desde siempre, me ha hechizado
el momento en que los hombres pierden sus pequeñas alas,
el momento en que empiezan a atornillarse lentamente
en sus vidas
con una especie de frenesí
desde siempre, con idéntica
sorpresa,
he contemplado intrigado como mis semejantes se sumergen
en esas vidas suyas con indiferencia,
con indiferencia y cansancio,
con una languidez dulce y triste – petrificada
silenciosos, a escondidas, mis
amigos se han atornillado
unos en broma, gráciles, con sonrisas discretas,
otros, con decisión, obstinados, se han deshecho
temprano de vellos y plumones –
en vano los llamo, en vano grito desesperado
y tiro de sus piernas hacia atrás…
ellos han entrado hasta la cintura, hasta las orejas
en sus vidas
ya no quieren, oh, no quieren
para nada
escuchar otra cosa que el sonido nutritivo
de su enroscar en este mundo, en esta vida,
en esta muerte
oh, mis amigos han desaparecido
por completo
engullidos por sus vidas insulsas, hambrientas, marrón-desesperadas
y yo, extraño e inmaduro, veo como lo posible se estrecha
como se ha contraído en una mancha, en un rastro
después, en el hálito ilusorio de un recuerdo
del que nadie puede confesar
nada