El dolor fantasma de Gabriel García Márquez
exponente Maarten Steenmeijer

Universidad de Nimega

Según ha afirmado Gabriel García Márquez en más de una ocasión, Cristóbal Colón no sólo es el primer europeo que pisó tierra americana sino también, gracias al famoso diario de su primer viaje a América, el primer autor de la literatura latinoamericana[1]. Como bien es sabido, Colón y los otros cronistas de su época encontraron una realidad desconocida. Para describir la realidad de este Nuevo Mundo sólo disponían de las palabras y los conceptos del Viejo Mundo. Es un problema que sigue siendo vigente cinco siglos después, como no ha dejado de señalar el mismo García Márquez:

Nuestra realidad es desmesurada y con frecuencia nos plantea a los escritores problemas muy serios, que es el de la insuficiencia de las palabras. Cuando hablamos de un río lo más grande que puede imaginar un lector europeo es el Danubio, que tiene 2.790 kilómetros de largo. ¿Cómo podría imaginarse el Amazonas, que en ciertos puntos es tan ancho que desde una orilla no se divisa la otra? La palabra tempestad sugiere una cosa al lector europeo y otra a nosotros, y lo mismo ocurre con la palabra lluvia, que nada tiene que ver con los diluvios torrenciales del trópico. Los ríos de aguas hirvientes y las tormentas que hacen estremecer la tierra, y los ciclones que se llevan las casas por los aires, no son cosas inventadas, sino dimensiones de la naturaleza que existen en nuestro mundo[2].

A pesar de su afinidad literaria con Colón, García Márquez dista mucho de ser un admirador del navegante genovés. Cuando hace unos veinte años le preguntaron a qué personajes históricos despreciaba más, mencionó dos nombres: Cristóbal Colón y el general Francisco de Paula Santander. Bien es cierto que el autor colombiano está de acuerdo con el navegante genovés cuando éste elogia en su diario la belleza y la bondad de los indígenas, pero no le perdona que fuera en primer lugar un empresario y que, por consiguiente, estaba más interesado en el oro de los indios que en sus valores humanos. Es más: el genovés no vaciló en sacrificar su respeto y admiración por los indígenas cuando le conviniera. En vez de dejarlos en paz o, por lo menos, dejarlos vivir en su ambiente natural, llevó a algunos a España ‘ataviados con hojas de palmeras pintadas y plumas y collares de dientes y garras de animales raros’.[3] No era más que un truco de publicidad, ya que de esta manera Colón quería disimular que su primer viaje había sido un desastre financiero y convencer a los Reyes Católicos a costear una segunda expedición.

No es que García Márquez le reproche a Colón que fuera un mentiroso, ya que también los indios mentían, por ejemplo cuando sugerían que en el interior del continente había un país saturado de oro. Y también el mismo Márquez es, como cualquier novelista, un mentiroso. Pero lo que sí le reprocha a Colón es que fuera un mentiroso políticamente incorrecto.

Colón creó escuela, ya que los europeos que, siguiendo su ejemplo, se fueron a América tampoco vacilaron en retocar la realidad o tergiversarla en beneficio propio (aunque no siempre fue conscientemente). De esta manera nació una segunda realidad: la realidad ‘oficial’ de las crónicas, las leyes, los documentos, los libros historiográficos, etcétera. Una realidad de papel, por cierto, pero precisamente por ello una realidad menos perecedera que la realidad ‘real’.

Esta esquizofrenia es una de las causas principales del hecho de que cinco siglos después los hispanoamericanos todavía no saben quiénes son, como no se cansa de señalar García Márquez. No es de sorprender, pues, que la problemática identidad hispanoamericana sea un tema recurrente en su narrativa. La representación más densa de la confusión existencial de la cual el subcontinente cayó presa después de la llegada de los españoles la encontramos en Cien años de soledad y El otoño del patriarca. Tanto la temática como la estructura de estas dos novelas están impregnadas de lo que se podría llamar el sentimiento laberíntico de la vida. Por ello, su lectura es una experiencia que se puede comparar con el aturdimiento con el que los personajes de García Márquez deambulan por su existencia. Así, el lector de Cien años de soledad entra en una historia en que faltan fechas concretas[4], en que los capítulos no están numerados y en que los personajes se parecen mucho porque tienen nombres y caracteres idénticos o muy parecidos. Contribuye a la confusión, asimismo, la gran frecuencia con la que el narrador salta hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Cierto es que al comienzo de la historia se funda Macondo y que al final desaparece, pero entre estos dos momentos se mezclan de una forma caprichosa el tiempo cíclico de la tradición, el tiempo lineal de la modernidad, el progreso (las modernizaciones que penetran el pueblo) y la decadencia (las consecuencias nefastas que las modernizaciones tienen en el pueblo).

