la
tierra más de lo que sobre una bola de diez pies de circunferencia se
levantaría un animal que midiera la seiscientas milésima parte de una
pulgada. Figuraos un ser que pudiera tener en su mano a la tierra, y que
tuviera órganos en proporción a los nuestros; es bien posible que exista
un gran número de estos seres; pues concebid, os lo suplico, lo que
pensarían de estas batallas que nos han validos dos pueblos que ha sido
necesario devolver.
No
dudo que si algún capitán de los grandes granaderos lee alguna vez esta
obra aumentará en dos pies por lo menos la altura de los bonetes de la
tropa; pero le advierto que por mucho que haga, él y los suyos seguirán
siendo infinitamente pequeños.
¿Qué habilidad maravillosa habrá hecho falta a nuestro filósofo de Sirio para advertir los átomos de los que acabo de hablar? Cuando Leuwenhoek y Hartsoeker[21] vieron por primera vez o creyeron ver la semilla de la que procedemos, no hicieron ni mucho menos un descubrimiento tan asombroso. ¡Qué placer sintió Micromegas viendo agitarse estas pequeñas máquinas, examinando sus movimientos, siguiendo todas sus operaciones!; ¡cómo gritó!; ¡con qué júbilo puso uno de sus microscopios en la mano de su compañero de viaje! "Los veo, dijeron ambos a la vez; ¿no los ve usted, llevando fardos, agachándose, levantándose?". Hablando así, las manos les temblaban ante el placer de ver objetos tan nuevos y por el temor de perderlos. El saturniano, pasando de un exceso dé desconfianza a un exceso de credulidad[22], creyó ver que trabajaban por la propagación. ''Ah, dijo, he tomado la naturaleza sobre el hecho"[23]. Pero se equivocaba en cuanto a las apariencias; lo que pasa a menudo, sea que uno se sirva o no de microscopios.
Notas:
[21]
Sabios holandeses que habían destinado largos esfuerzos al estudio de los
espermatozoides. [22]
La volubilidad del saturniano ya había sido anunciada por su amante en
los reproches que aparecen al principio del capítulo tercero. [23] La expresión pertenece a Fontenelle.
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Micromegas
Voltaire
Comentado
y anotado por Raúl Blengio Brito
Ediciones de la Casa del estudiante
Autorizado
por la Flia. de Raúl Blengio Brito
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
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