Valor cognoscitivo del
enamoramiento en Martin Eden de Jack London, Maurice de E. M. Forster y
En ausencia de Blanca de Antonio Muñoz Molina Ensayo de Marcin Kolakowski Universidad de Varsovia Varsovia, Polonia |
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RESUMEN / ABSTRACT El artículo propone un análisis de las manifestaciones del enamoramiento y de su valor cognoscitivo para el desarrollo personal de los personajes principales en tres novelas: Martin Eden de Jack London, Maurice de E. M. Forster y En ausencia de Blanca de Antonio Muñoz Molina. El punto de partida serán las aportaciones de Francesco Alberoni (defensor de la expansión de la cognición a través del enamoramiento), contrapuestas a las teorías sobre el amor de J. Ortega y Gasset, E. Fromm, J. Kristeva, entre otros. Se estudia el discurso amoroso de las novelas, la trama determinada por el surgimiento y desarrollo del enamoramiento y su influencia en las decisiones existenciales de los protagonistas El objetivo es analizar tres modos diferentes de desarrollo del binomio enamoramiento y cognición, así como determinar las mecánicas de su funcionamiento y función en las novelas. Palabras clave: enamoramiento, cognición, Maurice, Martin Eden, En ausencia de Blanca. The state of being in love as means of expanding cognition in Martin Eden by Jack London, Maurice by E.M. Forster and En ausencia de Blanca by Antonio Muñoz Molina The article analyzes the literary manifestations of the emotional state of “being in love” and its cognitive value in terms ofpersonal development of the main characters in three novels: Martin Eden by Jack London, Maurice by EdwardMorgan Forster andEn ausencia de Blanca by Antonio Muñoz Molina. The main methodological perspective is based on the theorizations of Francesco Alberoni (who purports that “being in love” constitutes a cognitive vehicle) and is broadened by investigations by J. Ortega y Gasset, E. Fromm, J. Kristeva, and others on the matter. In order to illustrate the three potential paths of character ’s cognitive development (or its lack), the article analyzes the love discourse in the above mentioned novels, the storyline (which is determined by the emergence and development of infatuation) as well as the impact this state has on existential decisions made by the main characters. Keywords: love, falling in love, Maurice, Martin Eden, En ausencia de Blanca. Introducción El famoso análisis del discurso que emplean los enamorados propuesto por Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (1977) ha inspirado numerosas investigaciones, incluida también la presente[1]. La reflexión sobre la plasmación de este discurso en la narrativa y su influencia en el establecimiento de patrones conductuales me ha llevado a considerar el valor cognoscitivo del enamoramiento y la representación de esta cuestión en la narrativa. En otras palabras, en el presente trabajo trato de determinar si el enamoramiento constituye un empuje o un freno en el desarrollo de la introspección de los personajes literarios y de sus procesos de cognición. Para conseguir este fin, esbozaré un panorama de teorías relativas al enamoramiento y su valor cognoscitivo con un enfoque particular en las aportaciones de Francesco Alberoni. Voy a analizar tres obras narrativas que ilustran la problemática: Martin Eden (1909) de Jack London, Maurice (1971) de Edward Morgan Forster y En ausencia de Blanca (2001) de Antonio Muñoz Molina. Estas novelas parecen exponer de manera patente y sugestiva cómo el enamoramiento amplifica o limita la cognición humana, y las dificultades analíticas que eso conlleva. Así, el artículo constituye un novedoso estudio orientado a determinar en qué medida las teorías sobre el valor cognoscitivo del enamoramiento, en el campo de la filosofía, psicología y sociología, enriquecen el análisis de la narrativa en tenor al desarrollo actual de los estudios sobre las emociones. Diferenciación entre amor y enamoramiento Para evitar confusiones terminológicas, realizaré una breve distinción entre el amor y el enamoramiento. Uno de los estudiosos que diferencian de manera relativamente clara el uno del otro es Bogdan Wojciszke, un reconocido profesor de psicología polaco. El investigador divide el desarrollo de las relaciones amorosas en cinco etapas: el enamoramiento, los comienzos románticos, la relación completa (el amor completo), la relación amistosa (el amor amistoso - agape) y la relación vacía (8-30). Los tres componentes, cuya dinámica e intensidad determinan las cinco etapas, son los siguientes: la pasión, la intimidad y el compromiso. La Tabla 1 representa la dinámica de las cinco etapas de las relaciones amorosas: i Gráfico 1. Wojciszke: Etapas de una relación amorosa. Fuente: Wojciszke, Bogdan. Psychologia milosci: intymnosc, namigtnosc, zaangazowanie. Gdañsk: Gdañskie Wydawnictwo Psychologiczne, 2006. Como podemos observar, el componente principal en el caso del enamoramiento es la pasión, aunque también aparecen indicios de intimidad. En cuanto a los comienzos románticos, la pasión sigue siendo el componente primordial, pero aumenta el grado de la intimidad. El crecimiento del nivel de intimidad acarrea el descenso de la pasión y es éste el momento en el que generalmente el enamoramiento desaparece y, según Wojciszke, es cuando se termina la mayoría de las relaciones amorosas. El objeto de la investigación del presente trabajo es precisamente la etapa que culmina con la disminución de la pasión, o sea, aquella que comprende las fases del enamoramiento y de los comienzos románticos, según las teorizaciones del estudioso polaco[2]. Para distinguir el enamoramiento del amor, Wojciszke enumera algunos rasgos propios de ambos tipos de relaciones. El primero se caracteriza por: ceguera mental, fluctuación del estado anímico y su polarización (felicidad extática, sufrimiento), y egoísmo del sujeto que ama (el enamorado se concentra en su estado sin importarle el objeto). El segundo, sin embargo, se fundamenta en el respeto hacia el objeto amado, el entendimiento mutuo, la confianza en el apoyo recíproco, la intención de mejorar la situación del objeto y el deseo de compartir tanto la esfera material como la íntima (9). Esta última característica, según Wojciszke, define el amor como un alto grado de intimidad que deriva de la comunicación; el enamoramiento, en cambio, tiende darle prioridad a la pasión, convirtiéndose en una carrera de obstáculos, de problemas de comunicación o de la ausencia total de la misma (Wojciszke 22). Otros estudiosos parecen compartir el planteamiento de Wojciszke, viendo en el enamoramiento una fase preparatoria para el desarrollo del amor[3]. José Ortega y Gasset sostiene que uno es transitorio y que en el otro intervienen factores diferentes, más sutiles pero también más complejos. El filósofo comenta: “El amor es una operación mucho más amplia y profunda, más seriamente humana, pero menos violenta. Todo amor transita por la zona frenética del enamoramiento; pero en cambio, existe enamoramiento al cual no sigue auténtico amor. No confundamos, pues, la parte con el todo” (64). La transitoriedad del enamoramiento se puede interpretar en términos de un estado. Tanto Carlos Delgado Olivares como Francesco Alberoni lo ubican dentro de la categoría de los estados transitorios (187) y nacientes (77), respectivamente. El enamoramiento como revolución en la teoría de Francesco Alberoni El partidario más fervoroso de la gran importancia cognoscitiva del enamoramiento es Francesco Alberoni. En Enamoramiento y amor. Nacimiento y desarrollo de una impetuosa y creativa fuerza revolucionaria, el sociólogo ubica esta condición dentro de la categoría de los estados nacientes, es decir, dentro de la perspectiva de los movimientos progresivos. Esta clase de estado es para él una transformación interior bajo la poderosa influencia de una presencia exterior (la ideología, el objeto amoroso) que permite construir un lazo afectivo sólido y superar los tormentos, bien de la revolución, bien del enamoramiento (Alberoni 77). La teoría de Alberoni parece partir de Hegel, quien insistía en que el acto del conocimiento era la introducción de una contradicción. Para el filósofo era precisamente la contradicción (aquí: lo nuevo contra lo antiguo) la que constituía la raíz de todo movimiento y vitalidad. La fórmula hegeliana de la tríada dialéctica se materializa en las teorías de Alberoni bajo la forma del “acto de liberación”. Para el sociólogo, la libertad (antítesis) es parcialmente producto de la esclavitud/detención pasada (tesis), y producto de la lucha, en otras palabras, del “acto de liberación”, del “momento de la muerte y la resurrección” (síntesis). El investigador