Canción del esposo soldado

poema de Miguel Hernández

En: Viento del pueblo, 1937

 

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

 

Morena de altas torres, alta luz y altos ojos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida.

 

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

 

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

 

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta el polvo, esposa.

 

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

 

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

 

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

 

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

 

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.

 

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

 


Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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El amor ascendía entre nosotros
El amor ascendía entre nosotros como la luna entre las dos palmeras que nunca se abrazaron.
El íntimo rumor de los dos cuerpos hacia el arrullo un oleaje trajo, pero la ronca voz fue atenazada, fueron pétreos los labios.
El ansia de ceñir movió la carne, esclareció los huesos inflamados, pero los brazos, al querer tenderse murieron en los brazos.
Pasó el amor, la luna, entre nosotros y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan y se encuentran lejanos.
De: Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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El herido
Para el muro de un hospital de sangre.
I.
Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores salta un trigal de chorros calientes, extendidos en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas, cuando hay en las heridas celeridad de vuelo, esencia de las olas.
La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
La bodega del mar, del vino bravo, estalla allí donde el herido palpitante se anega, y florece, y se halla.
Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido de sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.
Mi vida es una herida de juventud dichosa.
¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente herido por la vida, ni en la vida reposa herido alegremente!
Si hasta a los hospitales se va con alegría, se convierten en huertos de heridas entreabiertas, de adelfos florecidos ante la cirugía. de ensangrentadas puertas.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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II.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida.
(De: El hombre acecha. 1937-1938)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio,
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros.
De: Viento del pueblo, 1937
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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El sol, la rosa y el niño
El sol, la rosa y el niño flores de un día nacieron.
Los de cada día son soles, flores, niños nuevos.
Mañana no seré yo: otro será el verdadero.
Y no seré más allá de quien quiera su recuerdo.
Flor de un día es lo más grande al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago, y flor del instante el tiempo.
Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.
En: Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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Euzcadi
Italia y Alemania dilataron sus velas de lodo carcomido,
agruparon, sembraron sus luctuosas telas, lanzaron las arañas más negras de su nido.
Contra España cayeron, y España no ha caído.
España no es un grano,
ni una ciudad, ni dos, ni tres ciudades.
España no es abarca con la mano
que arroja en su terreno puñados de crueldades.
Al mar no se lo tragan los barcos invasores, mientras existe un árbol el bosque no se pierde, una pared perdura sobre un solo ladrillo.
España se defiende de reveses traidores, y avanza, y lucha, y muerde,
mientras le quede un hombre de pie como un cuchillo.
Si no se pierde todo no se ha perdido nada.
En tanto aliente un español con ira fulgurante de espada,
¿se perderá? ¡Mentira!
Mirad, no lo contrario que sucede,
sino lo favorable que promete el futuro,
los anchos porvenires que allá se bambolean.
El acero no cede,
el bronce sigue en su color y duro,
la piedra no se ablanda por más que la golpean.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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No nos queda un varón, sino millones, ni un corazón que canta: ¡soy un muro!, que es una inmensidad de corazones.
En Euzcadi han caído no sé cuántos leones y una ciudad por la invasión desechos.
Su soplo de silencio nos anima, y su valor redobla nuestros pechos atravesando España por debajo y encima.
No se debe llorar, que no es la hora, hombres en cuya piel se transparenta la libertad del mar trabajadora.
Quien se para a llorar, quien se lamenta contra la piedra hostil del desaliento, quien se pone a otra cosa que no sea el combate, no será un vencedor, será un vencido lento.
Español, al rescate de todo lo perdido.
¡Venceré!, has de gritar sobre cada momento para no ser vencido.
Si fuera un grano lo que nos quedara,
España salvaremos con un grano.
La victoria es un fuego que alumbra nuestra cara desde un remoto monte cada vez más cercano.
De: Vientos del Pueblo, 1937
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Fue una alegría de una sola vez
Fue una alegría de una sola vez, de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes, fue arrebatado por las claridades.
Fue una alegría como la mañana, que puso azul el corazón, y grande, más comunicativo su latido, más esbelta su cumbre aleteante.
Fue una alegría que dolió de tanto encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos desde un niño rodado de su carne.
Fue una alegría en el amanecer más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron atravesados por su misma sangre.
