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Cola hormigueante al pie de un autocar,
cuentas que se deslizan
a lo largo de un hilo;
rosario eterno que no tiene prisa
diciendo arcanos rezos a la aurora,
reciente amanecida.
Manos nerviosas hurgan en bolsillos,
dedos con fiebre agitan
un mezquino rosario
de sucia calderilla.
Ojos llenos de dudas, contraídos,
de borrosas pupilas
y visible desgano;
ojos que lanzan recias jabalinas
hacia el angosto umbral del autobús,
a sus fauces carnívoras.
Cola de carne humana,
que la fiera con lúcida loriga
dentro del cuerpo inhóspito recoge
mientras le tiembla el pecho de alegría.
Con alientos de sol,
con chuzos o llovizna,
aúlle el viento o truene,
con lentitud la cola se desliza;
se arrastra vacilante,
a paso fúnebre de igual medida.
Rezagados hay siempre,
se dejan ir algunos que no avisan.
No se queden atrás
cuentas que al parecer se les olvida
que a última hora, en el postrer instante,
también los años se les precipitan.
Aunque algunos no quieran guardar cola,
también entonarán la letanía. |