Una línea en la intimidad de Tirso ensayo de José Moreno Villa Conferencia leída en el "Colegio de México” el 7 de diciembre de 1948.
Tirso de Molina |
Ya que tan aficionados somos ahora a los Centenarios, (y no me refiero a las monedas de oro), recordemos y saludemos con el de Tirso de Molina otros dos: el del Diluvio Universal, ocurrido el año de 2348 a. C. y el de la Dispersión del género humano, ocurrida en 2247 a. C. Esto que digo con humor sonriente, siguiendo normas de locutor gringo, (locutor no está en el diccionario) se me convierte en severidad ibérica si pienso que otra vez se están dando en el mundo aquellas escenas genésicas de confusión mental, como en Babel, y de dispersión humana. Que el mundo arrostra situaciones parecidas; es decir, que nos hallamos en plena génesis de un mundo nuevo. Y que mientras unos pelean, mueren, se dispersan por el ancho mundo, otros siguen enquistados en una obra como si nada ocurriese. Nosotros, ahora, por ejemplo, podemos sentirnos dentro de un Arca de Noé; y como historiadores seguimos en ella examinando gotitas de agua del pasado. Vamos a ver alguna. Acabo de leer sistemáticamente más de 30 comedias de Tirso; siendo la primera y la última, por haberla leído dos veces, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, que tal vez debiera llamarse "El castigo del burlador de mujeres”. Así reduciríamos a unidad lo que parece fusión de dos leyendas. Acometí tamaña lectura porque noté, al repasar títulos y personajes, que entre éstos se repetía mucho el nombre de Don Juan; y pensé que tal vez detrás de este nombre hubiera siempre un mismo tipo psicológico. Esta sospecha fue el móvil de mi estudio. Y ahora, al presentar los resultados, les avanzo que éstos han sido negativos y positivos, ya que el problema no es sencillo. En primer lugar, porque el tipo de Don Juan no lo es. Tan no lo es, que se suceden y siguen cada día los estudios sobre su carácter, y las interpretaciones desde todos los ángulos. Don Juan es una de esas figuras de toro hispánico, que están por encima de la simpatía o de la antipatía, en la región de lo interesante, de lo que no acaba de aclararse. Nadie se enamora de un toro de Guisando, esas toscas y concentradas esculturas ibéricas que algunos llaman cochinos porque algo tienen de cerdos. Don Juan tiene mucho de cerdo también en su terquedad y bravura de toro. Acomete con la noble fiereza de éste, pero se regodea en sus atropellos, hocica en sus basuras como el marrano. Se complace en decirnos que es el encargado de burlar a las mujeres, y que nada hay tan grato para él como ultrajarlas. Hay pues en su alma, junto al instinto macho sexual, un impulso o voluntad vengativa de hombre resentido. Al leer El burlador de Sevilla, lo primero que nos sorprende es la decisión con que Tirso entra en materia. Y lo último que nos impresiona es la rigidez vertical y simple de su estructura, comparable a la verticalidad y simplicidad de un rascacielos. En el primer acto traza el autor verticalmente dos de las fechorías de su personaje; otras dos en el segundo; dejando para el tercero detalles del desenlace. Hay, pues, una simetría rígida, una concepción clara, diáfana de la estructura, perceptible ya en la fachada. Tirso se lanzó a la obra poseído por el tema, pero también tras una larga meditación arquitectónica. Y las frases claves del drama son dos, una de Don Juan y otra del criado. Sabemos que los criados en el teatro antiguo subrayan o esclarecen, a lo bruto o a lo cínico, lo que piensan escondida-mente sus amos, sus reservas o móviles subconscientes. La frase de Don Juan es ésta: Sevilla a veces me llama el burlador, y el mayor gusto que en mí puede haber es burlar a una mujer y dejarla sin honor.