La manera "caótica" de vivir el tiempo de los Buendía y la estructura laberíntica de su historia refleja su confuso lugar en el mundo moderno y, asimismo, su problemática identidad. La tragedia de Macondo es que el pueblo no es capaz de estar a la altura de la modernidad. La dramática consecuencia es que sus habitantes están condenados a un lugar vulnerable en la periferia del mundo occidental. A los macondanos les falta la capacidad de interpretar lo que viene de fuera según los códigos vigentes. Así, al final del primer capítulo el joven Aureliano Buendía exclama cuando conoce el hielo y lo toca: ‘Está hirviendo’[5]. Y cuando se introduce el cine en el pueblo, el público rompe la sillería, indignado ‘con las imágenes vivas (...), porque un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente’[6].

Se puede interpretar el apodo de Macondo - ‘la ciudad de los espejos (o los espejismos)’[7]. - a la luz de este (des)encuentro de Macondo con la modernidad. Macondo no es más que un reflejo (caricatural, en muchos aspectos) de la civilización moderna del Occidente, que, por otra parte, no es más que un espejismo para el pueblo.

No sería erróneo concluir que Macondo y los Buendía son víctimas de la modernidad, pero entonces habría que matizar esta afirmación. En primer lugar porque los mismos Buendía - empezando con José Arcadio, el patriarca de la familia - no están limpios de culpa, incluso durante la fase ‘paradisíaca’ del pueblo. Recuérdese, por ejemplo, el matrimonio incestuoso de José Arcadio y Ursula, así como el asesinato cometido por José Arcadio en el pueblo donde vivían antes de establecerse en Macondo y, además, lo que trata de hacer éste con las invenciones traídas al pueblo por Melquíades. Sin embargo, lo que quiero destacar aquí es otro factor que obliga a matizar la relación entre Macondo y la civilización occidental. Me refiero a la paradoja postmoderna de que los Buendía de hecho ya formaban parte de la civilización occidental antes de ser colonizados por esta misma civilización. Pues como se dice en la misma novela, los Buendía descienden en línea directa de los españoles[8] . También es significativa, a este respecto, la posición privilegiada de la familia en la sociedad macondana.

Surge la pregunta por qué García Márquez ha ficcionalizado la colonización y la neo-colonización de América Latina desde esta perspectiva más bien europea y no, como habría sido más obvio, desde la perspectiva de los grupos de población no europeos, es decir los indios y los negros, que apenas tienen un papel en Cien años de soledad (ni tampoco en las demás ficciones del autor colombiano). Antes de tratar de contestar a esta pregunta quisiera darle más relieve analizando brevemente El otoño del patriarca. En esta novela el sentimiento laberíntico de la vida es aún más agudo que en Cien años de soledad. Si en ésta todavía hay una trama (una historia), en aquélla brilla por su ausencia un asidero argumental para el lector. Parece que falta una cronología en El otoño del patriarca, que consiste en oraciones muy largas e intrincadas (culminando en la última oración de la novela, que es de cincuenta páginas), expresadas por un hormiguero de narradores que se alternan de una manera opaca y cuya identidad es muy difícil cuando no imposible de establecer.