apunta que “en el estado naciente, el pasado no se niega totalmente, se niega para ser superado en una nueva síntesis” (87). En lo sucesivo, Alberoni traduce la dinámica de los estados nacientes al lenguaje sentimental constatando que “el enamoramiento es un encontrar, un perder y un volver a encontrar” (39). Por tanto, el enamoramiento es una ruptura y un desorden pasajeros que pueden transformarse en amor, pero también pueden desvanecerse para iniciar de nuevo otro enamoramiento, es decir, otra revolución. Alberoni trata el estado en cuestión como un proceso dialéctico y no como un suceso. De ahí que el enamoramiento sea para él un entrever, la apertura de los ojos hacia la vida nueva, a la que no se puede dejar de aspirar y a la que se puede acceder a través del objeto amoroso. El factor constitutivo de este movimiento es, como para otros investigadores (Denis de Rougemont, entre otros), el obstáculo: “No existe movimiento sin una diferencia, no existe enamoramiento sin la transgresión de una diferencia” (Alberoni 25). Otra vez topamos con la tríada dialéctica de Hegel, pues dentro de la teoría del estudioso italiano, sin la diferencia no hay ninguna necesidad de instaurar otro sistema, ningún afán de construir algo nuevo. Como la construcción y la síntesis son los componentes inmanentes del enamoramiento, los obstáculos parecen indispensables para liberar las fuerzas productivas de este estado naciente. Las diferencias (sociales, intelectuales, culturales) son capaces de suscitar la excitación necesaria como para poner en marcha el movimiento; la distancia, por ejemplo, constituye un impulso para el acercamiento que requiere acciones. Al final del movimiento expuesto por Alberoni ocurre el intento del sujeto de formalizar y preservar la excitación mental. No obstante, la formalización va siempre acompañada de lo invariable, aparece el aburrimiento y el movimiento cesa. Las fuerzas del enamoramiento, con el tiempo, disminuyen y puede que “del enamoramiento surja el deseo de paz, de tranquilidad, de serenidad” que el teórico relaciona con el amor (Alberoni 49). Este es un estado que el investigador no considera ni desdeñable ni privado de cierto atractivo, pero que, a nivel cognoscitivo, califica más bien de paralizante. La semántica de Alberoni indica una clara defensa del enamoramiento, que opone a la omnisciente primacía del valor ético y cognoscitivo del amor[4]. No obstante, la cuestión del desarrollo de la identidad y de cómo el enamoramiento la inhibe o cataliza suscita profundas discrepancias entre los estudiosos, lo cual queda particularmente patente en, por ejemplo, los textos de Ortega y Gasset y Alberoni. El primero insiste en que la intoxicación producida por el enamoramiento detiene la atención del sujeto amoroso (empobrece su vida mental) y produce efectos negativos para la constitución de la identidad (43) y que en el caso del enamoramiento “no se trata [...] de un enriquecimiento de nuestra vida mental. Todo lo contrario. Hay una progresiva eliminación de las cosas que nos ocupaban. La conciencia se angosta y contiene solo un objeto. La atención queda paralítica: no avanza de una cosa a otra. Está fija, rígida, presa de un solo ser” (Ortega y Gasset 44). La óptica de Julia Kristeva parece conciliar las dos visiones divergentes ya que para ella el enamoramiento es “un estado de crisis, de abatimiento, de locura que puede romper todas las barreras de la razón [...], transformar un error en renovación, remodelar, rehacer, resucitar un cuerpo, una mentalidad, una vida” (3). Desde la perspectiva de Alberoni, en lo que se refiere al conocimiento, tanto filosófico como personal, el enamoramiento es un fenómeno absolutamente positivo. Vamos a observar algunos ejemplos que ilustran estas dos perspectivas sobre el valor cognoscitivo de este estado en la narrativa. Martin Eden de Jack London La lectura clásica de la novela Martin Eden (1909) de Jack London es la del ascenso social, económico y artístico de un joven que, una vez mejorada su posición, empieza a despreciar el mundo al que había aspirado (Minter 77-8). El texto de London es asimismo un ejemplo particularmente eficaz del camino hacia el aumento de la introspección que se efectúa a través del enamoramiento. La novela cuenta la historia de un simple marinero que, tras enamorarse de una señorita de una familia acomodada, logra convertirse en un escritor reconocido. La aplicación de la teoría de Alberoni a esta novela puede ser de doble sentido. Por una parte, entendiendo el “estado naciente” como el preparatorio e inicio del desarrollo intelectual del joven. Por otra, su ahínco en cambiar de estatus social es una pretensión revolucionaria que resulta del contacto con el mundo burgués, entendido como sinónimo de cultura y civilización. Sin embargo, el motivo primario de su deseo de mejorar su formación y educación es su fijación en la hermosa Ruth Morse. Para Martin la chica es el paradigma de las cualidades de la clase a la que él quiere ascender. Su motivo primario es conquistarla. Para lograrlo, tiene que experimentar un cambio, tiene que merecerla de acuerdo con la premisa del psicólogo Rollo May, quien indicó que el eros anima y empuja a los seres humanos al conocimiento y les muestra la necesidad de perseguir la verdad sin revelarla (78). Desde esta perspectiva, es lógico que Martin sublime no solo a su objeto amoroso, sino también a todo lo que éste representa. Le impresiona tanto Ruth como el estilo de vida de la clase burguesa: “Por tanto, Martin siguió sentado, inquieto por su torpeza y, al mismo tiempo, atraído por cuanto en tomo suyo ocurría. Por primera vez, comprendió que comer no era una simple función utilitaria” (10). La sublimación del entorno social de la muchacha está sincronizada con su fascinación por Ruth. Primero contempla su propia mediocridad y constata que no merece respirar el mismo aire que Ruth, para confesarle poco después: “Deseo respirar el aire que hay en esta casa, un aire lleno de libros y de cuadros, donde la gente habla en voz baja, es limpia y tiene pensamientos limpios” (33). Está claro que el protagonista se siente privado de todo lo que le impresiona. Alberoni comentaría: “La propensión al enamoramiento [.] no se revela en el desear enamorarse, sino en el percibir la intensidad vital del mundo y su felicidad, y en el sentirse excluido y envidiar esa felicidad con la seguridad de que es inaccesible” (76). Por consiguiente, el enamoramiento de Martin Eden es tanto más fuerte en cuanto que va acompañado del afán de acceder a otro nivel social. El reconocimiento de la posibilidad de una vida mejor es el primer paso cognoscitivo de Martin. El protagonista se da cuenta de lo que es, no le gusta su imagen y a lo largo de la novela intentará cambiarla. Con tal de lograr su objetivo, Martin se ve obligado a acceder al mundo de los burgueses que idealiza. Aunque parezca ingenuo, el protagonista es consciente del funcionamiento de los mecanismos que lo rigen. Poco a poco empieza a reconocer el código conductual de la sociedad burguesa, lo aprende desde la primera visita a la casa de los Morse cuando Ruth lo convence de que Swinburne, que al principio tanto le gustaba a Martin, es un poeta de poca sutileza. Las diferencias en términos de sensibilidad, formación y experiencia en el uso de diferentes patrones y códigos socio-culturales entre Martin y Ruth constituyen el factor decisivo que moviliza al protagonista. Ruth parece servirse de un lenguaje (típico de la formación y educación burguesa) que le es ajeno a Martin, quien en ocasiones no entiende a la mujer. Este hecho confirma la suposición de Carlos Delgado Olivares, quien apunta: “necesitamos [.] para inspirar nuestra personalidad una conciencia opuesta e incomunicante con la nuestra” (185). Y efectivamente, en varias ocasiones, Ruth se revela como un objeto de admiración silencioso o que no comunica. El protagonista descubre la supuesta falta de tacto del poeta Swinburne al tiempo que reconoce la inferioridad y la inadecuación de su propio gusto. Cae en la cuenta de que los tres atributos -delicadeza, gusto y tacto- son factores clave para la clase a la que aspira. Desde entonces empieza su educación con el propósito de conquistar a Ruth: “No era únicamente con el triunfo personal con lo que iba a conquistarla. Debía reformarse por completo, incluido el lavarse los dientes y ponerse cuello y corbata, aunque esto último le pareciese renunciar a su libertad” (20). Paulatinamente, se va alejando de lo sórdido del trabajo duro, deja de frecuentar los sitios mugrientos y cambia su actitud hacia las aventuras sexuales con mujeres de su entorno social. Este intento de cambiar su posición social confirma la