Ángel Falco, el poeta y su tiempo Crónica de Víctor Gutiérrez Salmador (Especial para EL DIA). Suplemento dominical del Diario El Día Año XXVI Nº 1268 (Montevideo, 5 de mayo de 1957)
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Quizás sin la presencia de los poetas que se llaman a sí mismos nuevos y modernistas, no hubiéramos advertido que la poesía es una tremenda cosa sutil que se escapa, como la arena de un reloj, en el infinito compás del tiempo. Es como si los versos también se pusieran amarillos igual que el papel donde se escribieron. Es como si cada poema tuviera su día, su época, su generación. Si quisiéramos dividir la historia en nuevas etapas, podríamos escalonarla en una sincronización con los modos poéticos. Tendríamos esas gongorinas, moratinas, lorquianas, y símbolos de ciclos: Lope, Zorrilla, Darío, Juan Ramón... A la postre nunca sabremos si fue el romanticismo —por ejemplo— algo que inventaron los poetas insuflándolo en la vida real de toda su generación, o si el estilo romántico era simplemente el hervor, el lenguaje, la costumbre, la respiración común de las gentes. El caso es que cada tiempo tiene su poesía, como cada guerra sus armas: desde las plazas troglodíticas hasta la bomba atómica. La poesía es algo como el vestido o la habitación, que va cambiando. El hombre de Cromagnon, con sus cuevas y sus pieles, el de los castillos, con sus jubones y gorgueras, del siglo pasado con sus mostachos y sus chambergos hacían poesía de manera distinta Y, cuando la escribieron, la escribieron de distinto modo, en diferente estilos con otra clase de imágenes, de metáforas, de métrica, y... hasta sin métrica. Sirve todo este prólogo para plantearnos una interrogante ante la poesía de Ángel Falco: ¿Estamos en el tiempo de este poeta? Posiblemente una mayoría de las respuestas, sin mucho análisis, obedeciendo a un subconsciente que asocia el atavío —mostachos mosqueteriles, chambergo de alas anchas, chalina,.. — con una época de tarjeta postal, ya desaparecida, coincidirán manifestando que Ángel Falco pertenece a otra generación y que su poesía está identificada en su fondo y en su forma, en su pensamiento y en su ropaje, en su medula y en su cadencia, con un pasado que sólo vive en el recuerdo, en las antologías y en las colecciones amarillentas de los diarios de principios de siglo. Esta creencia es un error. Un error que tiene en el cabo inicial una injusticia. Y de la misma forma que hay que salir por los fueros de la justicia social o de la justicia a secas, hay que salir por los de la justicia poética. Que es el caso de Ángel Falco, el poeta que no pertenece sólo a un tiempo. El quid de la cuestión está en que, efectivamente, Falco “sincronizó" con sus poemas aquel tiempo del Montevideo de hace cincuenta años. “La Giralda” y el “Polo Bamba”, las inquietudes cívicas, la bohemia, todo el hervidero polémico de una aldea grande que era el ‘‘forum” de un país donde estaban empezando a aquietarse las revoluciones, es el escenario del poeta. Su melena se encrespa y se amotina haciendo de bandera al clarín de su palabra tocante. |
Falco da forma poética a una hora. Es, justamente, el poeta y su tiempo. Porque siente en sus entrañas la sacudida y la convierte en ola imperativa, devolviéndola a la masa de donde la ha recogido, convertida en alejandrino o en endecasílabo. Ese es el instante de los “Cantos Rojos”. Es la épica del civismo espoleada por el canto a la libertad. Los espíritus están candentes y Ángel Falco es un ascua que yergue su figura arrogante “de asta bandera” y envuelto en su capa, pasa las calles como un conquistador en la plenitud de su hora. Su prestancia tiene aire bélico, como sus versos están envueltos en arrogancia militar. Se ha comentado que Vasseur, con despecho, dijo de Falco que le había robado los “Cantos augurales” y que los estaba tocando con un clarín de cuartel. La realidad es que a Falco, antiguo capitán de Guardias Nacionales, le había quedado imbuida la personalidad de un sentido tajante de las cosas, traspasando la grandilocuencia con un fondo como de carga de caballería, de verdad rotunda defendida sable en mano, de penacho romántico en el que le va la propia vida. Este es el Falco conocido y encasillado en su tiempo. Por si fuera poca la semblanza, aún la reitera con su poemario galante. También es el poeta de las madrugadas y loa velones, de los madrigales cortesanos, de las primaveras y los ruiseñores, de las aventuras y de los duelos. Es, no hay que dudarlo, el prototipo de una época, de una generación. Y, así figura en los diccionarios literarios, con un cierto polvo —¿por qué no decirlo?