Fue la primera vez de la alegría la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron como granos de arena ante los mares.
Fue una alegría para siempre sola, para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre, porque apenas nacida fue a enterrarse.
De: Viento del pueblo. 1937
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Las desiertas abarcas
Por el cinco de enero, cada enero ponía mi calzado cabrero a la ventana fría.
Y encontraba los días que derriban las puertas, mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos, ni trajes, ni palabras; siempre tuve regatos, siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río y del pie a la cabeza pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero, para el seis, yo quería que fuera el mundo entero una juguetería.
Y al andar la alborada removiendo las huertas, más abarcas sin nada, más abarcas desiertas.
Ningún rey coronado tuvo pie, tuvo gana
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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para ver el calzado de mi pobre ventana.
Toda gente de trono, toda gente de botas, se rió con encono de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta cubrir de sal mi piel, por un mundo de pasta y unos hombres de miel.
Por el cinco de enero de la majada mía mi calzado cabrero a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas hallaban en sus puertas mis abarcas heladas, mis abarcas desiertas.
(En: Poemas no incluidos en libro (III), 1937-1939
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Llamo a los poetas
Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra tal vez porque he sentido su corazón cercano, cerca de mí, casi rozando el mío.
Con ellos me he sentido más arraigado y hondo.
Y además menos solo. Ya vosotros sabéis lo solo que yo soy, por qué soy yo tan solo. Andando voy tan solo yo y mi sombra.
Alberti, Atolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias, Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio, Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos: por lo que enloquecemos lentamente.
Hablemos del trabajo, del amor sobre todo, donde la telaraña y el alacrán no habitan.
Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros de la buena semilla de la tierra.
Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios tiritará mañana mi corazón helado en varios tomos.
Quitémonos el pavo real y suficiente, la palabra con toga, la pantera de acechos.
Vamos a hablar del día, de la emoción del día Abandonemos la solemnidad.
Así, sin esa barba postiza, ni esa cita que la insolencia pone bajo nuestra nariz,
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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hablaremos unidos, comprendidos, sentados, de las cosas del mundo frente al hombre.
Así descenderemos de nuestro pedestal, de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra, sin el brillo del lente polvoriento.
Ahí está Federico. Sentémonos al pie de su herida, debajo del chorro asesinado, que quiero contener, como si fuera mío y salta y no se acalla entre las fuentes.
Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre. Por eso nos sentimos semejantes del trigo.
No reposamos nunca. Y eso es lo que hace el sol y la familia del enamorado.
Siendo de esa familia, somos la sal del aire.
Tan sensibles al clima como la misma sal, una racha de otoño nos deja moribundos sobre la huella de los sepultados..
Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos en todo arraigan, piden posesión y locura. Agredimos al tiempo con la feliz cigarra, con el terrestre sueño que alentamos.
Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
Luís, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe. Hablemos sobre el vino y la cosecha.
Si queréis, nadaremos antes en esa alberca, en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Veré si hablamos luego con la verdad del agua que aclara el labio de los que han mentido.
(De El hombre acecha, 1937-1938)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Llegó con tres heridas
Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte.
Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor.
De: Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Los cobardes
Hombres veo que de hombres sólo tienen, sólo gastan el parecer y el cigarro el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres, gallinas en las entrañas, galgos de rápido vientre, que en épocas de paz ladran y en épocas de cañones desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas liebres, comisarios de la alarma, cuando escuchan a cien leguas el estruendo de las balas, con singular heroísmo a la carrera se lanzan, se les alborota el ano, el pelo se les espanta. Valientemente se esconden, gallardamente se escapan del campo de los peligros estas fugitivas cacas, que me duelen hace tiempo en los cojones del alma.
¿Dónde iréis que no vayáis a la muerte, liebres pálidas, podencos de poca fe y de demasiadas patas?
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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¿No os avergüenza mirar en tanto lugar de España a tanta mujer serena bajo tantas amenazas?
Un tiro por cada diente vuestra existencia reclama, cobardes de piel cobarde y de corazón de caña.
Tembláis como poseídos de todo un siglo de escarcha y vais del sol a la sombra llenos de desconfianza.
Halláis los sótanos poco defendidos por las casas. Vuestro miedo exige al mundo batallones de murallas, barreras de plomo a orillas de precipicios y zanjas para vuestra pobre vida, mezquina de sangre y ansias.
No os basta estar defendidos por lluvias de sangre hidalga, que no cesa de caer, generosamente cálida, un día tras otro día a la gleba castellana.
No sentís el llamamiento de las vidas derramadas.
Para salvar vuestra piel las madrigueras no os bastan, no bastan los agujeros, ni los retretes, ni nada.
