Oceánica y Calidis
Orión de Panthoseas

Oceante – que significa belleza por excelencia de Océano – era el -lugar donde, desde la antigüedad, se reunían sus Majestades de todas las Gracias y Reinos para contemplar la incesante y espectacular lucha entre las fuerzas del agua y de la tierra.

Y Oceánica era sin duda la ola más hermosa, la cual, para divertirse, solía levantar sus cabellos y brazos de espuma hasta el cielo y, veloz, dejarse llevar con la marea y su estruendo hasta estrellarse contra el pecho de Calidis, el promontorio más osado y fuerte del Reino de la Tierra.

Un día, deseando poner a prueba la fuerza de su amado, Oceánica salió de noche y, subiéndose en el carro de la luna, se elevó tan alta en sus juegos y corrió tan deprisa que, al chocar contra el pecho de piedras de Calidis, lo convirtió en mil pedazos, al tiempo que éste, derrumbándose, emitía un enorme y mortal gemido.

Cuando se bajó del carro de la luna, y atusó su cuerpo de agua y sus cabellos de espuma, Oceánica lo encontró desmembrado y disperso a lo largo de una playa con arenas diminutas, doradas y blancas.

Sumida en la contemplación, fruto del inmenso infortunio de su obra, Oceánica sintió dentro de si un grito desgarrador y un dolor profundísimo, un dolor jamás sentido antes por ninguno de los infinitos hijos de Océano. Desolada y abatida bajó y lloró en las hondas y oscuras grutas del reino de su padre, errante anduvo llorando por cavernas y valles de coral, por entre barcos y misterios hundidos, por entre oscuros y densos filones de niebla, hasta que, abandonada de sí misma, creyó morir definitivamente cobijada por los brazos tenues de la luz y las algas.
Postrada estuvo caminando por la eternidad, sobreponiéndose a la fatiga y angustia con el fin único de hallar consuelo para Calidis – oh Calidis, oh Calidis mío, habría repetido conturbada y roto el corazón – pidió a su Majestad Océano que le permitiera ser sólo humilde ola, vagando en extrema soledad sobre el cuerpo inerte de su resplandeciente amado.
Viendo tan puro dolor y llanto, tocado su ser por lo ardiente de las lágrimas de Oceánica, su Majestad Océano llegó a conmoverse tanto y de tal manera que, si bien accedió a perder para siempre a su más preciosa ola, fue tal su pesar, que se retiró solo y triste durante mucho, mucho tiempo, a las hondas criptas donde las aguas a sí mismas se ignoran y se olvidan.

Por tanto, de allí en adelante, donde sólo había cundido armonía y belleza desde los albores del mundo, holló la soledad y Oceante se convirtió en un paraje de sombras, silencio y resignación. Podría decirse que hasta las gaviotas, para no recordar la belleza y alegría perdida, evitaban el vuelo sobre las aguas de la playa, las cuales , desde lo alto, parecían perlas y rocío desgranado al tocar Oceánica el cuerpo caído de Calidis.

No obstante, habiendo transcurrido un largo lapsus de eternidad, llegó el tiempo en que debía celebrarse la fiesta inmemorial de la Vida, la cual había de tener lugar para esa Edad concreta en el Ala desplegada de Futuro. En sus preparativos, y con denodado esfuerzo, su Majestad la Vida consiguió que acudiera Océano a la celebración, pero éste lo hizo con tanto esfuerzo y pena que, viéndolo, su Majestad el Aire, tan solidaria, no pudo menos que derramar ecos y suspiros para aliviar su llanto. También su Majestad la Tierra acudió a la llamada, pero con las cumbres cubiertas de nieve en señal de duelo, en señal de que el fuego de su corazón permanecía dormido y encerrado desde la inolvidable tragedia de Calidis.

Ante semejante aflicción, sus Majestades dijeron que no, y que los ritmos y estigmas del mundo no podían continuar en el devenir de esta forma; por lo que, al objeto de ponerles fin y remediar tales males, su Majestad la Vida pidió a Futuro que en su Ala desplegada retornara con sus Majestades a Oceante, al único objeto de que personalmente pudieran comprobar sus Majestades el motivo de tan largas y profundas aflicciones.
Así, pues, y al amparo del manto de la noche, tejido por el rayo suave de la luna llena, todas sus Majestades descubrieron consternadas que cada partícula de arena relucía con tanta intensidad, y era tal la ternura y tristeza que emitía el agua acariciando la arena que, tras consultarse entre sí honda y sabiamente, sus Eminencias decidieron de inmediato crear dos Gracias nuevas con los cuerpos desasistidos de los amantes.

Para ello, intervino primero su Majestad el Fuego, quien con la ayuda del soplo y poder del Viento, evaporó el agua de Oceánica, la juntó enseguida y la convirtió en una excelsa nube. Después, y raudamente, legiones de sílfides y gnomos reunieron las arenas dispersas de Calidis y las transformaron en el pico más alto y fuerte de la Tierra, rodeado por los brazos de Oceánica.

Concluida su obra, y contemplando la serenidad que de sí desprendía, la Vida, dirigiéndose a las demás Gracias y Reinos, dijo: Ved a Oceánica con qué placidez exhibe su esbeltez e imaginación; y ved a Calidis, cómo tomándola del talle, con ella corona su fuerza y voluntad; ellos serán en adelante esencia de luz y de armonía.

Y mientras suspiró Belleza, y Futuro, celoso por estas palabras se sintió sorprendido, en silencio el Tiempo caminó delante, y su velo, de horas y días, invadió a sus Majestades hasta terminar cubriendo sus ojos y sus frentes. Por eso hoy creemos que estos reinos desaparecieron.

Orión de Panthoseas
SIGLO XXI-POESÍA: Orión de Panthoseas ®
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