La frase del criado es:
Ya sé que eres castigo de las mujeres. Si estas frases definen lo más hondo del alma de Don Juan, no todos los Don Juanes que aparecen en las comedias de Tirso tienen el mismo fondo psicológico ni los mismos procedimientos sociales. El Don Juan que aparece en Los balcones de Madrid es un infeliz enamorado de Elisa y zarandeado como un juguete por Doña Ana y su criada. En La prudencia en la mujer aparecen tres Don Juanes: el Infante Don Juan, traidor, enredoso, ambicioso, vulgar; el Don Juan Alonso Carvajal y el Don Juan Benavides, excelentes personas, leales a la gran reina Doña María. El Don Juan de No hay peor sordo. .. casi no tiene papel. El de Privar contra su gusto es lo más opuesto que cabe al carácter del burlador: modelo de corrección, lealtad y recato. El de El rey Don Pedro en Madrid no pasa de ser un cortesano sin importancia literaria. Y los de las tres comedias Doña Beatriz de Silva. Firmeza en la hermosura y El caballero de gracia tampoco tienen nada del truculento Tenorio. Es cierto que en algunos se dan veleidades y falta de amor, pero esto no basta para considerarlos como emparentados con el burlador. De modo que el móvil de mi investigación dio resultado negativo. En cambio, la investigación no fue infructuosa, pues, a más de quedar comprobado que detrás del nombre no había siempre un mismo tipo psicológico, vi que muchos personajes de Tirso se parecen en su conformación psicológica, llámense Carlos, Felipe o Rodrigo, y que esa repetición de carácter puede corresponder a la psicología del propio autor. Siendo la tal conformación psicológica la de un hombre débil, tímido, indeciso, vacilante, mudable, objeto de juego en manos de las mujeres. Esta es la parte positiva y afirmativa de mi estudio. A lo cual hay que agregar esto otro: que muchas de sus comedias pueden ligarse por una lógica interna que también obedece a la psicológica del autor. Lo que se persigue, pues, en las notas siguientes es la línea biográfica e íntima de Tirso. Por lo pronto, y como antecedente, apuntemos esta frase de Don Guillén en La dama del olivar-. que yo, más travieso y roto de mi valor haré alarde porque el hombre que es cobarde siempre da por lo devoto. No olvidemos estos términos: Cobarde y devoto; quien es cobarde, acaba en devoto. Y esto lo escribe Tirso, que fue bastardo y se hizo fraile. ¿Por qué se hizo fraile? Yo no diré rotundamente que por tímido, vacilante y bastardo; pero hay muchos motivos para sugerirlo y creerlo. Tirso escribe una comedia que se llama El melancólico. ¿Quién es y cómo es este personaje? Un joven bastardo —como lo fue Tirso— criado en el campo, rodeado de libros, lleno de conocimientos intelectuales, pero sin idea del amor, es decir, sin impulso sexual. Su mentor o maestro, que hace de padre, le reconviene en ocasión oportuna. Le dice muy bellamente: Si al padre se debe el ser y al maestro el ser de hombre... preámbulo deliciosamente intelectual, muy del autor, a lo cual agrega: ¿Cómo podré yo atreverme que vaya a la corte un hombre (si es que merece este nombre quien entre las llamas duerme?) Voluntad que allá no enferme no es cortés; esto es verdad, ni es bien que en tu sequedad lleves, por hacerme agravio, un entendimiento sabio y una idiota voluntad. De toda la comedia, lo que nos importa es esto: que el melancólico de Tirso era un bastardo, criado en el campo, entre libros, y sin reparar en las zagalas, que tenía un entendimiento sabio y una idiota voluntad. Lo demás es comedia. Y nos interesan tales datos porque se ajustan o puedan ajustarse a Tirso. Pero sigamos tras otros pasos. En Amar por señas, hay un Gabriel, lo mismo que En Madrid y en una casa. Gabriel se llamaba Tirso de Molina; ¿cómo son estos dos Gabrieles? El de Amar por señas resulta ser Duque de Nájara y Marqués de Aguilar. Consultadas las modernas Guías de la nobleza española, el Duque de Nájera lleva, en efecto, el Marquesado de Aguilar de Campó. Ahora bien: según Doña Blanca de los Ríos, Tirso fue bastardo del Duque de Osuna. Tirso hubiera podido declarar hijo bastardo de este Duque al Gabriel de la comedia, pero le resultaría demasiado descaro, y le sustituyó por el de Nájera, disimulando un poco la ortografía —Nájara por Nájera. El encubrimiento resulta a medias, como descote de mujer o falda que se abre lateralmente. He aquí el pasaje en que se habla de esto: Don Carlos
Duque que a Castilla ha dado sangre real; duque, en efeto, de Nájara, que en secreto es mi igual, y es mi criado.
