Un Gallo
Ingrato
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Un día, al amanecer, el gallo Miguel en vez del usual quiqui riquí comenzó a gritar a voz en cuello: quiqui riquí, quiqui riquí. Era un gallo muy impertinente y goloso, de esta manera pensaba pedirle a los campesinos muchos granos buenos y sabrosos para él. Se creía el dueño de todo y se daba aires de grandeza. Los campesinos, por llevarse bien con él, lo contentaron llevándole unos sacos que contenían kilos de granos de trigo, bien macizos y sabrosos. A la vista de todo aquel bien de Dios, los otros gallos, gallinas, ocas y pollitos se acercaron a picar algunos granos, pero el gallo los echaba de ahí diciendo: “Esto es cosa mía, y ¡ay de aquél que la toque! Es asunto de conocedores, para picos excelentes.” Pero estaba pica y pica, y no daba tiempo a tragarse los granos cuando ya picaba otro, por lo que no lograba pasarlos más allá de la garganta. Un pollito, viéndolo en problemas, corre aprisa a traer agua y, poniéndola muy bien en su pico, logró vaciarla en el pico del rey del gallinero, que estaba tirado en la tierra sin poder respirar más. El agua permitió a los granos bajar de la garganta y así el gallo se salvó. Pero, en vez de que le agradeciera por haberlo salvado, el gallo le dijo: “Haz hecho tu deber porque has comprendido que sin el rey, el gallinero no puede seguir adelante.” Y después agregó: “Pero, antes de apoyar tu pico al mío debiste haberme pedido permiso. ¡No olvides que eres un simple subdito y que yo soy el rey.” El pollito, para nada intimidado de la arrogancia del gallo, le responde en el mismo tono: “Sir, si yo no hubiese apoyado mi pico al tuyo a esta hora estarías muerto. Tu pico real no habría podido decir más tonterías, como esta que estás diciendo, y tal vez hubiera sido mejor para todos nosotros.” Así, el rey del gallinero tuvo el castigo que merecía y entendió que desde ese día mejor debía frenar más la lengua. Al siguiente día, al amanecer, despertó a la gente del poblado con el usual y viejo quiquiriquí. |
Maria Rosaria Longobardi
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