Del Órbigo |
…
hacia los idus de agosto, surge en Vecilla de la Polvorosa un momento,
justo al amanecer, en que hierve el río y el color del cielo se asemeja a
la nieve; …
enfundado en aquella deshilvanada y enorme pelliza que perteneció a mi
abuelo, una pelliza que andaba por casa al retortero y que tanto
disfrutaba guareciéndome en ella los días de frío, con mi caña de
pescar de palo y mi caldereto con boñigas de buey repletas de trigo, iba
yo ligero y braceando con determinación por el barrio abajo, cruzando con
buen ánimo el madrigón de Federico, las eras luego, y seguía por el
“Rincón de Matías”, partijas adelante, camino del Lobero; … tiene lugar esto cuando las cosas se miran como nuevas e inmancillables y todo es natural, cuando se descubren no porque acontezcan en sí, sino porque logramos descubrirlas, verlas… ¿ serán verdad? - decimos -; qué sensación ésta del asombro, y qué levedad contiene, y cómo nos empina, arranca y separa los huesos de la tierra”; …
sin embargo, en ese tiempo y temprano, del día y de la vida, se lleva
siempre un secreto en el corazón. Incluso antes del amanecer. Y también
luego ¿ … quién no lo ha sentido y visto - y ay de quien no lo ve ni
lo logra ver - al serle acometida de pronto la intimidad por pensamientos
primerísimos, en los que el ser únicamente se pronuncia y es ?; …mi
perra Tula - con sus trazos blancos y negros - parecía que fuera y
viniera por todas partes husmeando y cazando espíritus y sombras; delante
mío marchaba por caminos y linderos, cruzaba corriendo y, deteniéndose
con la cabeza alta, contemplaba los praderales, se adentraba en la fronda
de los surcos labrados, los olía, levantaba sorprendida la cabeza, y
luego venía y me lo comunicaba. Yo la miraba en silencio o le decía con
voz queda ¿ qué… ? y cuando me entendía, sin hacer ruido, y como una
centella, se alejaba de nuevo y yo le volvía a decir “toba, ven aquí…
“, pues ambos andábamos con cuidado no despertáramos las cosas antes
de hacerlo las luces de la mañana; …llegué
a la orilla del río con esa ansiedad de sueños que provoca encontrar en
uno mismo un conquistador etéreo de famas y fortunas. Había cebado “el
sitio” intensamente los días anteriores y en su hora precisa, justo a
la anochecida; en lo alto, por entre las ramas de los chopos, por entre
las de las paleras y las de los álamos, entreverándose, veía marchar la
niebla cual enormes repelones de lana volandera y limpia hacia arriba; ¿
hacia dónde irá ? me pregunté mientras subía y subía en brazos de las
entidades invisibles de aire; “… y yo a lo mío, a mis reinos mojados, a los desarreglos y honduras donde cobija sus claustros la soledad… “; … y ello fue, y es aún tan así, que mientras preparas los achiperes de la caña, mientras con arte y seguridad - digo - le pones al anzuelo el cebo, la tiras al agua, y luego con un par de horquetas la fijas al suelo y te sientas a su lado y al alcance de la mano la retienes, acontece entonces una sensación inaudita, pues se abre un tiemblo de inusitado candor en el que todo es posible, pues el pescador, en ese preciso instante, cual niño bíblico, ignorando el futuro cree en él y de él lo espera todo; es por eso - me digo ahora – por lo que tan a menudo su fe lo salva y entonces pesca; empecé a comprender esto el día aquél, lejano, en que con la caña en alto y un enorme barbo colgando de un anzuelo primitivo, con emoción y alegría corrí en busca de la ayuda prodigiosa de mi abuelo, y mi abuelo, viéndolo, detuvo el mundo y el trillo en medio de la era para desenganchar aquel pez primero de mi espectacular y primera iniciación ¡ … ah, tenía yo cinco años ! “… ya veis, parece mentira, pero no tiene plazos la eternidad, ni tampoco remedios donde contemplarla ensimismados sin patria alguna, sin prisa… “; … y allí estaba por fin, sentado en el suelo del Lobero, al cobijo del hueco imponente de la pelliza y absorto en aquel corcho alargado y fino, en aquel corcho pintado de rojo con una banda blanca, recostado tranquilo sobre la superficie lisa del agua, y al que con toda mi alma ansiaba ver entrar en ella y que se perdiera en el fondo, así fuera con la rapidez de una exhalación o de un demonio… “… y el pescador en su tiempo, al igual que el niño en el suyo, piensa en el triunfo, se agita por él, vibra para que llegue, para que cuanto antes llegue y asirlo materialmente con las manos, para hacerlo realidad y parte viva de su cuerpo y de su alma”; … sin embargo, y a pesar de todo, es en ese ínterin del amanecer cuando emana y se pone de manifiesto el frío de la mañana; pero yo, allí, dentro de la pelliza, y asomando cara con el fervor de un santo, ya no sólo disponía de paciencia alguna, pues la tenía no sólo trastocada sino convertida en embelesamiento; mi atención, quemante, se centraba en mis manos para que, al picar, y convertirse en certeza, pudiera lanzarme con rapidez sobre mi caña de palo y, pulsándola bien, dando un tirón fuerte y seco de sedal, pudiera tantear enseguida la fuerza del pez, captar su identidad y descripción, su peso, adivinarlo, e imponerle no la prueba de la fuerza, sino la estrategia de la sabiduría para, al final, vencerlo; …
pero, a la larga, hay cosas para las que, de todos modos, doce años dan
mucho de sí: como sentirse sumergido en la magia de vendedor inequívoco
de espejos e impartir destreza y temple con la caña en la mano, o
apropiarse de intuición y fuerza suficientes, o también, y por qué no,
comprender la adversidad y salir para siempre del viejo pellizón a
conjugar conscientemente aquella escasez infinita de peces no ya
crepusculares o tardíos, pues que nada, nada parecía haber en el río
esa mañana capaz de aceptar la humildad de mi cebo de garbanzo cocido y
aliñado con esmero por mi madre; ni una sola “picada”, se dice bien,
ni la más leve insinuación siquiera, sino sólo una nada estricta y
demoledora, de ésas que acaban por consumir los ojos, la atención
requerida y el sustento primordial de esa luz cegadora de la esperanza; …
por lo que, al oír los ladridos de Tula sobre mi cabeza - y de un salto
ponerme de pie y ver que allí no había caña ni rastro de caña, puesto
que se hallaba en el medio del río con el puntal hundido, hundida y
puesta de pinote entre un amasijo informe de raizones y ocas y de todo
punto inalcanzable - recuerdo que estaba yo soñando con un pez enorme,
con un pez como un buey de grande y que me iba arrastrando hacia el agua,
pues tiraba, tiraba de mí y acababa por arrebatarme la caña de las manos
y vencerme… ¿ sería cierto… ? ” … y fue entonces cuando Tula y yo, como hacíamos siempre, nos miramos uno al otro, y tras mover la cabeza sin decirnos nada, a buen paso, y cada uno por su lado, decidimos volver.” |
Orión
de Panthoseas
SIGLO XXI-POESÍA: Orión
de Panthoseas ®
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