La hermosa y los excéntricos poema de Jorge Guillén |
I
Es la relajación de muchas atenciones sometidas, una pausa entre los reflejos casi tangibles que se posan bajo los follajes.
¡Cómo acompaña lo que sobra! Tanto color de pronto favorable, un reborde que resalta más saliente para el transeúnte sin prisa. . .
Tiempo de sustanciosa ligereza que no se
precipita a su fin y con las circunstancias se entretiene, incorporado a
lo que hay.
Todo es pueblo: techumbres por grupos, ramas tendidas con sus sombras, zaguanes entrevistos, tiendas sin compradores, el mercado.
La multitud con espesor de multitud, porque
está libre y reúne a gusto sus trozos, despide a la Reina en visita,
Reina de Naciones.
Y la Reina desfila entre barbas de ancianos,
vestiduras que son tanto de la mujer como del aire, colorines de
adolescentes, voceríos.
Todo junto en algazara común: gente. Gente
que se apiña al paso de la Reina de Naciones, Reina por derecho y por
calidad: hermosa.
Collar, sortijas, pendientes dispersan, poco
advertidos, su transición hacia el porte y el poder que son la persona —
radiante.
Erguida la cabeza y el rostro nunca altivo, a
distancia siempre vertical sonríe como si descubriese a cada uno.
Iluminación que conduce hasta los ojos, entre
verdes y ya grises. Si de estatura directora, ¿cómo tan esbelta,
ahincada en su poderío?
Soberbia. ¡Qué frutal por la piel, y con su
riego de sangre-savia, tan animal y vegetal! Hermosa desde su luz,
regalo.
Inmediatamente femenina bajo su propia
fatalidad, tan consagrada al hombre, la Reina atrae por lo que es su
ser: culminación del mundo.
Culmina el encanto en una forma que es ya un
amor: amada con amante y del amante. A través de la ausencia existe para
su Rey clarísimo.
¿Y cómo decir sino en canción, tácita canción
de aquellos labios, el rumbo perpetuo que sigue la tan destinada a un
hombre?
II Toda mi espera dirige mi boca
Sin cesar
Volando voy hacia nuestro retiro,
Mis cabellos se rizan y mis brazos se tienden
Hacia ti,
Sin fin.
Va con el sol, Para el corazón.
Ya mi destino es sólo este vértigo
De nuestra salud:
Que tú. III
Aquel otro, locuaz, ríe de repente: sombrilla
volante, que acaba por recoger su compañero, dominador aunque tan joven.
No se aísla este sesentón rasurado y robusto,
de mandíbula vehemente y manos ya despóticas. Oteando el desfile va tras
su esperanza.
¿Quién, aquella figura bellísima con el
cabello crespo tan numeroso, casi cabellera? Lozano, magnífico, autor
que su forma esculpiese.
A una puerta se asoman una mujer y su hermano
¿o su hermana? Emulación en la misma órbita: cejas iguales sobre los dos
óvalos.
Y los mismos labios—gruesos, generosos—han de
servir a dos voces distintas. ¿Qué dicen? Apenas murmuran, con dignidad
atentos.
Anda muy solo un personaje menudo, bien
guiado por su norte. Pero se le adivina tímido en el umbral de la mera
contemplación. Detenido, el cortejo.
Pende más ancho y más profundo el tiempo. ¡Reina inclinada hacia sus lejanías! Se despide, se va, se habrá ido. ¡Reina benévola!
Muy sagaces, sus ojos distinguen a muchos o
los presienten. ¿'Una muchedumbre, un solo caudal de agasajo? Ellos y
ellos. Ellas y ellas.
Sazón. ¿Y para quién? Para esa muchacha:
ropaje extremoso, cabello rufo. La vista se clava en la Reina, sueño a
través de tal visión.
Al coche, ya en marcha, se acerca una
cuarentona de noble catadura equina. El cuello potente no admite
sumisión... o muy voluntaria.
La Equina, ruborizándose, tan próxima a esta
Reina, contiene su impulso imperioso y desvía la mirada, ahora dura —
mientras se rinde.
¿Por qué esa inquietud vagabunda? En ésa, por
ejemplo, que sale de sí misma con violencia. Inquiriendo está aquel
círculo enjoyado.
La bulla de esa pandilla arrastra una alusión
que todas sobrentienden. Dos, menos bulliciosas, ante la cal de una
pared se besan. Triunfal sobre todos, Reina incontestable seduce con ondas de atracción... en busca de quien las espera...
Cámara absorta, valor y secreto de mina, que
cela el tesoro supremo, yo lo aseguro.