— de tiempo ido, caduco, antañón, descolorido. Este es el Falco de la antología. Pero la otra verdad es que Palco está ahí, vivo y avizorante, a la vuelta de la esquina, agazapado en una fina ironía, en una sagaz observación, en una sutil meditación ante los hechos que presencia. Al cabo de medio siglo del tiempo de aquella su poesía, éste es también otro Falco, con una carga inédita de versos de nuevo cuño. Constituyendo algo así como un hombre nuevo, un poeta nuevo e inédito, que se ha desdoblado, que ha cambiado su poesía a la par que su atuendo y aún que su postura ante los demás, que ya es menos acción, y más contemplación. Es curioso observar la evolución, la transición de Ángel Falco. Desde el anarquista libertarlo al que pintan con una bomba en cada mano, al sencillo burgués de cabellos de plata que escruta tras los gruesos cristales de sus lentes, el trajinar de las gentes por 18 de Julio. Pasando por el amigo del indio a quien ha llamado “hermano de bronce”. |
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La transición la ha operado aquella contemplación lenta de Europa y de América en su propia salsa. Cuando Falco va como Cónsul del Uruguay a Italia, un viento nuevo —el viento de la vieja Europa—le pule las aristas, y así como le recorta las guías mosqueteriles, le lima la soberbia y la arrogancia que eran, en definitiva, el toque de carga de sus versos. Luego descubre América y redescubre que Montevideo no es toda América. Su poesía cambia el acento. Se hace trágico recordando, dentro de la copa de su vida solitaria, las noches antiguas, cuando los tranvías se detenían ante la esquina de su peña montevideana, esperando que él terminase sus peroratas inflamatorias. Cuando vuelve al Uruguay viene diciendo: "Yo envejecí, ciertamente... ,pero mis flores no; mis versos no!..." La gente cruza a su lado distraída, Y eso que, cincuenta años antes, le hubiera llevado a apoyarse el revólver en la sien, esta vez le encuentra sereno, con otra filosofía, con otra poesía; y no le hace daño. Se refugia más en su obra. Diríamos que había ido al reencuentro con su obra, con su generación pasada, con sus fantasmas de ayer, si este Falco fuera el mismo de los ''Cantos Rojos”. Pero es otro y tiene otra obra consigo. Es ésta la de nuestro tiempo, como él mismo es ya otro tiempo, otro poeta. Es en esa obra donde se vuelca y se rehace el nuevo Falco. Para este nuevo Falco es para quien reclamamos justicia poética. No menos de ciento cincuenta libros tiene inéditos. Repasados, recorregidos, afinado su mensaje por la piedra pómez que decía Ortega y Gasset que no era nada y era tanto. Y este es el Falcó desconocido, el que quizá a través de esa su segunda obra, llegue a corregir los diccionarios y las antologías encasilladoras. Añadiremos que en esta otra Falco es fundamentalmente americano, habiéndose adentrado en la conmoción medular de la historia oscilante de América, removiendo los fundamentos de la cultura histórica pre-americana, de la conquista y de lo actual. Merece la pena terminar esta nota con las palabras de Agustín S. Puértolas en su “Semblanza de un poeta": “En instantes críticos de amargura e indecisión, como son los de hoy, se comprueba con pena que el rumbo de los pueblos está señalado por un falso temblor de brújulas muertas, muy pocos son los que han vislumbrado la obra de Ángel Falco. Y es necesario que esta expresión de América salga al encuentro de loa vientos, furiosos y sin norte, de la época". Que es una manera —la única manera— añadimos nosotros, de enfrentar al poeta con su tiempo. Con este nuestro tiempo y el suyo". |
Crónica de Víctor Gutiérrez Salmador
Suplemento dominical del Diario El Día Año XXVI Nº 1268 (Montevideo, 5 de mayo de 1957)
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