tesis de Alberoni, según la cual “el enamoramiento no es desear a una persona bella e interesante; es rehacer el campo social, ver el mundo con ojos nuevos” (76). De hecho, el protagonista cambia su escala de valores e intenta percibir el mundo desde la perspectiva de Ruth, la burguesa. Tras evaluar su percepción y su sistema de valores, Martin descubre que todo lo que hasta entonces consideraba de gran valor era, en realidad, mediocre y feo, adquiere la facultad de diferenciar entre las cosas, de juzgar y de evaluar[5]. La conciencia de las diferencias sociales e ideológicas inicia su proceso de maduración. El cambio de patrones conductuales no es el único factor que le facilita a Martin el penetrar en el mundo de su objeto amoroso. Es también, o quizá sobre todo, la formación que Martin intenta adquirir a toda costa. El protagonista está convencido de que existe una correlación entre la comprensión de los libros y el deseado matrimonio con Ruth, dado que, como observa Min Yung Kim, “central to Martin’s development as a writer is his education, a process that enculturates him to the manners of the middle class and enlightens him about the arts” (9). El protagonista se empeña en leer todo lo que puede porque, por una parte, le avergüenza su incultura, y, por otra, es consciente de que el que se forme es un factor decisivo para acercarlo a su amada. El deseo de proximidad combinado con la adaptación de la óptica del otro es lo que encamina el aumento de la introspección de Martin, de acuerdo con la teoría de Alberoni, dado que: “ver a cada uno desde la perspectiva del otro lleva al máximo posible la capacidad de ver y comprender [...], [el otro] no es el absoluto, sino el camino hacia lo absoluto, la vía para acercarse, la ventana desde la que se entrevé el ser” (80). Es evidente que Martin anhela un acercamiento no solamente físico, sino también mental y, como hemos visto, social. Este doble, o incluso triple, movimiento hacia el objeto amoroso podría también equivaler a la “emigración” de la que nos habla Ortega y Gasset; una emigración hacia un objeto dotado de una identidad consolidada: “En el amar abandonamos la quietud y asiento dentro de nosotros, y emigramos virtualmente hacia el objeto. Y ese constante estar emigrando es estar amando” (17). Desde luego es solo el enamorado el que se enriquece por medio de su sentimiento, el objeto resulta, por tanto, un ente pasivo, consolidado en su identidad, más fuerte. Ruth es consciente de su superioridad intelectual y de los valores de la clase social a la que pertenece y que no quiere abandonar: aun cuando Martin llega a ser un escritor de éxito, Ruth lo rechaza y quiere convertirlo en un oficial porque considera que ésta es una profesión digna, una que encaja dentro de las expectativas burguesas. De esta consciencia proviene la fuerza de Ruth y, de su mediocridad inicial, la debilidad de Martin. El protagonista se siente atraído por un objeto poderoso, un objeto idealizado y casi novelesco, como si la chica fuera un constructo cultural: “No, era sólo espíritu, una divinidad, una diosa: tal belleza no pertenecía a este mundo. Pero quizá los libros estuvieran en lo cierto y se encontrasen muchas como ella entre las clases elevadas. [...]. Ninguna de las mujeres que tratara lo hacía de aquel modo” (4). Para el protagonista, el objeto amoroso encarna un deseo y una fantasía que sin la formación adecuada, resultan inalcanzables. El rechazo de Ruth moviliza a Martin y lo incita a perseguir los estudios, de acuerdo con la afirmación de Alberoni, según la cual “no existe enamoramiento sin la transgresión de una diferencia” (25). Éstos lo transforman en un ente consciente y le proporcionan la satisfacción de haber ascendido al campo intelectual y literario. Al final de su trayectoria formativa, el protagonista ya mentalmente preparado cae en la cuenta de que ha superado los obstáculos que lo alejaban de su objeto amoroso: “Y, de súbito, sin previo aviso, un día salvaron el abismo durante un breve instante y, si bien luego volvió a abrirse, no era ya tan amplio” (51). En el caso de Martin Eden, la fantasía y el deseo se han vuelto realizables tras haber superado diferencias sociales e intelectuales. Gracias a su formación, el protagonista se libera de las cadenas de clase, se opone al orden social y adquiere un nuevo estatus social e intelectual. Así se confirma la suposición de Carlos Gurméndez, quien sugiere que “la búsqueda del amor [...] es una manifestación activa, enérgica del poder íntimo, de la pasión, una etapa dolorosa necesaria para completar el desarrollo psíquico” (231). El crecimiento personal y socio-intelectual de Martin Eden permite observar lo funcional de la tríada dialéctica hegeliana traducida por Alberoni al lenguaje del enamoramiento: el rechazo (obstáculo) provoca transformaciones (un movimiento) que, tras un cambio de conducta y una revolución intelectual, lleva a Martin a un nivel de consciencia diferente. Ésta es la consciencia (o aun “superconsciencia”, si la comparamos con la de los burgueses) de que el mundo al que aspiraba no es más que un sistema de signos, más irrelevantes que vacíos para el protagonista transformado según Portabella Durán, quien apunta que “el enamorado es un agradecido, capacitado para trascender a los demás” (582). El joven se da cuenta de que no comparte con Ruth más que algunas ideas sobre el amor idealizado y descubrimos, de acuerdo con lo que apunta Anita Duneer, que “Martin appreciates the need for a steady income, but his intellectual and artistic aspirations to create «masterpieces» have soared above Ruth’s conventional desire for respectability” (262). Gracias a la dinámica dialéctica del “estado naciente”, se hace posible la transformación del protagonista, quien adquiere una nueva identidad. Antes de conocer a Ruth Morse, Martin Eden era un hombre sin atributos, un marinero de proveniencia obrera cuyo único punto de referencia era su clase social. El anhelo de superar los límites de su clase y de su baja condición intelectual se debía a un motivo puramente pragmático: el de conquistar a la hermosa señorita Morse, de acuerdo con la aproximación teórica de Pieper, según el cual el enamoramiento es capaz de determinar y redefinir de modo comprensivo la disposición hacia la realidad que rodea al sujeto amoroso (43). El ascenso intelectual y social de Martin resulta ser un cambio cualitativo desde el punto de vista cognoscitivo y, además, gracias al marco narrativo del “estado revolucionario” del enamoramiento, el narrador consigue convertir al protagonista-tipo (bidimensional) en un protagonista-individuo (tridimensional). Paradójicamente, los procesos que se iniciaron en el enamoramiento orientado a la unión y acercamiento al objeto deseado -personal (Ruth) y comunitario (clase media/media alta)- acaban con el aislamiento del protagonista, quien comienza a despreciar todo lo que ha conseguido. El ascenso socio-intelectual y el final feliz del proyecto de la conquista sentimental (Ruth está dispuesta a casarse con Eden) conlleva la rendición del protagonista (Renny 87-8). La ausencia del conflicto, elemento constitutivo de la identidad “revolucionaria” de Martin, le lleva a su suicidio. La lucha continua que determinaba sus elecciones existenciales, éticas y estéticas, con el tiempo se convirtió en una fuerza devastadora que, como en el caso de las revoluciones históricas, devoró a su propio hijo. Maurice by E.M. Forster La novela Maurice (1971)[6] de Edward Morgan Forster, una suerte de Bildungsroman homoerótico[7] enfoca de manera distinta la cuestión del valor cognoscitivo del enamoramiento porque, aparte de ilustrar la transgresión intelectual o social (como hemos visto en Martin Eden), ilustra la violación de ciertos modelos conductuales e identitarios. En la obra de Forster, las diferencias en términos de proveniencia social no se dan con tanta agudeza: Maurice Hall es un burgués de clase media alta, mientras que su objeto amoroso, Clive Durham, proviene de una familia noble rural. También en cuanto a la formación existe cierta igualdad: los dos son estudiantes de la universidad de Cambridge. Está claro que la formación humanista, las habilidades analíticas y la perspicacia de Durham son superiores a las de Hall; sin embargo, la distancia intelectual entre los dos no es insuperable. La inicial discrepancia mental y moral entre Maurice y Clive va disminuyendo gracias a las aptitudes intelectuales de Hall, lo cual funciona como fuerza animadora solo al principio de la relación. El verdadero obstáculo animador es para ellos la sexualidad alternativa que los jóvenes comparten. La percatación de su otredad pone en marcha la máquina cognoscitiva de Maurice.