Huís y huís, dando al pueblo, mientras bebéis la distancia,
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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motivos para mataros por las corridas espaldas.
Solos se quedan los hombres al calor de las batallas, y vosotros, lejos de ellas, queréis ocultar la infamia, pero el color de cobardes no se os irá de la cara.
Ocupad los tristes puestos de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba, y barred con vuestras nalgas la mierda que vais dejando donde colocáis la planta.
De Vientos del pueblo, 1937.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Los hombres viejos 1
Nacen puestos de gafas, y una piel de levita, y una perilla obscena de culo de bellota, y calvos, y caducos. Y nunca se les quita la joroba que dentro del alma les explota.
Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos, de su senil niñez de polvo enlevitado, pasan a la edad plena con polvo entre los dedos, sonando a sepultura y oliendo a antepasado.
Parecen candeleros infelices, escobas desplumadas, retiesas, con toga, con bonete: una congregación de gallardas jorobas con callos y verrugas al borde del retrete.
Con callos y verrugas, y coles y misales, la dignidad del asno se rebela en la enjalma, mirando esos cochinos tan espirituales con callos y verrugas en la extensión del alma.
Alma verrugicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes y vivís de puntillas levantando la diestra para cornamentar la voz y los bigotes.
Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje, disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje por un país de luna maquinal, mentecata.
Nacéis inventariados, morís previa promesa de que seréis cubiertos de estatuas y coronas
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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Vais como procesados por el sol que procesa aquello que señala delito en las personas.
Os alimenta el aire sangriento de un juzgado, de un presidio siniestro de abogados y jueces y concedéis los pedos por audiencia de un lado, mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.
Herís, crucificáis con ojos compasivos, cadáveres de todas la horas y los días: autos de poca fe, pasto de los archivos, habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.
Nunca tenga yo que ver con estos doctores, estas enciclopedias ahumadas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores, porque sus agudezas me resultan laxantes.
Porque se ponen huecos igual que las gallinas para eructar sandeces creyéndose profundos, porque para pensar, entran en las letrinas, en abismos rellenos de folios moribundos.
Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas, se repliegan sus frentes igual que acordeones, y ascienden y descienden tortugas preocupadas, y el corazón les late por no sé qué rincones.
No se han hecho para estos boñigos los barbechos. No se han hecho para estos gusanos las manzanas. Sólo hay chocolateras y sillones deshechos para estas incoherencias reumáticas y canas.
Retretes de elegancia, cagan correctamente: hijos de puta ansiosos de politiquerías,
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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publicidad y bombo, se corrigen la frente y preparan el gesto de las fotografías.
Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte, que unos soldados de alma patética deciden: ellos son los que tratan la verdadera muerte, ellos la verdadera, la ruda vida piden.
La vida es otra cosa, sucios señores míos, más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos y no usan esa cara de múltiples esquinas.
Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista un mundo aparatoso de cartón estirado, por donde el cartón vaya paticojo y turista, rey entre maniquíes de pulso congelado.
Venís de la Edad Media donde no habéis nacido, porque no sois del tiempo presente ni ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido: la que impone la vida del siempre adolescente.
Yo soy viejo, tan viejo, que el primer hombre late dentro de mis vividos y veintisiete años, porque combato al tiempo y el tiempo me combate. A vosotros, vencidos, os trata como extraños.
(De El hombre acecha, 1937-1938)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Nanas de la cebolla
(Dedicadas a su hijo desde la cárcel, a raíz de recibir una carta de su mujer en la que le decía que no comía más que pan y cebolla).
La cebolla es escarcha cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches.
Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda.
En la cuna del hambre mi niño estaba.
Con sangre de cebolla se amamantaba.
Pero tu sangre, escarchaba de azúcar, cebolla y hambre.
Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa, ríete mucho.
Es tu risa en los ojos la luz del mundo.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Ríete tanto
que en el alma, al oírte, bata el espacio.
Tu risa me hace libre, me pone alas.
Soledades me quita, cárcel me arranca.
Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea.
Es tu risa la espada más victoriosa.
Vencedor de las flores y las alondras.
Rival del sol, porvenir de mis huesos y de mi amor.
La carne aleteante, súbito el párpado, y el niño como nunca coloreado.
¡Cuánto jilguero se remonta, aletea, desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño. Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido.
¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera!
Al octavo mes ríes con cinco azahares.
Con cinco diminutas ferocidades.
Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes.
Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma.
Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro.
Vuela niño en la doble luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
De: Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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No hay cárcel para el hombre
