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El mundo me estremece con su lividez
cuando el sol se convierte en fuego lento,
cuando el alba reparte su rocío
recibiendo la brisa a cambio.
Entonces te despiertas
a mi lado.
Siento dentro de mí el carbón de tus ojos,
el más ligero pálpito de tu resuello;
tus órbitas traídas por la noche,
tus pupilas quemándome de nuevo.
Entonces me contemplas
a tu lado.
Gira fuera de mí el orbe, nuestro orbe,
en línea extensa, lánguida y sin quiebros.
Tus primeras palabras cantan en mis oídos,
suaves como el susurro de unos pinos.
Entonces te acurrucas
en mis brazos.
A nuestro encuentro vienen mariposas,
coloridas alas, olvidadas crisálidas.
Su vuelo entre las flores nos demuestra
que el mundo, nuestro mundo se despierta.
Entonces veo que no somos noche,
entre sueños. |