El camino de transgresión que atraviesa el protagonista es similar al camino liberador del sistema filosófico del Marqués de Sade, tal y como lo sintetiza Bogdan Banasiak[8] Maurice, al llegar a Cambridge, es un hombre ordinario de una mentalidad y moral burguesas. Su futuro amante comentará: “Era un hombre tosco, estúpido, burgués: el peor de los confidentes” (76). De hecho, Maurice no tiene rasgos distintivos; es la personificación de la mediocridad. En otro lugar Clive observa: “no me parece que tú tengas opiniones al respecto. No son más que tópicos de segunda mano. No de segunda, de décima” (55). Por su falta de sentido crítico hacia las normas, Maurice es un paradigma de su clase social. Encarna la uniformidad y conformismo de la burguesía que, además, carece de aspiraciones intelectuales. Efectivamente, al comienzo de sus estudios no siente ningún impulso de perfeccionamiento, la carrera académica tiene una función puramente pragmática. Su actitud hacia la academia y el conocimiento como tal cambia cuando conoce a Clive, un joven intelectual que primero suscita su curiosidad, para poco más tarde captar completamente su atención. El protagonista, ignorante de la verdadera razón de su interés por Clive, se empeña en impresionarle, en demostrar que merece su interés y, además, está ingenuamente convencido de que su empeño no es más que cuestión de ambición (46). La amistad con Clive provoca en Maurice la aspiración de conocer mejor el mundo interior de su compañero. Así, queda manifiesta la afirmación de Gurméndez, según la cual “es a través de la curiosidad que el amor es conocimiento” (179). El protagonista empieza a compartir las aficiones de Clive y se dedica al estudio de las teorías estéticas y los dogmas cristianos. Así, Maurice se apropia de sus inquietudes y las interioriza hasta llegar a cuestionar las doctrinas que tenía enraizadas desde su infancia: “Comprendió que para él no tenía ningún sentido la existencia de Cristo o su bondad, y no le importaba el que existiese o no tal persona. Su desdén hacia el cristianismo se incrementó y se hizo profundo. En diez días prescindió de la comunión, y en tres semanas cortó todos los lazos que le ligaban a la Iglesia” (58). Maurice abandona el cristianismo tanto por el razonamiento laico que le trasmite Clive como por la contradicción entre la doctrina cristiana y el deseo erótico que empieza a reconocer que siente por un hombre. Dada su incapacidad para reprimir el deseo físico que siente por Clive, Maurice está condenado a renunciar a sus ingenuas convicciones morales. La primera transgresión de Sade, la de Dios, se efectúa al despertar su deseo erótico, cuya consecuencia es la transformación de Durham en el objeto amoroso y su propia entrada en el estado naciente. El hecho de que Maurice conozca a Clive le lleva a adoptar su óptica, lo que le empuja a profundizar en su carácter introspectivo (80). Para Gurméndez, el enamorado va descubriendo su identidad, se observa en varias situaciones extremas, adopta la óptica de sus objetos amorosos y de este modo enriquece su propia visión del mundo (212). Efectivamente, Maurice empieza a percibir la realidad a través de los ojos del Otro, desde su perspectiva, como si dispusiera de dos puntos de vista o, en palabras de Alberoni “dos perspectivas sobre el ser cuyo conocimiento se enriquece, [perspectivas que] no se anulan, sino que se integran” (81). Como vemos, el enamoramiento rompe todo equilibrio y en cierto modo también destruye, siendo capaz de socavar las formas establecidas de cognición. Para el sociólogo, el enamoramiento es todo lo contrario a la paz, es puro movimiento que se revela como un estado mental dinámico, animador y agotador. De ahí que el enamoramiento se presente como una ruptura mental, un agotamiento psíquico que influencia la identidad del sujeto amoroso y lo libera. No obstante, la libertad de la que Maurice parece gozar (51) no lo es en absoluto. Su rechazo a la doctrina cristiana no le proporciona la quietud y seguridad que se esperaría, ya que una relación homoerótica es, para él, inasumible. Como observa el narrador, en el mundo estudiantil de Cambridge la muestra de cariño de un chico hacia otro era común y no suscitaba ninguna sospecha (45). Maurice aprovecha la proximidad de su objeto amoroso sin considerar la posible transformación de su relación con él. Es precisamente la idea de formar una pareja con un hombre la que le resulta antinatural. Cuando Clive le confiesa a Maurice que lo quiere, la noticia le conmociona de forma extrema: se siente escandalizado y aterrorizado (56). El protagonista menosprecia la importancia de tal confesión porque es incapaz de llevar a cabo la labor intelectual que le permitiría reconocer su propio enamoramiento. Maurice no sabe asumir una forma de ser diferente, sea porque haya integrado las normas sociales demasiado profundamente y el amor homosexual le resulte inconcebible, sea porque el estado naciente en el que el protagonista se encuentra no opere con suficiente intensidad. En todo caso, la falta de impedimentos (la presencia continua de su objeto amoroso y la facilidad de contacto físico) parecen dificultar la plena liberación de las fuerzas revolucionarias del enamoramiento. El cambio de su actitud se efectúa cuando aparecen los obstáculos (Clive se aleja de Maurice) que ponen en marcha la maquinaria de la fijación. El protagonista se da cuenta de que está enamorado y de que lo que crea la distancia entre él y su objeto es el profundo miedo de romper la moral vigente. El alejamiento empuja a Maurice a redefinir sus propios principios y a reconocer que lo que siente no es puro amor platónico, sino una pasión carnal. Wojciszke insiste en que la pasión se manifiesta en la intención de intensificar y profundizar el contacto con el objeto amoroso (62) y esta suposición se confirma plenamente en la historia del personaje principal. Gracias a esos obstáculos, la acelerada dinámica del estado naciente cataliza la transformación del protagonista y lo ubica en el nivel cognoscitivo que le permite comenzar a desarrollar su personalidad. Como observa el narrador, aunque no todos se benefician de la locura, en el caso de Maurice ésta resultó ser “el trueno que dispersó la niebla” (62). La labor del enamoramiento reforzado por la transgresión de las leyes hipotéticamente “naturales” (el hecho de admitir la existencia de la atracción física por un hombre) que paralizaban al protagonista lo llevan a un estado de euforia: “Había despertado demasiado tarde para alcanzar la felicidad, pero no para alcanzar la fuerza, y podía experimentar una austera alegría, como la de un guerrero que no tiene hogar y se mantiene siempre armado para la batalla” (69). De hecho, la violación (mental) de los límites impuestos por la naturaleza facilita el enriquecimiento de la personalidad del protagonista y aumenta su horizonte cognoscitivo. Paso a paso Maurice renuncia a su mentalidad burguesa, como si se tratara de la “salida del hombre de su culpable minoría de edad” kantiana. El cambio de Maurice confirma la constatación de Josef Pieper, según la cual el enamoramiento determina y redefine completamente la actitud del sujeto amoroso hacia el mundo (43). Para el filósofo, el estado naciente involucra al enamorado en varias actividades que antes le eran desconocidas, le obliga a pensar de modo distinto, revalorizar y redefinir la mayoría de sus costumbres, o, como propone Portabella Durán en línea con las aportaciones de Alberoni, el enamoramiento “[...] puede considerarse como un proceso que focaliza con tal empuje que moviliza el estilo de vida a que se estaba acostumbrado y promueve nuevas formas de vivir” (582). En efecto, tras rechazar a Dios y a la naturaleza, Maurice no solo redefine su identidad y cosmovisión, sino que también cambia su manera de vivir. Acepta su nueva identidad, admite que no le interesan las mujeres y deja de escandalizarse por la homosexualidad como tal (96)[9]. El asumir su nueva identidad lleva a los dos jóvenes a un largo periodo de felicidad. La relación sigue siendo platónica de acuerdo con las exigencias de Clive, que prefiere enmascarar lo innombrable con una existencia estética o “ascético-clásica”, como la denomina Gregory W. Bredbeck (32). Es posible que Clive, en su enamoramiento asexual y contemplativo, se compense de modo satisfactorio la imposibilidad de entablar una relación amorosa entre dos hombres en la sociedad heteronormativa y homófoba de Gran Bretaña de principios del siglo XX y así, como diría Erich Fromm, gracias al