El hombre alienado |
I |
Si lo sé, ya ni me acuerdo. ¿Es que debo recordar algo? Podría recordar una tarde lejana, la luz brillando con intensidad de otoño. También podría recordar una tarde de verano, primavera, o invierno. ¿Qué importa? Sin embargo, recuerdo el cielo envenenado. ¿Qué importa recordarlas? Una tarde, o tantas otras, tengo la certeza de la mentira. ¿Nos mintieron siempre, nos tomaron por idiotas…? |
II |
Que así fue, no lo dudo, aunque no lo recuerde. Nos insultaban constantemente, nos humillaban… Intentaron dejarnos claro su poder, sucumbimos derrotados, alienándonos delante de grandes focos alógenos. Se extendieron las guerras donde negras moscas se afanaban sorbiendo vísceras de inocentes. Inocentes, inocentes, siempre inocentes… Naufragábamos, naufragábamos y occidente sufría de depresión colectiva. |
III |
Occidente, mientras tanto, paseaba en grandes superficies, construidas para el consumo, donde se ofertaban objetos inservibles. ¡Espejismos! ¡Espejismos! Reflejados en los espejos de la alienación. Corría la gente como loca, las tiendas muy iluminadas, las luces casi mágicas espantaban las moscas de la depresión. Los suicidios hacían cola en los cementerios. |
IV |
Caía la tarde, la noche abría sus fauces, y casi sin avisar nos devoraba a todos. Las noticias de cualquiera de los cientos de canales de televisión informaban de estadísticas, cifras escalofriantes sobre suicidios. La gente, sobre todo, la más joven, no tenía grandes aspiraciones, una vez acabados los valores, y abolido el pensamiento. La noche abría sus fauces, y devoraba el conocimiento. |
V |
La guerra seguía engordando moscas en las eternas siestas de cadáveres. En los grandes almacenes la gente huía despavorida del fantasma de la depresión. Era otoño, podía haber sido invierno, verano, primavera. Pero la luz indicaba que era otoño, así que era otoño, y la luz caía menos vertical, inclinada como una lanza partiendo el tiempo. Y las noches seguían llegando sin avisar devorándolo todo. |
VI |
L/Vendría el invierno, las noches se echarían como aves rapaces sobre cabezas vacías de transeúntes vacuos. La guerra seguiría golpeando, lejos, muy lejos; tras pantallas de plasma donde expertos narraban, con igual desparpajo, las atrocidades de los efectos de la barbarie bélica como las alegrías por los goles que encajaban, un equipo u otro, en su lucha por ganar la liga de fútbol. |
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salvador moreno valencia
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