Beatriz
Válgame Dios, ¿Don Gabriel es Duque? ¿Es tan gran señor? .......................................
Carlos
Y Marqués de Aguilar. Este Gabriel resulta ser buen tipo, esforzado en las justas o torneos y primera figura en los bailes cortesanos. "Adonis de tal salón”, le llama un criado. Pero, a pesar de esto, Gabriel huye de la corte francesa y de la mujer que le fascina, porque esta, llamada Beatriz, es la prometida del Duque de Orleans. Gabriel, por miramientos, por no jugarle una mala pasada a su protector, dice que prefiere poner tierra por medio, huir a España. Pero Beatriz, se las compone para cortarle la huida, atraerlo misteriosamente a Palacio y someterlo allí a las torturas de un jugueteo bastante infantil que no nos importa en este estudio. Lo que nos importa es la cortedad de Gabriel, su intento de escapatoria y el ser juguete de tres mujeres. Veamos ahora cómo es el Gabriel de En Madrid y en una casa. Un tipo seductor, grato a las mujeres, como el de la comedia anterior, pero vacilante, que duda ante tres bellezas. Lo mismo que le ocurre a un Don Juan que figura en Los balcones de Madrid. Total, un carácter indeciso, voluble, como se comenta en estos versos: Tu verás el Don Gabriel los purgatorios que pasa en pena de ser mudable hasta alcanzar de tu amor la gloria... Y en estos otros: Mas perderé a Don Gabriel si sale una vez de casa. Que en tal liviandad se funda que en viendo beldades fuera, no dura más la primera que en llegando la segunda. Esta condición veleidosa, femenina, común en muchos de los galanes de Tirso, y sobre todo en este Gabriel, parece que le obsesiona al autor por algo muy íntimo. Es como su tormento y su tara. Todavía se nos dice algo de su biografía en la misma comedia. Que era su nombre Don Gabriel Zapata; que inquietas mocedades, traviesas amistades, juegos y desperdicios, su valor eclipsaron con sus vicios, sin que ninguno (o pocos) sus descaminos locos sintiere lastimado, pues él su perdición se había buscado. ¿No vemos aquí reflejarse la suerte de Don Juan Tenorio y su libertinaje? Don Gabriel no será lo cruel que el burlador —todavía no es tiempo, diríamos— pero ya es un tarambana. Travesuras vuestras consumido os han si no la salud la opinión, que es más. le dice una máscara en la misma obra. Y él confiesa su estado indeciso de este modo: Confusa estrella es la mía. Cuando a la bella Leonor se iba inclinando mi amor, y luego a la tiranía de aquél monjil hechicero, Serafina se atraviesa. Yo muero por la condesa, y también a Leonor quiero. Es la misma condición veleidosa de un Don Juan en Los balcones de Madrid-. ¡Tanta mudanza en Don Juan! ¡Tan poco amor en su pecho! En esta comedia, que es cronológicamente la anterior al Burlador, Don Juan es un débil juguete de dos mujeres, inestable, sin equilibrio moral. La convicción adquirida al leer tanta comedia de Tirso es que en torno a esta preocupación del carácter débil, vacilante ante la mujer, gira toda su producción, llegando a cuajar su angustia en una obra que es vengativa. Y que de esta obra salen por reacción otras oponibles, como La dama del olivar, donde la heroína, Laurencia, es la encargada de vengarse de los hombres estupradores. Al verse burlada por Don Guillén, se viste de hombre y se lanza al monte como capitana de bandoleros. He aquí su declaración: No ha de quedar hombre a vida de cuantos a nuestras manos vinieren, ya sean villanos, ya de sangre conocida; que quiero, por estos modos, ya que mi amor banderizo, que el mal que un hombre me hizo, lo vengan a pagar todos. Como se ve, es el mismo tema de Don Juan, el mismo problema llevado al terreno femenino. Ahora es la mujer la que se venga; antes era Don Juan quien odiaba y castigaba. ¿No es