enamoramiento, Clive se libera de los remordimientos potenciales con su renuncia a los ideales occidentales del amor completo (Fromm, Love 163-195). Este desdoblamiento de la personalidad, que solo Clive sabe soportar, desencadenará la ruptura entre los protagonistas. Por un lado, Maurice, gracias a la transgresión de las “leyes naturales” y a su innata vitalidad, se libera en mayor grado que Clive de sus prejuicios, es decir, sabe conformarse con una relación asexual solo hasta cierto punto. Por otro lado, Clive, tras su viaje a Grecia y el reconocimiento del fracaso de una vida puramente estética, pierde su interés por Maurice. Es posible que Clive, en términos de Marx, fetichizara a Maurice e ignorase la felicidad de su amante: el cumplimiento real del deseo. O, visto desde la perspectiva de Marcela Lagarde, “escinde la experiencia amorosa en dos planos, el físico y el espiritual” (24), dándole prioridad al segundo de acuerdo con la jerarquización clásica occidental que Durham parece profesar. Lo seguro es que la ruptura tuvo lugar porque, a diferencia del objeto amoroso, el sujeto supo sintetizar la nueva identidad con su personalidad reafirmada antes de la transformación proporcionada por las fuerzas del enamoramiento. Carlos Gurméndez en su Teoría de los sentimientos argumenta que el enamoramiento es capaz de hacer surgir nuevas ideas, de formar la identidad del individuo (212) y, para demostrarlo, hace referencia al mito de Don Juan. Para el filósofo, mediante el agotamiento emocional, este personaje va descubriendo su identidad, se observa en varias situaciones extremas, adopta la óptica de sus objetos amorosos y de este modo enriquece su propia visión del mundo. De modo parecido, aunque agotado en términos emocionales, Maurice también reformula su identidad una vez adoptada la óptica del Otro; una óptica que al fin y al cabo le resultará insuficiente y falsa, de modo que, otra vez, como en Martin Eden, el sujeto acabará trascendiendo el nivel de conciencia y conocimiento del objeto amoroso. La superación del Otro -de sus exigencias, expectativas, necesidades y normas- constituye el último paso transgresivo del camino liberador de la filosofía de de Sade: la historia contada en la novela no ofrece señas suficientes para considerar lograda la transgresión del Yo, no obstante, el final abierto de la obra permite tal suposición. En términos más cercanos a la óptica del enamoramiento, la transgresión que provoca el estado naciente es de triple índole: social, intelectual y sexual. En Maurice el estado naciente se revela como la herramienta que desmanteló las constricciones del constructo socio-cultural, erigido a través de la formación y educación particulares, poderse decir imperialistas, un constructo que podría denominarse como “lo inglés heterosexual” o, como apunta Quentin Bailey: “The textual space within which Maurice exists is revealed [...] to be a result of the educational practices of a period that sought to align national interests with an upper-middle-class agenda. In its construction of the socially unspeakable, Maurice reveals the limits of representation that the Anglo-Saxon myth of Englishness” (325). En este contexto, el primer enamoramiento de Maurice se manifiesta como incluso más significativo para el sujeto amoroso homosexual (en términos identitarios), dado que le faltan patrones sociales y culturales de comportamiento en cuanto a un deseo sexual particular. El mismo Michel Foucault observó que: “no se permitió a los homosexuales elaborar un sistema de cortejo, al estarles negada la expresión cultural necesaria para esa elaboración” (29). Como hemos podido observar, el deseo homosexual privado de patrones socio-culturales tiene un papel catalizador y paralizador al mismo tiempo. Por un lado, moviliza el esfuerzo cognoscitivo por la curiosidad que suscita. Por el otro, origina la represión del sentimiento amoroso por la falta de la aprobación social que conlleva. Comentando el papel constitutivo de los mitos y patrones conductuales integrados por los sujetos amorosos, el psicólogo Robert Sternberg sugiere que los esquemas del enamoramiento constituyen una cierta proyección de las historias sentimentales que han sido vividas y asimiladas más profundamente (19), de modo que es posible considerarlos como sujetos con propensión a reforzar identidades más que establecerlas. Efectivamente, la historia de la vida de Maurice posterior a su aventura con Durham parece sugerir que el enamoramiento constituyó el paso esencial y determinante para el avance identitario y, por extensión, cognoscitivo del protagonista. Un paso que rellenó el vacío de modelos para la expresión del deseo homosexual, pero también un paso en el proceso de la consolidación de la identidad que evidentemente no se reducía a una determinada clase de sexualidad. En ausencia de Blanca by Antonio Muñoz Molina La novela de Antonio Muñoz Molina parece ilustrar una situación parecida a la que se ha observado en el caso de Martin Eden. Sin embargo, a diferencia de la experiencia de Martin, el protagonista de En ausencia de Blanca no llega ni a transformar ni a enriquecer su identidad. Tampoco llega a alcanzar un nivel cognoscitivo más alto, ni siquiera a desvelar el misterio alrededor de su esposa. El protagonista, Mario López, se enamora porque su objeto amoroso se le aparece como un encantador misterio digno de ser revelado. A pesar de que se había casado, sigue enamorado de Blanca ya que su esposa es una extraña para él (18). El enamoramiento no se ha transformado en amor y la fascinación por Blanca continúa porque el protagonista no la ha llegado a conocer. Es interesante: para Mario, la consciencia de que el enigma de su esposa es el catalizador de su pasión no le ayuda a combatirla. La sublimación opera sin impedimentos, la fijación está arraigada: Mario no ignoraba que la incertidumbre que rodeaba la vida y los actos de Blanca fue un aliciente tan poderoso como el deseo físico en la rápida cristalización de su amor. Según la deseaba más, deseaba también saber más sobre ella, pero ni una forma del deseo ni la otra le satisfacían nunca plenamente, y eso las volvía aún más perentorias para él, que por primera vez en su vida, a una edad tardía y sin experiencia, estaba descubriendo la hipnosis y los trastornos del amor (98). La inhabilidad de descifrar el misterio que rodea a su esposa una vez más tiene sus raíces en la desemejanza. Blanca, como Ruth, pertenece a un mundo distinto al de Mario; también se trata de diferencias tanto sociales como intelectuales. Mario es un campesino que, tras un gran esfuerzo, llega a ser delineante. Blanca es una mujer que proviene de una familia acomodada que recibió educación humanista y que, hasta conocer a Mario, se codeaba con artistas y bohemios. Para su esposo, es evidente su superioridad intelectual y emocional, pero las diferencias lo excitan y los obstáculos lo movilizan. No obstante, parece que en el caso de este personaje no es posible hablar de transgresión. El sujeto se contenta con la mera presencia de su objeto, su existencia no le empuja a ningún perfeccionamiento. Mario confiesa a su esposa que ella es su máxima ambición, a lo que Blanca: “lo acusó de conformarse con demasiado poco, de carecer, le dijo, «de la mínima ambición»” (25). La inseguridad del protagonista se traduce en el anhelo de un control constante, lo que se manifiesta en su celosía y se vincula claramente a la incertidumbre sobre la existencia de relación afectiva de su objeto amoroso hacia él. Wojciszke observa que el enamorado demasiado posesivo tiende a marginar otras actividades hasta ignorarlas completamente (15). Este parece ser el caso de Mario, que se vuelve poco sociable e intenta maximizar el tiempo que pasa con su esposa (Muñoz Molina 17). La detención mental se traduce en la detención física debido a la necesidad obsesiva de la proximidad al objeto amoroso. Los celos y la posesividad de Mario también se dejan explicar desde otra óptica. Denis de Rougemont insiste en que el enamoramiento es el rechazo de la proximidad y de la accesibilidad: si los obstáculos no están presentes, el enamorado tiende a inventarlos o incluso a crearlos. En su obra maestra, El amor y Occidente, sostiene que el enamorado puede hasta buscar al “tercero” para producir celos y prolongar el estado agotador y móvil (288). Algo semejante constata Stendhal cuando sugiere que la presencia del sufrimiento es imprescindible para que aparezca la cristalización y para que comience la labor imaginativa e intelectual del sujeto amoroso (Stendhal 