Pío Baraja, gana
batallas como el Cid Campeador Suplemento dominical de El Día Año XXXIV Nº 1680 Montevideo, 28 de marzo de 1965 pdf
El Baroja, viejo, maltratado a raíz de la guerra civil española, adaptó la frase de Napoleón sobre hombres y perros aunque su preferencia fuese para gatos. |
La vida del autor de “Zalacain el Aventurero”, habría que dividirla, por lo menos, en tres épocas. Una, la de su aparición como intelectual: médico fracasado y periodista anárquico errabundo. Otra, la del huraño burgués que hace novelas deshilvanadas, pero interesantes, con tipos revolucionarios: cuando se instala con Ricardo, la madre y la hermana casada en el importante edificio de la calle Mendizábal 34 (corazón de Madrid), por haber heredado, con la familia, un establecimiento de panificación. Tan importante esta panadería, que en 1913, cuando nosotros estuvimos allí, tenía a la puerta un lujoso automóvil de reparto, en el que podía leerse, bajo el escudo borbónico de España: "Proveedora de la Real Casa’'. (La panadería, se entiende). Este singular Pío Baroja, escritor y panadero, fue el que empezamos a tratar nosotros en 1913 y con el que intimamos en 1914. La tercera época se iniciaría a raíz de la guerra española, cuando los Baroja, atisbando peligros, se van a la casona vasca, que compraron, muchos años antes, a sus parientes los Azate, en Puebla de Bidasoa, edificio antañón, de amplio frente y mayor fondo, desde cuyos saledizos balcones a la vasca, se podía otear bien los campos de Francia. La guerra española, que se produce en 1937, y origina tantos desastres, dejó arruinados a los Baroja, cuya valiosa mansión de Madrid resultó casi totalmente destruida en uno de los alocados bombardeos que realizaban pilotos alemanes. Los Baroja habían vivido en la casa de la calle Mendizábal alrededor de 30 años, de modo que cuando se vieron obligados a refugiarse en Puebla de Bidasoa, eran más que maduros los tres hermanos. Allí murió Doña María Nessi, la madre, que habla pasado los 80 años. Azorín describió bellamente el gran despacho de la calle Mendizábala donde Pío Baroja trabajaba y recibía a los amigos. Azorín consignó que lo que nosotros habríamos denominado escritorio, tenia tres balcones, “por los que entraban raudales de tibia y confortadora luz solar”. Cosa que habría de agradarle no poco a Baroja, que era reumático y muy friolento. La hermana, casada con el editor Caro Raggio, mujer culta, que escribía versos, aludió así a la página de Azorín: "Es una descripción en la que ya me parece ver nuestra vida familiar, mezcla de sosiego, de sencillez, de simplicidad, con una serie de preocupaciones por lo exquisito, por lo raro, por todo lo atormentado que llevamos dentro”. Atormentado. Esto es, acaso, lo más caracterizante que hay en la vida y la obra de Pío Baroja, que nace en San Sebastián el día 28 de enero de 1872, y de donde sale, casi mozo, siguiendo al padre, Don Serafín, que es ingeniero de minas; de manera que cursa sus estudios más serios en Pamplona, Madrid y Valencia, en cuya Facultad de Medicina recibe el título que le permite ir a atender enfermos a Cestona, pueblo donde alcanza esta honda, dolorosa, lección perdurable: que él no sirve para la actividad hipocrática. De ahí que se haga escritor: primero periodista viajero (con francas caídas a la sociología); y luego, cuando no necesita librar más batallas por “la conquista del pan", pues que tiene un importante comercio del ramo, practicará lo que va a ser, en tanto se encuentre lúcido, el motivo apasionante de su vida: el arte de novelista. Ignoramos cuánto racial sacó de la familia materna Pío Baroja Nessi, a cuya madre vimos en Madrid, chiquita, reducida. Y friolenta como él. Pero de la herencia mental del padre damos fe, pues tuvimos un amigo español, en Buenos Aires, que conoció a Don Serafín Baroja íntimamente. Nos contaba cómo en un pueblo valenciano lo llevaron para que viera tocar el violón a un muchacho que a los padres parecíales ya un genio. Y Don Serafín les dijo con el aire más doctoral a que era posible recurrir: —Este chico, sin duda, es extraordinario: hace de una cosa fácil, tocar el violón, la cosa más difícil. Quien que haya leído “Inventos, aventuras y mistificaciones de Silvestre Paradox”, no ve en la compuesta actitud sarcástica, el humorismo de Pío, “mezcla do genio cómico y genio trágico”, que así definía el humorismo quien escribiera el grotesco "Paradox Rey”, inspirándose en un suceso internacional del momento. Aunque buena parte de la literatura barojiana tiene por campo de acción la tierra vasca, el narrador supo trasladar a las páginas de sus novelas tipos y paisajes de Castilla y otras regiones españolas, y aún del extranero. Y lo hizo siempre con maestría. Pero lo que era de su raza dijérase que lo sentía más. Lo autobiográfico se entremezclaba con lo que era existencia de otros. Mas siempre se le podrán descubrir a Baraja personajes que tienen mucho de autorretrato. Como en “La leyenda de Juan de Alzate”, en que el protagonista aboga