Próstata
Julio R. Hernández

Entró al bar. Con los anteojos oscuros y el bastón blanco se paró en la puerta y su cabeza fue girando lentamente, como si buscara a alguien, o una cara conocida tal vez, cosa imposible en una persona con su problema.

Pensé que posiblemente deseaba que alguno lo viera y lo llamara, quizá creyó que lo estaban esperando y hacía tiempo para que visualizaran su presencia.

Pero el asunto es que el hombre seguía allí parado y ya comenzaba a ser el objeto de mirada de todos los presentes, su cara denotaba una edad intermedia, parecía lampiño o muy bien afeitado, el sobretodo gris sobre su cuerpo delgado lo hacía parecer mas alto, con sombrero de ala angosta, tipo alpino, también gris, un tanto inclinado sobre su frente, una bufanda moderna al tono sobre las solapas, las manos enguantadas en cabritilla,  los zapatos muy brillantes y el impecable y abultado bolso de cuero negro suspendido de su mano izquierda, como dándole continuidad al brazo, brindaban cierta majestuosidad a su apariencia. No sé por que se me ocurrió, el Lord de una película inglesa.

Un mozo solícito se le acercó para ubicarlo en una mesa, el hombre pidió con voz aflautada que fuera cerca del baño.

Ya en esa instancia, los parroquianos se despreocuparon del ciego, que sentado y tal como había entrado, con el sobretodo, la bufanda, sombrero, guantes y el bolso asido por su mano izquierda, descansando sobre sus piernas, tomaba a breves sorbos su wisky en las rocas.

La observación del individuo sirvió para olvidar la bronca, porque me habían dejado de seña, el tipo con el que tenía que aclarar el negocio del talco colombiano no llegaba y en la mesa enfrentada, en la que estaban dos de mis hombres, ya notaba gestos de impaciencia.

Sin prestarles mayor importancia, vi al ciego acompañado de un mozo dirigirse al baño y luego al mismo mozo regresando, fue cuando percibí que mi próstata  me recordaba las urgencias que aparecían cada más o menos 2 horas. Les hice señas a mis muchachos para que se quedaran atentos y me encaminé al sanitario.

Frente al migistorio, me concentré en el esfuerzo que me  implicaba orinar gracias a mi maldita próstata, escuché el ruido  de la puerta del reservado que estaba más cercano, me sorprendí al ver aparecer una mujer y me distraje al observar ropa, zapatos y un bastón blanco sobre el inodoro, sentí un fuerte y repentino dolor en mi garganta y la sangre que brotaba como de una manguera, mientras la mujer me decía, - Juárez no olvida y se cobra.

En escasos minutos, los guardaespaldas vieron salir del pasillo en que se encontraban los baños, una joven con un casco en la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía el celular por el que hablaba. Ya fuera del local la mujer se puso el casco, montó una moto estacionada sobre la vereda, y partió veloz.

Julio R. Hernández

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