El otoño del patriarca trata del ‘único personaje mitológico que ha producido la América Latina’:[9] el dictador. Llama la atención la falta de datos elementales sobre el patriarca. Por ejemplo, no tiene nombre, tiene una edad equívoca y no se sabe quién fue su padre (lo que no es de extrañar, por otra parte, dada la profesión que tenía su madre en la época en que lo concibió). No cabe duda de que la identidad tan incierta de este dictador panamericano tiene que ver con el propósito de García Márquez de centrarse en el dictador no como ser humano sino como mito. Pero también hay que relacionar los perfiles borrosos del patriarca con las ideas de García Márquez sobre la identidad de los hispanoamericanos.

Por insegura que sea la ascendencia del patriarca, lo que sí es cierto es que sus orígenes, igual de los de los Buendía, no son predominantemente indígenas. Otro parecido con los Buendía es que, a pesar de formar parte de la élite de su país, él también tiene que someterse a los poderes extranjeros que se imponen en el continente después de la independencia de España: Inglaterra y los Estados Unidos. El patriarca es, pues, verdugo y víctima al mismo tiempo. De manera hiperbólica García Márquez muestra que su subordinación a los imperios extranjeros apenas tiene límites: en un momento dado las inmensas deudas externas le obligan a vender el Mar del Caribe a los Estados Unidos, que no vacilan en llevarlo ‘en piezas numeradas (...) para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras de sangre de Amona’.[10]

Es significativo que en la representación de su patriarca García Márquez no sólo se inspirara en fuentes obvias como las biografías de los dictadores más notorios de América Latina sino también en Edipo rey de Sófocles y las biografías de los emperadores romanos escritos por Plutarco y de Suetonio ‘y en general de los biógrafos de Julio César’.[11] Con ello, el texto de García Márquez no sólo sugiere que las dictaduras latinoamericanas - símbolos por antonomasia de la barbarie del subcontinente - tienen sus raíces en Europa (símbolo de la civilización)[12] sino asimismo que su propia obra forma parte de la tradición occidental. Abundan los argumentos que confirman esta tesis. Me limito a mencionar los más obvios: el idioma en que escribe, sus modelos literarios más importantes (Kafka, Woolf, Faulkner, Hemingway) y el discurso postmoderno de las dos novelas comentadas aquí.

A pesar de que no haya negado las raíces europeas de América Latina ni las de su obra, García Márquez siempre ha insistido en la distinción entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo. Según su criterio, la gran diferencia estriba en que a los europeos les falta el sentido de lo que él llama ‘la realidad mágica’, que a partir de la modernidad quedó suprimido por la razón. Creo, sin embargo, que en realidad se trata de una diferencia de matices. Lo digo sobre todo porque lo Otro autóctono de América -es decir, el elemento indígena - apenas tiene una presencia concreta en su obra. Parece que García Márquez sólo es capaz de hacer palpables las culturas indígenas como dolor fantasma, como un dolor por algo que él considera una parte esencial de su propio ser y de su continente pero que apenas se puede rastrear en su obra. La perspectiva cultural que domina en la obra de García Márquez es, en el fondo, una variante de la tradición europea (como muestra, asimismo, la cita al comienzo de esta ponencia, en que se enfocan las diferencias entre la realidad latinoamericana y la europea desde un punto de vista europeo).

Quisiera ilustrar esta tesis con un breve comentario de uno de los pasajes más curiosos de El otoño del patriarca. Me refiero al final del primer capítulo, que relata la llegada de los españoles a América. Como muestra la siguiente cita, la perspectiva es la de los indios:

y habiendo visto que salíamos a recibirlos nadando entorno de sus naves se encarapitaron en los palos de la arboladura y se gritaban unos a otros que mirad qué bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras, y los cabellos gruesos y casi como sedas de caballos, y habiendo visto que estábamos pintados para no despellejarnos con el sol se alborotaron como cotorras mojadas gritando que mirad que de ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni blancos ni negros, y dellos de lo que haya, y nosotros no entendíamos por qué carajo nos hacían tanta burla mi general si estábamos tan naturales como nuestras madres nos parieron y en cambio ellos estaban vestidos como la sota de bastos a pesar del calor (...) y tienen el pelo arreglado como mujeres aunque todos son hombres, que dellas no vimos ninguna, y gritaban que no entendíamos en lengua de cristianos cuando eran ellos los que no entendían lo que gritábamos (...)[13].

