Los años y la delgadez de Anastasio Guacurarí, están sentados en una recia silla. De rato en rato, tose un poco. Pensativo, toma
tereré bajo un cielo raso de chapas oxidadas. Sus pies, se niegan a pisar calzados ese piso de tierra apisonada; ellos son el inicio de una sombra; la de Anastasio, que incomprensiblemente, se mueve, cada tanto, en forma autárquica.
Ante un pedazo de espejo, su nuera se ha pintado tanto, como en los días festivos de sus ancestros y después de alisarse la negra cabellera, ha adornado sus orejas con grandes aros. Luego, acentuó su pródigo busto con una remera ajustada y de exagerado escote. Sin decir palabra, bamboleando una cartera roja y un generoso trasero enfundado en una falda corta, encaminó sus tacones altos hacia la puerta.
Anochece. La insolencia metropolitana de los edificios, impide contemplar al sol que comienza a desfallecer en el horizonte. Honorables sombras, rectangulares, se acuestan a dormir sobre la ignominia de esa villa. Y dentro de una casilla, otra sombra, la de Anastasio Guacurarí, se niega a permanecer inmóvil, como lo está su dueño.
Acaba de llegar su hijo; el agobio y el aliento a alcohol, anuncian que hoy tampoco ha conseguido la ansiada changa. Nada más entrar, sus pasos lo han llevado, tambaleante, hasta la única habitación, y allí, se deja caer sobre un sórdido lecho.
Se escuchan gritos y discusiones cercanas; y a lo lejos, el runrún de la metrópoli, que hierve como el guiso aguachento que dejó en el fuego “La Serafina” antes de irse. Por el ventanuco que da al pasillo, penetran las primeras sombras de la noche, la pestilencia del zanjón y las risas de los nietos, que a pesar de la hora, aún corretean entre las casillas de ese guetto de Retiro.
¿Qué le pasa a Anastasio Guacurarí que está tan pensativo? Sus toscas manos, sostienen con desdén, la calabaza que encierra la amargura de esa yerba. Su pensamiento navega en el pretérito y recala en el puerto de su descendencia. El hombre, no desconoce su árbol genealógico. Este fue transmitido de generación en generación, hablado en su lengua guaraní. Y recuerda que es descendiente de Andrés Guacurarí, el ahijado de José Gervasio Artigas, figura representativa de la historia misionera, que en la Guerra de la Independencia, armó a sus paisanos y combatió, sólo y con fiereza, a brasileños y paraguayos que cruzaban los ríos, siempre con intenciones anexionistas.
Su raza, fue un árbol que troncharon los conquistadores con el hacha de la impiedad, creyendo que moriría. Pero esa raza volvió a brotar, como la rama nueva que asomó desde el muñón de ese tronco.
La lamparilla de 40W, ilumina el rostro de Anastasio; su ancha nariz y sus pómulos salientes revelan los estigmas de viruela. Sobre el rictus amargo de su boca, la bombilla de latón, parece besar sus carnosos labios. Está quieto el hombre, acompañado, sólo por su sombra. Pero la obscura mácula, se desliza, espasmódica, como buscando una salida.
- Che, cambá, vení pa’ cá.- le dice a su sombra, sin siquiera mirarla.
Sumergido en sus pensamientos, Don Anastasio, añora su ibi, y su
oga. Recuerda con que facilidad, extraía del río los
pirás, y con la simpleza que los asaba sobre el
tatá
que había hecho.
Se incorpora ahora, los cuatro pasitos cortos que ha dado, lo han acercado a donde la cacerolita ha comenzado a quejarse. Aminora la fuerza del fuego, agrega un tazón de agua; y mirando sin mirar, revuelve lo único que hay para la cena.
¿Qué le pasa a este viejo, que no repara en el hecho extraordinario, que su sombra, ahora, se ha quedado sentada donde él estaba? ¿Por qué su espectro ya no lo sigue? ¿Acaso ha cobrado vida independiente? La sombra se encuentra proyectada sobre el piso. La espalda de la obscura mácula se halla un poco encorvada.
El hombre vuelve a su silla y la sombra adquiere matices más obscuros. Anastasio Guacurarí reanuda lo que estaba haciendo, pero la sombra se mantiene inerte. De pronto, su contorno endrino comienza a reptar y se desliza hasta la desvencijada puerta. Sin volver su vista hacia ella, Anastasio Guacurarí, emite una promesa:
- Pronto nos iremos, cha-miga. Pronto.
Mas la sombra, despaciosamente, acaso con recelo, comenzó a incorporarse, se peinó y salió.
Glosario
guarani/español
Tereré: mate frío
Cambá: negra
Ibi: tierra
Oga: casa
Pirá: pescado
Tatá: fuego.
|