lógico pensar y preguntar por qué odiaba y castigaba Don Juan ? Pero aplacemos todavía la contestación, aunque ya va latiendo en todo lo que decimos. Otra huella biográfica encontramos en L¿i ventura con el nombre. Ya este título me hizo sospechar que encerraba misterio. Y un misterio como el que esperaba descubrir en el nombre de Don Juan. ¿Cómo se le ocurrió a Tirso pensar que el nombre lleve consigo ventura? Pues bien, fijémonos, porque en todo lo que sigue hay sutileza. Comienza el autor por llamar Ventura al pastor que va a ser afortunado. Pero, llama Tirso a otro pastor, y entre ambos reparte datos que parecen biográficos. Es decir, que Tirso se desdobla en esta ocasión, para mejor velar lo personal. El clasicismo rehuía la exhibición; pero no hay obra literaria humana donde no queden huellas biográficas. Ventura es un pastor aficionado a los libros (cosa no imposible, pero rara), hijo de un padre desconocido y de una zagala muy guapa. Un origen parecido al del Melancólico y la misma afición a los libros. Lo cual es Tirso. Pero todavía coincide con El melancólico en otra cosa: en que así como al final se descubre que el melancólico es hijo bastardo de un duque, Ventura resulta hijo de un rey, Segismundo. Y cuando se descubre esto, Ventura exclama: Libros quiero, no diademas; humildades, no arrogancias; quietud busco, no desvelos, no tronos: chozas me bastan. Merezca yo esta merced. Sustituyamos aquí chozas por celdas y veremos como tales imprecaciones le cuadran perfectamente a Gabriel Téllez. Hasta en citar la palabra Merced se diría que hay una explosión de su intimidad, como si dijera: Merezca yo estar en esta Orden. Pues bien, a tales datos biográficos hallados en el pastor Ventura, agreguemos ahora los del otro pastor, llamado como él Tirso. Del pastor Tirso dice un compañero: Tirso puede sentenciallo; que después que es sacristán, tiene seso, y no le verán coprista. Nótese: después de ser sacristán, es decir, después de vestir sotana, tiene seso, se ha hecho sensato. Y contesta Tirso: Yo escucho y callo, pero algún día habraré, en dejando la trebuna; que a fe tengo más de una trabadura. Balón ¿Vos? Tirso Sí, a fe. Y que me lo han de pagar más de cuatro motilones, que ensuciando paredones piensan que no he tornar a dar a prumas mestizas que envidiar y que roer. Nadie puede dudar de que aquí habla Tirso autor de sus propias cosas. Alude concretamente a un epigrama mural que hicieron contra él y Alarcón. Pero lo que más me intrigó al leer el trozo fué aquello de: "yo escucho y callo”. Porque, como luego veremos, escribió una comedia que se titula: Quien calla, otorga. Sobre la discreción de Tirso hay otras frases en la comedia, pero no añaden nada biográfico ni psicológico a las presentadas. En cambio, donde volveremos a encontrar de un orden y de otro es en Ouien calla, otorga. Título que, como el de La ventura con el nombre me intrigó en su día. Esta comedia es como se sabe, segunda parte de El Castigo del pensé-que. Y en la escena vn del acto primero, el criado Chinchilla, le reprocha a su amo Don Rodrigo, lo siguiente: Saben que a Diana perdiste, y a Oberisel, por ser corto y para nada. Hizo un diablo de poeta de tu historia o tu desgracia, una comedia en Toledo, El castigo, intitulada del pensé-que, que ha corrido por los teatros de España, ciudades, villas y aldeas; y aunque ha sido celebrada, todos te echan maldiciones, porque siendo español hayas afrentado a tu nación, y con ella la prosapia de los Girones; que dicen que ninguno de esa casa supo perder coyuntura en amores ni en hazañas, si no eres tú. A lo cual contesta secamente Don Rodrigo: "Y dicen bien". Declaración patética en su sobriedad, porque es confesión. Don Rodrigo revela