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La educación: significado y objetivos
Javier Úbeda Ibáñez
j_ubedai@hotmail.com

 
 

Definir la educación no es tarea fácil, porque se trata de un fenómeno complejo que se halla en las preocupaciones diarias de las gentes y que, por otra parte, ha dado lugar a un sistema de ciencias, las ciencias pedagógicas. 

 

Diversos sentidos

 

El significado vulgar de la educación responde a una apreciación superficial del hecho educativo: generalmente se concibe la educación como una cualidad adquirida, en virtud de la cual un hombre está adaptado en sus modales externos a determinados usos sociales. La educación se toma como resultado de una pulimentación de formas superficiales de convivencia social, cuya consecuencia es evitar roces y situaciones violentas en las relaciones humanas. El proceso educativo termina, según este significado, en la posesión de determinadas formas de comportamiento social.

 

Parece como si en el concepto vulgar, la educación fuera una corteza o cobertura del hombre. La etimología nos va a llevar a su aspecto interior. La palabra educación está emparentada en sus orígenes con el verbo latino educere, que significa sacar afuera, criar. Educación sería acción de criar. En la crianza hay un doble movimiento: el de alimentar, es decir, proporcionar sustancias ajenas que se incorporen al organismo, y el de facilitar el desenvolvimiento de las fuerzas o energías interiores, dando lugar a un desarrollo cuantitativo y cualitativo del individuo. Como se puede ver, el sentido etimológico de la educación no se queda en la mera superficialidad, sino que hace referencia a la interioridad del ser humano, de la cual, como fuente, van a brotar los hábitos o formas de vivir que determinan o posibilitan el que de un hombre digamos que está educado.

 

La significación vulgar y la significación etimológica vienen a ofrecer dos visiones de la educación que mutuamente se completan. El concepto etimológico nos lleva a una noción individualista del proceso educativo; el concepto vulgar nos lleva a la perspectiva sociológica, la del influjo de la sociedad sobre el hombre. Pero una y otra tienen de común una idea: la de modificación. Y en la medida en que la modificación supone el paso de una situación a otra que se considera mejor, en el fondo de estos dos sentidos late la idea básica de la educación: la perfección.

 

El análisis sistemático del concepto de educación lleva también a la idea de perfección. Una larga nómina de autores desde la antigüedad clásica hasta nuestros días mencionan explícitamente la perfección al definir lo que es educar. Otros, sin utilizar este término, incluyen de hecho el concepto; así los que hablan de la educación como formación, como medio de alcanzar el bien, como camino para que el hombre alcance su fin, como ordenación de hábitos o tendencias y, por supuesto, quienes la consideran como un proceso para alcanzar la plenitud humana.

 

Se trata de un quehacer intencional, inteligente y voluntario, que abarca todas, y solamente, las manifestaciones propias del hombre. A la vista de las anteriores reflexiones, puede definirse la educación como un perfeccionamiento intencional de las facultades específicamente humanas. 

 

Dos objetivos: individualización y personalización

 

Concebida la educación como un perfeccionamiento de facultades o potencias, parece que conlleva la desmembración del proceso educativo mismo. Esta dificultad se resuelve entendiendo que la educación es un perfeccionamiento de las potencias del hombre, porque en ellas actúa de una manera inmediata: cuando se enseña a multiplicar, se perfecciona la capacidad de cálculo; cuando se muestra una bella escultura, se perfecciona la capacidad estética. Pero estos perfeccionamientos inmediatos son a su vez factores que se armonizan para perfeccionar a la persona humana, sujeto primario de toda actividad del hombre. Pudiera concluirse diciendo que la educación es perfeccionamiento inmediato de las capacidades humanas, y perfeccionamiento mediato de la persona humana. Así entendida, la educación debe ser un servicio a la persona. De una parte, es un proceso de asimilación cultural y moral, en virtud del cual un sujeto se hace capaz de participar en los bienes de una comunidad y tomar parte activa como miembro de la misma. De otra parte, es un proceso de diferenciación individual mediante el cual un hombre va desarrollando y haciendo efectivas sus propias posibilidades, disminuyendo o neutralizando sus propias limitaciones y descubriendo los tipos de actividades y relaciones más acordes con sus características particulares.

 

La asimilación cultural y la diferenciación individual pueden considerarse como manifestaciones de los dos objetivos que corrientemente se señalan a la educación de hoy: socialización e individualización. Pero si estos dos objetivos se toman separadamente, originarían una dicotomización del proceso educativo, que es único. En realidad, socialización e individualización son dos elementos que se sintetizan en la educación personalizada.

 

El servicio a la persona tiene, por tanto, una doble perspectiva: desarrollar lo que el hombre tiene de común con los demás, porque en ello está la base de la unidad humana; y desarrollar también las diferencias, porque a través de ellas se pone de manifiesto la libertad del hombre y la variedad y riqueza del desarrollo humano. Entender rectamente la educación como servicio a la persona humana, supone así evitar un doble riesgo. Por una parte, el de interpretarla como servicio al egoísmo elitista del que se quiere perfeccionar sin cuidarse de quienes tiene alrededor; y por otra, el de entenderla como un medio de contribuir a unificar las ideas y la conducta de los hombres, disolviendo en un vago y oscuro condicionamiento social las características particulares de cada uno y su responsabilidad personal.

 

Javier Úbeda Ibáñez
j_ubedai@hotmail.com

 

 

 

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