51-2). La detención de la atención del sujeto amoroso (Ortega y Gasset) en la novela de Muñoz Molina no se efectúa únicamente por medio de la “voracidad sentimental” de Mario. La fascinación del esposo por Blanca resulta no solo de las “zonas de misterio que ella no disipaba” (98), sino también del entusiasmo de la mujer. El ánimo exaltado de Blanca, que es su rasgo distintivo, le encanta a Mario (58). El protagonista quiere domesticar a su esposa y domar su entusiasmo que tanto le impresiona; actúa, pues, como si él tuviera las propiedades de una institución estabilizante. En este contexto queda bien ilustrada la afirmación de Alberoni, quien observa que “hay personas que no soportan la tensión del enamoramiento, quisieran contenerla en seguida, hacerla de pronto cotidiana, doméstica, controlable” (49). En lo que atañe a Mario, la domesticación del enamoramiento no es posible porque solo la institución, es decir, alguien que ya no está enamorado (no está en el estado naciente), puede llevarla al cabo[10]. Mario actúa como si fuera la institución, pero no lo es dado que sigue completamente enamorado de Blanca: “[...] en todos los años de su vida solo había estado enamorado de ella, de modo que su idea del amor le resultaba inseparable de la existencia de Blanca” (92). El objeto sigue encantándole por ser pura agitación y movimiento: “[Blanca] poseía un don muy raro [...], volvía contagioso su entusiasmo” (58). Paradójicamente, la vitalidad de la protagonista parece perjudicial para el sujeto amoroso: “Mario, que por encima de la estabilidad no apreciaba casi nada en la vida, venía dedicando los últimos años a descubrir y admirar las inestabilidades de Blanca y al mismo tiempo a combatirlas o atenuarlas” (56). La fuente de la admiración por el objeto, su vitalidad, es también la fuente del peligro que amenaza su posesión. Mario fracasa porque intenta despojar al otro de su otredad y conservarla al mismo tiempo. El protagonista no se puede permitir el lujo de domesticar a su objeto amoroso por dos razones. Primero, porque la insaciabilidad del deseo de proximidad a Blanca tiene el efecto contrario, es decir, tiende a aislar y alejar la mujer de su marido (Felten 105). Segundo, queda claro que en términos psicológicos Mario aún no ha realizado la síntesis de su identidad previa y posterior al enamoramiento, de modo que el sujeto amoroso permanece en plena agitación sentimental. Más aún, los procesos de la sublimación son tan fuertes que cualquier comparación del sujeto con el objeto de su adoración resulta frustrante para el protagonista que desarrolla un fuerte sentido de inferioridad. De hecho, Mario es un hombre frustrado y lleno de complejos (58), es consciente de su inferioridad, se siente como un “romo por comparación” (20), o, como diría Alberoni, se siente excluido y envidia la felicidad a los demás (49). En pocas palabras, está predispuesto a enamorarse. Lo interesante es que esta predisposición es de índole duradera y no desaparece aun después del matrimonio. Parece que existen dos explicaciones de un fenómeno tan peculiar. La primera es la fascinación por el objeto y la fijación en él, que se ha comentado más arriba. La segunda es la sensación que tiene el protagonista, la sensación de que su vida se ha vuelto más rica gracias a Blanca, que su horizonte se ha extendido (65, 103). Lamentablemente, la impresión que tiene Mario parece errónea porque, como observa el narrador omnisciente, en realidad su vida se ha empobrecido: Cuanto más fuerte era su deseo y más obsesivo su amor él se quedaba más parado, se volvía más tímido delante de ella, más torpe, más servicial también, queriendo compensar con la eficacia de su ayuda práctica la falta de atractivo que veía en sí mismo, la poca altura de todo lo que él pensaba que era y tenía en comparación con las expectativas, con los méritos de Blanca (102). Observamos que si el enamorado no demuestra ningún afán de perfeccionamiento, siendo su única ambición su ser amado, entonces el enamoramiento tiende a la adivinación y degenera en un amor idolátrico-obsesivo. En Mario, las fuerzas constructivas del enamoramiento quedan paralizadas en la fase media, la revolucionaria, porque el protagonista no tiene ningún objetivo salvo el realizarse en su relación amorosa. No tiene ningún proyecto existencial, ninguna ambición. Aunque sintiéndose inferior a su objeto amoroso, no intenta mejorar, como lo intentaron y lograron Martin Eden o Maurice Hall. Es como si su inferioridad le complaciera y quisiera permanecer en ese estado eufórico del enamoramiento que los obstáculos provocan, sin tener la menor intención de superar. A pesar de que es posible considerar que, en cierto modo, la pasión que Mario siente por Blanca le ayuda a salir de la mediocridad de su vida (Peters 165), los procesos de fijación y adivinación que el sujeto amoroso desarrolla al final tienden a traducirse en un estado de abulia que le incapacita en sus procesos de cognición e introspección. En el contexto de En ausencia de Blanca, parece muy acertada la afirmación de Sternberg acerca de las discrepancias perceptivas de la “realidad de la relación” entre ambos, el sujeto y el objeto amoroso. El psicólogo sugiere que “lo que se considera realidad es más bien la percepción de la realidad, o sea una historia” (18-9). Sternberg observa que, con frecuencia, los enamorados quieren vivir dos historias diferentes e incompatibles, como las de los dos protagonistas de la novela en cuestión: la historia de Mario es aquella de adoración, domesticación y unión, mientras que la de Blanca es aquella del ascenso económico y social. La sublimación y obsesión de Mario no le permiten comprender que sus modelos preferidos se excluyan, lo que da lugar a una serie de obstáculos imaginarios y a un dramatismo que muy frecuentemente conduce a su sentimentalismo excesivo. La ineficacia comunicativa por parte de Blanca, potenciada por la sordera y ceguera de su esposo, crea otra brecha entre los dos. Ambos suponen que sus propias imágenes del amor (o de una historia amorosa) son válidas y únicas. Sternberg no niega que a veces las historias divergentes puedan ser sintetizadas en una historia completa y compatible; no obstante, tales situaciones son muy escasas, ya que existe una fuerte predilección por vivir una ilusión a la opción de vivir conscientemente (27). El proyecto de Mario es efectivamente ilusorio. Acaba en una derrota porque la intención del protagonista de mantener un estado que por antonomasia no es “eternizable” no puede llevarse a cabo. Dado que el enamoramiento tiene como objetivo el minar lo establecido y no la perpetuación de una situación idílica, Alberoni constata que el estado naciente siempre lleva a un cambio sintético, que surge de la necesidad que genera la falta o el deterioro. Para el sociólogo, si hablamos de la revolución, el deterioro tiene un carácter socio-político o económico, mientras que si consideramos el enamoramiento, el deterioro es sentirse inferior, verse privado de algo. En el caso de Mario, sus diversos complejos y la insuficiencia en términos de conexión con su mujer constituyen ese deterioro. Alberoni subraya que la falta y el deterioro presentido por el sujeto amoroso no necesariamente conlleva la necesidad de un cambio, sino más bien la voluntad de renovarse. El enamoramiento se revela como un volver a nacer más bien espontáneo y condicionado por factores tanto internos (la falta de satisfacción consigo mismo) como externos (estar paralizado en una situación inaguantable). No obstante, en Mario la sensación de falta no parece venir acompañada de ninguna necesidad o voluntad de mejora o cambio, cosa que, en cierta manera, lo atrapa entre el estado naciente y la predisposición al enamoramiento, visto que para Alberoni estar predispuesto a enamorarse “no es el deseo consciente [...] de enriquecer lo existente sino el sentido profundo de no ser o de no tener nada que valga y la vergüenza de no tenerlo” (74). En este contexto, Mario se revela como un sujeto enamorado solo a medias (en términos del investigador italiano) ya que en él no se produce ninguna revolución: ni cognitiva, ni introspectiva. Este hecho impedirá cualquier adelanto, tanto en lo personal como en lo conyugal. El protagonista está condicionado por su fijación en Blanca y su completa sublimación, síntomas que solo parcialmente remiten al enamoramiento, tal y como lo entiende Alberoni. Visto desde la perspectiva de Ortega y Gasset, Mario efectivamente está enamorado, pero este estado transitorio va en detrimento de su vida