El cargo ideológico de este fragmento es inequívoco: contrariamente a lo que nos quieren transmitir las crónicas españolas, los indios no eran inferiores a los españoles, ni mucho menos. Ahora bien, lo curioso es que García Márquez no ha presentado su intento de reivindicar las culturas precolombinas en un discurso indígena o un texto que por lo menos simula una perspectiva indígena auténtica, sino en un texto que tiene su origen en la cultura occidental. Me refiero al diario de Colón, porque el pasaje sobre la llegada de los españoles en El otoño del patriarca (del que sólo he citado un fragmento) es una parodia del texto de Colón[14]. La obra de Márquez coincide, pues, con la de Colón en que tampoco expresa la propia voz de la población indígena. Sobra decir que hay una diferencia esencial: si en el caso de Colón entraban en juego la falta de capacidad y la falta de voluntad, en el caso de García Márquez sólo se trata de una falta de capacidad: la incapacidad de representar lo Otro, lo indígena, amputado por la Historia. El dolor fantasma causado por esta amputación no sólo me parece un rasgo esencial de la obra de García Márquez sino también de gran parte de la literatura hispanoamericana contemporánea.

Notas

[1]  Véase, por ejemplo, García Márquez, El olor de la guayaba. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza (Barcelona: Bruguera, 1982), p. 74; Michael Palencia-Roth, Gabriel García Márquez. La línea, el círculo y las metamorfosis del mito (Madrid: Gredos, 1983), p. 192; García Márquez, Notas de prensa. 1980-1984 (Madrid: Mondadori, 1991), p. 114. Quizás no estaría de más añadir que García Márquez hizo estas afirmaciones sin menoscabo del hecho de que el diario de Colón sea, en realidad, una reconstrucción de Fray Bartolomé de Las Casas.

[2] García Márquez, El olor de la guayaba, p. 85.

[3] García Márquez, Notas de prensa, p. 114.

[4] Con dos excepciones: en el primer capítulo se habla de ‘una armadura del siglo XV’, García Márquez, Cien años de soledad (Madrid: Cátedra, 1984), p. 72, y el segundo capítulo empieza con la afirmación de que ‘el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI’ (p. 92).

[5] García Márquez, Cien años de soledad, p. 91.

[6] García Márquez, Cien años de soledad, p. 300.

[7] García Márquez, Cien años de soledad, pp. 492^93.

[8] García Márquez, Cien años de soledad, p. 92.

[9] García Márquez, El olor de la guayaba, p. 125.

[10] García Márquez, El otoño del patriarca (Madrid: Mondadori, 1987), p. 242.

[11] García Márquez, El olor de la guayaba, p. 126; véase también Palencia-Roth, Gabriel García Márquez. La línea, el círculo y las metamorfosis del mito, pp. 184-191 y Gene H. Bell-Villada, García Márquez. The Man and His Work (Chapel Hill 6c London: The University of North Carolina Press, 1990), p. 169.

[12] Nótese el contraste entre la actitud crítica de García Márquez frente a la herencia europea y su visión de las culturas precolombinas, que roza con lo utópico. Véase por ejemplo García Márquez, ‘Gabo y el alma colombiana’, en Semana, 26-7-1994: 44-48, en que el autor colombiano hace un ‘crudo análisis [...] sobre el país y sus gentes’, (p. 44).

[13]  García Márquez, El otoño del patriarca, p. 47.

[14] Cristóbal Colón, Textos y documentos completos (Madrid: Consuelo Varela, 1982). Las palabras subrayadas son citas casi textuales de éste; véase también Palencia-Roth, Gabriel García Márquez. La línea, el círculo y las metamorfosis del mito, pp. 191-201.

 

exponente Maarten Steenmeijer

Universidad de Nimega

 

Ver, además:

 

                     Gabriel García Márquez en Letras Uruguay

 

Publicado, originalmente, en: Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (1995a) 

Asociación Internacional de Hispanistas - Birmingham, 21-26 de agosto de 1995 / Editores: Universidad de Birmingham, 1998.
Link del texto:
https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/12/aih_12_7_038.pdf

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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