Ladrón de silencios |
Primer plano, perfectamente iluminada, mujer muy joven, poco más que una adolescente. Cabello largo desordenado, sujeto a la altura de la nuca con un bolígrafo corriente. Algunos mechones rebeldes se adueñan de su rostro, en el que brilla un pequeño arete dorado que taladra su nariz. Viste un blusón inmaculadamente blanco y una falda larga de vuelo, que parece estar confeccionada con dispares jirones multicolores de diversos tejidos, primorosamente cosidos entre sí. Muestra el ceño fruncido y en su boca se dibuja una mueca de contrariedad. Junto a ella, en el suelo y, aparentemente al descuido, una ajada mochila de cuero, de la que se escapan libros y papeles. En un segundo plano, varón joven, en la segunda mitad de la veintena, tenuemente iluminado y de perfil, dando a entender que las palabras de la muchacha, de las que no es partícipe, se refieren a él. Camiseta y vaqueros grises. Calzado negro. Cabello convencionalmente cortado y barba incipiente. MUJER: (Rezongando.) ¡Otra vez me ha vuelto a preguntar! ¡Será idiota! ¿Es que acaso no percibe mis dudas? ¿Acaso está en Babia? Aprovecha hasta la más mínima oportunidad para jactarse de lo mucho que ha vivido, de la experiencia que tiene, de cuánto sabe de las mujeres… Y a mí ¡ni siquiera me intuye! Yo lo miro y él no es capaz de leer en mis ojos el miedo, la indecisión, el no saber si estaré equivocándome. Tal vez no merezca la pena esforzarse en que “esto” que compartimos, a lo que ni siquiera sé qué nombre ponerle, llegue a buen puerto. Tal vez no merezca la pena. Pero él ¡se muestra tan ilusionado! Cada vez que hablamos noto que mi voz es valiosa para él. Más que valiosa: necesaria. ¡Se conforma con tan poco! Y yo, yo… ¡no sé qué siento! Desde luego, no lo mismo. Desde luego, menos. Y así le respondo con una de cal y otra de arena. Él se desconcierta ante mi errática actitud; me inspira lástima; me siento culpable y compenso los desaires con muestras de afecto que el acoge como si fueran maná caído del cielo. Y es precisamente esa veneración que él me profesa la que a mí me lleva a retroceder, a dar marcha atrás. Tanto que dice saber y tan poco que entiende. No basta con que yo le diga que necesito más tiempo. No basta con que le pida paciencia. Nada es suficiente. Todo es poco. Y él se empeña hasta en robarme mis silencios. Puede que ésta sea la prueba de fuego. Depende de cómo se comporte, así será mi reacción. ¿Y si me hubiera equivocado y simplemente sea un pobre, torpe enamorado? Si él reconoce mi respuesta, si él sabe que no es mía y se da cuenta del juego, si por fin demuestra que hay algo por lo que luchar dentro de esa aparente mediocridad, entonces, de verdad me daré. Si otra vez volviera a preguntarme ¿en qué piensas?, mi respuesta sería, será, definitivamente será: “No pienso, yo ordeno.” |
Mónica
Rodríguez Jiménez
Esta edición ha sido
realizada,
por CIINOE/COMOARTES S. L.(ciinoe@hotmail.com)
en su Colección “Gaviotas de azogue” / 80, Febrero de 2009, Madrid, España.
Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio
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