rotundo por un país vasco bien libre, “sin curas, sin moscas y sin carabineros”. ***** Nuestro primer contacto personal con Baraja fue en mayo de 1913. El reportaje se insertó en “La Razón” de Montevideo antes de que mediara el año y lo recogimos, con entrevistas a Galdós, Guimerá, Maura, Valle Inclán y otros nombres cumbres de la península, en nuestro libro “Los Hombres de España”. Nuestros 26 años trascienden bien en la intrepidez, a veces un poco irreverente, con que nos poníamos frente a personajes ya de físico claudicante, que podían haber sido nuestros abuelos, tal Echegaray y Azcárate. Entresaquemos de la crónica que le escribimos en 1913 a Baroja: "Decís que buscáis a Don Pío y la criada os invita a subir, llevándoos hasta un gran despacho. En el centro de este gran despacho halláis una gran mesa con papeles, recado de escribir y los gruesos tomos de una enciclopedia. Allá, un mueble que ocupa el testero, mueble pirograbado, mezcla de armario, anaquel y diván. Por cima, unas estatuillas. Frente a la puerta de entrada, unos balcones cuyas cortinas tamizan la luz del sol, un sol joven y luminoso de mayo. Dos grandes lienzos de Anselmo Miguel, uno de los cuales figuró en la Exposición Internacional del Centenario de la Argentina, realizada en Buenos Aires. Luego, aquí y allá, sillones herrados —que añoran talles hidalgos— bargueños y sillas claveteadas. Y un gran retrato. Todo es grande. Todo es sobrio. Todo tiene allí carácter". Y enseguida escribimos: “Ahora permitidme que os presente a Don Pío Baroja que llega, que os tiende una mano, mientras con la otra sácase la boina, dejando descubierto un cráneo calvo, alto, ancho, espacioso como para instalar encima una biblioteca. ¿Qué es lo que os ha cautivado en este hombre apenas posásteis en él las pupilas?... ¿No sabéis?... Yo os lo diré: su llaneza, su cordialidad ante vosotros, la calva coruscante, los ojos que os sonríen leales, la nariz pulposa, el bigote recortado, la barba bermeja... Hasta unas manchas, muy marcadas y muy democráticas que tiene en la solapa... —¿Está usted bien?... —Muy bien. ¿Y usted Don Pío?... Ea, ya tenéis un amigo más. Un hombre tan afectivo y campechano (¿y éste es el que presentan como esquivo?), que os parece camarada de toda la vida. Lleva una ropa muy usada. Una camisa con el cuello vuelto, del que no prorrumpe corbata burguesa. sino chalina anárquica; sus pies, escondidos en horribles zapatones de paño, os hacen recordar que existe en el mundo un achaque al que los médicos denominan artritis”. Don Pío nos dijo que subía de la panadería, donde un obrero le describió cómo Madrid había recibido a Alfonso XIII, luego de su viaje triunfal a Francia. E hizo un esguince iconoclasta expresivo cuando deslizó el adjetivo “triunfal". ***** Ya en 1913 había obras de Baroja traducidas en el extranjero. Circunstancia remarcable: “El Arbol de la Ciencia”, uno de sus mejores libros, habla aparecido al mismo tiempo en español y en ruso. Baroja tenia que gustar a la intelectualidad moscovita, pues estaba influenciado por Dostoyewski. Quien crea que los libros de Baroja daban dinero, editados en buena parte por su cuñado, Caro Raggio, se equivoca. La edición de libros de Baroja es buen negocio recién ahora, cuando los más fuertes impresores de la península, en competencia, lanzan esos lujosos tomos en papel Biblia, tan sutil, que sólo darle vuelta a una hoja sin mojarse el dedo es todo un problema. Son volúmenes que se adquieren como las cerámicas, para decorar. Desde luego que los libros dan más tono intelectual a quienes no los leen. Eso no lo afirmamos nosotros; lo ha dicho, desde México, uno de sus biógrafos: Pío Caro Baroja, que fue cuando niño el sobrino predilecto, de quien escribió ‘‘La Busca" y “Aurora Roja". Por eso lo del título. Dicen del Cid Campeador que ganaba batallas después de muerto. Baroja logra la máxima circulación de sus novelas cuando de aquel ya atormentado corpachón que nosotros vimos, acaso no queden ni las cenizas. En las costosas colecciones actuales de libros hispanos, Baroja se codea ahora con Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Galdós, etc. Mas las batallas, paralelamente, con la circulación de sus obras completas, las consigue el autor de "La Casa de Aizgorrí" y “La Ciudad de la Niebla" con el juicio de los críticos jóvenes hispanos que, en tanto niegan a muchos reputados valores en los comienzos y mediados del siglo, no admiten ahora más que tres maestros en toda la novelística española: Miguel de Cervantes Saavedra, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja. En la valoración de Baroja han influido Dos Pazos y Hemingway, que dijeron en Norte América ser, en buena parte, discípulos de quien escribió “César o Nada". Ni más ni menos. "Morir para reinar", que estampó un clásico. |
crónica de Vicente A. Salaverri
(Especial para EL DIA).
Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Año XXXIV Nº 1680 Montevideo, 28 de marzo de 1965 pdf
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