mental, lo distrae y le dificulta el establecer una identidad satisfactoria, dado que “el enamoramiento es [...] un fenómeno de la atención, un estado anómalo de ella [...], no es más que eso: atención detenida de forma anómala en otra persona” (Ortega y Gasset 43). El protagonista, aunque esté frustrado y conozca la razón de su desencanto, decide no actuar. Ortega y Gasset observa que cuanto más fuerte es la impresión que tiene el enamorado de haber alcanzado un mayor nivel de conciencia, su vida mental sufre un mayor empobrecimiento, reduciéndose y concentrándose. La falsa sensación de Mario de haber hecho crecer su mundo interior resulta de que “todas sus fuerzas psíquicas convergen para actuar en un solo punto y esto da a su existencia un falso aspecto de superlativa intensidad” (Ortega y Gasset 44). El enamoramiento no puede liberarle de su frustración porque es algo que Mario no desea: no quiere llevar a cabo ninguna transformación cognoscitiva (Alberoni) y se detiene en la fase de la falsa agitación incapaz de expandir su consciencia y entendimiento (Ortega y Gasset). Otra razón posible por la cual el enamoramiento no le sirve a Mario como fuerza cognoscitiva revolucionaria es la implicación de la institución del matrimonio en el proceso. Para evaluar la veracidad de esta hipótesis es necesario retomar otras ideas de Alberoni, aquellas que vinculan el amor con el matrimonio. Cabe subrayar que, para el sociólogo, el amor es un tranquilizante para la mente agotada e inmersa en las energías del enamoramiento. El sociólogo indica que para dar el paso al amor hay que destruir el enamoramiento: Para lograr transformar [el enamoramiento] en serenidad cotidiana es necesario destruirlo [...]. El precio es el final del enamoramiento y la desaparición del éxtasis. Lo que queda es la trivialidad cotidiana, la tranquila serenidad continuamente interrumpida por el aburrimiento, el rencor, el desencanto (49). Una vez apaciguadas las fuerzas del enamoramiento surge el amor, un estado que, en términos cognoscitivos, para Alberoni tiende a ser más paralizador que animador o, por lo menos, no tan valioso: “el enamoramiento es la apertura al ser de la perspectiva subjetiva, mientras el amor es su custodio” (82). El científico sostiene que el amor (y especialmente el matrimonio) es la institucionalización del enamoramiento y tiene la función de subyugar lo incomprehensible y lo revolucionario que implica el estado naciente. De modo parecido a la revolución, el enamoramiento revitaliza la institución y evidencia su hipocresía: “el enamoramiento es la verdad del amor [...] y como la institución no puede ver su verdad en el estado naciente -precario, fugaz, puro devenir- lo descubre como irracionalidad, locura, escándalo” (Alberoni 103). La institución, por lo tanto, al frenar el desarrollo de los estados nacientes, dificulta el progreso: la institución estatal o ideológica impide el libre avance social y la institución del amor/matrimonio obstaculiza el desarrollo espontáneo de la identidad y personalidad. En este contexto, el estado efímero de Mario (al que se ha aludido antes) conjugado con la institución subyugadora del matrimonio resulta en un espejismo que el protagonista es incapaz de descifrar, dada la parálisis mental que padece. La falsa premisa, según la cual la institucionalización de una relación sentimental asegura la felicidad, comunicación e interacción en pareja unida a la inconclusión del proceso revolucionario de la cognición del sujeto amoroso crea una situación de estabilidad falsa o, cuando menos, insincera. La supuesta felicidad de Mario es un factor que impide el avance del proceso iniciado por el enamoramiento. Rougemont sugiere que el enamoramiento puede ser estimulante para el progreso solo a condición de que el sujeto no sea feliz (Los mitos 102). Gracias a la institución del matrimonio, el personaje principal crea un simulacro de felicidad (está casado con la mujer a la que ama y ya no le falta absolutamente nada), por lo que es probable que esta falsa premisa de felicidad neutralizara el obstáculo y que por ello la labor cognoscitiva del estado naciente no se llevara a cabo. A raíz de la escasa interacción intelectual con Blanca y por el prácticamente completo desconocimiento de su mundo interior, Mario no puede aprovechar la influencia del objeto amoroso ni el de las fuerzas liberadas por el enamoramiento. Probablemente por eso, Mario no sabe comunicarse con su objeto amoroso, pues, como comenta Giddens, “La intimidad no es ser absorbido por el otro, sino conocer sus características y dejar disponible lo propio de cada uno” (59). Asimismo, es cierto que, como apuntan Carlos Delgado Olivares y Carlos Gurméndez (entre otros) la comunicación sujeto-objeto amoroso no es necesaria, es decir, puede ser nula y seguir teniendo una influencia positiva para el desarrollo cognoscitivo del primero (Delgado Olivares 185). Sin embargo, aquí los estudiosos se refieren a la falta de reciprocidad en la fase inicial del enamoramiento, y no a la comunicación fallida en la fase institucionalizada del estado naciente. La primera sí puede servir al crecimiento de la personalidad, dado que la fijación y la detención de la atención que acompañan al enamoramiento no institucionalizado son capaces de enriquecer el mundo interior del sujeto. Conclusiones Si bien las pautas de diferenciación entre el amor y el enamoramiento en el presente estudio podrían pecar de arbitrarias, es cierto también que el mundo de los sentimientos no parece contentarse con delimitaciones aritméticas por la sensibilidad de unos individuos que trasciende los límites de tales categorizaciones. Por ello, me ha resultado oportuno proponer esta delimitación provisional que pretende servir de guía en el recorrido del mapa del desarrollo personal, intelectual y espiritual en el contexto del enamoramiento en los personajes novelescos presentados y desde la perspectiva del valor cognoscitivo de este estado. Como se ha indicado, en la crítica de las novelas de Jack London y E. M. Forster dominan los enfoques que oscilan alrededor del ascenso socio-artístico de Martin Eden y de la toma de conciencia de una sexualidad no normativa de Maurice Hall. Es interesante observar que existen pocos estudios que resalten el papel del enamoramiento como factor determinante para el desarrollo de la psicología de los personajes que tanto influye en el progreso argumental de las obras y, por consiguiente, en la plasmación global de los mundos representados[11]. Los críticos de la novela de Muñoz Molina, aunque mucho más interesados en la psicología de los personajes principales y en su relación amorosa, tampoco parecen prestar atención a la circunstancia que define la especificidad de los problemas matrimoniales de Mario y Blanca: el enamoramiento no concluido del esposo. Dado el fuerte impacto que los modelos del amor y enamoramiento elaborados en el marco de la literatura siempre han tenido en la constitución de patrones conductuales de los lectores, el estudio de la narrativa que de manera más exhaustiva tiende a evidenciar los procesos psicológicos y cognoscitivos condicionados por estos fenómenos parece una tarea fundada y necesaria. Los tres textos ilustran tres posibles tipos de implicaciones del enamoramiento en el desarrollo tanto de la psicología de los personajes, como de la trama de las novelas que protagonizan. En Martin Eden las fuerzas del estado naciente favorecen el desarrollo intelectual del protagonista y constituyen su identidad como escritor reconocido. Como hemos visto, el encontrarse con Ruth y el surgimiento del enamoramiento constituye el momento clave para la biografía novelesca de Martin y condiciona el avance argumental de la obra, de acuerdo (hasta cierto modo) con las premisas de Bildungsroman como subgénero de coming-of-age-story. De modo parecido, en Maurice, el enamorarse de Durham conlleva el desarrollo principalmente espiritual del personaje quien, gracias a las fuerzas revolucionarias del estado naciente, se embarca en la aventura de la búsqueda de su identidad (en este caso sexual). Se puede suponer que en el caso de estas dos “revoluciones”, el anhelo o necesidad de cambio juega un papel esencial. En la novela de London, el papel alentador del enamoramiento supera la fuerza paralizadora de la fijación y sublimación; probablemente porque la revolución cognitiva que se efectúa en Martin se apoya también en una revolución social. De modo parecido, en el caso de Maurice la curiosidad por la plenitud y paz con su identidad sexual acompaña. Por otra parte, en la novela de Muñoz Molina, el proyecto revolucionario fallido se visualiza en la falsa estabilidad institucional de la relación amorosa entre Mario y Blanca y la sensación de marasmo que la novela trasmite. A pesar de que en todas las novelas analizadas existiera alguna diferencia sustancial entre el objeto y el sujeto amoroso (distintos ambientes sociales, distinta percepción de la sexualidad y distinto grado de formación), solo en el caso de Martin y Maurice resultó suficientemente sustancial para que el obstáculo movilizador se transformara en una fuerza revolucionaria. Martin Eden y Maurice Hall parecen haber sabido aprovechar las fuerzas transformadoras del enamoramiento. En cambio, en el caso de Mario, el obstáculo, aparentemente apaciguado por la aprobación de la institución del matrimonio, no fue nunca lo suficientemente estimulante para que lo que Alberoni denomina ya en el título de su obra maestra como la “impetuosa y creativa fuerza revolucionaria” ascendiera al protagonista a un nivel superior de conciencia y (auto)conocimiento. Bibliografía Alberoni, Francesco. Enamoramiento y amor. Nacimiento y desarrollo de una impetuosa y creativa fuerza revolucionaria. Trad. 