No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo en tus brazos mi prisión: en tus brazos donde late la libertad de los dos.
Libre soy. Siénteme libre.
Sólo por amor.
(De: Cancionero y romancero de ausencias)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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No quiso ser
No quiso ser.
No conoció el encuentro del hombre y la mujer.
El amoroso vello no pudo florecer.
Detuvo sus sentidos negándose a saber y descendieron diáfanos ante el amanecer.
Vio turbio su mañana y se quedó en su ayer.
No quiso ser.
En: Cancionero y romancero de ausencias. (1938-1941)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Tristes guerras
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
(De: Cancionero y romancero de ausencias. 1938-1941)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Umbrío por la pena
Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno, pena es mi paz y pena es mi batalla, perro que ni me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona, cardos y penas siembran sus leopardos y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar, para morirse uno!
De: El rayo que no cesa. 1934-1935)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Un carnívoro cuchillo
Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida.
Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea mi costado y hace en él un triste nido.
Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas.
Tal es la mala virtud del rayo que me rodea, que voy a mi juventud como la luna a la aldea.
Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores y telarañas de mis tristezas recojo.
¿A dónde iré que no vaya mi perdición a buscar?
Tu destino es de la playa y mi vocación del mar.
Descansar de esta labor de huracán, amor o infierno
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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no es posible, y el dolor me hará a mi pesar eterno.
Pero al fin podré vencerte, ave y rayo secular, corazón que de la muerte nadie ha de hacerme dudar.
Sigue, pues, sigue cuchillo, volando, hiriendo. Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía.
(De: El rayo que no cesa. 1934-1935.)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Vientos del pueblo me llevan
Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me avientan la garganta.
Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién el rayo detuvo prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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y airosos como las alas; andaluces de relámpago, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra; las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba.
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
De: Viento del pueblo. 1937.
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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YO SÉ que ver y oír a un triste enfada cuando se viene y va de la alegría como un mar meridiano a una bahía, a una región esquiva y solitaria.
Lo que he sufrido y nada todo es nada para lo que me queda todavía que sufrir, el rigor de esta agonía de andar de este cuchillo a aquella espada.
Me callaré, me apartaré si puedo con mi constante pena instante, plena, a donde ni has de oírme ni he de verte.
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, pero me voy, desierto y sin arena.
Adiós, amor, adiós hasta la muerte.
(De El rayo que no cesa. 1934-1935)
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
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Canción última
Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias.
Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama.
Florecerán los besos sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada.
El odio se amortigua detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
(De El hombre acecha, 1937-1938)
Entre los poetas míos... Miguel Hernández
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Bibliografía:
• El hombre acecha. Edit.Cátedra, 1988
• Viento del pueblo, Editorial Cátedra, 1989.
• Cancionero y romancero de ausencias. Editorial Espasa, 1999
• Poemas sociales, de guerra y de muerte. Editorial Alianza, 2001
• Antología Poética. Miguel Hernández. Editorial Espasa. 2007.
• El silbo del aire, antología. Editorial Edelvives. 2009.
• Obras completas de Miguel Hernández, en tres tomos. (Poesía, Teatro y Narrativa). Editorial Espasa, 2010.
• El rayo que no cesa. Alianza Editorial, 2010.
• El rayo que no cesa; Editorial Espasa, 2012.
• Miguel Hernández. Poemas y canciones. Edit. Octaedro, 2003.
Otra información:
• Miguel Hernández en Wikipedia
• Centro Virtual Cervantes: Miguel Hernández
• Asociación de Amigos de Miguel Hernández
• Fundación cultural Miguel Hernández
• La Obra Poética de Miguel Hernández
• Biblioteca solidaria: Libros de Miguel Hernández
Entre los poetas míos. Miguel Hernández
- 48 -
Í N D I C E
Páa. T í t u l o
3 Semblanza de Miguel Hernández
6 Aceituneros
8 Al soldado internacional caído en España
9 Canción del esposo soldado
11 El amor ascendía entre nosotros
12 El herido
14 El niño yuntero
17 El sol, la rosa y el niño
18 Euzcadi
20 Fue una alegría de una sola vez
21 Las desiertas abarcas
23 Llamo a los poetas
26 Llegó con tres heridas
27 Los cobardes
30 Los hombres viejos
33 Nanas de la cebolla
36 No hay cárcel para el hombre
37 No quiso ser
38 Tristes guerras
39 Umbrío por la pena
40 Un carnívoro cuchillo
42 Vientos del pueblo me llevan
45 Yo sé que ver y oír a un triste enfada
46 Canción última
47 Bibliografía
    

poema de Miguel Hernández

En: Viento del pueblo, 1937


Publicado, originalmente, en: Biblioteca Omegalfa Colección Antológica de Poesía Social Vol. 11

 

Ver, además:

 

             Miguel Hernández en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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