Un punto positivo, a mi entender, de estas
obras, es que se pueden leer de forma independiente, aunque siempre es
más rico dejarnos llevar por todas ellas, pues pequeñas y no tan
pequeñas sutilezas los van engarzando, una fantástica técnica para
incitar al lector a formar parte de este universo; no obstante, si no se
lee el conjunto, no existe la sensación de estar fuera de juego.
Podemos hablar de un multiverso, pues, sin sonrojarnos. La Sombra del
Viento se somete a ser parte de una tetralogía desgranada a lo largo
de muchos años, pero es, sin duda, el componente que mejor parado sale.
Situándonos en la parcela que le corresponde, hay más niveles que
tratar, más multiversos que abrir. Hay que permanecer atentos, pues es
una oda a la metaliteratura en toda regla. Ruiz Zafón recurre al cliché
del libro dentro de otro libro, un guiño directo a los que no concebimos
la vida sin tener uno cerca. Sí, funciona y nos atrapa. Nos habla de
escritores, de lectores, de un libro especial, de una librería peculiar
y de un lugar donde uno puede rescatar títulos. Sí, esto lo hemos leído
antes, lo sé, pero el gancho no puede ser más potente. Y el niño lector…
¿Cómo lo vamos a dejar desamparado, si ese niño hemos sido nosotros? Ya
adelanto que, con sus más y sus menos, con sus aspectos mejorables y con
los cuestionables, con algún momento en el que hay que ejercitar la
paciencia y dejar que el autor se recree, ese atrapamiento perdura hasta
el final. Además, me permito añadir, su autor, lejos de dejarse llevar
por el canto de sirenas de explotar los derechos para llevar la historia
a medios audiovisuales, se mantuvo insobornable y no cedió a las, más
que seguramente, suculentas ofertas que recibiría. Para él, «nada cuenta
una historia con la intensidad de una novela si está bien hecha» y
llevarla al cine «sería una traición a su naturaleza porque estos libros
son un homenaje a la palabra escrita».
Dos son los reproches principales que se suelen esgrimir para denostar
el libro: la falta de documentación histórica y los errores gramaticales
y de estilo. Sobre el primero de ellos, cabría decir que muchos lo son,
y sí es reprobable, sobre todo, si tenemos presente el concepto latino
del docere-delectare, «entretener y enseñar». En mi caso, mi
admonición se dirige más al editor, persona encargada de asegurarse,
mediante la contratación de sucesivos especialistas, de que no haya
gazapos de ningún tipo. Claro está que no hay libro sin errata, pero
también la decencia apura para entregar un libro en las mejores
condiciones posibles, algo que se logra con las reediciones. Consejo de
amigo.
Pasaré a indicar las que considero fortalezas del libro. La trama y sus
subtramas me resultaron acertadamente hilvanadas, a pesar de que
considere que habría quedado más limpio suprimir algunas. Reconozco
abiertamente que, en términos generales, considero que está bien pensada
y bien ejecutada. Es fundamental que se vayan desvelando los misterios
en el momento oportuno y eso está logrado. Cierto es que habría sido
deseable un final un poco más ágil y menos previsible en algún punto,
pero uno se acoge al principio de suspensión de verosimilitud y
consiente esperar por un desenlace que se podría haber dado con mayor
prontitud y simpleza, pues las piezas ya las conoce.
Los personajes son uno de los ejes en toda novela. Podría afirmar que
estamos ante una novela coral, ya que, en las andanzas del protagonista,
lo acompañan muchos otros, situados en tiempos y en espacios diferentes.