con ella que es como el poeta, es decir, Tirso, lo pintó en El castigo del pensé que o sea, un carácter tímido, indeciso, sin acometividad, impropio de los Girones. Pero, ¿quiénes son los Girones ? Pues son sus parientes. Gabriel Téllez es de la familia Téllez Girón. Los Duque de Osuna llevan este doble apellido. De modo que Tirso al hacer el retrato de Don Rodrigo, hace el suyo. Con esto llegamos a la siguiente conclusión: el bastardo Gabriel Téllez fué un temperamento apocado, indeciso, y acaso fué juguete de las mujeres en su mocedad, u objeto de sus desdenes. Esto pudo llevarle a la melancolía y a escribir El melancólico. Y pudo llevarle al claustro. Una vez en él, —como antes de entrar— le siguió persiguiendo su propia imagen de hombre inacabado, no definido, inhábil para la vida. Repitió en sus comedias este tipo con un tesón increíble. No se le olvidaba. Se le convirtió en espina venenosa. Quería sacársela. Inculpaba de su poquedad a las mujeres. Nos pinta la mayoría de ellas como enredosas e interesadas. No es extraño que su obsesión le llevase a tomar de la leyenda el gran personaje macho y vengativo de Don Juan Tenorio. Sin describir otros, muchos galanes que sin el nombre de Don Gabriel son tímidos. He preferido éste para conllevar la investigación de lo biográfico y lo psicológico. Aquí podría dar por terminado mi pensamiento. Salí en busca de Don Juan en todos los Don Juanes pintados oor Tirso, pero me encontré con Don Gabriel. Y, al fin de cuentas, Don Gabriel y Don Rodrigo Girón, que son Tirso en realidad, me explican el origen de Don Juan. La indagación no ha sido infructuosa. Pero he de remachar algunos tornillos. Al insistir en la timidez de Tirso —en su timidez interna, no en alguna timidez literaria, que no tuvo— viene uno a pensar en la cobardía; palabra mayor. Y surge la pregunta: ¿no hay comedias del autor en que se presente al cobarde con claridad y rotundidad ? Hallar tales comedias sería una buena confirmación de mi tesis, y, sobre todo de que empecé la indagación con absoluta honradez, sin prejuicios torcidos. Y encuentro dos obras, El mayor desengaño y El cobarde más valiente, con dos primeras figuras, Bruno y Martín, que son prototipos de la cobardía. Bruno, mal estudiante, ama a Evandra. Bruno es desheredado por su padre a causa de estos amores; abatido por las contrariedades, hace confidente de sus cuitas al conde Próspero, alabando tanto a su amada que le despierta el deseo al conde y acaba éste por quitarle la novia en una escena bochornosa para Bruno porque no reacciona en hombre. Avergonzado de sí mismo, decide huir y pelear en las filas del Emperador de Alemania. Se porta heroicamente en la guerra; escala el primero el baluarte del enemigo; logra sacar una cautiva de las garras de la soldadesca; la lleva ante el Emperador, pero cae otra vez en la falta que cometió con Próspero. Tanto la pondera, que el monarca se enamora de ella. Y ella, que está agradecida a Bruno, y enamorada de él, se ve rechazada por este cobarde, temeroso de verse envuelto en líos. Bruno es subido a la privanza real, pero sobrevienen engaños y calumnias, y acaba perdiéndola. He aquí sus abatidas palabras, muy semejantes a otras que conocemos: No más engaños de amor, no más favores soberbios, no más príncipes mudables, no más cargos y gobiernos. Peregrino he de vivir, y pregonar escarmientos por el mundo a los mortales; conmigo el ejemplo llevo. Quien desengaños buscare, mercader soy que los vendo, pues el mayor desengaño puede en mí servir de ejemplo. Así termina el segundo acto; y, en el tercero, Bruno se hace religioso, estudia teología en París, realiza unas oposiciones brillantísimas a la cátedra que desempeñaba Dión, lumbrera de sabiduría