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[2] La siguiente etapa, la del amor completo, se caracteriza por el aumento intenso del tercer componente de la relación amorosa, el compromiso. He aquí la diferencia substancial entre el enamoramiento y el amor, ya que el compromiso es posible solamente si los sentimientos son mutuos y si tanto el sujeto como el objeto coinciden en entablar una relación. Con la extinción gradual de la pasión, el amor completo se transforma en una relación amistosa. Al desaparecer la intimidad y la pasión, la relación amorosa se convierte en una relación vacía ya que lo único que queda de ella es el compromiso (familia, casa, préstamos, etc.). [3] Para Eva Illouz el enamoramiento es la pérdida transitoria de la razón, la cual se recupera al disminuir este estado (376). Pedro Portabella Durán considera que el enamoramiento es más individualista y más exclusivista que el amor ya que el término “amor” es aplicable a varios tipos de relaciones que no son necesariamente de origen erótico (amor maternal, fraternal, etc.). Portabella Durán define el enamoramiento como “un fenómeno humano que tiende a variar la forma de vida a despecho del contingente intelectivo; que actúa de cauce para un caudal provisto de gracia y como dispositivo para el amor” (581). También Francesco Alberoni indica que cuando hablamos del amor, hablamos de una síntesis de varias personas, amigos e incluso recuerdos, de todo lo que nos ha pasado. El enamoramiento, en cambio, es individualista y monótono (127). El mismo Erich Fromm, en El arte del amar, reconoce la gran confusión entre amor y enamoramiento, y constata que se tiende a confundir el estado pasajero que es el primero con el estado permanente que lo sigue (16-7). El principal problema que un investigador encara a la hora de analizar los textos literarios es la confusión en cuanto al uso de las nociones “amor” y “enamoramiento”. Tanto los narradores como los personajes ficticios tienden a abusar de la noción del amor para describir lo que, desde el punto de vista de la diferenciación mencionada, debería denominarse enamoramiento. En la parte del análisis literario he optado por una nominación arbitraria, conforme a la división establecida antes. [4] Es evidente que, aparte de la aproximación al tema de Francesco Alberoni sobre el valor cognoscitivo del enamoramiento, existen otras propuestas que bien apoyan, bien replican la teoría del sociólogo. En El arte de amar, Erich Fromm sugiere que tanto el amor como el enamoramiento constituyen factores que movilizan y empujan a la mejora (174-204). En Love, Sexuality and Matriarchy, el mismo investigador describe el enamoramiento como sustituto del amor completo y cierto tipo de fenómeno reconciliador entre la necesidad del amor al prójimo y el egoísmo humano: un sustituto que nos humaniza sin esfuerzos excesivos (163-195). Rollo May en Amor y voluntad también considera el enamoramiento como una fuerza animadora (78). Carlos Gurméndez argumenta en su Teoría de los sentimientos que este estado es capaz de hacer surgir nuevas ideas, de formar la identidad del individuo (212). Por otra parte, en Descripción del amor, Carlos Delgado Olivares considera que el enamoramiento es tanto más eficaz cuanto menos contacto con el objeto amoroso hay, como si este no fuera más que una fuente de crecimiento intelectual y personal (185). Según el libro Psicología de Don Juan de Pedro Portabella Durán, estar enamorado significa estar dotado de un don que trasciende la visión de los demás (582). Para Josef Pieper, tal como lo expone en About Love, el enamoramiento es un factor capaz de redefinir las prioridades del sujeto amoroso (43). Los estudios feministas de Marcela Lagarde, por otra parte, demuestran que el beneficio de los hombres enamorados es la subida de la potencia de su autoestima: “resuelven un conflicto [...], terminan un estudio [...], emprenden un negocio nuevo, deciden emigrar [...]” (76), hecho que para la investigadora constituye “una diferencia de género muy profunda en torno a quién tiene la supremacía en el enamoramiento” (76). [5] Martin confiesa ante sí mismo: “La existencia no le proporcionaba un buen sabor de boca. Hasta entonces, aceptó las cosas tal como venían, considerando bueno cuanto le rodeaba. Nunca lo puso en duda, excepto al leer algún libro. Pero éstos no eran más que libros, cuentos de hadas acerca de un mundo mejor pero imposible. Sin embargo, ahora había comprobado que aquel mundo era real y posible, con una mujer como Ruth en su epicentro” (24). [6] La obra de E.M. Forster fue escrita en los años 1913-1914 y se publicó un año después de su muerte en 1970. [7] En vez de considerar la novela Maurice como homosexual hemos optado por el denominador “homoerótico” ya que el texto de Forster parece encajar mejor justo dentro de este género novelesco. La novela homoerótica, según Martin Green, se caracteriza por la ausencia casi completa de personajes femeninos, la atención sobre las relaciones entre hombres y que va destinada a lectores de ninguna sexualidad en concreto (283). Lo característico de esta clase de obras es el uso frecuente de estrategias alusivas e indirectas para sugerir contenidos o caminos interpretativos homosexuales o, como observa Genette en Discours du récit, es todo un sistema complejo de anhelos frustrados, de sospechas desilusionadas y de sorpresas esperadas con ansiedad (114). [8] Bogdan Banasiak es filósofo, profesor catedrático y director del Departamento de Teoría de la Cultura de la Facultad de la Cultura Contemporánea de la Universidad de Lódz, traductor y editor de numerosas obras del Marqués de Sade, entre otros. [9] Hay que destacar que poco después de la llegada de Maurice a Cambridge, la universidad fue escandalizada por un tal Risley, quien fue acusado y declarado culpable de sodomía. En aquella ocasión, Hall también mostró su disgusto e indignación ante el acontecimiento. [10] “Cuando digo la institución, digo todos aquellos que no están en el estado naciente” (Alberoni 88). [11] Lo que es sumamente peculiar es que las implicaciones del enamoramiento para el estado mental de los tres protagonistas se traduzca en el nivel de la trama, es decir, el dinamismo de las historias de los tres enamorados viene traspuesto al nivel de la narración que, según el nivel de la fuerza liberada por el estado naciente, acelera o ralentiza el desarrollo de la trama. Así, Martin Eden y Maurice se convierten en una suerte de novelas de “aventuras cognoscitivas”, mientras que En ausencia de Blanca observamos la casi completa carencia del progreso argumental. En este sentido, la compaginación de la forma argumental con el estado mental de los protagonistas recuerda la técnica del uso de pretérito imperfecto (imparfait) por el narrador flaubertiano en Madame Bovary para acoplar el estado del ennui de la protagonista con la forma narrativa de la novela. |
Ensayo de Marcin Kolakowski
Universidad de Varsovia Varsovia, Polonia
Publicado, originalmente, en: Revista Chilena de Literatura Mayo 2020, Número 101, 245-273
La Revista Chilena de Literatura, depende de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamento de Literatura, de la Universidad de Chile
Link del texto: https://revistaliteratura.uchile.cl/index.php/RCL/article/view/57319
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