Vemos a Daniel, cómo crece, cómo va ganando en confianza, y nos
enternece y deseamos protegerlo de todo mal. No vemos, por el contrario,
a Carax, quien permanece difuminado entre la misma niebla que rodea la
ciudad de Barcelona, que es otro personaje en sí mismo, retratada en
lugares reconocibles por los que han peregrinado miles de lectores de
los que conforman el turismo literario. En ellos se apoya Ruiz Zafón
para ir descubriendo, poco a poco, capa a capa, lo que ocultan, hasta
desvelar, con ritmo muy medido, el misterio. La nómina sería amplísima,
por lo que he optado por concederme el gusto de centrarme en el que es,
para mí, el personaje estrella, Fermín Romero de Torres. De apellidos
fácilmente reconocibles, alusivos al gran pintor simbolista español, sin
duda importante por su trayectoria, que culminó en una estética
modernista, muy a tono con el tiempo histórico en el que se encuadra.
Heredero de la tradición de la picaresca, en cierto sentido, su
conocimiento de la gramática parda de cómo es la vida y de cómo son las
personas dará para muchos diálogos magníficos con Daniel que se leen con
fruición.
Si he de opinar acerca del uso del lenguaje, seré franco. Muchos acusan
al autor de emplear arcaísmos o de sumergirse en un estilo demasiado
alambicado, como si ambas cosas fueran pecado, y mortal, además. Yo
contemplo con admiración cómo se puede sostener de manera bastante
acertada la acción, que discurre en planos muy distintos, cómo se puede
ir dando paso a tanta variedad de personajes, permitiendo ver solo lo
justo para continuar generando interés, cómo se van eligiendo
itinerarios para que todo tenga un sentido final… ¡Y eso se pueda hacer
cuidando el idioma, embelleciéndolo y manteniendo, a la vez, intrigados
y cautivados a los lectores! Indudablemente, es susceptible de mejora,
pero pocos títulos no lo son. Sin embargo, su dominio sobre distintos
registros del habla, en dependencia directa de las intervenciones de los
personajes, es incuestionable.
¿Qué podría apuntar en cuanto al género? ¿O géneros? Es complicado
simplificarlo, porque seguramente ya existan estudios que lo definan más
certeramente, pero baste decir que aúna características del folletín, de
la novela negra, de la novela romántica, de la novela costumbrista y de
la picaresca. Es posible que alguno se me quede en el tintero. Lo
importante es que el lector sepa navegar y desplegar las velas del barco
para que el viento de cada uno de esos géneros lo lleve donde tiene
calculado el autor, ya que nunca se sabe, o, puede que sí, se sabe
cuando sopla viento de otro género y percibes de qué lado te había
llevado el anterior.
Me resisto a dar la razón a quienes critican desaforadamente este título
solo porque venga precedido de buenas cifras de venta. Presenta claros
valores de estructura, de estilo narrativo, de óptima ejecución de los
diálogos. Los tempos para la aparición de cada una de las claves están
excelentemente ubicados, y los personajes son entrañables, punto en el
que descuella Fermín con diferencia. Podemos estar de acuerdo en que la
transición hacia el final y el final mismo no son lo más acertado de la
obra, pero hay que disfrutar tanto el viaje como de la estancia en el
destino.
Puede ser que la cuestión estribe en que, si se lee como adulto y no
como niño, no se perciba que, en última instancia, es un cuento, sí, un
cuento muy largo, pero un cuento de fantasía que nos rodea de nostalgia
por las lecturas que disfrutábamos durante horas, donde lo esencial era
la aventura. Es duro tratar de frente con la nostalgia, y La Sombra del
Viento se dirige a los adultos nostálgicos que fueron lectores voraces y
a los que hoy les cuesta un esfuerzo subirse al barco, desplegar las
velas y navegar sin mayor pretensión. Si es así, es una pena, porque es
un fantástico libro para el disfrute que deberíamos leer sin tantos
condicionantes externos que nos distraigan de la aventura.
Carlos Ruiz Zafón, La Sombra del Viento, Barcelona, Planeta,
2001, ISBN: 9788408043645, 565 págs.
Carlos
Ruiz Zafón falleció el 19 de junio de 2020 en Los Ángeles (California,
Estados Unidos). |