y santidad; asisten a ellas los reyes y la sociedad cortesana; las bellezas le acorralan y le tiran indirectas tan directas como "¡ay, Bruno, yo os adoro!" O bien: Cuando lleváis la cátedra de prima, que vuestro ingenio exalta, decid, señor, ¿qué entendimiento os falta? Bruno siente en el fondo de su alma tales acometidas, pero las resiste. Y en esto muere Dión, el sabio y santo; su cadáver es conducido ante los reyes, y ocurre algo insólito: el difunto se levanta por tres veces del ataúd; primero, para decir que es llamado a juicio (cosa que la concurrencia oye desconcertada, pues, al considerarle santo, le creían con derecho a pasar sin examen); después, para decir que está en juicio, y, últimamente, para decir que está condenado. Ante tal suceso, todos temen condenarse, y se disponen a llevar una vida ejemplar. Al recapacitar sobre la vida de este Bruno vemos que su cobardía era fundamental; que su valor en un momento de guerra, fué temerario, como stiele ser el valor de los cobardes; y, finalmente, que nos evoca aquellas palabras de Tirso citadas al principio: porque el hombre que es cobarde, siempre da por lo devoto. Veamos ahora el héroe de la comedia El cobarde más valiente. Este personaje se llama Don Martín Peláez; es hombre robusto y fuerte, pero cobarde. Su padre, para tratar de corregirle, le ordena que se incorpore a la tropa del Cid Campeador, que es primo suyo, y que pelee con los moros. Don Martín obedece lleno de miedo; sale al campo de lucha, pelea, remata hazañas y hasta por él se logra la conquista de Valencia. El Cid está orgulloso del sobrino, pero la cobardía no se ausentó de él en ningún momento. He aquí algunas de las reflexiones que hace antes de entrar en combate: Ya las espadas previene el Cid; mostrar me conviene determinación resuelta de morir, antes que vea la infamia que engendra el miedo. Empeñado estoy, no puedo excusar la imagen fea de la guerra; amigo adiós, que ya suben a caballo. El pobre Don Martín procura vencer su miedo para no quedar infamado, pero "no puede excusar la imagen fea de la guerra”. Tiene miedo a la muerte, pero se echa en sus brazos temerariamente. Nos hace recordar las palabras de Séneca: "Lo uno y lo otro es cobardía: querer y no querer morir”. Otra de sus medrosas reflexiones es como sigue: Esfuerzo mi valor tome a ganar de comer hoy, Martín, aunque el miedo os dome de ver la espantosa lid, porque en la mesa del Cid, quien no lo gana, no come. En fin, ¿para qué más? Las obras mejores y más famosas de Tirso se llaman: El burlador de Sevilla, El condenado por desconfiado, El vergonzoso en Palacio, El castigo del pensé que. Pues bien, apartando la primera, que es como reacción final de su apocamiento, nos quedan los dramas y comedias de un desconfiado, un vergonzoso y un titubeante o bueno para nada. Es decir, tres tipos temerosos, cobardes. Agreguemos dos títulos más que son también muy significativos de cobardía: Cautela contra cautela y El honroso atrevimiento. Con ellos y con todo lo analizado antes estamos seguros de que la línea de inmersión en la intimidad de Tirso no es errónea. SALVEDAD. No quiero, sin embargo, que la figura literaria de Tirso, pueda quedar empañada con este trabajo de análisis psicológico y biográfico. Por algo le titulo: ''Una línea en la intimidad de Tirso”. Doy a entender así que en la frondosidad de su producción puede calarse con otras líneas o rectas iniciales igualmente esclarecedoras de su personalidad. Tirso es un hombre rico en facetas humanas y literarias. Es alegre, descarado como la gran mayoría de los que visten hábitos, impulsivo; conoce a los cortesanos y a los villanos, en su psicología y sus respectivos lenguajes; él se expresa en un tono menor y