Es la Pareja, dos vidas en único avance,
doble latido inventando una sola ventura.
Hacia esa cima del aire vuelven los dones y
el ansia de los dispuestos al gozo que junta.
Prende en acorde cabal a dos pulsos una
armonía sumada a los cielos por glorias infusas.
¡Oh Relojero terrestre y celeste, con cuánta
minucia de sabio diste rigor a este lujo,
Lujo siempre necesario de esa invasión de la
vida en la vida, placer por alud de tumulto,
Articulado prodigio con dirección a una
crisis de trasformaciones: más mundo y maduro!
La tan femenina se entrega, sus brazos
abiertos, a los del fuerte fervor que jamás caduca.
Por ser a la vez tan humanos y expuestos a
creación, sólo ante dioses presente y futura!
Dos vidas se ahondan a fuerza de humilde
afición cotidiana. ¡Qué largo el minuto,
Qué breve de historia la raya tan simple que,
siendo infinita, niega el final y su punto! Hacia su Rey va una Reina. Astros sonantes. El hombre en su amor es el músico.
Ved a la Reina.
VI
La Reina preside y se impone a la tarde y a su pululación sumisa o insumisa, y por su virtud: mujer hermosamente destinada.
Reciben al sol en las caras, y lucen,
esplenden como un ingenuo carmín voraz, un plantel de girasoles, sin
insolencia felices.
Contraste: ese barbado que saluda a muchos,
solícito, social. De pronto, una risa descubre unos dientes
blanquísimos.
Y tras la zarza de la barba surge, fulgurando
un instante, la revelación de una doncella, los ojos muy abiertos. Y. .
. reaparece el varón. Golpes, gritos, difusa curiosidad que brilla también en la tarde brillante. Otros dos. Él le habla a ella: — ¡Tanto se pierden!
Dos muchachos se deslizan, pero absortos, manteniendo el brazo de enlace sobre la cintura del amigo. ¿La Reina? Ella es quien mira.
Otro perfil: el de ese que va sosteniendo un bulto sobre la palma de la mano, más alta que la cabeza. Como si danzase pisa despacio.
Alguna ojeada rebota en la Reina, sobre su pecho, y denuncia unas pupilas indiferentes o un semblante que contradice.
Hay regocijos que se alian a las alegrías de las ropas en doncellas y donceles, y hasta algunos jardines resaltan con más verdor.
Huele a jazmín más agresivo entre más flores, a rosas ostentadas por setos.
Los estambres
de aquellos iris aguardan a las abejas. Flota un calor de azules y morados por estas penumbras de primavera tocada de estío, y aun el menor arbusto es cómplice del paseante.
¡Oh verdadera, oh graciosa, centro de rayos
de gracia , oh solar! A su alrededor una hondura vibrante asocia la nube
a la tierra. Se abre una ruta.
Se acaba el adiós.
VIII
La amada va hacia el amante, La Tierra.
Así tan futuros. Tan común el rumbo.
Se entienden, se templan, se ajustan
Dolor y alegría.
Camino a más dicha.
La noche del mundo. Desnudo.
Entre las tentativas inferiores
Se cumple
Y la ciudad se reduce a ella sola en su luz, que declina hacia el ocaso. Y la multitud se deshace, no prendida por la Esposa. Y la Esposa impaciente se va tras el Esposo, a lo largo de viñedos que la recogen y cantan.
Son los pormenores del vivir que se suceden aportando sustancia de costumbre a este minuto: éste, que es el postrero — y ya el que sigue...
Transitan por su costumbre todas esas
parejas, que lo son más o menos.
Observad esa mano liadísima, que corresponde en esbeltez a ese cuello de cisne — que no es cisne ni es ...Pero ¿qué es? Observad aquel semblante picado de viruelas y curtido por la intemperie. ¿Gran varón?
Tantos por estas calles, tan agrarias aún. Y
como el cielo suspende nubes muy bajas, se refuerza la comba tendida
hacia los terrenos labrados y feraces. Rumor de Naturaleza sin ruptura:
crujidos, murmullos, chirridos. ..Y voces de excéntricos bajo un sol que prepara su crepúsculo. Ahí se extiende, persiste, se consume con sus casos particulares la ciudad subalterna.
Se divisa a unos forasteros. ¿Son ángeles que bajan a Sodoma? |
poema de Jorge Guillén
Publicado, originalmente, en: Entregas de La Licorne 2ª Época - Año III - Nº 5 / 6 setiembre 1955 Montevideo
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/51
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Jorge Guillén en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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