Brujas en la alameda
cuento de María Pilar Laporta

Se dice en Europa que cuando llueve con sol, salen las brujas de sus escondrijos a peinarse para renovar sus poderes y seguir deteniendo su tiempo. Creerlo allí, es casi natural. Están presentes desde que la vieja tierra comenzó a ser... pero encontrarlas en medio del trajín de la gente y los paraguas, en plena calle Ahumada, fue una revelación inesperada, tanto así, que al principio, no supe de qué se trataba al ver a la primera haciéndolo tranquilamente bajo el agua.

—“Cosas de mujeres...”. Me dije, no dándole mayor importancia. Sin embargo, un poco más adelante había otra en actitud similar y le presté atención por encontrarles un par de detalles en común: ambas utilizaban antiguos peines de marfil, ornamentados con filigranas doradas, y, lo que era del todo irracional —considerando la espesa lluvia que traspasaba los impermeables— sus largos cabellos permanecían en idéntica forma ¡¡secos!! Confuso, me detuve a observarla. Ante mi insistente mirada, respondió con un chispazo en la suya, solidificando las gotas frente a su rostro y ocultándose tras ese antifaz opalino. Parpadeé intentando aclarar lo que —precipitado— creí, sería una ilusión óptica, sin conseguirlo. La cortina lechosa continuaba separándonos y tornándose por momentos, más y más impenetrable. Acometido por el temor abstracto de la sin razón, me escabullí buscando el protector anonimato de la muchedumbre que, ensimismada en sus quehaceres, no parecía advertir lo que de extraordinario y a la par, amenazante, ocultaba aquello sucediendo a su alrededor. Aun así, mí curiosidad se impuso y quise forzar nuevas respuestas cristalinas, y ya no las hubo. No encontré otras peinándose en esa cuadra, ni tampoco en la siguiente; en cambio, al desembocar en la Alameda, la situación era distinta ¡y por completo! Rubias y morenas, esponjaban rítmicamente sus cabellos mascullando quién sabe qué letanía intraducibie, de cara al oriente; luego, finalizado el rito, escondían entre sus ropas los peines y se iban confundiéndose en el gentío con una sonrisa indefinida y expresión acechadora. “Maligna”... calificó de inmediato el subconsciente (tal vez, asaetado por el conocimiento transmitido en las generaciones), impulsándose a alertar los oídos en dirección a un par de "ellas” que hablaban entre sí, mirando casuales el sol amarillento, y a todas luces, disfrutando del chaparrón que escurría de sus vestidos a los adocretos de la calzada, como una reluciente tela-araña y con la festiva ingenuidad de un chapoteo infantil en arroyos domingueros; algo completamente lejano a lo que sucedía en mi interior, desquiciado, a medida que les escuchaba comentar de "su exitoso traslado de hemisferio —escapando del anormal calor seco del Norte— decían; y de su agrado por encontrarse en esta tierra de clima generoso —propicio a sus intereses— y que no tenían la intención de abandonar...”. Comprendí el peligro que correría si era sorprendido o lo que era peor, ¡si las delataba! y bajé los ojos, arremetiendo contra los transeúntes a la caza de un taxi que me alejara de la tentación de gritar mi descubrimiento: iiBrujas en la Alameda!! Pude sobreponerme y callé, soportando a solas el peso del conocimiento por temor —en parte— al pánico que él pudiera provocar, y a la vez, iba cavilando a qué o quién recurrir para obligarlas a marcharse. Entonces, distraído como estaba, por poco caigo de bruces sobre la jovencita agachada, que trataba de alzar la reja de la alcantarilla tanteando con sus manos el agua barrosa. Había desesperación en sus gestos y lágrimas corriendo con la lluvia por su cara. Olvidé mis propias preocupaciones y la hice a un lado. Con bastante esfuerzo y un buen rato después, levanté la trampilla y la puse en la vereda. Ella no me dio tiempo a nada; pues sumergiendo los brazos hasta alcanzar el fondo, extrajo —chorreante y sucio— un peine marfileño, entrecruzado de hilillos de oro. Lo leyó en mis ojos. Sin mediar palabra, se tomó de mi brazo y empezamos a caminar.

Eso fue hace ya mucho... pero, no puedo dejar de tener presente en la memoria, la angustia vivida por nosotros al enfrentarnos a "ellas”; especialmente, cuando llueve con sol —como ahora— me recorre un chasquilleo de temerosa incertidumbre al imaginar tan sólo, que pudieran arrepentirse y faltar a su promesa, regresando un día cualquiera a Santiago; pero, mi mujer, cariñosa como siempre, se ríe un poco de mi adversión a las tormentas de verano y termina por tranquilizarme diciendo que: "las brujas, también tienen palabra... ¿o no?”. No puedo desmentirla; es cierto. Ella me lo ha demostrado. No ha vuelto a usar su peine de marfil con filigranas doradas...

La autora:

María Pilar Laporta. Madrid, España, 1938. Ha sido publicada en las antologías de cuentos: Tres veces siete, en 1984. Y Cuentos del Soffía, 1984. Obras inéditas, novelas y cuentos. Reside en Santiago de Chile.

 

cuento de María Pilar Laporta

de Revista "Obsidiana" Antología de cuentos

Santiago Chile Mayo 1985 Vol 4

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

Email: echinope@gmail.com

X: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de María Pilar Laporta

Ir a página inicio

Ir a índice de autores