llano, sin énfasis; sabe interesar desde que asienta la pluma en el papel, y, aunque estemos convencidos de lo absurdo de muchas de sus fábulas, le seguimos arrastrados por su ingenio, frescura y gracia. Una de las líneas que podrían dar fruto en otra investigación estilística de su obra, sería la de anotar sus invenciones léxicas. Inventa palabras con la soltura o espontaneidad que distingue al pueblo andaluz. ¡Quién sabe si este misterioso hombre tendría en la corriente de su sangre un buen chorro vandálico, bético! Contra el literato no va nada, pues, en esta indagación. Ni contra el hombre, puesto que la timidez..., seamos sinceros, es una dolencia muy de intelectuales. Una dolencia, dolencia humana, frente a la cual no tiene el historiador o investigador literario que adoptar posiciones de ataque ni defensa; se reducirá a constatar el hecho. Claro está que sería interesante meterse un poco en el terreno de la sicopatología. Al novelista Pío Baroja le oí muchas veces decir que servirse de personajes patológicos es lo que hace interesantes las novelas. ¿Es que Tirso vislumbró esto? Pudiera ser. Pero la experiencia de mis lecturas me lleva más lejos; me convence de que la dolencia de los Gabrieles y de Don Juan la padeció el mismo fraile. Que la melancolía de su Melancólico fué la suya, y que su retiro de la vida no es más que la contracción del yo. La timidez. Y que ya enclaustrado le persiguió toda su existencia la idea de su fracaso. Sabemos que la timidez trastorna el instinto sexual, no dejando que se desenvuelva normalmente; no dejándole que pase por las etapas naturales. Los Gabrieles y todos los demás galanes fluctuantes o tímidos que con otros nombres aparecen tanto en las comedias de Tirso, no pasaron de esa etapa inferior en que el hombre está todavía sin diferenciar a las mujeres; que van a ellas con un instinto primario, no selectivo; le basta que sea mujer. Y este mismo fenómeno se recalca en Don Juan Tenorio. No llegó nunca Don Juan al caso de selección de un Dante, que desde niño fué fiel a su Beatriz; ni tampoco al caso del tímido Amiel, el pobre profesor ginebrino. La timidez de éste es la de un hombre, como dicen los psiquiatras, superdiferenciado, es decir, de un hombre superfino, que teme no dar con la mujer elevada o sublime que él sueña o desea. Para ver la distancia en calidad y evolución que hay entre Amiel y Don Juan o Casanova, no tenemos más que pensar en esto: en que Amiel muere asistido cariñosamente por dos mujeres que le adoraban; mientras que los dos atropelladores famosos mueren odiados por las mujeres. Tirso se enclaustra, se cierra a la vida, como un caracol, y en su concha le da vueltas como un maniático al tema sexual de los tímidos y del burlador. Los demás temas son prestados por la historia o por la religión. El tema capital es el suyo propio. Tenía la vivacidad mental suficiente para presentar este tema de modo curioso y atractivo, en variedades infinitas; pero sin salir de él. Su mundo particular es el de los galanes tímidos y el del súper osado Don Juan, que es otro ser que no pasó de la etapa "cínica” o indiferenciada, que dicen los psiquiatras. Desconozco las investigaciones que hayan podido hacer últimamente en España sobre mi tema, sobre la intimidad de Tirso. No sé siquiera si la han iniciado. Pero creo que abordándola he conseguido ver unidad en la obra. Y esto es algo. |
Estudio 1 TVE - El Burlador De Sevilla (Tirso de Molina).aviPublicado el 4 jun. 2012 |
ensayo de José Moreno Villa
Publicado,
originalmente, en "Cuadernos Americanos" Año VIII - 1 - enero/febrero 1949
Link de Cuadernos Americanos: http://www.cialc.unam.mx/seo/load/cuadernos/index
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